Muere Germ¨¢n Luaces, el ¨²ltimo de las islas C¨ªes
Viv¨ªa solo y pobre en el Parque Nacional y daba techo al que se lo pidiese. Sus cenizas regresan este jueves al archipi¨¦lago tras una colecta p¨²blica para su incineraci¨®n
Si alguien perd¨ªa el ¨²ltimo barco de regreso a tierra firme, no hallaba hueco en el campin y no se sent¨ªa con ¨¢nimo, en plena noche, de hacerse a nado los m¨¢s de 10 kil¨®metros que separan el archipi¨¦lago de C¨ªes de la ciudad de Vigo, hasta ahora no ten¨ªa m¨¢s que buscar en la isla de O Faro una bandera pirata. A veces deshilachada, otras repuesta y flamante en su m¨¢stil, la Jolly Roger ha ondeado a?o tras a?o entre las rocas que protegen la playa de Nosa Se?ora. Indicaba con su calavera y sus tibias el lugar exacto donde buscar el tesoro, all¨ª en lo alto, junto a una humilde vivienda con cubierta de uralita que aparece dibujada en muchos mapas; se?alada como Casa do Chuco. En ella moraba permanentemente desde los noventa, tiempo antes del Prestige, Germ¨¢n Ram¨®n Luaces Freijeiro. El ¨²ltimo habitante de las islas C¨ªes muri¨® el 30 de noviembre a los 54 a?os cuando ya nadie lo esperaba, despu¨¦s de dar batalla al c¨¢ncer durante m¨¢s de una d¨¦cada. Hijo de un capit¨¢n de marina mercante, no ten¨ªa nada m¨¢s que aquellas paredes. Viv¨ªa sin m¨¢s luz que la de un peque?o generador y sin agua corriente, pero sus amigos afirman que ese cofre del tesoro marcado en los planos de las C¨ªes era su hospitalidad.
Desde el fin de semana, cuando la noticia de su muerte recorri¨® Vigo, toda una red de gente agradecida empez¨® a organizar una colecta, a trav¨¦s de una cuenta bancaria y huchas repartidas por los bares, para conseguir los 2.400 euros que costaba la incineraci¨®n. El martes, al fin, se llev¨® a cabo la ceremonia: los amigos cubrieron el ata¨²d con banderas pirata y llenaron de fotos de las islas la sala del tanatorio. Acudieron cientos de personas. Hoy jueves las cenizas de Luaces, que muri¨® en el hospital vigu¨¦s ?lvaro Cunqueiro, regresan hasta el viejo cementerio de la isla para seguir capeando los solitarios temporales del invierno y el abordaje turista de cada verano. Viajan al son de las gaitas en un barco de pasajeros contratado por los amigos que se llama Pirata de C¨ªes. Las islas m¨¢s sure?as del Parque Nacional das Illas Atl¨¢nticas eran su mundo. Y all¨ª, en una propiedad heredada de su padre (el anterior Chuco de la estirpe) se asent¨® definitivamente desde que perdi¨® a toda su familia, incluido su hermano menor, y la casa de su abuela en Vigo, m¨¢s apacible en los meses duros.
"Era un esp¨ªritu libre", resume Jos¨¦ Antonio Fern¨¢ndez Bouzas, director del parque que tiene su edificio administrativo en la ciudad y abarca los territorios de las islas de Ons, S¨¢lvora y Cortegada, adem¨¢s de las C¨ªes. Mientras en Ons los habitantes, descendientes de los antiguos colonos, ocupan las casas en r¨¦gimen de concesi¨®n, en C¨ªes las 11 viviendas que a¨²n siguen en pie y unas cuantas ruinas que las leyes del parque ya no permiten rehabilitar son propiedad privada. Aparte de Germ¨¢n, que viv¨ªa all¨ª siempre, solo otro vecino de Vigo pasa cinco meses al a?o en su casa de la isla Sur o de San Marti?o.
