Se alquila la casa de ¡®El Mago¡¯, nost¨¢lgicos abstenerse
La noticia de que se puede pasar las vacaciones en la villa griega que sirvi¨® de modelo a John Fowles para su inolvidable novela incita a releerla
Pens¨¢bamos que no regresar¨ªamos jam¨¢s a Bourani, la villa de Maurice Conchis escenario de la inolvidable novela El Mago, de John Fowles, y resulta que ahora podemos hacerlo por la puerta grande. Eso quien se atreva a volver a abrir su alma a los acontecimientos que all¨ª sucedieron y a las intensas emociones que nos depararon.
A ver, en puridad, es sabido, resulta imposible regresar a Bourani, s¨ªmbolo de todos los para¨ªsos, con serpientes, de los que hemos sido expulsados a lo largo de nuestras vidas. Pues Bourani no existe, como no existe la isla de Phraxos en la que la villa se encuentra. Ambas, isla y casa, son producto de la imaginaci¨®n de Fowles. Y sin embargo¡
El escritor se bas¨® en la isla real de Spetses (Spetsai), en el golfo Sar¨®nico, en la costa oriental del Peloponeso, donde vivi¨® algunas experiencias similares a las del joven protagonista de El Mago, Nicholas Urfe, y en una propiedad tambi¨¦n real que conoci¨® mientras resid¨ªa all¨ª, Villa Yiasem¨ª, Villa Jazm¨ªn, cuyo propietario era Petros Botasi, un amigo de Venizelos. Esa es la casa que se alquila, en Agioi Anargiroi, en el antiguo promontorio de Sphantzina, con la arcada de estilo ¨¢rabe en el porche caracter¨ªstica de la ficticia Bourani, capacidad para nueve personas, rodeada de vegetaci¨®n, playa a cinco minutos, y posibilidad de clases de yoga y pilates.
La ¨²nica persona que conozco personalmente que ha estado en Spetses tras las huellas de El Mago es Xavier Moret (d¨®nde no habr¨¢ estado Xavier), pero no encontr¨® la casa. Hubiera dado igual porque no se habr¨ªa quedado: es el viajero m¨¢s frugal que conozco (hab¨ªa que invitarle a las cervezas en Palmira) y la estancia en la villa tiene pinta de costar una pasta. Lo que s¨ª que visit¨® fue el colegio privado Anargyrios y Korgialenios en el que Fowles dio clases de ingl¨¦s en 1952, como hace el protagonista de su novela en la escuela Lord Byron de Phraxos.
Descubrir que se alquila la casa que inspir¨® Villa Bourani ¡ªcon lo cual puedes pasar medias vacaciones all¨ª y el resto en la casa de Patrick Leigh Fermor en Kardamyli (otra espl¨¦ndida villa en alquiler) peg¨¢ndote en conjunto un verano literario de a¨²pa: s¨®lo faltar¨ªa rematarlo con Homero en Troya¡ª me ha coincidido con el hallazgo en la librer¨ªa inglesa de segunda mano Hibernian Books de un libro de ensayos de Fowles, Wormhole (Owl, 1998), en el que dedica uno entero a explicar c¨®mo escribi¨® El Mago, Behind the Magus.
El Mago, como reconoc¨ªa el propio autor est¨¢ influida, aparte de, evidentemente, por La tempestad, de Shakespeare, por El gran Meaulnes, de Alain Founier ¡ªnovela que Fowles no se cansaba de reivindicar¡ª, los mitos griegos (Circe, Artemisa, Apolo, Pan, Hermes, Pr¨ªapo), D. H. Lawrence (casado por cierto con una pariente lejana de Von Richthofen) y las teor¨ªas de Carl Gustav Jung; adem¨¢s de alg¨²n eco (la forma en que hace su fortuna Conchis) de Grandes esperanzas, de Dickens.
