No nos iremos de rositas
Los europeos del Oeste (a¨²n) no estamos sufriendo directamente la guerra desencadenada por Putin. Pero lo vamos experimentando vicariamente
1. Para Kiev
Dicen los historiadores (y lo avala incluso una c¨¦lebre estela contempor¨¢nea) que, tras una incontestable victoria sobre los libios y otros pueblos del mar, el fara¨®n Merneptah o Merenptah (XIX dinast¨ªa) mand¨® cercenar los penes de enemigos muertos (unos 6.000) para que le fuera m¨¢s sencillo llevar la cuenta de los derrotados. Es evidente que las rutinas y costumbres b¨¦licas han cambiado bastante en los 3.300 a?os siguientes, al menos en lo, digamos, accesorio. En lo fundamental, la guerra sigue siendo la guerra y sus objetivos contin¨²an invariables: la sistem¨¢tica destrucci¨®n del enemigo (a menudo, total y absoluta). Putin lo sabe, y los ucranios que lo hubieran olvidado, a pesar del Holodomor y otros genocidios sufridos, lo est¨¢n recordando de la peor manera posible: en vivo y sobre ellos y sus hijos. Nosotros los europeos del Oeste, que cre¨ªamos que nos ¨ªbamos a ir de rositas de este mundo y que no estamos (a¨²n) sufriendo directamente la guerra desencadenada por el orgullo gran-ruso e imperialista del antiguo torturador del KGB, tambi¨¦n lo vamos experimentando vicariamente, poco a poco y a golpe de redes sociales y canales televisivos (cuando no gracias a esa m¨¢quina de propaganda putinesca que es la televisi¨®n rusa, que hasta el mi¨¦rcoles pasado pod¨ªa verse sin censura en Movistar), en cuyos programas coexiste incestuosamente la realidad (la muerte, las bombas) con la ficci¨®n (las bombas, la muerte) que proporciona el cine b¨¦lico, de vuelta masiva y oportuna/ista a la parrilla de las cadenas. En cuanto a los libros, esas fr¨¢giles y tan quemables criaturas de las que nos gusta ocuparnos (mientras nos lo permitan los misiles), las editoriales aprovechan el momento y publican historias y relatos de guerra. S¨®lo que muchos quedan casi obsoletos. Leo, por ejemplo, en los paratextos del notable reportaje La guerra en casa (Ariel), de Luca Rastello, sobre el desastre de los Balcanes, que se trata de un testimonio sobre ¡°el ¨²ltimo gran conflicto europeo¡±: error, ya no lo es. Y con referencia a la destrucci¨®n y la aniquilaci¨®n, que en toda guerra se ceba especialmente en las ciudades (Kiev, ya te llevamos en el alma) y en los civiles (Gernika, tu fuiste la primera muestra de la gran verg¨¹enza), lo que hay que recordar es que aquellas siempre se reconstruyen porque lo exige su misma historia: piensen en la laminada Varsovia, por ejemplo, en el agujereado Berl¨ªn, en Coventry, en Dresde, en Bremen, en Nagasaki. Ya no mueren las ciudades, no hay guerra capaz de acabar con ellas para siempre: piensen tambi¨¦n en ese milagro que es Leningrado, cuyo asedio, calvario, agon¨ªa y resurrecci¨®n cuenta la periodista Anna Reid en Leningrado (Debate), una lectura que habla de resiliencia, hero¨ªsmo, victoria. Pase lo que pase, Kiev tambi¨¦n se levantar¨¢.
2. Ilusiones
Lo primero que hay que decir de la versi¨®n cinematogr¨¢fica de Las ilusiones perdidas, la excelente pel¨ªcula de Xavier Giannoli, es que se trata de una de las m¨¢s mod¨¦licas adaptaciones de las ¨²ltimas d¨¦cadas. La novela de Balzac (edici¨®n de bolsillo de Alianza, que recupera la traducci¨®n de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal que public¨® Mondadori en 2006), una de las obras maestras de ese monumento literario que es La Com¨¦die humaine, es un impresionante y muy cohesionado tomazo de casi 800 p¨¢ginas. La pel¨ªcula dura en torno a los 150 minutos, de modo que es evidente que no puede tratarse de una versi¨®n ¡°literal¡±. Giannoli ha dejado de lado muchos episodios (especialmente los que conciernen a la familia de Lucien de Rubempr¨¦ en Angulema), motivos, di¨¢logos y escenas. Y sin embargo la pel¨ªcula es Las ilusiones perdidas en todo su significado. Es decir, en la dram¨¢tica y devastadora peripecia de ascensi¨®n y ca¨ªda de un aprendiz de poeta ¡ª?lleno de ingenuidad e idealismo¡ª que se convierte en un absoluto arribista mientras se abre camino en las procelosas y malolientes aguas del periodismo del Par¨ªs de la Restauraci¨®n, cuando los poderosos se toman la revancha final a tantos a?os de desasosiego revolucionario e imperial: justo en el momento en que, como explicaba Luk¨¢cs, quien ve¨ªa en la novela una de las cumbres del realismo, se produce la definitiva e incontestable transformaci¨®n de la literatura en mercanc¨ªa. El trasfondo social y cultural del periodismo oportunista y partidario proporciona ahora a la pel¨ªcula una extra?a resonancia que le confiere actualidad (fake news, campa?as y expedientes incluidos), cuando ya no se precisa represi¨®n estatal o religiosa para que nadie se salga del guion que marcan los due?os de la informaci¨®n: basta con esa forma tremenda de censura que es la propia y que, quien m¨¢s, quien menos, todos tenemos en cuenta. Lucien de Rubempr¨¦, que como el Eug¨¨ne de Rastignac, de P¨¨re Goriot, es una de las cumbres literarias de la ambici¨®n y el arribismo, pierde primero la pureza y despu¨¦s todo sentido moral. Eliminados de la pel¨ªcula los personajes positivos (al ¨²nico que aguanta le quedan pocos meses de vida), el paisaje social que refleja es de absoluta desolaci¨®n. A pesar de que Giannoli tambi¨¦n modifica el final, abri¨¦ndolo bastante m¨¢s que en el libro, la ¨²nica ayuda que encuentra Rubempr¨¦ en el retorno a Angulema tras su ca¨ªda es la de un cl¨¦rigo espa?ol (de nombre, por cierto, Carlos Herrera, vaya por Dios), uno de los avatares balzaquianos de Vautrin, que le presta ayuda a cambio del absoluto sometimiento a sus designios, en uno de los mayores y m¨¢s perversos ejemplos novel¨ªsticos de aquel sentimiento de ¡°servidumbre voluntaria¡± que analiz¨® ?tienne de La Bo¨¦tie (1530-1563), y al que Gabriel Albiac dedica Sumisiones voluntarias (Tecnos), su curso sobre el sujeto pol¨ªtico. Una grand¨ªsima novela a la que no averg¨¹enza su translaci¨®n cinematogr¨¢fica.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.