Yikk¨¦, el pueblo de las mujeres
Los hombres emigran a Libia y al Lago Chad en busca de empleo y ellas protegen a sus familias de la malnutrici¨®n en la retaguardia del desierto chadiano. Esta es la primera historia de la serie ¡®Nutridas¡¯, del PMA, reci¨¦n galardonado con el Premio Nobel de la Paz
De muchas maneras, la regi¨®n chadiana del Kanem est¨¢ al borde. Al borde del desierto m¨¢s grande del mundo. Al borde de un lago donde se desarrolla una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo. Tambi¨¦n est¨¢ al borde del hambre. Los cerca de 45 grados de temperatura y las rachas de aire t¨®rrido no impiden que Fatim¨¦ camine cada d¨ªa hacia el ouaddi de Yikk¨¦. Los ouaddis son peque?os oasis, recuerdos de una ¨¦poca en que las aguas del Lago Chad ba?aban el Kanem y tambi¨¦n los ¨²nicos espacios donde hay vegetaci¨®n. En los alrededores, la mujer comienza a recoger el mijo que sembr¨® en julio.
¡°Los ¨²ltimos meses han sido especialmente dif¨ªciles, esperando la cosecha y sin apenas qu¨¦ comer. Una de las veces que fui a buscar semillas a Mao ¨Dla capital provincial, a una distancia de 17 kil¨®metros¨D mi hijo cay¨® enfermo¡±, explica Fatim¨¦. ¡°Cuando regres¨¦, me dijeron que estaba malnutrido¡±.
Aunque en el Kanem uno de cada cinco ni?os padece malnutrici¨®n, no es sencillo para Fatim¨¦ asumir la condici¨®n del beb¨¦. ¡°Tengo ocho hijos y este es el ¨²nico que tiene este problema, pero yo les doy de comer lo mismo a todos. Es complicado, porque mi esposo trabaja lejos y yo me las tengo que apa?ar sola¡±, explica.
En mis diez a?os de carrera con el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en ingl¨¦s) he visto a muchas madres reaccionar de manera parecida. Se sienten culpables de no haberse dado cuenta de que su hijo estaba enfermo, no comprenden por qu¨¦ el beb¨¦ no sale adelante como lo hicieron sus hermanos y no acaban de entender qu¨¦ es eso de ¡°la malnutrici¨®n¡±. Sin embargo, saben instintivamente que tienen este problema porque son pobres y no comen bien. Desde que se fue su marido, la carga sobre Fatim¨¦ es excesiva.
La migraci¨®n en esta zona de Chad sol¨ªa ser estacional y una forma de vida. En los ¨²ltimos a?os, la degradaci¨®n medioambiental, la crisis econ¨®mica y las tensiones pol¨ªticas han empujado a muchos varones a dejar sus pueblos para trabajar en las minas ilegales de oro del norte, pescar en el Lago Chad o cruzar la frontera con Libia. Las mujeres se quedan, cuidando del hogar, de ni?os y de mayores.
¡°Entre hombres y mujeres, somos nosotras, las mujeres, las verdaderas responsables de la familia. Soy yo la que cuida de nuestro hijo, ahora que no est¨¢ bien. Cuando los hombres se van a trabajar a otros lugares, a veces durante mucho tiempo, nosotras nos ocupamos de todo. Alimentamos y educamos a nuestros hijos¡±, me cuenta Fatim¨¦.
Las mujeres de Yikk¨¦ han tomado cartas en el asunto r¨¢pidamente para que el hijo de Fatim¨¦ mejore. Una vecina pasa a diario por su casa para ver c¨®mo evoluciona y, aconsejada por una asociaci¨®n local especializada en nutrici¨®n, ha elaborado una dieta a base de alimentos locales para que se recupere.
La malnutrici¨®n tambi¨¦n es consecuencia de supersticiones y pr¨¢cticas culturales inapropiadas. ¡°Muchas comunidades del Kanem piensan que las mujeres no deben comer huevos o leche mientras est¨¢n embarazadas. Les explicamos que esto no es cierto y que estos alimentos contienen nutrientes beneficiosos para la madre y para el beb¨¦¡±, me explica mi compa?era Aicha Morgaye, nutricionista de WFP. ¡°Promover buenas pr¨¢cticas alimentarias y de higiene es tan importante como identificar y tratar los casos de malnutrici¨®n¡±, a?ade.
El calor es extremo y con la arena nacarada no estoy segura de si la luz proviene del cielo o del suelo. Los hombres de Yikk¨¦ se re¨²nen cada d¨ªa bajo un hangar de paja con patas de madera, que parece una enorme ara?a a punto de desmoronarse. Todos los pueblos de Chad cuentan con estos lugares de encuentro exclusivos para ellos.
En las casas aleda?as, las mujeres cocinan en cuclillas, en grandes cacerolas de hierro. ¡°Estoy preparando gachas de mijo con salsa de ocra¡±, explica Hawa. ¡°Otras mujeres y yo tejemos alfombras de paja y las vendemos en el mercado semanal de Mao, para comprar especias, ocra y cubos Maggi¡±. Las alfombras redondas, de metro y medio de di¨¢metro, cuestan 500 Francos CFA (75 c¨¦ntimos de euro). Pienso que deben vender una o dos a lo sumo cada semana.
Las mujeres de Yikk¨¦ racionan los alimentos y deciden lo que se come, pero no tienen voz sobre las propiedades. Aunque muchos hombres han emigrado y son ellas quienes cultivan y se ocupan de las cabras y gallinas que corretean entre las caba?as, no les corresponde tomar decisiones sobre la venta del rendimiento agr¨ªcola o el ganado. Seg¨²n Oxfam, el 80% de las mujeres rurales de Chad no tiene medios productivos de ning¨²n tipo.
Los ni?os comen indistintamente en una casa o en otra, mientras sus madres no solo cambian consejos, sino tambi¨¦n alimentos. Mientras hablamos, Hawa ha llamado a sus dos hijos a comer y no menos de ocho ni?os, de todas las edades, se han presentado al banquete. Este esp¨ªritu comunitario es el ingrediente de base de la lucha contra la malnutrici¨®n infantil en Yikk¨¦. Las mujeres est¨¢n preocupadas y han pasado a la acci¨®n.
Mar¨ªa Gallar S¨¢nchez es responsable de comunicaci¨®n del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas en Chad. A trav¨¦s de la campa?a NUTRIDAS, el PMA, con el apoyo de la ayuda humanitaria de la Uni¨®n Europea, nos acerca las historias de cuatro mujeres que luchan contra la malnutrici¨®n en Chad.
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