M¨²nich reclama su cetro oper¨ªstico

Un brillant¨ªsimo concierto retrospectivo y un ¡®Tristan und Isolde¡¯ con luces y sombras cierran el Festival de verano y toda una ¨¦poca de la ?pera Estatal de Baviera

Jonas Kaufmann y Anja Harteros en pleno d¨²o del segundo acto de la nueva producci¨®n de 'Trist¨¢n e Isolda' estrenada en la ?pera Nacional de Baviera.Wilfried H?sl

Pocas ciudades del mundo pueden jactarse de una relaci¨®n con la ¨®pera tan sostenida y tan gloriosa como M¨²nich. Aqu¨ª se han dado a conocer, por ejemplo, desde Idomeneo de Mozart hasta Babylon de J?rg Widmann, de Palestrina de Hans Pfitzner a ...

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Pocas ciudades del mundo pueden jactarse de una relaci¨®n con la ¨®pera tan sostenida y tan gloriosa como M¨²nich. Aqu¨ª se han dado a conocer, por ejemplo, desde Idomeneo de Mozart hasta Babylon de J?rg Widmann, de Palestrina de Hans Pfitzner a Capriccio de Richard Strauss, de La armon¨ªa del mundo de Paul Hindemith a Lear de Aribert Reimann, de Los p¨¢jaros de Walter Braunfels a Venus y Adonis de Hans Werner Henze, por no hablar de su inigualable curr¨ªculo de estrenos wagnerianos: Trist¨¢n e Isolda, Los maestros cantores de N¨²remberg, El oro del Rin, La valquiria. La ¨®pera no es aqu¨ª un aditamento, sino una conquista de la ciudad, que sigue luciendo orgullosa, d¨ªa tras d¨ªa, en su Teatro Nacional de la Max-Joseph-Platz. En la capital b¨¢vara han sido directores musicales nada menos que Hans von B¨¹low, Hermann Levi, Richard Strauss, Bruno Walter, Hans Knappertsbusch, Clemens Krauss, Georg Solti, Joseph Keilberth, Wolfgang Sawallisch, Zubin Mehta o Kirill Petrenko, que acaba de ceder el testigo a Vlad¨ªmir Jurowski. Y M¨²nich fue tambi¨¦n durante a?os el principal centro de operaciones de Carlos Kleiber, el m¨¢s genial y el m¨¢s esquivo de los modernos directores de orquesta.

Algunos de estos m¨²sicos fueron tambi¨¦n en su d¨ªa intendentes, es decir, responsables de la direcci¨®n art¨ªstica del teatro de ¨®pera, como hicieron Knappertsbusch o Sawallisch, a quien sucedi¨® en 1993 el brit¨¢nico Peter Jonas, responsable de una radical modernizaci¨®n y transformaci¨®n del repertorio de la actual ?pera Estatal de Baviera (la antigua ?pera de la Corte de Wagner o Strauss) durante los 13 a?os que estuvo en el cargo, los mismos que ha pasado pr¨¢cticamente su ¨²ltimo ocupante, el austr¨ªaco Nikolaus Bachler, digno continuador de su legado. A¨²n pendiente el debido homenaje a Jonas, fallecido el a?o pasado en pleno confinamiento generalizado, que ha tenido que posponerse en un par de ocasiones por la crisis sanitaria, el viernes se vivi¨® la despedida de Bachler con una suerte de gala oper¨ªstica que no se ha parecido en nada a los bodrios anodinos y previsibles en que suelen convertirse las largas secuencias de arias interpretadas por grandes nombres.

Nikolaus Bachler, art¨ªfice en la sombra del concierto 'El punto de inflexi¨®n'.Wilfried H?sl

