Una modesta sugerencia: sobre Caperucita Roja y otros cl¨ªtoris
Se trata de respetar su capacidad para proyectar, manipular, fragmentar y jugar sin que los adultos los invadan. Ellos solos, solas, soles. Eso es una biblioteca
Lo malo de los cl¨¢sicos es su m¨¢s extraordinaria virtud: que lo son porque podemos usarlos de muchas maneras. El colegio de Barcelona que ejerci¨® su donoso escrutinio con este cuento y otros parecidos olvid¨® que los cuentos refutan cualquier posibilidad de ser aplastados por una interpretaci¨®n ¨²nica. Me atrever¨¦ a ofrecerles una, para que la consideren un ejemplo de cu¨¢n subversiva puede ser una caperuza roja.
Antes, una presentaci¨®n: he ense?ado mucho tiempo historia de los libros y de la lectura en la Universidad de Barcelona, y cualquier estudiante sabe que lo que hoy consideramos ¡°literatura infantil y juvenil¡± es un invento moderno, que se fue armando a partir de la diferenciaci¨®n de p¨²blicos, hacia finales del siglo XVIII. Despu¨¦s, con las compilaciones rom¨¢nticas, muchas de las m¨¢s brutales y sangrientas leyendas, entre las que se cuenta Caperucita Roja, se fueron dulcificando. Ya Perrault hab¨ªa rebajado su truculencia. Pero eso no importa: remito a los preocupados padres de la escuela que ha sugerido suprimir el cuento al volumen correspondiente de la Historia de la lectura en el mundo occidental, de Chartier y Cavallo.
Digo ¡°brutales y sangrientas leyendas¡± con toda intenci¨®n, pero no digo que sean patriarcales, o, al menos, solo patriarcales. Quiz¨¢ sean todo lo contrario.
?De qu¨¦ trata este cuento en sus versiones edulcoradas, sin los ejercicios de bestialismo y canibalismo que Perrault suprimi¨®?
Una madre y su hija viven solas al linde de un bosque. Del otro lado del bosque vive la abuela. Tres mujeres: tres edades. La madre f¨¦rtil, la ni?a que se convertir¨¢ en f¨¦rtil, la abuela no f¨¦rtil. A pesar de conocer los peligros del bosque, la madre f¨¦rtil env¨ªa a la ni?a, al borde de la pubertad, a llevar alimentos a la abuela. ?Por qu¨¦ la ni?a est¨¢ ataviada con algo tan llamativo como una caperuza roja? Se ha interpretado en ocasiones que esa caperuza roja es una se?al que atrae a los predadores del bosque. Y lo es: es un cl¨ªtoris en estado de turgencia. La madre ha intuido oscuramente que tendr¨¢ una rival y se desprende de ella. La entrega a la abuela, que no puede ser rival; por supuesto, no soy la primera en leer de esta manera el cuento: lo han hecho psicoanalistas, folcloristas y compiladores.
Hay versiones en que el cazador no llega, hay otras en que el lobo huye tras comerse a la ni?a y a la abuela. Pero eso no importa: lo subversivo e insoportable del cuento no reside all¨ª. Reside en el cl¨ªtoris que atraviesa el bosque, que se exhibe y que no tiene miedo de mostrarse. Es m¨¢s: hay versiones en que la ni?a es un ni?o; quiz¨¢ el cl¨ªtoris sea un glande. O sea, las dos cosas a la vez. Tampoco importa: un ni?o o una ni?a o quiz¨¢ un ser que no sabe si es ni?o o ni?a, avisan de que portan algo que tiene que ver con la sexualidad y que solo a trav¨¦s de la forma indirecta de la ficci¨®n la incorporamos y la convertimos en fantas¨ªa.
No se trata de comunicar esta obviedad a las ni?as y ni?os que leen el cuento; como no se trata de indicarles las razones por las que tiemblan y disfrutan con el infanticidio de Hansel y Gretel, con los talones sangrientos de las hermanastras en La Cenicienta, o con la feroz ces¨¢rea del lobo dormido en Las siete cabritas. Se trata, al contrario, de respetar su capacidad para proyectar, manipular, fragmentar y jugar sin que los adultos los invadan. Ellos solos, solas, soles. Eso es una biblioteca.
Nora Catelli es profesora de la Universidad de Barcelona y premio Anagrama de ensayo.
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