Por qu¨¦ somos adictos a los sucesos
Los cr¨ªmenes enganchan y conmueven como ninguna otra historia. Generan empat¨ªa y producen una descarga emocional colectiva
El fen¨®meno no es nuevo. Los trovadores cantaban en los romances de ciego las muertes m¨¢s truculentas de pueblo en pueblo mucho antes de que los sucesos ocuparan masivamente las portadas de los peri¨®dicos o abrieran los informativos de televisiones y radios. El crimen y la violencia forman parte de nuestro ADN. La muerte de un ni?o o la violaci¨®n y asesinato de una adolescente secuestrada en plena noche multiplican casi un 40% las audiencias. Internet ahora nos permite seguir en tiempo real la investigaci¨®n y las consecuencias de un crimen, tocar pr¨¢cticamente a esa madre que llora desgarrada por la p¨¦rdida de un ser querido.
Las v¨ªctimas nos importan por su muerte y por lo que cuentan sobre el estado de la sociedad. Pero ?qu¨¦ mecanismos biol¨®gicos hay detr¨¢s de esa pulsi¨®n informativa que puede llegar a convertir un asunto penal en una cuesti¨®n de Estado? Psiquiatras y criminalistas coinciden en que la violencia nos genera emociones que nos mueven del espanto a la atracci¨®n por los sentimientos peligrosos. En paralelo a los sucesos, vivimos el auge de la novela negra, y el thriller tambi¨¦n es una tendencia al alza en el cine y en las series, como lo son nuevos t¨ªtulos literarios que recrean con herramientas de la ficci¨®n cr¨ªmenes macabros en la senda de Truman Capote con A sangre fr¨ªa o Emmanuel Carr¨¨re y El adversario.
Espa?a, uno de los pa¨ªses de Europa con las tasas de delincuencia m¨¢s bajas, sigue compulsivamente los sucesos. A medida que una sociedad consigue mayor grado de desarrollo y bienestar, mayor es el estado de alerta que se genera ante los cr¨ªmenes de nuestros vecinos porque ya no son hechos tan corrientes. "Seguramente vivimos en el siglo de la historia en que m¨¢s se respetan los valores sociales. Por eso nos perturba tanto el mal", cuenta la psiquiatra Lola Mor¨®n. "Como seres sociales necesitamos controlar la parte m¨¢s feroz de nuestra personalidad, esa agresividad que forma parte del ser humano. Por eso nos chocan tanto los individuos que no han logrado ese control". Las noticias sobre la desaparici¨®n de un ni?o o la de una nueva v¨ªctima de maltrato activan nuestra mente y nos ponen en alerta provocando lo que se conoce como la "visi¨®n t¨²nel". Por un lado pesa el miedo, gener¨¢ndonos desasosiego: queremos saber qui¨¦n es "el monstruo", esa figura que de alg¨²n modo se sale del entorno en el que convivimos con nuestros semejantes. Y, sobre todo, queremos mostrar nuestra solidaridad con las v¨ªctimas. A trav¨¦s de ellas percibimos un peligro que podr¨ªa haberle tocado a cualquiera aunque esta vez hayamos escapado. "Manifestantes y rastreadores crean v¨ªnculos personales con los afectados. Comulgar con su angustia es una manera de acercarse a ellos", asegura Ivan Jablonka, profesor de Historia de la Universidad de Par¨ªs XIII y autor del libro L?etitia o el fin de los hombres?(Anagrama), una desgarradora cr¨®nica del asesinato y descuartizamiento de una joven de 18 a?os que tuvo lugar en Nantes en 2011 y que conmocion¨® a Francia.