De entrada, aunque nada dec¨ªa el programa de mano al respecto, el concierto tomaba su t¨ªtulo, Der wendende Punkt (El punto de inflexi¨®n), de un verso de los Sonetos a Orfeo de Rilke, que ser¨ªan luego a su vez el eje de la contadas intervenciones habladas del propio Bachler desde el escenario. En concreto, la cita proced¨ªa del decimosegundo soneto de la segunda parte: ¡°Quiere la transformaci¨®n. Oh, entusi¨¢smate por la llama, / dentro hay algo que se te escapa, que luce transformaciones, / aquel esp¨ªritu que proyecta, que tiene la maestr¨ªa de lo terrestre, / nada ama tanto en la curva de la figura como el punto de inflexi¨®n¡± (en la cl¨¢sica traducci¨®n de Eustaquio Barjau). Esto ya ten¨ªa muy poco que ver con las galas al uso, donde las sutilezas brillan por su ausencia y mandan los caprichos de los divos, pero Bachler fue incluso mucho m¨¢s all¨¢, dando cabida a varias de las ¨®peras que han conocido nuevas producciones en estos ¨²ltimos a?os bajo sus auspicios y articulando una leve pero inteligent¨ªsima dramaturgia (v¨ªdeos de las tripas del teatro incluidos) para que el conjunto no fuera un tapiz deshilachado, tedioso y confuso, sino que tuviera ilaci¨®n, inter¨¦s, agilidad y l¨®gica interna.

Su propuesta cont¨® con la complicidad de un extraordinario grupo de cantantes y directores, todos vinculados en mayor o menor medida con el teatro. No hab¨ªa duda con respecto a los que se pusieron al frente de la orquesta: Kent Nagano fue el antecesor de Bachler en el breve interregno que separ¨® su intendencia de la de Jonas y fue su primer director musical; Ivor Bolton ha construido, desde la conciencia estil¨ªstica, el envidiable bagaje barroco y cl¨¢sico que ha ido atesor¨¢ndose durante las tres ¨²ltimas d¨¦cadas; Asher Fisch, que dirigi¨® el inolvidable Capriccio del Teatro Real en Madrid, es el perfecto comod¨ªn, capaz de brillar en cualquier repertorio, que desea para s¨ª cualquier teatro; y Kirill Petrenko, como ha quedado dicho, ha sido el director musical durante buena parte del mandato de Bachler, elevando a¨²n m¨¢s, si cabe, la calidad de una orquesta que, junto con la Filarm¨®nica de Viena, se sit¨²a en lo m¨¢s alto del escalaf¨®n mundial de las formaciones vinculadas a un teatro de ¨®pera. El colmo de los lujos ha sido contar brevemente, y tan solo como pianista, con el director griego Constantinos Carydis, que ha estado dirigiendo magn¨ªficamente Idomeneo este verano en M¨²nich.

Christian Gerhaher canta 'Possente spirto' de Monteverdi bajo la direcci¨®n de Ivor Bolton.Wilfried H?sl

Lo que podr¨ªamos llamar la dramaturgia conceptual llev¨® a abrir el concierto con el Preludio de El oro del Rin: el comienzo del mundo, el comienzo de todo. La v¨ªspera de El anillo del nibelungo vio la luz en M¨²nich el 22 de septiembre de 1869 y la nueva producci¨®n de la tetralog¨ªa de Andreas Kriegenburg ha sido una de las grandes apuestas del teatro en esta ¨²ltima d¨¦cada. ?Cab¨ªa acaso un inicio diferente a este? Luego se sucedieron ¨®peras infrecuentes: Di¨¢logos de carmelitas de Poulenc, La mujer silenciosa de Strauss, L¡¯Orfeo de Monteverdi o Rusalka de Dvo?¨¢k, que compartieron la primera parte con t¨ªtulos m¨¢s habituales, como Le nozze di Figaro, Suor Angelica o Andrea Ch¨¦nier. Hubo tambi¨¦n hueco para un Lied (Abendempfindung de Mozart) y un cuarteto de cuerda (el final del movimiento lento del op. 132 de Beethoven, que invitaba a pensar en el teatro de ¨®pera como un convaleciente que empieza a recuperarse de una larga y grave enfermedad que lo ha tenido postrado y en silencio), que tocaron cuatro instrumentistas de la orquesta encerrados en tres jaulas colgadas en lo alto.

