‘Prestige’: seis semanas de agonía ecológica y rabia en las costas
El naufragio del petrolero frente a Galicia cubrió de fuel miles de kilómetros y movilizó a la sociedad ante la torpe gestión política de la tragedia. Así lo contó EL PA?S
Hace 15 a?os que la palabra Prestige quedó asociada para siempre con una de las peores tragedias ambientales de la historia de Espa?a. La marea negra provocada por el naufragio de un viejo petrolero a finales de 2002 cubrió de fuel las costas de Galicia y del Cantábrico, dejó da?os valorados en miles de millones de euros y desató una respuesta social inédita ante la torpe gestión política de la tragedia. Esta es la reconstrucción de lo que ocurrió y reflejó en sus páginas este periódico:
El temporal y el comienzo del desastre
El 13 de noviembre de 2002, un violento temporal sacudió la península ibérica con fuertes vientos que pusieron en alerta a 10 comunidades. Tres personas murieron por el desplome de dos grúas en el norte de Espa?a (otras dos fallecieron un día después por la misma causa) y un petrolero cargado con 77.000 toneladas de fuel empezó a zozobrar peligrosamente frente a la costa de Galicia. Las olas de ocho y nueve metros que el temporal provocó abrieron en el vetusto casco una fisura por la que la fatalidad comenzó a manar con consecuencias catastróficas.
En las 48 horas que siguieron a la primera alerta, las autoridades marítimas se esmeraron por rescatar a la mayoría de la tripulación y por alejar la embarcación de la costa, tratando de vencer la resistencia del capitán, el griego Apostolos Mangouras, que pretendía conducir a puerto la nave para su reparación. Tras intentos infructuosos de remolcar el Prestige a altamar y de reflotarlo con ayuda de una empresa holandesa, Smit Savage, el destino de aquel barco acabó siendo irreversible.
El hundimiento y la marea negra
Una semana después de lanzar la primera se?al de alerta, el petrolero era engullido por el mar con buena parte de su carga dentro. La crónica de Xosé Hermida sobre el episodio condensaba en su primer párrafo el fin de la agonía: “El último resto del Prestige yace bajo el fondo del mar desde las 16.18 de ayer, a unas 133 millas marinas (250 kilómetros) de la costa gallega. Fue el final de una larga agonía durante la que el barco se cayó a trozos. A las ocho de la ma?ana se partió en dos. A las 11.45 se hundió la popa y, cuatro horas y media después, el Atlántico terminó de tragarse la proa”. Los hechos posteriores demostraron que lo peor estaba aún por llegar.
La zozobra política
La primera respuesta del Gobierno del PP ante la crisis fue responsabilizar a Gibraltar, supuesto destino de la carga del Prestige, de la deriva fatal del petrolero y de la falta de controles administrativos. Los primeros en verbalizarlo fueron la entonces comisaria europea de Transportes, Loyola de Palacio, y el vicepresidente Mariano Rajoy. El Reino Unido negó airadamente cualquier relación del barco con la colonia y las relaciones diplomáticas se tensaron. La aparición de Gibraltar en la hoja de ruta tenía un matiz importante: navegaba hacia el Estrecho “for orders”, o sea, a la espera de nuevas instrucciones, lo que era una indicación de la ruta y no del destino de la carga, que era Singapur.
A medida que el vertido fue desbordando las escasas barreras instaladas en las costas y los envíos de ayuda se revelaron del todo insuficientes, las críticas al Gobierno arreciaron: no se había respondido a la catástrofe de forma adecuada, pese a que fueron varios los altos cargos desplazados a la zona (con varios días de retraso) para evaluar los da?os. El editorial de EL PA?S del 21 de noviembre se preguntaba: “?Hay alguien al timón?”.
Solo semanas después, cuando las sucesivas mareas negras habían cubierto de chapapote cientos de kilómetros de costa con decenas de miles de toneladas de fuel, Rajoy admitió que se habían cometido “muchas equivocaciones”. Fue tras describir como “hilos de plastilina”, la sustancia que vertían sin cesar los tanques del barco hundido.
