El animalismo ¡°amenaza¡± el Congreso
La veros¨ªmil entrada del PACMA en las Cortes a?ade dogmatismo al variopinto hemiciclo
No est¨¢ claro si el animalismo exige a sus legionarios la extirpaci¨®n ritual de los colmillos. Podr¨ªa tratarse de un rito de iniciaci¨®n como remedio o escarmiento a las tentaciones carn¨ªvoras. Y como expresi¨®n de una radicalidad que ha logrado ubicarse en el umbral del Parlamento.
La encuesta lis¨¦rgica de Tezanos describe una horquilla entre cero y dos se?or¨ªas. Podr¨ªa el PACMA aprovechar el fervor urbanita de Barcelona y de Valencia. Y sumar su religi¨®n al pintoresquismo de un hemiciclo en cuyas gradas cohabitar¨¢n generales, toreros y tertulianos.
Es el animalismo una utop¨ªa o una distop¨ªa que emula los movimientos de liberaci¨®n caracter¨ªsticos del siglo XX, pero trasladados a una concepci¨®n igualitaria de los seres sintientes. O no tan igualitaria, pues el fundamentalismo de esta doctrina abjura de la dignidad de los humanos.
Se les atribuye una ferocidad predadora. Se los responsabiliza de haber profanado la armon¨ªa de la naturaleza y de la convivencia. El delirio de semejante ideolog¨ªa tanto implica la humanizaci¨®n de los animales ¡ªempezando por los derechos y por el albedr¨ªo¡ª como la deshumanizaci¨®n de los hombres. Hemos de avergonzarnos de haber sometido al caballo. De llevar atado a un dogo. De haber urdido los ritos eucar¨ªsticos (la tauromaquia) y las experiencias l¨²dicas (el circo, el hip¨®dromo). De haber convertido el jam¨®n en un manjar. Y de utilizar a los ratones para curar el c¨¢ncer de p¨¢ncreas, como acaba de anunciar el profesor Barbacid.
El animalismo aspira a la fundaci¨®n de Zo¨®polis, una comunidad de criaturas sensibles que sacrifica el antropocentrismo y que transforma al animal en el pr¨®jimo. Matar un cerdo nos convierte en verdugos. Comernos unas chuletillas de lechal nos convierte en infanticidas.
El movimiento engancha en la ciudad porque la naturaleza es un planeta remoto e idealizado, y porque se trata de una causa acomodada cuya sensibilidad se recrea en la est¨¦tica de los animales hermosos a expensas de los abyectos. Las carencias afectivas de la sociedad han convertido al perrito y al gatito en placebos humanos, aunque los entusiastas mascoteros parecen ignorar que el animalismo urge a la liberarlos de la explotaci¨®n y el cautiverio.
Los animales deben respetarse. Y la mejor manera de hacerlo es tratarlos precisamente como animales. No tienen derechos, como tampoco deberes. En caso contrario, deber¨ªamos incorporarlos al cumplimiento de las leyes, o del derecho natural, exactamente como le sucedi¨® a la cerda Falaise en un proceso tardomedieval que conmovi¨® a la opini¨®n p¨²blica francesa.
Fue acusada la gorrina de matar a un ni?o. Y condenada a muerte por la misma fechor¨ªa. El antecedente sugiere un escenario de caos, pero tambi¨¦n retrata el ¨²ltimo escal¨®n de la igualdad que deber¨ªa sopesar el animalismo antes de proyectar con alborozo?El planeta de los simios.
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