Todos cantaron bien o extremadamente bien: siguiendo el mismo orden anterior, Anne Schwanewilms, Georg Zeppenfeld, Christian Gerhaher, Diana Damrau, Anne Sofie von Otter, Pavol Breslik, G¨¹nther Groissb?ck, Ermonela Jaho y Jonas Kaufmann (Anna Netrebko no pudo viajar a M¨²nich por las restricciones actuales, pero pocos debieron de echar de menos su ¡°Vissi d¡¯arte¡±). Ah¨ª es nada. Pero, m¨¢s all¨¢ de la interpretaci¨®n, el inter¨¦s radic¨® en las conexiones internas entre las arias y en la manera de presentarlas en el escenario. Sir Morosus, el protagonista de La mujer silenciosa, detesta la m¨²sica y as¨ª lo deja claro en su mon¨®logo del tercer acto: ¡°?Qu¨¦ hermosa es realmente la m¨²sica! ?Pero qu¨¦ hermosa es cuando ha dejado de sonar!¡±. Y Georg Zeppenfeld acab¨® tumb¨¢ndose en el suelo, dispuesto a dormir, mientras exclamaba ¡°?S¨®lo silencio!¡± y doblaba su chaqueta para utilizarla a modo de almohada. Justo a continuaci¨®n, Christian Gerhaher exprim¨ªa, en cambio, todos los recursos de Orfeo como m¨²sico y como cantante para convencer a Caronte de que le ayudase a cruzar la laguna Estigia. Dos monjas expresaron sentimientos muy diferentes en ambos extremos de esta parte, al igual que sucedi¨® con el pr¨ªncipe y Vodn¨ªk en las dos arias de Rusalka, cantadas a cu¨¢l mejor por Pavol Breslik y G¨¹nther Groissb?ck frente a un vestido blanco sumergido en parte en agua en un recipiente transparente como s¨ªmbolo de la ninfa acu¨¢tica. Algunos cantantes salieron caracterizados, otros vestidos de manera formal o informal, a veces permanecieron en escena para escuchar a sus compa?eros (Diana Damrau durante el Lied intimista de Anne Sofie von Otter, en el tramo final¨ªsimo de su carrera, pero inolvidable Oktavian en este teatro bajo la direcci¨®n de Carlos Kleiber) o cantaron en el proscenio para que, tras ellos, se retocara el escenario antes de abordar, sin tiempos muertos, la siguiente pieza.

Marlis Petersen durante la escena final de 'Salome'.Wilfried H?sl

El comienzo de la segunda parte acab¨® redimi¨¦ndonos del pretencioso Don Giovanni que acababa de estrenarse en Salzburgo, ya que Alex Esposito y Ivor Bolton devolvieron al aria del cat¨¢logo de Leporello su br¨ªo y comicidad originales sobre un v¨ªdeo en el que el bar¨ªtono italiano se caracterizaba ¨¦l mismo como varias de esas conquistas femeninas de su amo. El¨©na Garan?a, frente a un crucifijo de luz, exhibi¨® poder¨ªo en ¡°O mon Fernand!¡±, de La favorite, una de sus grandes especialidades: es dif¨ªcil imaginarla mejor cantada. La inevitable cuota wagneriana, insoslayable en M¨²nich, tuvo cuatro protagonistas de excepci¨®n: Anja Kampe (Sieglinde), Simon Keenlyside (Wolfram, que sustitu¨ªa a la despedida de Wotan que deber¨ªa haber cantado el enfermo Bryn Terfel), Nina Stemme (Isolde) y Wolfgang Koch (Sachs); otro cuarteto dif¨ªcilmente superable. Y entre el mon¨®logo de la ilusi¨®n o la locura del tercer acto de Los maestros cantores y la escena final de Salome se produjo una de las genialidades de la tarde: escondida en el carromato del zapatero (tomado de la producci¨®n de David B?sch) se encontraba escondida Marlis Petersen, que sali¨® para convertirse en Salome al tiempo que Wolfgang Koch (el Jokana¨¢n de la producci¨®n de M¨²nich, que ha podido volver a verse este verano) depositaba en sus manos la cabeza del profeta.

