Trabajadores de las residencias: ¡°Nadie nos aplaudi¨®, y ahora ya han vuelto a olvidarnos¡±
A los empleados de estos centros, con bajos sueldos y altas cargas de trabajo, la pandemia les ha pasado factura: sufren agotamiento emocional y lamentan un escaso reconocimiento social
El duelo de Mercedes consisti¨® en llamar a sus hermanos por tel¨¦fono, llorar con ellos, lavarse la cara y seguir trabajando. ¡°La ma?ana en que muri¨® mi madre no pude ir a casa, hab¨ªa un brote en la residencia¡±, cuenta esta mujer de 61 a?os. Da un nombre ficticio porque no quiere exponerse, dice. Fue en agosto, ella no pod¨ªa viajar los 800 kil¨®metros que la separaban de su familia, tem¨ªa contagiarles, y en su centro, en Catalu?a, la mitad de los mayores estaban infectados y media plantilla, de baja. ¡°Era la ¨²nica enfermera, los residentes no ten¨ªan a nadie, nos necesitaban¡±. Se le quiebra la voz. ¡°Mentalmente estoy muy cansada, pero no tanto por la pandemia, sino por la inoperancia de los pol¨ªticos en la gesti¨®n de los problemas sanitarios, y de los directivos. Estoy cansada de luchar por problemas que est¨¢n cronificados¡±.
El suyo no es un caso aislado. Los trabajadores ¡ªen su mayor¨ªa mujeres¡ª de las m¨¢s de 5.000 residencias del pa¨ªs han convivido con el mayor de los riesgos, pasaron meses de m¨¢xima tensi¨®n para que no se desatara lo peor: llevar el virus al centro o a casa. Y cuando ocurr¨ªa, cuentan los empleados consultados, era dur¨ªsimo. Mayores a los que conoc¨ªan desde hac¨ªa a?os que por la ma?ana estaban bien y por la noche fallec¨ªan. Plantillas que iban mermando a medida que el brote avanzaba, lo que conllevaba m¨¢s trabajo a¨²n para los que se quedaban. Cerca de 30.000 ancianos que viv¨ªan en residencias murieron. Todo ello ha pasado factura a los trabajadores. La pandemia ha puesto adem¨¢s negro sobre blanco problemas que llevan a?os arrastr¨¢ndose: los gerocultores o auxiliares de geriatr¨ªa no llegan a mil euros al mes, seg¨²n el convenio colectivo estatal; las ratios de personal son insuficientes. La dependencia arrastra a?os de infrafinanciaci¨®n. Muchos trabajadores se sienten abandonados, sin reconocimiento social ni laboral.
Ana Isabel L¨®pez, t¨¦cnica sociosanitaria de 49 a?os en una residencia de Guadalajara, resume en una frase un sentimiento compartido: ¡°A nosotros nadie nos aplaudi¨®, hemos estado ninguneados, y ahora ya han vuelto a olvidarnos¡±. Ella a¨²n no ha digerido lo ocurrido. Durante el brote, se despertaba por las noches, angustiada. ¡°No ten¨ªa fuerzas para ir a trabajar, pero iba, tuve que medicarme por los dolores musculares, sent¨ªa un dolor f¨ªsico y mental¡±. Ahora, al menos, puede empezar a hablar de ello. Perdi¨® cinco kilos. ¡°Siento mucha rabia y frustraci¨®n porque nos quedamos tan cerca [de que empezara la vacunaci¨®n]¡¡± A apenas unas semanas, exactamente. El brote fue en diciembre, explica, y dej¨® un centenar de contagios y una veintena de fallecidos. ¡°Llevo 10 a?os trabajando all¨ª. Me encargo siempre de un grupo de residentes, estaban ah¨ª para vivir con nosotras, eran tambi¨¦n algo nuestro, ten¨ªamos contacto continuo. Se nos llegaron a juntar hasta tres y cuatro ambulancias en la puerta y cuando se los llevaban, les dec¨ªas: ¡®No te preocupes, que vas a volver¡¯, pero no volv¨ªan¡±.
El equipo de investigaci¨®n Personalidad, estr¨¦s y salud, de la facultad de Psicolog¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Madrid, ha realizado tres estudios con personal de residencias. En la primera ola constataron ¡°altos niveles de estr¨¦s traum¨¢tico y miedo al contagio, sobrecarga laboral, presi¨®n social derivada del trabajo y del control de familias y autoridades, y alto sufrimiento con el contacto tan abrumante con la muerte y el dolor¡±. As¨ª lo explica Luis Manuel Blanco, uno de los autores, quien matiza que el estr¨¦s disminu¨ªa si sent¨ªan el apoyo de compa?eros y supervisores. Tambi¨¦n concluyeron que esta crisis les hab¨ªa hecho experimentar satisfacci¨®n con su trabajo porque estaban ayudando. ¡°En un tercer estudio, a¨²n bajo revisi¨®n, hemos entrevistado de nuevo a parte de la primera muestra, alrededor de un centenar: ha disminuido el miedo al contagio, pero han aumentado el agotamiento emocional y el estr¨¦s traum¨¢tico¡±, apunta. ¡°En las entrevistas nos dec¨ªan que se sintieron presionados, que sent¨ªan que se les daba un trato diferente al de los sanitarios en los hospitales¡±.
