No me voy; me quedo¡ me voy a quedar
Los ni?os de ciudad se tienen que criar en la ciudad. Cada uno se cr¨ªa donde le toca, crece donde le toca y juega donde le toca
Antes los ni?os se ten¨ªan que ir del centro porque se los llevaban sus padres. Ahora se los tienen que llevar porque la ciudad los expulsa.
Los amigos y las amigas del centro de Madrid con los que hace 15 o 20 a?os nos tom¨¢bamos esas ca?as porque s¨ª, improvisadas, sin premeditar¡ quedando de un minuto para el siguiente aprovechando que los bares est¨¢n por todas partes y que ¨¦ramos vecinos, empezaron a largarse cuando llegaron los hijos. ¡°Para que pudieran crecer en el campo¡±, dec¨ªan. Y una leche en el campo. Se fueron a una urba en la que una calle era igualita a la otra, y se hipotecaron en un d¨²plex acosado con min¨²sculo jard¨ªn frontal y otro un poco m¨¢s grande en la zona posterior con c¨¦sped mal cuidado, sombrilla, barbacoa, mesa y sillas. ¡°?Pero por qu¨¦ diablos os vais a 15 kil¨®metros para chuparos atascos de ida y vuelta y salir los fines de semana a un centro comercial que es clavado a otro centro comercial?¡±, pregunt¨¢bamos incr¨¦dulos los amigos. ¡°Por el ni?o¡±, dec¨ªan unos. ¡°Por la ni?a¡±, dec¨ªan otros. ¡°Ya vendr¨¦is a las cenitas que organicemos en el jard¨ªn¡±, a?ad¨ªan. ¡°Vais listos¡±, remat¨¢bamos.
Los ni?os de ciudad se tienen que criar en la ciudad. Cada uno se cr¨ªa donde le toca, crece donde le toca y juega donde le toca. Los de Madrid nos hemos criado en Madrid, jugando en la plaza o en la calle, con el bocadillo de salchich¨®n en una mano y desarrollando ojos en el cogote para apartarnos cuando ven¨ªa un coche. Cada uno despliega sus propias habilidades y sabe c¨®mo adaptarse al paisaje. Puede que un ni?o de Robledillo de la Jara trasplantado de repente a un piso de la calle Hortaleza acabara atropellado el primer d¨ªa por no saber c¨®mo esquivar coches y motos o c¨®mo hacerse fuerte en su parcela de acera ante patinetes y bicis. De la misma forma que yo no hubiera superado mi infancia en Robledillo porque me habr¨ªa precipitado por el primer barranco oculto tras un zarzal.
Aquellos ni?os y ni?as por cuyo supuesto bienestar sus padres acabaron empadronados en el extrarradio ya tienen 15 o 20 a?os, y se vienen al centro mientras los padres sufren por las idas y venidas carretera arriba, carretera abajo. Aquellos amigos que se fueron quieren volver, pero ya es imposible. Ni vendiendo el acosado y un ri?¨®n consiguen piso o acceden a un alquiler. Y las facilidades para que hordas de turistas fren¨¦ticos se instalen en el centro de Madrid son tan escandalosas, que si antes se llevaban a los ni?os voluntariamente, ahora se los llevan aunque no quieran.
Los gestores ver¨¢n c¨®mo se las apa?an para defender Madrid o para arruinarla. Pero yo no me voy; me quedo¡ me voy a quedar. Y espero seguir esquivando balonazos en la plaza de la Luna y en la de Pedro Zerolo.
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