Adrianne Pieczonka reflexiona sobre el tiempo en el mon¨®logo final del primer acto de 'El caballero de la rosa'.Wilfried H?sl

Volvi¨® Jonas Kaufmann para cantar un aria de Paul de Die tote Stadt de Korngold, uno de los grandes ¨¦xitos del teatro en estos ¨²ltimos a?os, y el apartado oper¨ªstico se cerr¨® con el mon¨®logo sobre el tiempo de la mariscala del primer acto de El caballero de la rosa, en el que Adrianne Pieczonka sustituy¨® a la anunciada Anja Harteros y termin¨® apoyada melanc¨®licamente en el gran reloj de la producci¨®n de Barrie Kosky estrenada este mismo a?o (aunque sin sentarse en su p¨¦ndulo, como hizo Marlis Petersen en una imagen imposible de olvidar). Nikolaus Bachler recit¨® entonces, enlazando con el principio, el decimotercer Soneto a Orfeo, que el propio Rilke consideraba como ¡°el que est¨¢ m¨¢s cerca de m¨ª y, en definitiva, es el que m¨¢s valor tiene¡±: ¡°Adel¨¢ntate a toda despedida, como si la hubieras dejado / atr¨¢s, como el invierno que se est¨¢ marchando. / Pues bajo los inviernos hay uno tan infinitamente invierno / que, si lo pasas, tu coraz¨®n resistir¨¢¡±. Y entonces volvi¨® el otro ¨ªdolo local, Christian Gerhaher, acompa?ado por su fiel Gerold Huber, y cant¨® Abschied (Despedida), el Lied de Franz Schubert que ellos mismos interpretaron hace m¨¢s de un a?o en los conciertos que, lunes tras lunes, ofreci¨® el teatro en streaming gratuito para mantener encendida la esperanza y la llama de su actividad. Era el adi¨®s de Bachler, el inminente de Petrenko y, ojal¨¢, el final de la etapa m¨¢s dif¨ªcil del propio teatro, cerrado y a medio gas durante el ¨²ltimo a?o y medio (y a¨²n con una limitaci¨®n del cincuenta por ciento de su aforo). ?C¨®mo no recordar su texto de Johann Mayrhofer? ¡°Avanz¨¢is por monta?as, lleg¨¢is a muchos verdes lugares; yo tengo que volver completamente solo; ?Adi¨®s! As¨ª es como ha de ser. Partir, separarse de quien se ama, ?ah, c¨®mo aflige el esp¨ªritu! Lagos como espejos, bosques y prados: todo desaparece; el eco de vuestras voces oigo desvanecerse. ?Adi¨®s! ?Qu¨¦ triste suena, ah, c¨®mo entristece al coraz¨®n! Partir, separarse de quien se ama¡±.

Foto final de familia de todos los participantes en el concierto.Wilfried H?sl

Nadie canta este Lied como Gerhaher, capaz de expresar el dolor de la despedida con contenci¨®n y emoci¨®n m¨¢ximas. En cualquier gala oper¨ªstica al uso, estos tres minutos habr¨ªan sido el perfecto anticl¨ªmax, una renuncia a la apoteosis, al sufrido brindis de La traviata, con semejante plantel de cantantes entre bambalinas y una orquesta portentosa en el foso. Aqu¨ª fueron justo lo contrario: el final so?ado, el broche perfecto. Todos los participantes salieron a saludar y el p¨²blico, sabedor de que no habr¨ªa propinas, porque no eran posibles en una concepci¨®n inteligente y no pachanguera de lo que debe ser una gala oper¨ªstica, reclam¨® su salida una vez m¨¢s, y otra, y otra. Solo as¨ª pod¨ªan dar las gracias por el regalo de m¨¢s de tres horas que acababan de recibir. Nina Stemme sac¨® a escena al mu?idor del prodigio, Nikolaus Bachler, aplaudido por p¨²blico, cantantes, orquesta y directores al un¨ªsono. Pero su triunfo iba m¨¢s all¨¢ de lo personal: era la victoria de la instituci¨®n, de la ¨®pera como g¨¦nero, de la ciudad como su orgulloso, invencible e inagotable escaparate.

Curiosamente, este Punto de inflexi¨®n tuvo mucho m¨¢s inter¨¦s y enjundia que la nueva producci¨®n de Trist¨¢n e Isolda de Wagner, que ha provocado este verano peregrinajes masivos a M¨²nich para escuchar la primera encarnaci¨®n de los papeles protagonistas por parte de Jonas Kaufmann y Anja Harteros, al tiempo que supon¨ªa la despedida definitiva de Kirill Petrenko y Nikolaus Bachler como directores musical y art¨ªstico, respectivamente, de la ?pera Estatal de Baviera. El pasado s¨¢bado, en la que era su ¨²ltima funci¨®n de este a?o, hab¨ªa a¨²n decenas de personas en la entrada del Teatro Nacional en busca de una entrada.

