La sirena atroz y la muerte de un delf¨ªn en Formentera
La lectura de una ingeniosa novela que mezcla a Hans Christian Andersen y la creaci¨®n de ¡®La sirenita¡¯ con un extra?o crimen en Copenhague en 1834, invita a retomar el mito de la mujer pez
No hay verano sin sirena. Cada a?o desembarco en Formentera con una bajo el brazo; no una real, qu¨¦ m¨¢s quisiera (y la cara que pondr¨ªan en el ferry: ?le cobrar¨ªan pasaje completo?), una sirena preciosa y misteriosa, tipo las que pintaba Waterhouse o las del famoso cuadro de Draper de Ulises escuchando su canto atado al m¨¢stil, o las fe¨¦ricas, bellas y escalofriantes, de Piratas del Caribe 4, en mareas misteriosas. No, las de mis vacaciones son sirenas de libro, las ¨²nicas me temo que puedo permitirme y a las que puedo aspirar.
En 2019 fue la sirena Amelia de la novela The mermaid, de Christina Henry, en la que la protagonista es capturada e incorporada al show de P. T. Barnum (ya saben, el trilero que exhib¨ªa una, la famosa Sirena de Fiji, hecha con un trozo de mono y un pescado). El a?o pasado me acompa?aron la seminal Ondina del bar¨®n de la Motte Fouque, de hermosos ojos azules, ella, no el bar¨®n (las sirenas de verdad siempre tienen los ojos azules); la espl¨¦ndida antolog¨ªa sir¨¦nida The Penguin Book of Mermaids, y un librito encantador con consejos (he estado a punto de poner recetas pero suena a bacalao a la bilba¨ªna) de sirenas, tipo ¡°las corrientes fuertes te hacen m¨¢s resiliente¡±, pero tambi¨¦n con informaciones tan curiosas como que el creador de los espect¨¢culos de sirenas en vivo (en Weeki Wachee Springs, Florida), Newton Perry, era un veterano de la marina de los EE UU que hab¨ªa entrenado a los Navy Seals para nadar bajo el agua en operaciones especiales. Esa conexi¨®n sirenas-Navy Seals pide a gritos ser explorada a fondo, y valga la expresi¨®n.
Este verano, de nuevo, una novela. Una historia muy especial, Muerte de una sirena (Suma de letras, 2021), en la que el mism¨ªsimo autor de La sirenita y otros cuentos tan inolvidables como La princesa del guisante o El patito feo, Hans Christian Andersen, se ve involucrado en una trama policial en la que es sospechoso de un terrible crimen en la Copenhague de 1834. Pasar del relato can¨®nico, el mito y su erotismo y su romanticismo, a la novela negra puede parecer un salto arriesgado, como mezclar El soldadito de plomo con Bravo Two Zero, pero la verdad es que la historia funciona estupendamente. La firman tres autores: A. J. Kazinski (que es un seud¨®nimo literario que agrupa a dos escritores, Anders Ronnow Klarlund y Jacob Weinreich) y Thomas Rydahl. Por qu¨¦ hacen falta tres tipos daneses para escribir una novela cuando Joyce y Proust escribieron las suyas solitos es algo para lo que no tengo respuesta.
Curiosamente, te pasas buena parte de las casi 480 intensas p¨¢ginas de Muerte de una sirena, cuya inquietante portada muestra un esqueleto humano que a partir de la cintura deviene una espina de pescado, tratando de averiguar d¨®nde diablos est¨¢ la sirena del t¨ªtulo. Hasta que entiendes que lo que te cuentan es la historia de un ser que hoy dir¨ªamos de identidad queer. Un personaje sin fronteras de g¨¦nero que persigue un cambio tan radical como el que convierte a la sirenita de Andersen en humana para poder materializar el amor que siente por su pr¨ªncipe. Aqu¨ª tambi¨¦n hay un pr¨ªncipe (menos noble que el del cuento y que confunde el sexo con El fest¨ªn de Babette), un trance extremadamente doloroso y un fracaso, pero no hay redenci¨®n ni melancol¨ªa sino un relato oscuro, macabro y terror¨ªfico del cop¨®n, de verdad.
La reconstrucci¨®n que hacen los tres autores de la miserable y mugrienta Copenhague del XIX es de un grotesco y desagradable (aunque hipnotizante, y sumamente realista) que da dolor de est¨®mago, tipo Seven. Entre las escenas impactantes est¨¢n las de la b¨²squeda de un cad¨¢ver en un lago apestoso, la visita a una morgue sin aire acondicionado, la decapitaci¨®n p¨²blica para la que el verdugo precisa de ?tres! golpes de hacha, y la mutilaci¨®n de un gato a fin de volverle a coser un miembro (pasaje realmente atroz si tienes un gato).
Para no reventar la trama, llena de gui?os a la obra y la vida de Andersen, apuntar s¨®lo que hay un criminal que rebana los senos de sus v¨ªctimas (en contraste con la bonita exhibici¨®n que acostumbran a hacer las sirenas tradicionales), que guarda parecidos con los asesinos de El silencio de los corderos y El drag¨®n rojo y que se revela en todo su esplendor en un final marinero de apoteosis freak que es a la vez una prefiguraci¨®n trans, siendo al mismo tiempo una reelaboraci¨®n m¨®rbida, malsana y retorcida de La sirenita (1837), y ch¨²pate esa Walt Disney.