Es El Mago, historia inici¨¢tica de un joven desnortado y pagado de s¨ª mismo que se ve inmerso en los complejos juegos de un personaje misterioso, una novela que no tiene medias tintas, o no te gusta o se convierte en uno de los libros fundamentales en tu vida. Para m¨ª, leerlo, en 1984, con 26 a?os (la edad exacta del protagonista), fue una experiencia tan intensa como leer el Cuarteto de Alejandr¨ªa, de Larry Durrell. En aquellos tiempos llevar El Mago debajo del brazo imprim¨ªa tanto car¨¢cter, aunque en otro sentido, como lo hab¨ªa hecho a?os antes cargar con La m¨¢quina de follar, de Bukowski (tambi¨¦n Anagrama). Recuerdo que por entonces, en el diario, Llu¨ªs Bassets nos recriminaba al tristemente desaparecido Juanjo Navarro Arisa y a m¨ª por ser apasionados fans de la novela. ¡°Sois unos rom¨¢nticos incorregibles, unos adolescentes perpetuos¡±, nos re?¨ªa mientras nos recomendaba leer a Musil y a Karl Kraus.
Me ha sorprendido descubrir que el propio Fowles estaba insatisfecho de la que fue pr¨¢cticamente su primera novela (de hecho, public¨® una edici¨®n revisada en 1977), aunque aprendi¨® a aceptar que fuera la favorita de la mayor¨ªa de sus lectores. En cambio, compart¨ªa la opini¨®n de todos de que (a diferencia de la de La mujer del teniente franc¨¦s) era un desastre la versi¨®n cinematogr¨¢fica de 1968, dirigida por Guy Green y con Anthony Quinn (Conchis), que despu¨¦s de Zorba era el griego para todo, Michael Caine (Nicholas), ??Candice Bergen!! (Lily-Julie) y Anna Karina (Alison, llamada aqu¨ª Anne). Woody Allen (Peter Sellers, seg¨²n otras fuentes) dijo que de volver a nacer lo har¨ªa otra vez todo igual excepto ir a ver El Mago. Caine la consideraba su peor pel¨ªcula junto con Ashanti, que ya es decir. Curiosamente, el filme no se rod¨® en una isla griega (ser¨¢ por islas) sino en Mallorca, en Port Andratx, en la cala de Portals Vells, en una playa que a partir del rodaje se conoce como ¡°playa del Mago¡± y que es nudista. Volviendo al libro, Fowles pensaba ¡ªcomo Bassets¡ª que El Mago ¡°seguir¨¢ siendo siempre esencialmente una novela de adolescencia escrita por un adolescente tard¨ªo¡±.
Qu¨¦ nos gustaba tanto de El Mago es f¨¢cil decirlo: so?¨¢bamos con vivir lo mismo que el protagonista (aparte de sus aventuras er¨®ticas: c¨®mo triunfaba el tipo), esos enamoramientos intensos (y el amor verdadero), y el juego intelectual, sentirnos el centro del inter¨¦s de alguien muy por encima de nosotros en experiencia, cultura e inteligencia. El Mago, Conchis, el Pr¨®spero de Phraxos, con su aire de Picasso, sus modiglianis, sus bonnards, sus manipulaciones y mascaradas, era el Maestro con may¨²scula, demiurgo y terapeuta, capaz de abrir nuevos caminos, incluso en el reino de lo oculto, de los mitos y de la perversi¨®n; despertar curiosidades y sensibilidades, hacernos crecer y madurar. Tambi¨¦n de enga?arnos con su baile de identidades y m¨¢scaras, abandonarnos y sustituirnos, de cerrar para siempre las puertas de Bourani, al considerar que nuestra iniciaci¨®n (nuestro proceso de individuaci¨®n, que dir¨ªa Jung) se hab¨ªa completado, pero tambi¨¦n que ya no ¨¦ramos imprescindibles. ?Ay de quien haya tenido un mago en su vida!, pero sobre todo ?ay de quien no lo haya tenido!