Nadie es perfecto y, a pesar de los fiascos continuados en numerosos teatros de Europa, Nikolaus Bachler hab¨ªa confiado la nueva producci¨®n de la obra que cambi¨® para siempre la historia de la ¨®pera (si es que no de la m¨²sica) a Krzysztof Warlikowski, un director sobrevalorado hasta lo indecible y que, sorprendentemente, a pesar de alg¨²n hallazgo puntual (La mujer sin sombra de Strauss, aqu¨ª en M¨²nich) sigue gozando de cr¨¦dito entre los principales responsables de los grandes teatros europeos. En el estreno fue abucheado sin piedad por un p¨²blico que algo sabe de Richard Wagner y que lleva muy a gala que Tristan und Isolde se estrenara aqu¨ª en 1865. Como suele ser habitual en sus montajes, el director polaco juega al despiste: como no tiene nada que decir, y basta escucharlo para constatarlo, se refugia en la introducci¨®n de elementos abstrusos para dejar al espectador desprevenido con la sensaci¨®n de que es ¨¦l quien entiende realmente la ¨®pera de turno. No alcanzar a comprender en su flamante Tristan qu¨¦ pinta en escena ese extra?o anciano con melena y bast¨®n que vemos al comienzo y al final de la ¨®pera, por qu¨¦ los dos personajes protagonistas tienen, ya mientras suena el preludio, otros tantos dobles con aspecto de maniqu¨ªes, o qui¨¦nes son esos ni?os sentados a la mesa (de nuevo maniqu¨ªes o mu?ecos, esta vez inm¨®viles) durante todo el acto tercero parecen lanzar el mensaje, invirtiendo las tornas, de que ¨¦l es el listo y nosotros los tontos.

Okka von der Damerau (Brang?ne), Jonas Kaufmann (Trist¨¢n) y Wolfgang Koch (Kurwenal) en el primer acto de la ¨®pera.Wilfried H?sl

Pero sus trucos son viejos y, a fuer de reiterarlos (su horripilante Elektra del a?o pasado en Salzburgo tambi¨¦n recurr¨ªa a los mu?ecos como figurantes casi omnipresentes), est¨¢n ya muy desgastados. Otro que frecuenta mucho es el de la proyecci¨®n de v¨ªdeos que generan una acci¨®n paralela, casi siempre absurda, cuando no abiertamente contradictoria con la esencia de la obra: imposible olvidar y perdonarle el de la entrevista a Lady Di en el Alceste de Gluck del Teatro Real. Las im¨¢genes coloristas y psicod¨¦licas que tenemos que padecer en uno de los momentos m¨¢s extraordinarios de la ¨®pera, despu¨¦s de que Trist¨¢n e Isolda hayan bebido el filtro amoroso en el primer acto, resultar¨ªan torpes y risibles aun en una fiesta jipi de los a?os sesenta. Y si Wagner viera a sus dos grandes creaciones convertidas en toscos suicidas reincidentes pensar¨ªa, con raz¨®n, que Warlikowski hab¨ªa bebido la poci¨®n de la estulticia. Lo que en Wagner es ambig¨¹edad, zonas de sombra, espacio para la interpretaci¨®n, niebla, el polaco lo convierte en luz fluorescente (espantosa la que ilumina la agon¨ªa de Trist¨¢n en el tercer acto), cart¨®n piedra, camelo, enga?ifa.

