¡®Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de Espa?a¡¯: cayetanos, fachalecos y otras especies
La periodista Raquel Pel¨¢ez traza una documentada genealog¨ªa de?los pijos espa?oles a trav¨¦s de testimonios directos e indirectos hasta llegar a su vertiente actual, ultranacionalista y ultramadrile?a
?Nacen o se hacen? ?Se lo curran o les viene dado? ?Les cae encima la etiqueta propinada por otros o llega como llovida del cielo? El pijer¨ªo cl¨¢sico y moderno es un segmento social inequ¨ªvoco, identificable, instant¨¢neamente distinguible, pero imposible de definir con herramientas racionales porque en sus mismas designaciones ¡ªcayetanos, polloperas, fachalecos o los pijos de toda la vida¡ª late una connotaci¨®n emocional y subjetiva que reh¨²ye el patr¨®n fijo, como el metro de medir, la hora global o la temperatura a la que hierve el agua. Ellos hierven el agua con sus tiempos, miden la hora a su aire y las distancias no son como las de los dem¨¢s, porque no van en metro, ni en bus, ni en autocar, e incluso est¨¢ p¨¦simamente mal visto desplazarse en transporte p¨²blico. A lo m¨¢ximo que llegan es a hacerlo en bicicleta, pero no bicicleta multiusos de tarjeta, sino las Brompton, que, oye, apenas ocupan espacio en casa cuando las pliegas si la casa tiene m¨¢s de uno o dos centenares de metros.
Quiz¨¢ no sean tantos los que Raquel Pel¨¢ez, subdirectora de la revista de EL PA?S S Moda, identifica con mordida demag¨®gica ¡°estamentos de las clases disfrutonas¡±, aunque existan, y la nariz tiende a sospechar que los m¨¢s vistosos y visibles ¡ªno s¨¦, desde los barrios de redes de Tamara Falc¨® a los de Mar¨ªa Pombo¡ª son grotescas caricaturas de lo que de verdad interesa a la autora, y de paso al potencial lector: c¨®mo se urden las relaciones de clase, las afinidades de apellidos, las complicidades mosqueteras y las rutinas ociosas para que resulte inequ¨ªvoca la existencia de ese segmento social aunque sea imposible definirlos de forma compacta, pero s¨ª diacr¨®nica y algo impresionista, vol¨¢til y literaria, que es el mejor recurso de la autora.
El impulso aspiracional, ese af¨¢n de alcanzar el paso siguiente en una imaginaria escala social, que tanto gusta a la autora de Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de Espa?a como argumento, quiz¨¢ no es propiamente el de los pijos ¡ªporque est¨¢n ya aspirados¡ª, pero s¨ª del segmento que busca la integraci¨®n en un espacio social que le fascina y nutre de sentido a la propia vida, sin tener que llegar a los extremos del Patrick Bateman de American Psycho. En resumen: dinero contante y sonante o embargado en patrimonio ingente, pero dinero, dinero, dinero, aunque casi siempre cada uno de ellos reaccione perplejo como persona ¡°completamente inconsciente de su posici¨®n en la cima del mundo¡±, dice la periodista.
En este laberinto inescrutable se ha metido Raquel Pel¨¢ez con gracia de estilo, confesiones directas e indirectas, inquina moderada por la empat¨ªa profesional y la buena documentaci¨®n escrita y oral. No s¨¦ si es un encargo de Blackie Books, pero si no lo es, y el libro le sale de natural, ha sido una jabata para enfrentarse a semejante nido de caricaturas, deformaciones y daguerrotipos ancestrales. Pero tira con bala cuando se?ala el efecto socialmente corrosivo del ¡°capitalismo patrimonial¡± y la noci¨®n sagrada de herencia como ¡°instrumento de transmisi¨®n leg¨ªtimo que no debe ser regulado¡±¡ para poder perpetuar y multiplicar felizmente el galope de la desigualdad de la que viven.
