Carrera de caracoles
Los negociadores parlamentarios y los l¨ªderes de los partidos se han abonado a este juego, porque quien prueba esta competici¨®n ya no puede vivir sin ella
Supongo que muchos de ustedes habr¨¢n participado en alguna carrera de caracoles. Aunque son alegales y carecen de federaci¨®n regional, es tal el grado de adrenalina que se respira en ellas que acaban por convertirse en adictivas. Quien participa en una carrera de caracoles ya nunca vuelve a ser la misma persona, a partir de ese d¨ªa le acompa?a una aureola de velocidad en todo lo que hace y todo lo que piensa. Correr junto a un caracol es abrirse a otra dimensi¨®n. Pues bien, ni politiquer¨ªa, ni esperpento, ni rapi?er¨ªa, a lo que se parece la actividad de los partidos es a una carrera de caracoles. Y esa es la raz¨®n por la que los cuadros principales de cada agrupaci¨®n, los negociadores parlamentarios y los l¨ªderes de los partidos se han abonado a este juego, porque quien prueba esa competici¨®n ya no puede vivir sin ella. Se trata, como todos saben, de hacer avanzar al caracol por cualquier medio, excepto el empuj¨®n. Es decir, Ortega Smith estar¨ªa descalificado para un juego tan sofisticado. El caracol ha de avanzar ya sea seducido por colores, luces, un camino trillado o la promesa de un pedazo de lechuga h¨²medo y brillante. El caracol aparenta lentitud, pero enfrentado a otros caracoles nos ofrece una idea de velocidad asc¨¦tica, casi m¨ªstica. Es una velocidad sin prisa, un correr sin precipitaci¨®n. Los orientales se fijaron en ellos para acordar las normas del tai chi.
Cuando cayeron las bolitas de pl¨¢stico en enormes bolsas ante las costas gallegas, nadie pod¨ªa imaginar que eso desencadenar¨ªa una carrera de caracoles. Un buque carguero con bandera de Liberia perdi¨® en el temporal seis contenedores cargados con m¨¢s de mil sacos de pellets. Los sacos llevaban tatuada una marca polaca, pero en realidad el fabricante est¨¢ radicado en India. El hombre que primero avist¨® el vertido vive en Corrubedo y cuando se puso en contacto con las autoridades, a millones de a?os luz, desat¨® una carrera de caracoles de las que hacen afici¨®n. Solo con decir que desde el 13 de diciembre hasta la v¨ªspera de Reyes apenas nadie se aclar¨® sobre c¨®mo ponerse en marcha y aminorar el vertido ya explica por s¨ª mismo c¨®mo funcionan estas carreras y por qu¨¦ levantan tantas pasiones.
Con la desastrosa gesti¨®n y previsi¨®n de la ola de gripe en Madrid y otras grandes ciudades ha sucedido algo parecido. Es cierto que este caso record¨® a algo ya visto durante las disputas del tiempo del confinamiento. Qu¨¦ carreras m¨¢s maravillosas aquellas donde un competidor esperaba a ver lo que dec¨ªa el otro para afirmar lo contrario, mientras mor¨ªan a cientos y a solas los ancianos. Lo m¨¢gico de una carrera de caracoles es que no hay nunca dos iguales. Elude cualquier rutina, por lo que ni se entrena ni se analizan datos con inteligencia artificial, en esto es superior a cualquier deporte. Aunque no olvidemos recordar una cosa. Los que tienen o mejor dicho tenemos que asistir como espectadores a una carrera de caracoles somos los que m¨¢s sufrimos. Porque carecemos de informaci¨®n ni contacto directo con los competidores. Vivimos en la abstracci¨®n, hipnotizados, varados en el tiempo y el espacio. Esto es lo que tienen los espect¨¢culos asombrosos. Te dejan boquiabierto y no sabes qu¨¦ pensar cuando han terminado. Estamos enganchados, s¨ª, qu¨¦ le vamos a hacer, m¨¢s lechuga para la pr¨®xima carrera.
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