Como es habitual en sus montajes, en la propuesta de Warlikowski se acumulan las contradicciones. En su escenograf¨ªa ¨²nica (dise?ada por su fiel Ma?gorzata Szcz??niak, responsable tambi¨¦n de unos figurines anodinos y chocantes entre s¨ª), es imposible aclararse de si nos encontramos en un espacio p¨²blico o privado; la presencia constante del joven marinero con los ojos vendados e ¨ªnfulas de rey loco solo consigue distraer de la acci¨®n esencial y no aporta absolutamente nada; que Kurwenal se tumbe en el mismo canap¨¦ en el que acaba de hacerlo Isolda, una princesa, es un verdadero disparate; no tiene tampoco sentido que Brang?ne ¨Cora enfermera, ora camarera, cambiando de mandil¨C se autocastigue de cara a la pared mientras Trist¨¢n e Isolda beben la poci¨®n amorosa que ella misma les ha servido; resulta inexplicable, durante su larga agon¨ªa, el constante traj¨ªn de Tristan de la mesa (rodeada de mu?ecos, lejano remedo ¨Cparece¨C de La clase muerta de Tadeusz Kantor) al canap¨¦, alternando posiciones con su maniqu¨ª andante; y las muertes de Kurwenal y Melot merecen una plasmaci¨®n menos grotesca al final del tercer acto. Con todo, esta puesta en escena, torpe y huera como es, no resulta tan enervante como la de la citada Elektra salzburguesa.

Mu?ecos, maniqu¨ªes andantes, Kurwenal (Wolfgang Koch) y Trist¨¢n (Jonas Kaufmann) en el tercer acto de la ¨®pera.Wilfried H?sl

Anja Harteros y Jonas Kaufmann ¨Cla ni?a y el ni?o de sus ojos para los fieles de este teatro¨C concentraron, como es natural, todas las miradas. A nadie se le escapa que ninguno de los dos posee la voz ideal que reclaman uno y otro papel, a los que han llegado al borde del toque de campana que marcar¨ªa la imposibilidad, f¨ªsica y ps¨ªquica, de acometerlos. A la voz de ella le faltan volumen y dramatismo; a ¨¦l, hero¨ªsmo y contundencia en los agudos. Pero ambos son artistas consumados y suplen lo que la f¨ªsica les niega con un alarde de inteligencia y su complet¨ªsimo arsenal de recursos t¨¦cnicos. Harteros tiende inevitablemente hacia el lirismo, que es el territorio donde se siente m¨¢s c¨®moda, por lo que revel¨® sus mayores carencias en la encarnaci¨®n de la mujer airada del primer acto y dio lo mejor de s¨ª en las secciones m¨¢s apacibles del segundo e, incluso, en su transfiguraci¨®n final, que ella convierte en una pieza intimista, serena y dibujada no al ¨®leo, sino con pinturas pastel. Kaufmann se las sabe todas y, como no le tiene miedo a nada, salva las actuales deficiencias y problemas de su voz, que no son pocos, con su extraordinaria intuici¨®n musical y, sobre todo, su arrojo. Grad¨²a con enorme astucia sus fuerzas en funci¨®n de las demandas de cada momento y consigue llegar a los momentos m¨¢s exigentes del tercer acto con reservas suficientes ¨Clas justas¨C para que no se resienta la credibilidad de su personaje ni debilite la mod¨¦lica construcci¨®n dramat¨²rgica wagneriana. Es en las medias voces donde luce sus mejores galones y donde su fraseo fluye con mayor naturalidad y convicci¨®n, igual que le sucedi¨® en su primer y esperad¨ªsimo Otello en la Royal Opera House de Londres, que dio lugar asimismo a sentimientos encontrados.

Su entendimiento natural con Harteros (en los ¨²ltimos a?os han recreado numerosas parejas oper¨ªsticas) consigue disimular varias de las carencias de la incongruente propuesta de Warlikowski. Es significativo, sin embargo, que en la reposici¨®n de la ¨®pera de Wagner en el Festival de 2022, no vayan a ser ya ellos quienes den vida a Trist¨¢n e Isolda, sino que ser¨¢n relevados por Nina Stemma y Stuart Skelton (los mismos que han estrenado en Aix-en-Provence este mismo verano la nueva producci¨®n de Simon Stone, que, disparatada como es, resulta infinitamente m¨¢s interesante y visualmente atractiva que esta tontuna de M¨²nich). Todo apunta, por tanto, a que lo que ha podido verse durante este mes de julio, quiz¨¢ como una cesi¨®n de Harteros y Kaufmann ante la despedida de Nikolaus Bachler, ha sido flor de un d¨ªa.

