Cuando el duelo se convierte en un problema de salud
En algunos casos, el afectado se muestra incapaz para adaptarse a la nueva situaci¨®n tras la p¨¦rdida y no cuenta con recursos psicol¨®gicos, familiares o sociales para superar el dolor
La muerte de un ser querido es una experiencia amarga. El dolor por la p¨¦rdida es el precio que hay que pagar por una caracter¨ªstica fundamental en los seres humanos: el apego a los seres queridos. Las reacciones de pesadumbre pueden oscilar desde un sentimiento transitorio de tristeza o ansiedad hasta una sensaci¨®n de desgarro y de desolaci¨®n completa, que, en los casos m¨¢s graves, puede durar a?os e incluso toda la vida. Se trata de una reacci¨®n adaptativa ante la muerte de alguien que nos es pr¨®ximo afectivamente y que obliga a la persona afectada a rehacer su vida desde una perspectiva diferente. Los recursos desplegados para superar ese pesar constituyen un reflejo del instinto de supervivencia para hacer frente a las dificultades de la vida. El duelo, en realidad, es como atravesar un t¨²nel: el lugar por donde se sale es necesariamente distinto al sitio por donde se entra.
Cada ser humano reacciona de manera diferente ante una p¨¦rdida, sin que exista una pauta inamovible de c¨®mo y durante cu¨¢nto tiempo una persona tiene que manifestar y superar el dolor. Afrontar el duelo es un proceso psicol¨®gico, no cl¨ªnico, porque la muerte forma parte de la vida y la vida no es una enfermedad. Estar transitoriamente triste (una situaci¨®n emocional normal) no significa estar deprimido (un cuadro cl¨ªnico). Ello quiere decir que, en la mayor parte de los casos, la superaci¨®n de la pesadumbre no requiere tratamiento.
Los recursos psicol¨®gicos de la persona, el paso del tiempo, el apoyo familiar y social y la reanudaci¨®n de la vida cotidiana suelen ser suficientes para asimilar la p¨¦rdida y readaptarse a las nuevas circunstancias. Lo normal y esperable es que las emociones negativas remitan paulatinamente en un plazo de seis a doce meses. El duelo en las personas mayores puede agravarse si hay una presencia de enfermedades cr¨®nicas e invalidantes y viven en soledad. En concreto, la muerte de la pareja en una relaci¨®n bien avenida puede ser el suceso aislado m¨¢s temible que un anciano puede sufrir. Pero, en general, aunque el dolor no desaparezca nunca, la serenidad acaba por llegar.
Sin embargo, hay supervivientes que experimentan, m¨¢s all¨¢ de un tiempo razonable, un sufrimiento inaguantable. Cuando las reacciones emocionales son muy intensas e impiden el funcionamiento en la vida diaria o la duraci¨®n de la reacci¨®n es muy prolongada y aparecen s¨ªntomas inhabituales (por ejemplo, alucinaciones, referidas a visiones o voces del fallecido, ideas delirantes o pensamientos suicidas recurrentes), se puede hablar de duelo complicado.
En estos casos la persona se muestra incapaz para adaptarse a la nueva situaci¨®n tras la p¨¦rdida y no cuenta con recursos psicol¨®gicos, familiares o sociales para superar el dolor. Los s¨ªntomas experimentados pueden oscilar desde un deterioro de la salud f¨ªsica (cefaleas, insomnio o somatizaciones) hasta un malestar psicol¨®gico intenso, que se manifiesta en forma de depresi¨®n, ansiedad, p¨¢nico a afrontar la soledad o descuido en el autocuidado. A veces pueden surgir con fuerza tambi¨¦n sentimientos de culpa, por no haber realizado todo lo posible para evitar el fallecimiento, por no haber hecho al difunto lo suficientemente feliz en vida o incluso por experimentar una sensaci¨®n de alivio tras la muerte (especialmente, despu¨¦s de una enfermedad prolongada que ha requerido de una asistencia constante por parte del familiar).
Adem¨¢s del equilibrio emocional previo del superviviente, de su estado de salud y del apoyo familiar y social recibido, la evoluci¨®n de un duelo normal a un duelo complicado depende de diversas circunstancias, como el tipo de vinculaci¨®n con la persona fallecida, la forma de muerte o las circunstancias que rodean el fallecimiento. En concreto, la p¨¦rdida de un hijo, sobre todo si es repentina, o de la pareja, especialmente cuando ha habido una larga convivencia, es la que m¨¢s repercusiones psicol¨®gicas suele tener sobre la persona superviviente.
La muerte de un hijo es un hecho antinatural que produce una inversi¨®n del ciclo biol¨®gico normal. Ni siquiera hay un t¨¦rmino para describir al superviviente, como lo hay en el caso de la p¨¦rdida de un padre (hu¨¦rfano) o de un marido (viuda). Por otra parte, hay ciertas circunstancias, como ocurre en el caso de los homicidios, suicidios o accidentes mortales evitables, que pueden requerir un esfuerzo adicional de mayor duraci¨®n para integrar un proceso de duelo adecuado y superarlo con ¨¦xito.
En resumen, algunos supervivientes quedan marcados de por vida y llevan una vida anodina y sin ilusi¨®n; otros, tras una reacci¨®n emocional intensa, son capaces de hacer frente al dolor y de readaptarse a la nueva situaci¨®n creada; y otros, por ¨²ltimo, sacan fuerzas de flaqueza del sufrimiento y prestan atenci¨®n a los aspectos positivos de la nueva realidad, por peque?os que estos sean. Expresar los sentimientos, sentirse ¨²til y buscar un nuevo sentido a la vida act¨²an como factores protectores.
Por lo que se refiere al suicidio, sobre todo si trata del de un hijo, el duelo de los padres es mucho m¨¢s complejo. En los supervivientes aparece la losa del sentimiento de culpa y la pregunta reiterada de por qu¨¦ lo hizo o por qu¨¦ no hicieron ellos algo m¨¢s para evitarlo, as¨ª como la preocupaci¨®n por la informaci¨®n que deben dar a las personas de su entorno en relaci¨®n con la causa de la muerte del ser querido. A veces pueden llegar a percibir la evitaci¨®n o incluso, de una forma m¨¢s o menos velada, el reproche de quienes est¨¢n a su alrededor, lo que genera aislamiento social y una vivencia de estigmatizaci¨®n. Reanudar la vida cotidiana y adaptarse a la nueva realidad constituyen un reto para el que no siempre se encuentran con fuerzas.
Superar el duelo por un hijo perdido implica, tras el impacto emocional inicial, aceptar la realidad de la p¨¦rdida; dar expresi¨®n al dolor producido por la ausencia; arregl¨¢rselas en la vida sin ese ser querido; y recolocar (no sustituir) los recuerdos, prestando atenci¨®n a aquellos momentos vividos que puedan evocar incluso de forma placentera. Y si esto no es posible porque los supervivientes se muestran desbordados por el dolor, hay que contar con el apoyo de la terapia profesional o de los grupos de autoayuda.
Afortunadamente, la fuerza de la vida es tremenda. Hay que ir ganando la batalla al dolor para que no se convierta en sufrimiento. Una persona no puede imaginar que va a sobrevivir a la muerte por suicidio de un hijo o de una pareja, pero se sobrevive, e incluso pueden sobrevenir de nuevo las ganas de vivir.
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