El colonialismo y la leyenda rosa espa?ola
Est¨¢ resurgiendo un relato hist¨®rico edulcorado que pretende dejar fuera del conocimiento p¨²blico cualquier asunto inc¨®modo y defiende una visi¨®n esencialista en la que solo tienen cabida los fastos
Hace ya casi 25 a?os, el historiador indio Dipesh Chakrabarty denunci¨® en su obra Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference que Europa, fu¨¦semos conscientes o no de ello, segu¨ªa siendo la medida de todas las cosas y el sujeto desde el que se construyeron todas nuestras historias. La modernidad, el progreso, el desarrollo econ¨®mico¡ Todo en el mundo se hab¨ªa medido desde los par¨¢metros occidentales, y esa circunstancia dejaba en un segundo plano a un sinf¨ªn de pueblos a los que solo pod¨ªa llegarles la redenci¨®n a partir de los valores y las ideas que hab¨ªan nacido en la cuna europea. Chakrabarty nos mostr¨® entonces un camino para ser m¨¢s humildes e insisti¨® en la necesidad de provincializar Europa, precisamente porque aquellas ideas europeas que se consideraban universales y esenciales eran en realidad deudoras de un conocimiento particular e hijas del concreto espacio en el que se hab¨ªan forjado. La propia Europa y su imaginario sobre el mundo, pero tambi¨¦n las palabras que serv¨ªan para definirlo y controlarlo, estaban en consecuencia estrechamente relacionadas, en su concepci¨®n, con una experiencia colonial sobre la que se asentaban genealog¨ªas de conocimiento irremediablemente euroc¨¦ntricas.
Lo que Chakrabarty y otros historiadores atentos a la teor¨ªa poscolonial nos ense?aron a los europeos fue que no existe una narrativa maestra y universal para entender el pasado. Frente a la brocha gorda del pensamiento un¨ªvoco, hemos comprendido as¨ª que existen muchos matices que reflejan la pluralidad: comportamientos contrahegem¨®nicos, modos relacionales de grupos humanos que se ubicaron en los m¨¢rgenes de los espacios historiogr¨¢ficos tradicionales y tambi¨¦n din¨¢micas vern¨¢culas que dif¨ªcilmente pueden ser percibidas mediante lecturas teleol¨®gicas sin que por ello dejen de ser modernas. La apuesta por la superaci¨®n de un marco colonial en la gesti¨®n de los museos espa?oles, la reciente propuesta del Ministerio de Cultura, merece hoy ser entendida en ese contexto y puede ser vista como el primer paso de una agenda que promueva en nuestro pa¨ªs un conocimiento no circunscrito a una visi¨®n esencialista de los procesos hist¨®ricos.
Aunque pueda resultar una obviedad, esa agenda tendr¨¢ que combatir viejos tics: una cierta convicci¨®n de superioridad de las culturas occidentales frente a aquellos pueblos que fueron en el pasado dominados fuera de Europa y, tambi¨¦n, un amable particularismo espa?ol en su relaci¨®n hist¨®rica con Am¨¦rica. En ese v¨ªnculo transatl¨¢ntico lamentablemente es a¨²n frecuente encontrar un relato demasiado simplista que halaga las virtudes de un nexo entre dos mundos en el que, a trav¨¦s de ese entramado pol¨ªtico que fue la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica, se romantiza una supuesta bonhom¨ªa espa?ola conducente a la salvaci¨®n de los otros. Ese entendimiento del pasado sigue en la actualidad cancelando la agencia de los diferentes y los supedita, de una forma burda, a una voluntad ¨²nica, de modo que nuestra visi¨®n de los procesos hist¨®ricos corre el riego de estrecharse cada vez m¨¢s.
Ser¨ªa casi una paradoja volver en la actualidad a una lectura del pasado a partir del prisma del Estado naci¨®n cuando los historiadores cre¨ªamos que ese marco ya hab¨ªa sido desmontado. Pero tengo la sensaci¨®n de que, por momentos, estamos perdiendo esa partida. En Espa?a, de tanto combatir la famosa leyenda negra asociada a la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica, estamos asistiendo en los ¨²ltimos tiempos a un resurgimiento de una leyenda rosa que puede poner en peligro el reconocimiento de los m¨²ltiples pasados que los historiadores hemos sido capaces de reconstruir. Esta leyenda, dulcificante y cordial, quiere dejar fuera del an¨¢lisis y del conocimiento de la opini¨®n p¨²blica temas inc¨®modos que pueden relacionarse con la intransigencia doctrinal, la pureza de sangre, la expulsi¨®n de minor¨ªas de un determinado territorio o la esclavitud como base de un sistema econ¨®mico por el mero hecho de que podr¨ªan perjudicar a la reputaci¨®n de un pa¨ªs. Margin¨¢ndolos, la leyenda rosa aboga por una visi¨®n esencialista e inamovible de nuestra historia en la que solo tienen cabida las conmemoraciones y los fastos: las grandes gestas, los grandes viajes exploratorios, las magn¨ªficas construcciones arquitect¨®nicas o las m¨¢s bellas obras de la literatura, pero no todo lo dem¨¢s. De este modo, plantea que en nuestra visi¨®n del pasado solo aparezca una parte, aquella por la que supuestamente habr¨ªamos de sentirnos orgullosos. En cambio, cuando surgen asuntos espinosos, los defensores de la leyenda rosa son muy r¨¢pidos a la hora de tachar de anacr¨®nica cualquier acusaci¨®n contra el pasado imperial.
Son estas actitudes las que demuestran la pervivencia en Espa?a de una metanarrativa colonial que emana todav¨ªa de unas formas de conocimiento pr¨®ximas al eurocentrismo. La labor de desenmascararlas no es una tarea sencilla en esta sociedad de la inmediatez en la que a menudo falta la reflexi¨®n, pero es absolutamente necesaria si no queremos que el odio y la exclusi¨®n, bajo una idea de pertenencia reductora y absoluta, sigan creciendo entre nosotros. Descolonizar lo que sabemos del pasado sigue siendo la mejor forma de enfrentarnos a ¨¦l de una forma honesta.
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