Kurwenal no es el mejor papel para Wolfgang Koch (mucho mejor como Sachs el d¨ªa anterior), ni Mika Kares (el Comendador del Don Giovanni de Salzburgo) es tampoco el Rey Marke noble y hondamente dolorido que imaginamos, y del que s¨ª dio perfecta y emocionante cuenta Franz-Josef Selig en Aix-en-Provence. El bajo finland¨¦s ahueca demasiadas notas y sus largas frases llegan surcadas de discontinuidades. Okka von der Damerau es una Brang?ne r¨ªgida, algo fr¨ªa, a la que le falt¨® explayarse y dejar que su voz resonara algo m¨¢s en sus maravillosas llamadas de advertencia en el segundo acto, lo que qued¨® compensado en parte con su magn¨ªfica intervenci¨®n en el tercero, en el que Warlikowski la presenta como una trajeada pla?idera, velo negro incluido. En sus dos brev¨ªsimas intervenciones, caus¨® una excelente impresi¨®n Dean Power como el pastor.

Isolde (Anja Harteros) ante el cav¨¢ver de Tristan (Jonas Kaufmann) meintras un v¨ªdeo los muestra tumbados en la cama de un hotel.Wilfried H?sl

Lo mejor que puede decirse de la direcci¨®n de Kirill Petrenko es que nos brinda un esc¨¢ner perfecto de la partitura: se oye todo, perfectamente desmenuzado y amalgamado, y no hay una sola pieza del complej¨ªsimo puzle, en constante metamorfosis, que est¨¦ fuera de lugar. Marca con una claridad meridiana y la orquesta, que tan bien lo conoce despu¨¦s de tantas horas de convivencia, lo sigue con obediencia ciega. No obstante, en su propuesta falta carne, flexibilidad, abandono, espontaneidad e incluso, en algunos momentos, intensidad, las virtudes que caracterizan la direcci¨®n del mayor director vivo de la partitura wagneriana: Daniel Barenboim. Tras un Preludio mod¨¦lico, en el que dej¨® que los silencios hablaran tambi¨¦n con elocuencia, dirigi¨® un primer acto demasiado contenido y controlado, aunque recuper¨® sus mejores esencias en el tramo final. En el segundo volvi¨® a alzar el vuelo en los momentos m¨¢s l¨ªricos y remansados del d¨²o de amor, mientras que en el tercero estuvo muy atento a que Kaufmann se sintiera c¨®modo en su inhumano tour de force, volviendo a tejer un perfecto y delicado tapiz sonoro para la transfiguraci¨®n final de Isolda. El s¨¢bado le lanzaron bravos aun antes de que marcara la entrada del primer comp¨¢s, tal es el entusiasmo y la admiraci¨®n que ha conseguido suscitar durante sus a?os muniqueses.

Lo que quiz¨¢ no se esperaba es que, cuando le toc¨® el turno de recibir los aplausos finales, orquesta y p¨²blico (agitando en alto sus pa?uelos) le obsequiaran con Muss i den, una canci¨®n folcl¨®rica alemana en dialecto suabo en la que, antes de su tradicional Wanderjahr, un hombre se despide de su amada hasta que regrese para casarse con ella. Petrenko se va ¨Cya se fue hace tiempo, en realidad¨C a Berl¨ªn y era la manera de despedirlo no solo a ¨¦l, sino tambi¨¦n a Nikolaus Bachler, enfocado tambi¨¦n durante la canci¨®n en su palco de proscenio. Para ahuyentar la nostalgia final, la orquesta atac¨® un par de animados valses de El caballero de la rosa, bailados espont¨¢neamente por algunos de los cantantes y poniendo fin a dos d¨ªas de m¨¢xima intensidad en M¨²nich, en los que se ha mostrado hasta d¨®nde puede llegar la comuni¨®n de un p¨²blico con el teatro de ¨®pera de su ciudad; y con su orquesta, con sus cantantes, con sus gestores. Concierto y representaci¨®n oper¨ªstica se ofrecieron simult¨¢neamente en directo en pantallas gigantes en la vecina Marstallplatz bajo el lema de ¡°?pera para todos¡±. Lo que en otros sitios podr¨ªa sonar a impostura, a eslogan bonito y vendible de cara a la galer¨ªa, aqu¨ª en M¨²nich, como avalan casi tres siglos de idilio entre su teatro de ¨®pera y los habitantes de la ciudad, tiene todos los visos de ser una fiel descripci¨®n de la realidad.

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