Una ni?a escribe
Cuenta Leila Guerriero que entre las preguntas que le hacen hay una recurrente: ?qu¨¦ le pasa al escuchar historias como las de Silvia Labayru? Lo importante, explica, no es lo que le pasaba a ella
Leila Guerriero iba en el asiento trasero del auto de sus padres, cuando, mirando un letrero de la carretera, aprendi¨® a leer de golpe. El recuerdo, como todo lo que pertenece a la infancia, era un invento, advirti¨®. Las 700 personas que llen¨¢bamos el Teatro Oriente seguimos escuchando, atentas. Si est¨¢bamos ah¨ª era por esas mentiras que necesitamos los lectores. Por lo pronto, saber qu¨¦ pas¨® con la ni?a una vez que descifr¨® esa primera palabra, ?dio un grito??abri¨® la ventanilla y agit¨® la mano, como si saludara??llor¨®?
A medida que leemos o escuchamos la lectura de otro seleccionamos im¨¢genes. Lo hacemos por cercan¨ªa biogr¨¢fica; o reconocimiento de eso que consideramos bello o terrible; en los dos casos, hay arbitrariedad. Leila Guerriero est¨¢ en Santiago, invitada por el concurso de cuentos Santiago en 100 palabras para contarnos c¨®mo se volvi¨® escritora y por qu¨¦ una vez que lo hizo, sigui¨® escribiendo. Interesada como estoy en el tiempo de la infancia, es a partir de ese capricho que hago una selecci¨®n de lo que va nombrando: un cuaderno, un l¨¢piz bic con punta fina, una abuela alemana que le le¨ªa cuentos que no eran para ni?os.
Busco en el estante que hay dentro de mi cabeza un viejo cuento infantil alem¨¢n. En Struwwelpeter ¡ªtraducido como Pedro Melenas¡ª un ni?o al que no le gustan las verduras adelgaza hasta morir; una ni?a desobediente queda reducida a polvo; y otro ni?o, que insiste en chuparse los dedos, termina por recibir la visita del sastre con sus tijeras. ?Era ese libro, el aterrador cl¨¢sico alem¨¢n de Heinrich Hoffman, el que la abuela le le¨ªa a la ni?a? ?Comprendi¨® ¨Csolo ella, los dem¨¢s se re¨ªan¨C que se trataba de una primera advertencia no de las causas y sus efectos, sino de las formas que toma la crueldad?
No pregunt¨¦. Y la verdad es que la escritora no mencion¨® t¨ªtulo alguno cuando habl¨® de los cuentos de su infancia: adem¨¢s de seleccionar im¨¢genes, quienes leemos o escuchamos la lectura de otros ¨C700 personas, un jueves, en un teatro¨C distorsionamos, mezclamos y terminamos cont¨¢ndonos, antes de dormir, un cuento que poco tiene que ver con el original. Hecha la advertencia volvamos a los hechos y los objetos que la escritora s¨ª nombr¨®: una l¨¢mpara iluminaba los cuentos que la ni?a escrib¨ªa en su cuaderno.
Fleur Jaeggy en su ensayo biogr¨¢fico sobre Thomas de Quincey, cuenta que el escritor y periodista brit¨¢nico del romanticismo se convirti¨® en visionario en 1791, a los seis a?os de edad. Tambi¨¦n que tras la muerte de la hermana a causa de una hidrocefalia, el ni?o se puso a escribir: ¡°Dictaba sus memorias a la quietud sin brisa, a las cenizas¡±. Y Sylvia Plath en un ensayo sobre la infancia, recuerda: ¡°Como desde una estrella, vi, fr¨ªa y sobriamente, la separaci¨®n de todo¡±. El listado de las vocaciones que se manifiestan de forma temprana y absoluta, es largo. De haberlo sabido, dice Leila Guerriero, a prop¨®sito de su propia revelaci¨®n, habr¨ªa apagado la l¨¢mpara. Pero no lo hizo. O s¨ª, pero sigui¨® escribiendo, en medio de la oscuridad.
El a?o 2021 comenz¨® la serie de entrevistas sobre el caso de la argentina Silvia Labayru que, en marzo de 1976, al momento del golpe militar en Argentina, integraba la inteligencia del grupo armado de extracci¨®n peronista, Montoneros. En diciembre del mismo a?o, con 20 a?os y embarazada de cinco meses, fue secuestrada por los militares y trasladada a la Escuela Mec¨¢nica de la Armada (ESMA) que funcionaba como centro de detenci¨®n. En ese lugar fue violada reiteradamente por un oficial y obligada a realizar trabajos forzados. Solo en junio de 1978, cuando fue liberada, pudo ver a su hija que, tras nacer en cautiverio, hab¨ªa sido entregada, con apenas una semana, a los abuelos paternos y se fue con ella a Madrid.
Cuenta Leila Guerriero que entre las preguntas que le hacen hay una recurrente: ?qu¨¦ le pasa al escuchar estas historias? Lo importante, explica, no es lo que le pasaba a ella. Y al d¨ªa siguiente, en una reuni¨®n con periodistas, insiste: pensar en s¨ª misma, mientras hac¨ªa entrevistas, no est¨¢ en su naturaleza. Conf¨ªa en la distancia que permite mirar y en su capacidad de seguir escuchando la historia.
Cuando Silvia Labayru lleg¨® a Espa?a, con su hija de un a?o y medio, pens¨® que el horror, hab¨ªa terminado. Pero sus antiguos compa?eros, los argentinos en el exilio, agregaron un nuevo golpe: el rechazo. Entre muchas otras cosas, hab¨ªa sido forzada a representar el papel de hermana de un miembro de la Armada que se infiltr¨® en la organizaci¨®n de las Madres de la Plaza de Mayo. El incidente cost¨® la desaparici¨®n de cinco mujeres. No era algo que fueran a perdonar.
?C¨®mo sobrevivi¨®? La segunda pregunta recurrente, explica Guerriero, es todav¨ªa m¨¢s cruel que la primera, porque encierra una tercera pregunta que no se pronuncia pero queda suspendida en el aire, como un espectro: ?qu¨¦ fue lo que hizo para sobrevivir? Trasladar la responsabilidad del victimario una vez m¨¢s, como tantas veces hemos visto, a la v¨ªctima, es una de las formas que adopta la crueldad.
Cuando las entrevistas comenzaron, en 2021, se esperaba la sentencia del primer juicio por cr¨ªmenes sexuales cometidos contra mujeres secuestradas durante la dictadura argentina. Dos a?os m¨¢s tarde sobre el escritorio de la escritora hab¨ªa casi 2.000 p¨¢ginas que conten¨ªan la transcripci¨®n de entrevistas a los amigos de Silvia Labayru, a su pareja, a sus exparejas, a sus hijos y a algunos de sus compa?eros de militancia y cautiverio. El libro, publicado en enero de 2024, se titula La llamada. Mientras lo leo pienso en la oscuridad, no de las historias, sino de la realidad que las dicta. E intento ver a la escritora pero veo a la ni?a, iluminada por la d¨¦bil luz de la l¨¢mpara, escribiendo.
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