En invierno, "Germ¨¢n no recib¨ªa apenas visitas, pero se acercaba a charlar con los guardas, con los que manten¨ªa buena relaci¨®n", comenta el director. Cobraba una peque?a pensi¨®n y sobreviv¨ªa casi todo el tiempo con conservas y v¨ªveres que le llevaban de vez en cuando sus amigos. Cuando se terciaba, echaba una mano a los barcos que recalaban entre su isla (la del medio de las tres que forman el archipi¨¦lago) y la del Sur, y a veces recib¨ªa propina por ayudarles a liberar las h¨¦lices que quedaban atrapadas en las redes. Pero la enfermedad iba rob¨¢ndole la vida lentamente. Un d¨ªa de 2009 se present¨® en su casa la polic¨ªa nacional. Los agentes, a bordo de una patrullera de la Guardia Civil, desembarcaban en la isla dispuestos a detenerlo. Hab¨ªan descubierto que ten¨ªa en su casa, en el coraz¨®n del parque, seis plantas de marihuana. "No quer¨ªan entender que eran para uso terap¨¦utico", protesta un amigo, "pero al final a Germ¨¢n no le pas¨® nada".
Armando do Casco Vello, otro amigo que pas¨® largas temporadas en su casa, se arrepiente de no haberlo ido a visitar en barco hace un par de semanas. "Si hubi¨¦ramos sospechado que se nos iba a ir...", lamenta este hostelero de la ciudad. "?l era generoso con todos, y all¨ª pasamos muy buenas y felices noches". Si en la madrugada llamaba a su puerta un desconocido, lo acog¨ªa sin preguntar. Como a aquel hombre que hab¨ªa sido expulsado por sus compa?eros de un yate fondeado frente a la playa de Nosa Se?ora. "La gente llegaba y se quedaba los d¨ªas que necesitase".
Con la muerte de Luaces, Armando sabe que se perder¨¢ buena parte de "la magia" que habita aquellas islas llenas de "poder": porque en su compa?¨ªa lleg¨® a vivir fen¨®menos "extraordinarios" que no le cuenta a "casi nadie" para que no lo tomen "por loco". Como aquella vez que "regresando de ver la puesta de sol en la Silla de la Reina", un mirador espectacular de la isla de Monteagudo (unida a la de Faro por esa playa, Rodas, que The Guardian declar¨® "la mejor del mundo"), descubri¨® que los "segu¨ªan unas bolas amarillas, trasl¨²cidas". "Las esferas eran de unos 40 cent¨ªmetros y flotaban", describe convencido. "Germ¨¢n, ?te has fijado en eso?', le pregunt¨¦. Y result¨® que ¨¦l las ve¨ªa como yo, pero otros compa?eros no", asegura. "Al llegar a su casa toqu¨¦ una y se desvaneci¨® sin m¨¢s. Sin mojar como mojan las pompas. Sin ruido".
"En casa de Germ¨¢n siempre acab¨¢bamos la velada tocando m¨²sica", recuerda el amigo. "Pero una noche, cuando ya est¨¢bamos acostados, a pesar del estruendo de la lluvia en el techo de uralita o¨ªmos voces de chicas cantando". "Yo soy m¨²sico", explica, "y puedo distinguir instrumento por instrumento en una orquesta de c¨¢mara. Eran claramente voces de mujer... al d¨ªa siguiente indagamos: en todas las C¨ªes no hab¨ªan pasado la noche m¨¢s que 12 personas, y la ¨²nica mujer que hab¨ªa, y que dorm¨ªa en un barco, nos dijo: 'Lo que escuchasteis fueron cantos de sirena". Poco despu¨¦s, un d¨ªa que Armando do Casco Vello estaba en un bar del municipio de Cangas, entr¨® al local el gaiteiro Carlos N¨²?ez. Sin conocer aquel episodio de la isla, el artista "empez¨® a contar a unas amigas que si se toca la flauta en una determinada frecuencia aparecen los gnomos, pero si esta frecuencia se alcanza en las C¨ªes quienes acuden son las sirenas".
FE DE ERRORES: En la primera versi¨®n de esta noticia, publicada en la ¨²ltima p¨¢gina del peri¨®dico y en la web de EL PA?S el pasado d¨ªa 6, se inclu¨ªa por error una foto facilitada por amigos del fallecido. Equivocadamente, atribu¨ªan la identidad del retratado a Germ¨¢n Luaces, pero se trataba de otra persona, por lo que el diario ha retirado la imagen.
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