Homero en la franja de Gaza
El imperativo moral b¨¢sico es aliviar el sufrimiento de las v¨ªctimas causadas por una guerra. Los cl¨¢sicos de la literatura pueden ense?arnos mucho sobre la piedad
La villan¨ªa que me ense?¨¢is, la emprender¨¦, y ser¨¢ duro, pero superar¨¦ la ense?anza.
W. Shakespeare (El mercader de Venecia; acto III, escena I)
El domingo 15 de octubre, en Chicago, un hombre apu?al¨® a un ni?o de seis a?os e hiri¨® gravemente a la madre del ni?o porque eran musulmanes. Las autoridades declararon que el ataque fue motivado por los hechos acontecidos en Israel y Gaza. Ese mismo d¨ªa, Ant¨®nio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declar¨®: ¡°En este dram¨¢tico momento, cuando nos encontramos al borde del abismo en Oriente Pr¨®ximo, es mi deber como secretario general de las Naciones Unidas hacer dos en¨¦rgicos llamamientos humanitarios. A Ham¨¢s, la liberaci¨®n inmediata e incondicional de los rehenes. A Israel, la concesi¨®n de un acceso r¨¢pido y sin trabas a la ayuda humanitaria para hacer llegar los suministros y trabajadores humanitarios para ayudar a los civiles de Gaza. Cada uno de estos dos objetivos es v¨¢lido en s¨ª mismo. No deben convertirse en moneda de cambio y deben aplicarse simplemente porque es lo correcto¡±.
Lo correcto: este es el imperativo moral b¨¢sico, ahora y siempre. Como sabemos desde la noche de los tiempos, la guerra trae sufrimiento a todos causado por un odio ciego hacia el otro y la sed de venganza. En la guerra, ambos bandos lanzan el grito amoral que le espet¨® a Unamuno el general Mill¨¢n-Astray, fundador de la Legi¨®n: ¡°?Viva la muerte!¡±. En ello radica nuestro suicidio colectivo.
En medio de tanta irracionalidad, no hay soluciones pr¨¢cticas. La literatura, sin embargo, podr¨ªa ofrecer un ejemplo redentor. La Il¨ªada comienza notoriamente reconociendo la ira que alimenta la violencia asesina: ¡°M¨ºnin aeide, th¨¦a, Peleiadeo Achilleos¡±. ¡°Canta, oh diosa, la ira de Peleo Aquiles¡± es una versi¨®n m¨¢s o menos literal del primer verso del poema. Pero, ?qu¨¦ quer¨ªa decir Homero con estas palabras?
Como lectores, sabemos que podemos intuir el significado de una verdad po¨¦tica, por antigua que sea. Por ejemplo, en 1990, el Ministerio de Cultura colombiano cre¨® un sistema de bibliotecas itinerantes para llevar libros a los habitantes de regiones rurales lejanas. Para ello, se transportaban a lomos de burros hasta la selva y la sierra sacos de libros con bolsillos de gran capacidad. All¨ª dejaban los libros durante varias semanas en manos de un maestro o anciano del pueblo que se convert¨ªa, de facto, en el bibliotecario encargado. La mayor¨ªa de los libros eran obras t¨¦cnicas, manuales de agricultura, colecciones de patrones de costura y similares, pero tambi¨¦n se inclu¨ªan algunas obras literarias. Seg¨²n un bibliotecario, los libros siempre estaban a buen recaudo. ¡°Conozco un solo caso en el que no se haya devuelto un libro¡±, afirma. ¡°Nos hab¨ªamos llevado, junto con los t¨ªtulos pr¨¢cticos habituales, una traducci¨®n al espa?ol de la Il¨ªada. Cuando lleg¨® el momento de cambiar el libro, los aldeanos se negaron a devolverlo. Decidimos regal¨¢rselo, pero les preguntamos por qu¨¦ deseaban conservar ese t¨ªtulo en particular. Nos explicaron que la historia de Homero reflejaba la suya propia: hablaba de un pa¨ªs asolado por la guerra en el que dioses locos se mezclan con hombres y mujeres que nunca saben exactamente en qu¨¦ consiste la lucha, ni cu¨¢ndo ser¨¢n felices, ni por qu¨¦ los matar¨¢n¡±.
Quiz¨¢ la Il¨ªada, un poema sobre los horrores y el sufrimiento de la guerra, pueda ofrecer unas palabras en respuesta a la s¨²plica de Ant¨®nio Guterres. En el libro final de la Il¨ªada, Aquiles, que ha asesinado a H¨¦ctor, quien a su vez ha asesinado a Patroclo, el querido amigo de Aquiles, acepta recibir al padre de H¨¦ctor, el rey Pr¨ªamo, que viene a pedir que le permitan recuperar el cuerpo de su hijo. Es una de las escenas m¨¢s conmovedoras e impactantes que conozco. De pronto, no hay diferencia entre v¨ªctima y vencedor, entre viejo y joven, entre padre e hijo. Las palabras de Pr¨ªamo despiertan en Aquiles ¡°un profundo deseo de llorar por su propio padre¡±, y con gran ternura aparta la mano que el anciano ha tendido para llevar a sus labios las manos del asesino de su hijo:
¡°Y dominados por el recuerdo
ambos hombres se entregaron al dolor. Pr¨ªamo llor¨®
por su hijo H¨¦ctor, palpitante y vencido
a los pies de Aquiles, mientras Aquiles lloraba,
ahora por su padre, ahora nuevamente por Patroclo,
y los sollozos de ambos pod¨ªan o¨ªrse por todo el recinto¡±.
Por ¨²ltimo, Aquiles le dice a Pr¨ªamo que ambos deben ¡°dejar abatir sus penas en sus propios corazones¡±. Para Aquiles, y para Pr¨ªamo, y para los campesinos colombianos, y para las v¨ªctimas de ambos lados de la tragedia de Israel y Gaza, esto podr¨ªa ser, por ¨ªnfimo que sea, un consuelo.
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