?Por qu¨¦ los quieren matar?
Colombia es el pa¨ªs m¨¢s peligroso para defender los derechos humanos, pero para quienes defienden la tierra y el planeta, las cosas son a¨²n peores. Lo cuenta un nuevo informe de Amnist¨ªa Internacional
La pandemia de covid-19 ha redefinido la vital importancia de la vivienda como el espacio donde podemos desarrollarnos y sentirnos seguros. Sin embargo, tambi¨¦n ha reflejado la realidad de millones de personas para quienes su hogar es, parad¨®jicamente, el lugar m¨¢s inseguro. Entre ellas est¨¢n quienes viven en algunas de las zonas m¨¢s ricas en recursos naturales de Colombia. Para ellas, defender sus hogares se ha vuelto una actividad letal.
Colombia es el pa¨ªs m¨¢s peligroso para defender los derechos humanos, seg¨²n los datos m¨¢s recientes de la organizaci¨®n Global Witness. Para quienes defienden derechos vinculados a la tierra, el territorio y el medio ambiente, las cosas son a¨²n peores. Su reclamo es claro: vivir en paz en su casa. Pero ese no es un espacio f¨ªsico con cuarto, sala y cocina; es el territorio con sus r¨ªos, sus bosques, sus plantas y animales.
Su territorio tambi¨¦n es su hospital, donde encuentran la sanaci¨®n para sus heridas f¨ªsicas y emocionales. Es su templo sagrado que utilizan para celebrar sus rituales y poder conectarse con divinidades. Es su supermercado, pues la tierra les da sus alimentos. Y es donde se encuentran sus amistades, porque todos los habitantes se ven como parte de un mismo n¨²cleo.
Los pueblos afrodescendientes, ind¨ªgenas y campesinos ejercen la propiedad comunitaria de la tierra y el territorio y son quienes defienden los recursos que hacen que el planeta y nosotros sigamos respirando.
¡°La Amazonia es importante para m¨ª porque es mi casa, pero tambi¨¦n es la de muchos. Los que no tienen la Amazonia como casa, la tienen, aunque no sepan, como sus v¨ªas respiratorias, pues es uno de los pulmones del planeta¡±, me dijo la defensora Jani Silva cuando naveg¨¢bamos en una lancha por el r¨ªo Putumayo. Sin embargo, la riqueza natural que hace de la tierra su forma de vida es, parad¨®jicamente, su principal amenaza frente a grupos armados y empresas que quieren sacar provecho econ¨®mico y frente a autoridades sin escr¨²pulos que fallan en su deber de protegerlas.
Durante el ¨²ltimo a?o tuve la oportunidad de conocer a muchas personas que, como Jani, defienden con su vida su hogar y el medio ambiente desde hace d¨¦cadas. Sus historias han quedado plasmadas en el nuevo informe de Amnist¨ªa Internacional titulado ?Por qu¨¦ nos quieren matar?
En muchos casos han pagado un alto precio por su valiente trabajo. Jani, por ejemplo, tuvo que salir de su comunidad en 2018 por las constantes amenazas y ataques a manos de los grupos armados que llegaron a su territorio tras la salida de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), luego de la firma del Acuerdo de Paz en 2016. Pero las amenazas la han vuelto a¨²n m¨¢s fuerte y determinada. ¡°Nadie me va a detener¡±, me dijo. ¡°Mientras haya abusos en el territorio yo seguir¨¦ firme haciendo las denuncias. Un d¨ªa volver¨¦ a mi casa¡±. Su historia de dolor y valent¨ªa se repite en todo el pa¨ªs.
Danelly Estupi?¨¢n, defensora de los derechos de comunidades afro en la ciudad de Buenaventura, en el oeste del pa¨ªs, tambi¨¦n ha tenido que salir de su hogar debido a las amenazas que sufri¨®. Dice que los ataques son en represalia a su oposici¨®n a varios proyectos de infraestructura en la gran ciudad portuaria. Luchar por el reconocimiento de los derechos ancestrales de las comunidades afro la pone en peligro. Las autoridades le han proporcionado escoltas, pero Danelly dice que no es suficiente. Lo que necesita, dice, es que el Estado aborde las causas estructurales de la violencia contra las comunidades.
¡°Los esquemas no mitigan el riesgo, porque en verdad los ataques no son porque las personas tengan problema conmigo, es por el trabajo que yo hago. Cualquiera que haga lo mismo tambi¨¦n sufrir¨¢ las mismas amenazas¡±, me explic¨® Danelly.
En otras zonas de Colombia, incluidas aquellas donde se cultiva la coca y donde el conflicto armado contin¨²a, la situaci¨®n es a¨²n peor. Mar¨ªa Ciro, una defensora de derechos humanos que conoc¨ª en el Catatumbo, en el este del pa¨ªs, me explic¨® que las comunidades en la zona viven entre la amenaza de grupos armados y el ej¨¦rcito, y la falta de ayuda humanitaria del Gobierno, que tampoco les brinda opciones viables para dejar los cultivos il¨ªcitos.
¡°Las personas se refugian en sus casas, entonces no pueden trabajar en el campo y tener de qu¨¦ comer¡±, me cont¨® Mar¨ªa. ¡°En el Catatumbo viven entre la posibilidad de morir por el conflicto o morirse de hambre¡±. Quienes trabajan para defenderlas, como ella, viven estigmatizadas por la percepci¨®n de que los campesinos est¨¢n vinculados al narcotr¨¢fico.
L¨ªderes y lideresas ind¨ªgenas tambi¨¦n me hablaron sobre los ataques que sufren. Mauro Chipiaje, l¨ªder de una comunidad ind¨ªgena en la regi¨®n del Meta, me cont¨® que cuando pudieron regresar a su territorio en 2015 despu¨¦s de d¨¦cadas de desplazamiento, se dieron cuenta de que el medio ambiente hab¨ªa sido destruido y que otras personas estaban ocupando el lugar. Hoy luchan por recuperar su hogar y sus vidas.
Colombia es un pa¨ªs de paradojas. Uno de los pa¨ªses con m¨¢s normas, protocolos e instituciones de protecci¨®n para quienes defienden los derechos humanos es, al mismo tiempo, uno donde m¨¢s personas mueren por proteger la tierra y el medio ambiente. El no escuchar a las comunidades sobre las medidas de protecci¨®n que necesitan es parte del problema. Tambi¨¦n lo es nuestra apat¨ªa y no entender que quienes defienden la tierra, el territorio y el medio ambiente no solo protegen sus hogares sino la naturaleza que nos mantiene vivos a todos en el planeta.
(*) Rodrigo Sales es investigador de Amnist¨ªa Internacional.
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