Los rejonazos van a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como protot¨ªpico ejemplo del program¨¢tico ¡®antiwoke¡¯
Le sale mejor todo a medida que el libro se acerca al presente, y entonces crece la perspicacia y la finura, como si la periodista que anduvo 10 a?os en la redacci¨®n de Vanity Fair (¡°yo, en el fondo, era una pija que iba a un colegio concertado de curas¡±, aunque es nieta de un sublevado en la Asturias de 1934 y vive en r¨¦gimen de alquiler, como recuerda al menos dos veces) se nutriese de la persona, y las dos (la periodista y la persona) enriqueciesen a la escritora para sacar lo mejor de su propia experiencia. Los ha visto y los ha visitado, viejos y j¨®venes, cultos algunos y otros solo ricos, sin venir ella del arrabal y sin pertenecer tampoco a una familia del papel cuch¨¦ o del papel moneda. La suntuosidad intuitiva de las descripciones de escenarios e indumentarias, de entornos dom¨¦sticos y gestos verbales (con el modisto Givenchy o una Romanones o la filosocialista Elena Benarroch) se despliega con una gracia en la que el lector sabe ya que est¨¢ en casa: en la mullida gasa del pijer¨ªo de verdad, vegetativamente conservador, despectivo por v¨ªa intravenosa hacia otras tribus (el resto del planeta), celoso de una imagen intachable seg¨²n sus patrones y orgullosamente encastillado en el sentimiento de clase.
Este ¨²ltimo es el ingrediente que m¨¢s subraya Pel¨¢ez en relaci¨®n con los ¨²ltimos tiempos y la crecida ola de pijer¨ªo ultraespa?ol por ultramadrile?o que se siente en su h¨¢bitat mordiendo al perrosanchismo y otras formas de wokismo. La nostalgia que detecta de la Restauraci¨®n por parte de los cayetanos es inducida, desde luego, pero encaja en el ¡°pijo espa?olista, bon vivant¡± que ama la Feria y los toros, a?ora la caspos¨ªsima y antigua elegancia y se retrotrae seg¨²n ella a Alfonso XIII y su huida al exilio como ¡°piedra de toque del pijo can¨®nico¡±.
Dir¨ªa que la inmensa mayor¨ªa de los potenciales lectores no van a ser ni cayetanos, ni fachalecos ni polloperas, as¨ª que casi ninguno sentir¨¢ reflejada su propia experiencia ni la de su entorno en los testimonios disfrazados que incluye al final del libro. Son gente real, pero con los nombres y los datos de identificaci¨®n borrados para evitar a la jaur¨ªa de las redes, y hace bien, pero es una pena. Ser¨ªa formidable tener la lista de nombres, abolengos, profesiones y parentescos, y hubiese sido la bomba contar con algo m¨¢s de detalle la subespecie guay del pijer¨ªo que es el pijoprogre reticente o autonegado (como yo), o izquierda caviar, es decir, ¡°la bestia negra a la que la ultraderecha tilda de pija en cuanto puede¡±, y tantas veces con raz¨®n.
Los rejonazos van a menudo a diestro y siniestro, de Marta Ortega a Taburete como protot¨ªpico ejemplo del cayetano como program¨¢tico antiwoke que invent¨® Carolina Durante y su cantante, Diego Ib¨¢?ez, en 2018 (como en los ochenta fueron los Hombres G los propaladores oficiales de la nomenclatura pijo). Desde Vanity Fair vivi¨® Pel¨¢ez la conversi¨®n de los hipsters en cayetanos, y a lomos de Instagram normalizaron ¡°el exhibicionismo del privilegio¡± (o la desprejuiciada afirmaci¨®n de su propia opulencia) y lo convirtieron en negocio de influencers de un nuevo star system con vocaci¨®n integradora de varias est¨¦ticas hechas un mu?¨®n barroco de sincretismo neoespa?olista convertido en horizonte aspiracional de quienes quieren y no pueden: ¡°El neoliberalismo les hab¨ªa legitimado para estar enormemente orgullosos de su posici¨®n, el capitalismo patrimonial para querer perpetuarla y las industrias que sustentaban las redes sociales para exhibirla¡±. Negocio redondo: la apoteosis de la pijez.
Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de Espa?a?
Blackie Books, 2024
336 p¨¢ginas, 21,90 euros
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