Con los primeros vertidos ya depositados en centenares de playas, la Administración espa?ola se mostró incapaz de atajar nuevas mareas negras antes de que tocaran tierra porque no disponía de ningún buque anticontaminación. Llegaron uno francés y otro holandés, pero los esfuerzos resultaron estériles. Tampoco hizo lo correcto en la gestión de las primeras horas de la crisis al no obligar al capitán y a la empresa holandesa encargada del rescate a alejar la embarcación de la costa gallega. Lo que sí hizo fue destinar ayudas económicas para los pescadores que compensaran las pérdidas derivadas del abandono forzoso de su actividad.
La movilización ciudadana
“Esto parece el ejército de Pancho Villa”, denunciaba una diputada socialista gallega al relatar las vicisitudes de los pueblos costeros asediados por el vertido de fuel durante los primeros días del desastre. La coordinación constante con los alcaldes anunciada por el delegado del Gobierno, Arsenio Fernández de Mesa, se agotó en pocos días y muchos de los desplazados para contener o retirar el chapapote optaron por la autogestión ante la falta de directrices oficiales y recursos materiales.
Las imágenes de la marea negra asomando a diario en todos los medios de comunicación hicieron brotar una corriente de solidaridad inédita que llevó a miles de personas de otros puntos de Espa?a y Europa a desplazarse a Galicia para ofrecerse como voluntarias en las tareas de limpieza. Tal fue la oleada de solidaridad que hubo listas de espera de hasta 11.000 personas para participar como voluntarios.
A finales del mes de noviembre tocó tierra una de las peores manchas de fuel procedentes del Prestige, de una 9.000 toneladas. La mayor carga de trabajo (y desesperación) llegó entonces, protagonizada por miles de personas enfundadas en monos blancos tiznados de marrón oscuro que lucharon de sol a sol contra la llegada incesante de masas viscosas y tóxicas.
El 1 de diciembre, bajo la lluvia, recorrió las calles de Santiago de Compostela la mayor manifestación registrada hasta entonces para exigir responsabilidades por la catástrofe ecológica. 150.000 personas, según la policía municipal profirieron un grito, “Nunca máis”, que se acabó convirtiendo en el lema de un movimiento de mayor recorrido en la sociedad gallega y que abrió la senda de otros colectivos indignados mucho tiempo después.
El frente judicial y las responsabilidades difusas
15 a?os después, la contaminación de 2.000 kilómetros de costa no ha sido compensada aún. Los da?os causados por las 64.000 toneladas que vertió el Prestige solo tienen dos responsables directos: el capitán, Apostolos Mangouras, condenado por el Tribunal Supremo a dos a?os de cárcel por delito medioambiental, y la aseguradora londinense The London P&I Club, que tenía una póliza de cobertura de unos 900 millones de euros sobre el petrolero. Mare Shipping Inc, propietaria del barco, ha quedado como responsable subsidiaria. El Supremo ratificó la absolución decretada por la Audiencia de A Coru?a para los dos marineros que acompa?aban al capitán en la travesía final del Prestige y el director general de la Marina Mercante en el momento del hundimiento, José Luis López-Sors.
La condena a Mangouras abrió la puerta a la reclamación de indemnizaciones patrimoniales que el fiscal cifró en más de 4.000 millones de euros y la Audiencia Provincial de A Coru?a acaba de rebajar a 1.573. Sin embargo, la legislación británica que ampara a la compa?ía aseguradora puede complicar el desembolso de la póliza, dado que el asegurado debe pagar primero a la aseguradora para que esta cubra los perjuicios causados. Las perspectivas de compensación son, por tanto, difusas e inciertas.
40 portadas que reflejaron la catástrofe
Desde su primera mención en primera página como uno de los efectos del temporal, el Prestige acaparó portadas de EL PA?S durante semamas. Esta es una relación cronológica de todas ellas entre el 14 de noviembre y el 23 de diciembre de 2014 (pinche sobre la imagen).
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