¡°Somos trabajadores de tercera¡±
Mercedes, la enfermera de Catalu?a, lo corrobora. ¡°Nos sentimos de segunda o de tercera¡±. Ella trabaja en una residencia que pertenece al mismo complejo en el que tambi¨¦n hay un hospital, ambos dependientes de una fundaci¨®n municipal. Tienen condiciones diferentes, sueldos muy inferiores. ¡°Para que haya atenci¨®n centrada en la persona, hay que conocer a los mayores, sus preocupaciones, motivaciones, v¨ªnculos familiares¡ Esto es imposible si hay tantos cambios de personal, ?pero c¨®mo no va a haberlos?¡±, se queja. Recalca que para ella el problema no es el dinero. ¡°Hay un desprestigio total del trabajo¡±. Cuenta que les lleg¨® un correo diciendo que, como agradecimiento al esfuerzo en el hospital, se pagar¨ªa un suplemento al 100% de los trabajadores. ¡°A la residencia se nos dej¨® fuera. Envi¨¦ una carta de queja. Hemos sufrido, llorado, luchado, y la empresa no nos consideraba merecedores no ya del suplemento, sino del reconocimiento. D¨ªas despu¨¦s, nos ingresaron un dinero¡±, afirma. ¡°Tuve el reconocimiento de mi directora, pero no hubo correo de la empresa¡±.
Para Ana Isabel L¨®pez, la auxiliar t¨¦cnica sociosanitaria de Guadalajara, ¡°la covid ha destapado las carencias en las residencias: las condiciones laborales de miles y miles de trabajadoras, agotamiento, sueldos precarios, inspecciones que no funcionan¡±. Ella, portavoz en Castilla-La Mancha de la Plataforma por la Dignidad en Geriatr¨ªa, que agrupa a empleados y familiares, explica que ¡°la Administraci¨®n sab¨ªa perfectamente¡± en qu¨¦ situaci¨®n estaban ya antes de la pandemia y cu¨¢l es el convenio: ¡°No podemos continuar as¨ª, con un sueldo de 997 euros, y no puede volver a pasar esto¡±. ¡°Ya nadie habla de nosotros¡±, lamenta. No quiere generalizar: ¡°Hay directores, como el m¨ªo, que dorm¨ªan en un sof¨¢ y directores que ni han aparecido¡±. Dice que conseguir m¨¢s mano de obra es ¡°la pelea en todas las residencias¡±.
Este es precisamente uno de los puntos del plan de choque en dependencia, aprobado entre el Ministerio de Derechos Sociales y las comunidades hace unos meses, que logr¨® el respaldo de patronal y sindicatos y supuso la inyecci¨®n de 600 millones de euros, un bal¨®n de ox¨ªgeno en un sector asfixiado por los recortes. Uno de los objetivos es mejorar las condiciones laborales. Ministerio y autonom¨ªas ¡ªque tienen la competencia¡ª se han comprometido a negociar este a?o el acuerdo marco a nivel estatal que establece la calidad m¨ªnima que deben cumplir los servicios, incluida la ratio de personal.
¡°Ambos puntos est¨¢n pendientes¡±, se?ala Jes¨²s Cabrera, responsable de negociaci¨®n colectiva privada de la Federaci¨®n de Sanidad y Sectores Sociosanitarios de Comisiones Obreras. ¡°Las ratios dependen de las administraciones auton¨®micas, y los salarios, de la sinraz¨®n de los empresarios, que tienen bloqueada la negociaci¨®n del convenio¡±, asegura. En el C¨ªrculo Empresarial de Atenci¨®n a las Personas (Ceaps), una de las patronales, explican que est¨¢n de acuerdo en subir salarios y ratios, pero que debe ir vinculado a la financiaci¨®n. ¡°Estamos haciendo un estudio que pone encima de la mesa un precio justo¡±, indica Cinta Pascual, presidenta de Ceaps, ¡°con indicadores de resultados de calidad y l¨ªneas rojas, y ah¨ª se contempla un incremento de los sueldos. Hay que mirar hacia delante y ser proactivos, pero hay precios de conciertos [en las comunidades que var¨ªan] de los 40 hasta 97 euros¡±.
La falta de financiaci¨®n es uno de los grandes problemas. El ministerio se ha comprometido a nuevos incrementos para dependencia en los Presupuestos Generales del Estado de 2022 y 2023. Pero Anabel Quiroga, miembro de la Federaci¨®n de Entidades de Asistencia a la Tercera Edad, que agrupa a 60 centros gestionados por organismos sin ¨¢nimo de lucro (no solo residencias), considera que, adem¨¢s, hace falta un cambio cultural. ¡°La atenci¨®n a los mayores est¨¢ desvalorizada¡±, sostiene. Ella dirige una residencia de 25 plazas que sufri¨® un brote en la primera ola, fue ¡°una pesadilla¡±. Dice que las residencias se han sentido criminalizadas: ¡°Muchos metieron a todos los centros en el mismo saco, tambi¨¦n a los que nos dej¨¢bamos la piel¡±.
El estr¨¦s pas¨® factura y las condiciones no ayudan. Un gerocultor como Alberto, de 35 a?os, que trabaja en Asturias, cobr¨® 1.060 euros el mes pasado, con cuatro noches y dos domingos incluidos. O Laura, de 49 a?os, que trabaj¨® siete meses como supervisora en dos residencias de Salamanca. Ambos dan nombres ficticios; ¨¦l teme ser despedido y ella, en paro, quiere conseguir empleo. Laura vivi¨® un gran brote al principio de la pandemia. Recuerda llorar cada ma?ana antes de ir al trabajo, arrimar el hombro en todo lo que hac¨ªa falta en el centro y el rechazo que sufrieron ella y sus compa?eras cuando quisieron alquilar un piso. ¡°Nos juntamos 8 o 10, como el sueldo no es muy alto, nos daba igual dormir en sacos de dormir, lo ¨²nico que quer¨ªamos era proteger a nuestras familias. Nadie quiso alquilarnos nada¡±, rememora.
?Conoce alg¨²n caso de deficiencias graves en una residencia de mayores en Espa?a? Escr¨ªbanos a investigacionresidencias@elpais.es
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