As¨ª discute Habermas
Una biograf¨ªa del fil¨®sofo alem¨¢n, de 90 a?os, permite rastrear las grandes pol¨¦micas intelectuales del ¨²ltimo medio siglo. Su defensa de los valores de la Ilustraci¨®n y su cr¨ªtica a la amnesia respecto al pasado nazi han hecho de ¨¦l una conciencia moral de Europa
En noviembre de 2004 J¨¹rgen Habermas viaj¨® a Jap¨®n para recibir el Premio Kioto, convocado por una empresa tecnol¨®gica y dotado con 800.000 euros. All¨ª imparti¨® dos conferencias. La primera la dedic¨® al libre albedr¨ªo y la responsabilidad del ser humano. En la segunda atendi¨® el encargo de sus anfitriones: ¡°Por favor, hable de usted mismo¡±. Era la primera vez que lo hac¨ªa en p¨²blico. Ten¨ªa 75 a?os y estaba a 9.000 kil¨®metros de su casa. All¨ª record¨® las dolorosas operaciones de paladar a las que fue sometido de ni?o en su ciudad, D¨¹sseldorf, para tratar de corregir una fisura cong¨¦nita que marc¨® para siempre su pronunciaci¨®n. Tambi¨¦n record¨® la ¡°sensaci¨®n de vulnerabilidad¡± que eso le causaba. Luego habl¨® de la otra gran herida que ha marcado su vida, un pasado poco ejemplar del que su familia form¨® parte: sus padres lo alistaron con 10 a?os a las juventudes hitlerianas y su progenitor, afiliado al partido nazi, termin¨® en las c¨¢rceles estadounidenses como prisionero de guerra. Por supuesto, habl¨® de aquello que le hizo cambiar la medicina, su primera vocaci¨®n, por la filosof¨ªa: la impresi¨®n que le causaron los cr¨ªmenes descritos en los juicios de N¨²remberg, la falta de autocr¨ªtica de sus compatriotas y el miedo a que Alemania recayera en el delirio que hab¨ªa partido por la mitad la historia de la humanidad.
Como a todos los galardonados, tambi¨¦n a Habermas le toc¨® acu?ar una m¨¢xima destinada a la juventud. La suya dice: ¡°Nunca te compares con un genio, pero trata siempre de criticar la obra de un genio¡±. ?l se ha pasado la vida poniendo esa frase en pr¨¢ctica. Es lo que se deduce de la lectura de la biograf¨ªa que le dedic¨® su disc¨ªpulo Stefan M¨¹ller-Doohm en 2014 y que Trotta acaba de publicar en castellano en versi¨®n de Alberto Ciria. El puntilloso M¨¹ller-Doohm, que nos habla de la colecci¨®n de pintura de su maestro o consigna la generosa dotaci¨®n de cada premio que le otorgan, pasa de puntillas por la intimidad del fil¨®sofo, pero a cambio nos permite asistir a las grandes pol¨¦micas intelectuales del ¨²ltimo medio siglo. En casi todas ha tenido algo que decir Habermas. Se enfrentase al genio que se enfrentase.
Con Heidegger contra Heidegger
J¨¹rgen Habermas suele recordar que lo que convierte a un sabio en intelectual es la capacidad de irritarse. ?l fue lo segundo antes de ser lo primero. En 1953, cuando ultimaba su tesis doctoral sobre Schelling en la Universidad de Bonn bajo la direcci¨®n de Erich Rothacker ¡ªque en 1933 hab¨ªa pedido el voto para Hitler¡ª, Habermas recibi¨® un regalo de manos de su amigo Karl-Otto Apel: el nuevo libro de su pensador vivo favorito, Martin Heidegger. Se trataba de Introducci¨®n a la metaf¨ªsica, las clases que el autor de Ser y tiempo hab¨ªa impartido en Friburgo en 1935. La reedici¨®n no ten¨ªa notas aclaratorias y las apelaciones a ¡°la verdad y la grandeza internas de este movimiento [el nacionalsocialismo]¡± indignaron al doctorando.