"La empat¨ªa con quien sufre genera tambi¨¦n una descarga emocional que activa nuestra am¨ªgdala cerebral, una situaci¨®n que nos atrae y nos pone en alerta al mismo tiempo", a?ade Mor¨®n. Y esa atenci¨®n puede llegar a absorbernos hasta el punto de dejar de lado otras preocupaciones. La psic¨®loga lo explica con un ejemplo: qui¨¦n no ha sufrido uno de esos atascos que se evaporan cuando nuestro veh¨ªculo pasa por delante del lugar de un accidente de tr¨¢fico. Indefectiblemente, reducimos la velocidad unos segundos para echar una mirada r¨¢pida en la cuneta al cuerpo ca¨ªdo, la polic¨ªa y las luces parpadeantes de la ambulancia. No hay un motivo que justifique, m¨¢s all¨¢ de la morbosa curiosidad, esa retenci¨®n que acaba conformando un problema de tr¨¢fico y que genera p¨¦rdidas de gasolina y de tiempo para todos los actores.
La escena suele repetirse con ligeras variaciones en lo que podr¨ªamos denominar como los grandes casos, los que trascienden. Siempre est¨¢n protagonizados por una extra?a pareja representada por el asesino y su v¨ªctima, existe un misterio en torno a c¨®mo sucedieron los hechos, una familia desconsolada, se produce la politizaci¨®n del caso y surgen los linchadores, que ahora imparten justicia en las redes sociales.
El psicobi¨®logo de la Universidad Complutense Manuel Mart¨ªn Loeches considera que cada crimen o hecho violento tiene un relato, una historia que funciona: puede ser la del ¨¢ngel entregado al monstruo o la una madrastra m¨¢s malvada que el personaje de los cuentos infantiles. El arte para contarlo aprovechando la atm¨®sfera creada ayuda a darle mayor difusi¨®n. "Cuanto m¨¢s at¨ªpico y misterioso sea el caso, mayor impacto, porque la novedad siempre resulta m¨¢s atractiva que la frecuencia. Tan sencillo como cuando uno se pone los zapatos, notas la presi¨®n al calzarlos, pero luego te olvidas", cuenta. Factores como el tipo de v¨ªctima y la cercan¨ªa ayudan a conseguir un mayor grado de inter¨¦s medi¨¢tico. "No es lo mismo un ni?o de 8 a?os que un adulto de 22, ni lo sentimos igual de cerca si sucede en Almer¨ªa o en Bruselas".
Para Loeches, el sexo y la violencia son las dos variables m¨¢s atractivas para el ser humano por su importancia para la supervivencia; el sexo nos permite tener descendencia. Y la violencia "nos confronta con los primates, algo fundamental para mostrar que el sujeto est¨¢ bien adaptado".
La maldad forma parte de la condici¨®n humana desde que el hombre comenz¨® a andar erguido, desde su origen m¨¢s remoto. Un testimonio mudo, un cr¨¢neo reconstruido a partir de unos cuantos huesos f¨®siles de hom¨ªnidos de hace unos 430.000 a?os encontrados en Atapuerca, permiti¨® al equipo de investigadores del yacimiento documentar el primer caso conocido de asesinato de la historia. El individuo fue golpeado con un objeto contundente antes de morir, probablemente en el curso de una pelea.
Los modus operandi de los asesinos han evolucionado a lo largo de la historia, pero las emociones que los mueven son las mismas: la sensaci¨®n de placer y el poder en su acepci¨®n m¨¢s rotunda, esa que implica la posesi¨®n de algo o de alguien. Paz Velasco de la Fuente, abogada y crimin¨®loga, desmiente que los asesinos en serie, que protagonizan series y novelas de ¨¦xito, sean producto de nuestras sociedades modernas y de las nuevas formas de socializaci¨®n. "En 1888, con Jack el Destripador, considerado como el primer asesino en serie de la historia moderna, lleg¨® el terror. A¨²n seguimos sin conocer su verdadera identidad, pero nos transmiti¨® un mensaje: cualquiera puede matar a personas desconocidas de una manera secuencial". En Estados Unidos, donde se acu?¨® el t¨¦rmino en los a?os setenta del siglo pasado, existe un mayor registro de este tipo de delitos, muy comunes tambi¨¦n en Europa, pero no tanto en Espa?a, donde se cuentan con los dedos de la mano. Casos como el de El Arropiero en los sesenta o el de Antonio Rodr¨ªguez Vega en los ochenta, conocido como el asesino de las viudas, se hicieron muy populares.
