?Qu¨¦ hay detr¨¢s de las personas que siempre quieren quedar por encima?
Desean que todo lo que hacen se convierta en un hito, r¨¦cord o recuerdo imborrable, y pueden ser muy molestas. Habitualmente ellas se llevan la peor parte
Acabas de despertar y ya sientes el peso de la exigencia flotando, espeso, sobre ti. Te espera una reuni¨®n para demostrar que tu proyecto es el mejor, una comida para cerrar el acuerdo que todos persiguen y una hora de gimnasia fullbody, que no se acomode ni un m¨²sculo. De vuelta en casa, toca preparar una cena de estrella Michelin antes de acostar a los ni?os y, con la cocina limpia como la patena, desplegar el plan que demuestra a tu partenaire que no es un d¨ªa cualquiera: si su cumplea?os cae en martes, se celebra el martes, y por todo lo alto. Faltar¨ªa m¨¢s.
Esta agenda solo puede ser la de una persona especial, pero no en el sentido atractivo de la palabra. En efecto, tanto empe?o en destacar no es normal, agota solo de pensarlo y no parece un ejemplo a seguir. Sobre todo cuando se convierte en la norma. Para la psic¨®loga de la UNED Irene Poza, esta conducta, que puede interpretarse como proactiva, un deseo completamente normal por dar lo mejor de uno mismo, un sabio empleo de la energ¨ªa ¡ªcompletamente controlable, eres capaz de dejar de hacerlo cuando quieras¡ª puede ser en realidad un escudo. Un mecanismo de defensa, en la jerga de los psic¨®logos. Pero no una barrera frente a las presiones y exigencias del mundo moderno que, hay que admitirlo, es ultracompetitivo. No. Puede constituir un muro levantado ¨²nicamente para silenciar el ego del constructor, esa esencia dif¨ªcil de calibrar que, por circunstancias de la vida, se ha rebelado y se ha vuelto en contra suya.
¡°Cuando una persona fue herida respecto a su falta de reconocimiento, pudo quedar ciegamente enganchada a la necesidad de recibir esa palmadita extra en la espalda, al aplauso por llegar el primero a la meta, aspirar a obtener el bolso m¨¢s ¡®cool¡¯, a ser miembro de un c¨ªrculo elitista...¡±, explica Poza. La capacidad del ego para buscar el resarcimiento del aplauso perdido, que muchas veces ha quedado tan lejos como en la infancia, es portentosa. ¡°El problema es seguir respondiendo a ese malestar como lo hac¨ªamos de ni?os, impidiendo generar otros recursos m¨¢s acordes con nuestra edad, que nos ayuden a seguir evolucionando, prosperando y madurando en nuestra vida¡±, destaca la experta. Es por ello que hay adultos que tienden a remedar a ese ni?o que incansablemente grita ¡°?mira, mam¨¢!¡±, en busca del aplauso a sus piruetas en la piscina. Quiere ser especial y se olvida de ser feliz.
Menos reconocimiento, m¨¢s aceptaci¨®n
Los gritos ya no son por la voltereta ni el tirabuz¨®n, en su lugar aparecen el nuevo proyecto, el aplauso de los jefes, la cena perfecta, el regalo de cumplea?os ideal... Merece comprensi¨®n: la confusi¨®n del ego crece a la sombra de una interpretaci¨®n de la realidad tan socialmente aceptada como falaz. ¡°En las pel¨ªculas y series, en los discursos pol¨ªticos, en los anuncios publicitarios, el mensaje siempre es el mismo: nosotros como individuos tenemos la palanca de control y la capacidad de esforzarnos para ser mejores¡±, apunta el soci¨®logo Ignasi Med¨¤ Calvet. Pero no es cierto: ¡°M¨¢s all¨¢ de las competencias y las habilidades que pueda tener cada uno, siempre hay una multitud de factores sociales y estructurales que determinar¨¢n el ¨¦xito y/o el fracaso, como el lugar en el que nacemos, las leyes y regulaciones, el patrimonio familiar, la escuela y la universidad a las que vamos, los amigos y contactos que vamos haciendo en este tipo de espacios, el factor suerte y la serendipia que se den en momentos clave¡ Todo cuenta¡±.
No s¨¦ si ser¨ªamos m¨¢s felices relajando esa persecuci¨®n de t¨ªtulo del m¨¢s mejor, de lo que s¨ª estoy segura es de que decidir¨ªamos con libertad cu¨¢ndo s¨ª y cu¨¢ndo no toca, y eso es algo que incrementa soberanamente la capacidad de empoderamiento personalIrene Poza, psic¨®loga en la UNED
Y la m¨¢s cruel realidad es que consagrarse infatigablemente a destacar no garantiza el reconocimiento de los dem¨¢s. A¨²n peor, ¡°uno puede sacrificar su aut¨¦ntica necesidad por su necesidad neur¨®tica de obtener reconocimiento¡±, afirma la psic¨®loga Irene Poza. Porque el esfuerzo por ser genuinamente feliz suele ser mucho menor que el que se ven obligadas a hacer las personas que quieren ser siempre especiales. Invertir el tiempo en actividades que reportan un sano bienestar, como pasar una tarde con los amigos o, sencillamente, relajarse frente al mar con la pareja, puede ser lo m¨¢s sabio cuando uno busca que le consideren el mejor en su especie. ¡°No s¨¦ si ser¨ªamos m¨¢s felices relajando esa persecuci¨®n de t¨ªtulo del m¨¢s mejor, de lo que s¨ª estoy segura es de que decidir¨ªamos con libertad cu¨¢ndo s¨ª y cu¨¢ndo no toca, y eso es algo que incrementa soberanamente la capacidad de empoderamiento personal¡±, dice la terapeuta.
Otra cuesti¨®n de calado para aquellos que ponen un empe?o excesivo en buscar el reconocimiento es saber d¨®nde se encuentra este exactamente. En opini¨®n de la psic¨®loga, ¡°cuando se vive la necesidad de reconocimiento social como una exigencia y no como la consecuencia del propio carisma personal, nos da la temible pista de que la imagen que la persona tiene de s¨ª misma est¨¢ bastante disminuida¡±. Es una se?al, pero no la ¨²nica; y las hay m¨¢s enervantes. El problema de fondo es que, en esta situaci¨®n, la persona ¡°queda sedienta de ser construida a trav¨¦s del reconocimiento social, donando su propia mirada a los dem¨¢s y quedando muy dependiente de sus criterios¡±.
?Y qu¨¦ se puede hacer para mitigar esta insaciable sed de aplauso? Poza recomienda curar la herida que llev¨® a convertir el d¨ªa a d¨ªa en una competici¨®n constante, lo que pasa por buscar m¨¢s la aceptaci¨®n que el reconocimiento. Es fundamental tener en cuenta que no todos podemos destacar en todos los ¨¢mbitos, y, sobre todo, que los dem¨¢s lo aceptan. ¡°Ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil llegar m¨¢s lejos en la vida con las heridas cicatrizadas que con la ceguera emocional del que anda despistado, con la mirada hacia afuera para ver en qu¨¦ puesto va¡±, concluye.
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