Aquel ¡°curso impregnado de fascismo¡± lo llev¨® a enviar un art¨ªculo al Frankfurter Allgemeine Zeitung cuyo t¨ªtulo lo dice todo: ¡®Pensando con Heidegger contra Heidegger¡¯. Uno ten¨ªa 63 a?os, el otro, 24. M¨¢s que el desprecio del viejo pensador por el igualitarismo democr¨¢tico, lo que molestaba al joven era su negativa a la autocr¨ªtica y la posibilidad de que ese silencio contaminara su filosof¨ªa: ¡°?Puede interpretarse tambi¨¦n el asesinato planificado de millones de personas, del que hoy ya no ignoramos nada, como un error que nos fue deparado como un destino en el contexto de la historia del ser? ?No es la principal tarea de los que se dedican al oficio del pensamiento la de arrojar luz sobre los cr¨ªmenes que se cometieron en el pasado y mantener despierta la conciencia sobre ellos?¡±.
Heidegger tard¨® dos meses en contestar. Lo hizo en una carta a Die Zeit para aclarar que el movimiento al que se refer¨ªa no era el nazi, sino el encuentro entre el hombre y la t¨¦cnica. Sonaba a salida por la tangente, pero cuando en los a?os ochenta y noventa recriminarle su proximidad al nazismo se convirti¨® en tendencia, Habermas volvi¨® a la palestra para recordar que su reproche no se dirig¨ªa tanto a esa cercan¨ªa de 1933 como a su negativa a reconocer su error a partir de 1945. ¡°La discusi¨®n acerca del comportamiento pol¨ªtico de Martin Heidegger no puede ni debe servir al prop¨®sito de una difamaci¨®n y desprecio sumarios¡±, escribi¨® en 1991. ¡°Como nacidos despu¨¦s, no podemos saber c¨®mo nos habr¨ªamos comportado nosotros en esa situaci¨®n de dictadura¡±.
Las dos cabezas del Caf¨¦ Marx
Meses despu¨¦s de aquella pol¨¦mica, J¨¹rgen Habermas public¨® su primer art¨ªculo largo en la prestigiosa revista Merkur: ¡®La dial¨¦ctica de la racionalizaci¨®n¡¯. En ¨¦l analiza la alienaci¨®n que generan tanto el trabajo en cadena como el consumo sin freno. Y avisa: de la producci¨®n al transporte, pasando por la comunicaci¨®n o el ocio, la ¡°cultura de las m¨¢quinas¡± terminar¨¢ dominando nuestra vida. Cada d¨ªa estaremos m¨¢s lejos de la naturaleza y del resto de los seres humanos. Hace seis d¨¦cadas de aquel aviso.
El encontronazo heideggeriano y ese art¨ªculo, empezando por el t¨ªtulo, provocaron una llamada: Theodor Wiesengrund Adorno quer¨ªa conocerlo. El coautor de Dial¨¦ctica de la Ilustraci¨®n hab¨ªa vuelto del exilio americano para reconstruir el Instituto de Investigaci¨®n Social (IIS), que pasar¨ªa a la historia de la cultura como Escuela de Fr¨¢ncfort y a la del humor culto como Caf¨¦ Marx o Gran Hotel Abismo. La primera denominaci¨®n, que bromeaba con la adscripci¨®n materialista de sus miembros, surgi¨® casi a la par que su fundaci¨®n en 1923. La segunda se debe a Georg Luk¨¢cs, que describi¨® la influyente escuela como un lujoso hotel colgado sobre un precipicio.
En 1956, Habermas ingres¨® en el Instituto como ayudante de Adorno y sin sueldo los seis primeros meses. La relaci¨®n entre ambos fue cordial¨ªsima desde el primer momento. Adem¨¢s, a Gretel Adorno, esposa de su nuevo mentor, el reci¨¦n llegado le recordaba a su amigo Walter Benjamin, que se hab¨ªa suicidado en Port Bou en 1940 mientras hu¨ªa de la Gestapo. Sin embargo, no todo era armon¨ªa. A Max Horkheimer, codirector del IIS, le irrita de tal manera la militancia pacifista y antinuclear del nuevo ayudante que pide a su colega que lo despida. Adorno, que no se doblega, solo se explica tal animadversi¨®n porque el veintea?ero le recuerda a Horkheimer su propio pasado socialista, del que reniega.