En Espa?a se denuncia una media anual de 10.000 desapariciones al a?o, de las cuales un centenar acaban archivadas tras perderse su pista para siempre. ?Por qu¨¦ nos interesamos por Diana Quer, Marta del Castillo, Mari Luz Cort¨¦s o Gabriel Cruz y hacemos de ellos personajes p¨²blicos? "Las v¨ªctimas no cuentan solo por su muerte, su vida tambi¨¦n nos importa porque son hechos reales", argumenta el historiador franc¨¦s en L?etitia o el fin de los hombres. Muchas otras v¨ªctimas no tuvieron la misma atenci¨®n medi¨¢tica, no murieron en el lugar adecuado ni en el momento justo.
El escritor y activista asociado a la izquierda radical brit¨¢nica Owen Jones sosten¨ªa en su aclamado ?Chavs: la demonizaci¨®n de la clase obrera que se trataba de una cuesti¨®n de clase. As¨ª justificaba que "el caso de" Madeleine McCann (as¨ª quedan archivadas las v¨ªctimas en Wikipedia), hija de dos m¨¦dicos ingleses, desaparecida en el Algarve portugu¨¦s en 2007 en el curso de unas vacaciones, hubiera protagonizado portadas en toda Europa frente a otra peque?a desaparecida en M¨¢nchester cuya ausencia pas¨® desapercibida. Mart¨ªn Loeches matiza c¨®mo puede influir en la atenci¨®n que generan en determinados sucesos el hecho de que se trate de personas o familiares de personajes influyentes porque "al ser conocidos nos resultan m¨¢s pr¨®ximos".
Vicente Garrido, psic¨®logo y criminalista de la Universidad de Valencia, prefiere poner el foco en "los malos", como se denomina en el argot policial y de los periodistas de sucesos a los agresores. "El crimen es importante para nuestra supervivencia. La literatura, el cine o la informaci¨®n de los medios nos ense?an cosas importantes, se trata de un aprendizaje vicario", a?ade. "Nos educamos sin pasar por la experiencia, lo que nos proporciona cierto alivio. En paralelo se produce una identificaci¨®n con la v¨ªctima que puede llenarte de ira contra el agresor, lo que puede justificar las reacciones furiosas y los insultos contra los detenidos".
El perfil del asesino var¨ªa seg¨²n los pa¨ªses. Juan Madrid (M¨¢laga, 1947), periodista y escritor de novelas policiacas, algunas protagonizadas por el expolic¨ªa Toni Romano, considera que no hay tradici¨®n de cr¨ªmenes muy elaborados en Espa?a. "La costumbre impon¨ªa cr¨ªmenes m¨¢s temperamentales basados en el odio, la herencia o la disputa de lindes. Somos m¨¢s de la pu?alada en la ingle o la patada en la yugular". Antes de decantarse por la ficci¨®n, empez¨® escribiendo sucesos en Cambio 16. Recuerda cuando su director le reclamaba a voces y con poco ¨¦xito "?menos literatura!" a la hora de redactar sus cr¨®nicas. "Como yo no hab¨ªa estudiado periodismo, le daba la estructura de un cuento a cada relato, era una manera de narrar de forma diferente lo absurdo de esas muertes cotidianas. Lo normal entonces era hacer un relato muy gris de los hechos, algo que cambi¨® con la llegada de las libertades y las nuevas generaciones de reporteros". El periodismo, argumenta, cuenta con el marchamo de la verdad. "No me gusta leer lo impresionados que se sienten los periodistas cuando llegan al lugar de los hechos", dice. A esos amantes de las cr¨®nicas cargadas de adjetivos suele recomendarles que demuestren, a trav¨¦s de los hechos y con datos, c¨®mo se articula el dolor ajeno sin necesidad de incurrir en datos morbosos que poco aportan a los hechos.
