Charles Baudelaire, de la desesperaci¨®n a la desesperanza
Los escritos sobre arte, literatura y m¨²sica del autor de ¡®Las flores del mal¡¯ son una cumbre de la cr¨ªtica art¨ªstica de su siglo
Con la publicaci¨®n en 1857 de Las flores del mal (Les fleurs du mal), Charles Baudelaire qued¨® atado para siempre a ese libro, en el que verti¨® los poemas de una vida, tras vacilaciones, correcciones, incertidumbres y angustias. La publicaci¨®n no puso fin a su agon¨ªa, pues la Francia del Segundo Imperio embarg¨® la edici¨®n por atentar contra la moral p¨²blica. Ampliada con nuevos poemas, aunque tambi¨¦n desmochada de los prohibidos, la reedici¨®n de 1861 alter¨® su muy estudiada arquitectura (pese a que el poeta dise?¨® el plano del libro cuando ya hab¨ªa levantado el edificio). Contrario al industrialismo y a la religi¨®n de lo ¨²til, Baudelaire aparece como un dandy que, sumergido en la masa parisiense, inmola su vida en el altar de una genialidad sin interrupci¨®n, como el que vive y duerme ante un espejo. Y as¨ª fue, sobre todo, tras la revoluci¨®n de febrero de 1848, en que el dandy baj¨® a las barricadas antes de replegarse a su torre de marfil, desenga?ado ya para los restos.
Frente a una estatua tan cautivadora, habr¨¢ quien desestime estos escritos secundarios, que re¨²nen su obra sobre est¨¦tica, pero no se limitan a ofrecer algunas claves para interpretar Las flores del mal o los poemas sin m¨¦trica ni rima de El espl¨ªn de Par¨ªs (Le Spleen de Paris), recopilados p¨®stumamente como Peque?os poemas en prosa (Petits po¨¨mes en prose). Aunque cumplan tambi¨¦n esa tarea, estas p¨¢ginas son una cumbre de la cr¨ªtica art¨ªstica de su siglo, como, en el autoan¨¢lisis de un alma que busca redimirse, lo es Mi coraz¨®n al desnudo (Mon coeur mis ¨¤ nu), donde lanza un anzuelo m¨¢s all¨¢ de la tumba.
Sorprende que el visionario dado al vino y al hach¨ªs, e incluido por Verlaine en la secta de poetas malditos, entienda que el malditismo es una ideaci¨®n del buen burgu¨¦s, que necesita concretar el modelo del desorden cl¨¢sico, aunque crean otra cosa los arist¨®cratas del pensamiento que ¡°acaparan las cosas espirituales¡±; entre ellos, los simbolistas, cuyo prestigio queda muy mermado si se prescinde de antecesores como Baudelaire, a quien convirtieron en simbolista retrospectivo. Pero ya se?al¨® el poeta, revisitando la querelle de antiguos y modernos sobre el progreso en el arte, que ¡°el hombre capaz de revelaciones raramente tiene un precursor¡± y muere sin hijos que lo hereden. Humillado por su inadaptaci¨®n al mundo, Baudelaire persigue una transrealidad m¨¢s all¨¢ de lo evidente. Por eso desde?a la falaz exactitud de la escultura y exalta la misteriosa mentira de la pintura, que siempre trasciende su marco.
La lucidez y agudeza de sus juicios no son burbujas del ingenio, sino que responden a una est¨¦tica congruente y trabada, si bien expuesta fragmentariamente. Su territorio es, frente al de Sainte-Beuve, el de los contempor¨¢neos, muchos a¨²n vivos, antes de subir a sus pedestales acad¨¦micos. Entre tantos autores que se confunden con el paisaje, solo unos pocos son la base sobre la que construye su personalidad: por encima de todos, fruto de una Providencia diab¨®lica que nunca desatiende a sus elegidos, Edgar A. Poe, cuya traducci¨®n le ocup¨® buena parte de su vida, para lo que hubo de allanar cuantas dificultades se interpon¨ªan entre ¨¦l y esa alma infortunada en la que se reconoci¨® de inmediato y que lo empuj¨® a ser el que fue.
Baudelaire sab¨ªa que los desbordamientos m¨¢s violentos precisan diques para activarse
Hay otras semblanzas fascinantes, como la de Delacroix, cuya entrega a un trabajo sin recompensa es como la de quien rema sin objeto, obstinado en proseguir ciegamente su labor y despreocupado de la aprobaci¨®n ajena: ¡°El apret¨®n de manos demasiado frecuente envilece el car¨¢cter¡±. Tambi¨¦n la de su estricto coet¨¢neo Flaubert y, por supuesto, la de su venerado Gautier, a quien dedica Las flores del mal. Aunque no participa de su idea del arte por el arte, coincide con ¨¦l en el repudio de la inspiraci¨®n, la m¨ªstica del trabajo y el sometimiento a los patrones cl¨¢sicos cuando procede: estrofas, cesuras, rimas. Al cabo, Baudelaire sab¨ªa que los desbordamientos m¨¢s violentos precisan diques para activarse (pero el lector, o al menos este firmante, no acaba de entender su reverencia ante ese tallista de camafeos verbales que es Gautier: o son caprichos del genio o hay algo que se nos escapa).
El editor Hetzel lo defini¨® como ¡°ese extra?o cl¨¢sico de las cosas que no son cl¨¢sicas¡±. El propio Rimbaud, el puer senex que lo adoraba como a un dios, afe¨® esa clasicidad, por mezquina y sin alas. Y es que este enemigo del Romanticismo, que recelaba de las l¨¢grimas elegiacas, hered¨® de los rom¨¢nticos su conciencia de exclusi¨®n, pero la someti¨® al paradigma de las formas, como unos a?os antes hab¨ªa hecho Leopardi cuando abri¨® las puertas a un Romanticismo que aborrec¨ªa, envenenado como estaba por los cl¨¢sicos grecolatinos con quienes se hab¨ªa familiarizado en su biblioteca de Recanati. La amarga noia leopardiana (hast¨ªo, tedio) deriv¨® en el spleen de Baudelaire, que le hace confundir el cielo anhelado con ¡°la tapa de un puchero¡±. Noia y spleen no son producto de la desesperaci¨®n rom¨¢ntica, que en su insoportabilidad anuncia eclosiones revolucionarias y acaso salvadoras, sino de la desesperanza moderna, que solo anuncia acomodaci¨®n al fracaso.
El volumen que guarda este tesoro est¨¢ introducido por Giovanni Macchia y la traducci¨®n es de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal. A este se deben tambi¨¦n las notas que aclaran numerosos rincones de estos escritos, que son mucho m¨¢s que un patio interior en el que crecen las flores sat¨¢nicas.
Escritos sobre arte, literatura y m¨²sica (1845-1866)
Autor: Charles Baudelaire.
Selecci¨®n, traducci¨®n y notas: Jos¨¦ Ram¨®n Monreal.
Pr¨®logo: Giovanni Macchia.
Editorial: Acantilado, 2022.
Formato: tapa dura (1.040 p¨¢ginas. 49 euros).
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