La sombra de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana era muy alargada y enrarec¨ªa cualquier discusi¨®n en la Rep¨²blica Federal. Tanto que durante la Guerra Fr¨ªa Habermas se describe como ¡°anti-anticomunista¡±. ¡°Yo no soy marxista¡±, escribe, ¡°en el sentido de que haya cre¨ªdo en el marxismo como si fuera un certificado de patente. Pero el marxismo me dio el est¨ªmulo y los medios anal¨ªticos para investigar c¨®mo se desarrollaba la relaci¨®n entre democracia y capitalismo¡±. Su bi¨®grafo subraya que, lejos de toda intenci¨®n revolucionaria, a partir de la d¨¦cada de los sesenta se centr¨® en la necesidad de ¡°domesticar¡± el capitalismo con una democracia garantizada por un Estado de derecho con ¡°rostro social¡±. Pese a que la relaci¨®n de Habermas con Fr¨¢ncfort ser¨¢ un ir y venir ¡ªcon temporadas en Berl¨ªn, el Heidelberg de Gadamer o el Instituto Max Planck de Starnberg¡ª, su figura marc¨® la segunda generaci¨®n del Instituto. Era el hombre que encendi¨® la linterna que lo sac¨® de un t¨²nel tan largo como fascinante: el pesimismo antropol¨®gico de la primera.
Tiempos posmodernos
En 1979, el franc¨¦s Jean-Fran?ois Lyotard public¨® un ¡°informe sobre el saber¡± en la sociedad posindustrial cuyo t¨ªtulo har¨ªa fortuna: La condici¨®n posmoderna. Conceptos como conocimiento, libertad y progreso quedaban estigmatizados como grandes relatos destinados a legitimar una autoridad intelectual y pol¨ªtica caducas. Tras ellos no habr¨ªa m¨¢s que inter¨¦s y voluntad de poder. Habermas respondi¨® a lo que calific¨® de pensamiento ¡°neoconservador¡± con una vehemente defensa de los valores de la raz¨®n ilustrada. Tambi¨¦n ¨¦l ten¨ªa un t¨ªtulo afortunado: La modernidad: un proyecto inacabado. En su opini¨®n, sobre la l¨ªnea antimoderna ¡°francesa¡± ¡ªque lleva de Bataille a Derrida y pasa por Foucault¡ª ¡°pende el esp¨ªritu de un Nietzsche redescubierto en los a?os setenta¡±.
En 1981, el fil¨®sofo de la ¡°esfera p¨²blica¡± termina, con 52 a?os, su obra m¨¢s importante, un ¡°monstruo¡±, en sus propias palabras, ¡°recalcitrantemente acad¨¦mico¡±: Teor¨ªa de la acci¨®n comunicativa. En sus dos tomos sintetiza sus investigaciones filos¨®ficas y sociol¨®gicas para defender los valores del acuerdo, el consenso y el mutuo entendimiento. No se trata, sostiene, de buscar la verdad al margen de los intereses, sino de rastrear el modo en que las ideas de verdad, libertad y justicia est¨¢n ¡°constitutivamente insertas¡± en las estructuras del lenguaje. Los fundamentos de una sociedad no pueden proceder de un m¨¢s all¨¢ metaf¨ªsico ¡ªreligioso, pol¨ªtico o econ¨®mico¡ª, sino del lenguaje que comparten sus ciudadanos: ¡°La verdad no existe en singular¡±. De ah¨ª la fe de Habermas en la democracia deliberativa y en lo que m¨¢s tarde ¡ªfrente a la ebriedad nacionalista que conllev¨® la reunificaci¨®n alemana¡ª denominar¨¢ ¡°patriotismo constitucional¡±, un concepto que terminar¨¢ extendi¨¦ndose por toda Europa.