A sus 69 a?os, el autor de Un beso de amigo ha vivido muchos episodios sangrientos y visto la evoluci¨®n del g¨¦nero en Espa?a. Desde el franquismo, cuando llegaron a ocultarse cr¨ªmenes para negar que hubiera delincuencia o se inculp¨® a inocentes para demostrar la eficacia policial, hasta el abuso medi¨¢tico en busca de la exclusiva que puede llegar a interferir en las investigaciones policiales. Conoci¨® a Margarita Landi, legendaria periodista de El Caso, semanario de sucesos fundado en 1952, muy popular durante los a?os de la dictadura. "Se impon¨ªa cierta censura de prensa en los sucesos y hasta en los cataclismos naturales", a?ade Madrid. "Hab¨ªa que dejar claro que era el bien el que triunfaba, y en algunos casos el narrador participaba en el crimen con adjetivos de su cosecha del tipo 'el muy canalla le peg¨® tres tiros".
Paz Velasco, autora de Criminal-mente (Ariel), un detallado estudio sobre el mundo de la criminolog¨ªa, apunta nuevos datos sobre la evoluci¨®n humana en t¨¦rminos de violencia y muerte. "Los cient¨ªficos sociales consideramos que en nuestras sociedades convivimos con un 5% de personas t¨®xicas, perversas, crueles y dispuestas a hacer el mal". Pero no todos matan o cometen delitos. "De ese porcentaje, un 1% integra las estad¨ªsticas policiales, el resto lo conforman personas integradas, individuos cuya conducta e instinto no han convulsionado aunque nos amarguen o hagan la vida imposible; son psic¨®patas a los que la educaci¨®n, la familia y el ambiente mantienen hibernados".
Hay elementos que caldean el inter¨¦s del p¨²blico, como que el crimen fuese cometido por una asesina. Las mujeres dejan el toque femenino, pero muestran las mismas dosis de crueldad y sangre fr¨ªa. "Dos de cada 10 asesinos son mujeres. En general, los hombres se comportan como cazadores que salen en busca de presas f¨¢ciles. En algunos casos act¨²an como inductoras o acompa?antes, pero cuando lo hacen en solitario se muestran m¨¢s met¨®dicas y recurren con menos frecuencia a la fuerza f¨ªsica que el hombre. Usan m¨¢s las armas o el veneno que las manos y eligen a sus v¨ªctimas entre personas vulnerables y pr¨®ximas a su entorno, que no suelen poner en peligro su integridad", a?ade Velasco. En general no buscan placer, en las mujeres son m¨¢s frecuentes los cr¨ªmenes emocionales, motivados por el odio, los celos o la envidia.
"Socialmente, las mujeres asesinas provocan mayor impacto porque transgreden el anticuado estereotipo de g¨¦nero que las sigue identificando como seres fr¨¢giles, sumisos y maternales", a?ade la crimin¨®loga. Fue el caso de Ana Julia Quezada. La madrastra del peque?o Gabriel utiliz¨® un hacha y sus manos para estrangular a su hijastro, de ocho a?os. A falta del peritaje que realice el forense para determinar la motivaci¨®n final del infanticidio, Ana Julia pudo actuar por motivos emocionales. Consideraba al ni?o un estorbo, alguien que se interpon¨ªa entre ella y su amante. Mantuvo la sangre fr¨ªa durante d¨ªas, hizo declaraciones, encabez¨® los rastreos en busca de Gabriel, sigui¨® durmiendo con el padre del peque?o hasta que fue detenida. Una asesina de cat¨¢logo.
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