Estaba tambi¨¦n la isla, claro. No hay lugar como una isla griega. Fowles, explica lo que sinti¨® al desembarcar en Spetsai, la Agria Ellada, la Grecia salvaje, pura y bell¨ªsima, una revelaci¨®n, unas impresiones f¨ªsicas que est¨¢n en el germen de la novela, el genius loci. La isla, con sus pinares y agaves, sus caminos de cabras, la brisa fragante, la vasta alfombra azul del mar refulgente, la luz indescriptible (¡°en Grecia entre piel y piel no hay m¨¢s que luz¡±), le pareci¨® ¡°una joya, un para¨ªso¡±, y se sinti¨® ¡°flotar en una s¨ªntesis sublime de los elementos¡±. El ¡°blues del Egeo¡±. Y estaba la casa, la villa solitaria, cuya inexplicable atracci¨®n le result¨® tan misteriosa, y en la que escuch¨® sonar un armonio como en la novela.
He vuelto a leer El Mago a ver si ten¨ªa que revisar mi opini¨®n. Para hacerlo he tenido primero que encontrarlo. Mi viejo volumen no estaba en su sitio, en segunda fila en los estantes de viejos favoritos. Hab¨ªa un agujero m¨¢gico entre Pabellones lejanos, de M. M. Kaye, y Ada o el ardor, de Nabokov, que nunca llegu¨¦ a acabar pero me recordaba a Ada Espinosa, que curiosamente tambi¨¦n fue azafata, igual que la sufrida Alison de El Mago, y con la que fui tan cruel como Nicholas. Record¨¦ haberlo regalado al estar el libro agotado y no poder comprar otro. Tenerlo que pedir a la persona a la que se lo di ha enriquecido a¨²n m¨¢s el retorno. Ella solo hab¨ªa subrayado una frase en las 674 p¨¢ginas. ¡°Se inclin¨®, cogi¨® una ramita de or¨¦gano de una mata que hab¨ªa detr¨¢s del banco y la oli¨®¡±. Y mira que hay frases en El Mago para subrayar. Como el poema T¡¯ang que cita Conchis: ¡°Aqu¨ª, en la frontera, caen las hojas. Aunque mis vecinos son todos b¨¢rbaros, y t¨², t¨² est¨¢s a mil kil¨®metros, siempre hay dos tazas en mi mesa¡±.
Empec¨¦ la relectura con el miedo a que El Mago me decepcionara. A no seguir siendo quien era. Pero estaba todo intacto y la historia, la gran aventura, fluy¨®, apasionante, como la primera vez. Es cierto que he visto cosas que entonces desconoc¨ªa. Conchis es aficionado a la ornitolog¨ªa (como lo era Fowles). Resuena Sade. Hay relaci¨®n entre la novela y Paddy Leigh Fermor. No solo por las escenas de la resistencia griega contra los nazis que Conchis evoca (y escenifica), incluida la terrible en la que los alemanes le obligan a matar a los guerrilleros capturados con una metralleta MP 40 Schmeisser descargada, a culatazos; sino porque aparece un personaje, un predecesor de Nicholas en el colegio, que le explica c¨®mo durante la guerra le lanzaron en paraca¨ªdas sobre Grecia ¡ªcomo a Paddy¡ª, y que ¡°se hab¨ªa esforzado por adquirir la triple personalidad del filohelenismo de moda: caballero, erudito, mat¨®n¡±. Adem¨¢s, en la p¨¢gina 621 ?se menciona a Xan Fielding!, el colega de Leigh Fermor en el ejecutivo de operaciones especiales (SOE) ¡ªestuvo en Creta con ¨¦l¡ª y su gran amigo. Por lo dem¨¢s, he vuelto a sentir lo mismo. Eternos adolescentes, no sabes si es una bendici¨®n o una condena. Sea como sea, El Mago sigue ah¨ª, en nosotros, y, pese a la sensaci¨®n de p¨¦rdida y de exilio, consustancial a estar vivos, siempre nos quedar¨¢ Phraxos; siempre nos quedar¨¢ Bourani.
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