La herida alemana
Desde la llamada ¡°disputa del positivismo¡± entre Adorno y Popper, J¨¹rgen Habermas no ha dejado de participar en las discusiones acad¨¦micas de su disciplina, pero la mayor¨ªa de sus intervenciones p¨²blicas han estado, de un modo u otro, atravesadas por la necesidad de no olvidar una lecci¨®n: la del Holocausto. De ah¨ª su insistencia en la responsabilidad ¡ªque no culpa¡ª colectiva de los alemanes durante la ¡°disputa de los historiadores¡± de los a?os ochenta. Tambi¨¦n sus reservas sobre la participaci¨®n del Ej¨¦rcito germano en las misiones de la OTAN en los Balcanes durante los noventa. ¡°?Qu¨¦ significa para usted hoy ser alem¨¢n?¡±, le pregunt¨® un periodista italiano en 1995. Su respuesta: ¡°Encargarme de que la aleccionadora fecha de 1945 no caiga en el olvido por culpa de la fecha feliz de 1989¡±.
Incluso cuando Peter Sloterdijk da a conocer sus Normas para el parque humano ¡ªla superaci¨®n del humanismo tradicional desde la ¡°antropot¨¦cnica¡± gen¨¦tica¡ª, Habermas se fija en lo que considera ¡°el n¨²cleo fascista de una llamada social-darwinista a la crianza¡±. En su propia respuesta, Sloterdijk pone el dedo en la misma llaga: ¡°La era de los hijos hipermoralizantes de padres nacionalsocialistas se est¨¢ extinguiendo¡±. Con todo, lo terrible para el ¡°hijo moralizante¡± no fue que esa opini¨®n viniera de alguien nacido en 1947, sino que alguien nacido en 1927 pudiera compartirla. Fue el caso del novelista Martin Walser, ¨ªntimo amigo suyo desde los tiempos en que el fil¨®sofo era una de las personas m¨¢s influyentes en la editorial Suhrkamp. Walser aprovech¨® su discurso de recepci¨®n del gran premio de la feria de Fr¨¢ncfort de 1998 tanto para atacar a los intelectuales que siguen agitando la ¡°maza moral de Auschwitz¡± como para criticar el monumento al Holocausto que Peter Eisenman proyectaba junto a la Puerta de Brandeburgo, elogiado por Habermas por su car¨¢cter abstracto y antimonumental. Cuando este responda a su ya examigo lo har¨¢ calificando sus argumentos de ¡°eructos de un pasado indigesto que brotan peri¨®dicamente de las tripas de la Rep¨²blica Federal¡±.
En aquel discurso autobiogr¨¢fico de Kioto, J¨¹rgen Habermas acept¨® la etiqueta de ¡°fil¨®sofo intelectual¡±, pero rechaz¨® la de cl¨¢sico y hasta la trascendencia de su biograf¨ªa particular. La tarea del intelectual, dijo, no es m¨¢s que ¡°mejorar el lamentable nivel de discurso de las confrontaciones p¨²blicas¡± y evitar a toda costa el cinismo. Un cl¨¢sico es otra cosa. ¡°En nuestra disciplina¡±, explic¨®, ¡°se denomina cl¨¢sico a aquel que con su obra permanece como un contempor¨¢neo. El pensamiento de tales cl¨¢sicos es como un volc¨¢n en ebullici¨®n que va depositando como escoria las distintas fases de su biograf¨ªa. Esta imagen nos la imponen los grandes pensadores del pasado cuya obra resiste el cambio de los tiempos. Por el contrario, nosotros, los fil¨®sofos contempor¨¢neos, que no somos otra cosa que profesores de filosof¨ªa, permanecemos solo como contempor¨¢neos de nuestros contempor¨¢neos¡±.
Habermas cumpli¨® 90 a?os el pasado junio convertido en un icono de la cultura mundial al que las enciclopedias, como por resorte, siguen asociando al c¨¦lebre Instituto de Investigaci¨®n Social de Horkheimer y Adorno. Tal vez porque no dan cr¨¦dito a una historia que corre desde hace d¨¦cadas entre los fil¨®sofos. Un profesor estadounidense aterriza en Alemania, se sube a un taxi y dice: ¡°A la Escuela de Fr¨¢ncfort¡±. El taxista responde: ¡°?A cu¨¢l de ellas?¡±.
J¨¹rgen Habermas. Una biograf¨ªa. Stefan M¨¹ller-Doohm. Traducci¨®n de Alberto Ciria. Trotta, 2020. 644 p¨¢ginas. 39 euros (papel) / 23,99 (digital).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.