La idea ficticia de fondo es que Andersen (1805-1875) aprovech¨® para la creaci¨®n de su sirena un asesinato que se ve obligado a investigar, junto a una prostituta pelirroja, para que no le carguen el mochuelo a ¨¦l. El retrato de Andersen, torpe, feo y alelado, te deja algo estupefacto si no conoces su vida real. Era en verdad un tipo muy pero que muy especial (Dickens lleg¨® a evitarlo despu¨¦s de que se le instalara varias semanas en su casa) y que adem¨¢s entrar¨ªa, a tenor de algunas fuentes, tambi¨¦n en la categor¨ªa queer o, por ponerlo en t¨¦rminos de La sirenita, ni carne ni pescado sino todo lo contrario. Se enamor¨® de mujeres que lo rechazaron y se sabe que le atrajeron varios hombres, entre ellos su amigo e hijo de su protector Eduard Collin (que sale en la novela), un duque y un bailar¨ªn. Collin le habr¨ªa inspirado El mu?eco de nieve, el cuento en que el fr¨ªo protagonista se prenda de una estufa. En Muerte de una sirena no se salva ni La peque?a cerillera y perdonen el esp¨®iler.
Influenciado por la lectura de tama?a novela revisionista de los cuentos de hadas y las sirenas, mi estancia en Formentera se est¨¢ ti?endo de oscuridad. No es s¨®lo que los campos de cerca de mi casa huelan a sirena muerta (los abonan con algas, a la manera tradicional), sino que Carmen, la due?a de la librer¨ªa Tur Ferrer de Sant Francesc, me ha contado lo del cachalote que embarranc¨® en Migjorn cuando era peque?a y que fue a contemplar con el colegio y la reciente visi¨®n de una tortuga marina a la que los peces le hab¨ªan comido toda la cara hasta dejarle a la vista el cr¨¢neo.
Buscando yo en la isla una historia a la altura de la lobreguez, tristeza y duelo de la novela danesa, he conversado con Pepita Cardona, Pita, la agente de Medio Ambiente del Gobierno de las Islas Baleares que acompa?¨® en sus ¨²ltimos momentos al delf¨ªn enfermo arribado para morir a la punta de la playa de Llevant el pasado d¨ªa 20. Fue a la altura de Es Ministre, lo que ha hecho que alg¨²n bromista desalmado se pregunte si el mam¨ªfero marino no se puso malo al ver una cuenta del chiringuito. La imagen de la chica ibicenca con el agua por la cintura sosteniendo al delf¨ªn moribundo es de las que hacen tragar saliva y te empapa de la magia y aflicci¨®n de un cuento de Andersen. En las fotos, adem¨¢s, mujer y criatura marina parecen fundirse en un s¨®lo cuerpo: una sirena, efectivamente.
¡°Se me mezcla lo personal y lo profesional al recordarlo¡±, me explica Pita, a la que he localizado gracias a otra sirena balear, Cristina Mart¨ªn. ¡°Nos dieron aviso, cuando llegu¨¦, pasadas un poco las diez de la ma?ana, dos personas lo estaban tratando de ayudar, lo hab¨ªan devuelto hacia lo hondo dos veces y el delf¨ªn hab¨ªa regresado, lo hacen instintivamente para morir. La primera vez, hacia las 8.30 horas, lo oyeron gemir varado en las rocas¡±. El animal, un delf¨ªn listado, med¨ªa 1,90 metros, era un macho. Estaba cubierto de par¨¢sitos, Xenobalanus globiciptis, un crust¨¢ceo comensal t¨ªpico de los cet¨¢ceos y sobre todo de los delf¨ªnidos. Parecen algas enganchadas. Al arrancarlos dejan tiras de sangre en la piel, como latigazos. Son un indicador biol¨®gico de la salud de los delfines: cuando estos est¨¢n muy parasitados, mal asunto. ¡°Apliqu¨¦ los protocolos de seguridad, un animal enfermo es un peligro y m¨¢s en tiempos de pandemia. Comenc¨¦ a enviar v¨ªdeos a los veterinarios del Cofib (consorcio de recuperaci¨®n de fauna de las islas Baleares) y a informar a las autoridades medioambientales. Me met¨ª en el agua vestida (a partir de entonces llevo siempre el neopreno en el coche) y lo tom¨¦ en brazos, a unos cinco o seis metros de la playa, mirando el animal al mar, una mano bajo la cabeza, la otra bajo la aleta caudal con cuidado de no tocarle los genitales. Ten¨ªa los ojos cerrados, era evidente que se estaba muriendo¡±.
?Qu¨¦ sent¨ªa ella? ¡°Est¨¢s ah¨ª por la ciencia y por el medio ambiente, haces tu trabajo. Pero no puedes dejar de sentir algo muy profundo, una pena. Su piel es muy suave y la mano se desliza sobre ella. Lo acaricias. Tratas de calmarlo¡±. ?Le hablaba? ¡°S¨ª, le musitaba ¡®ya est¨¢, ya est¨¢, tranquilo¡¯, en catal¨¢n ibicenco, mi lengua materna¡±.
Esper¨® as¨ª hasta que llegaron los veterinarios. Al final eran cinco alrededor del delf¨ªn. Ahora no hablaba nadie. No hab¨ªa nada que hacer. Lo adormecieron y luego lo sacrificaron con una inyecci¨®n. Pita lo explica con un tono que intenta ser neutro, pero al que traiciona la emoci¨®n. Luego se queda callada. No encuentro qu¨¦ decir. Carraspeo y le digo, algo tontamente, que una vez, hace veinte a?os, entrevist¨¦ al entrenador de Flipper. Se anima: ¡°?Flipper, me acuerdo mucho, marc¨® mi infancia!. ?Flipper!¡±. De alguna manera encontramos una salida, la tristeza se aten¨²a entre un recuerdo de saltos felices y salpicaduras refulgentes. La luz parece abrirse paso y estallar en el cielo puro de Formentera. La bruja del dolor y el pesar se abisma en sus profundidades rec¨®nditas, llev¨¢ndose p¨®cimas y cuchillos. Y en alg¨²n lugar de la isla las hermosas sirenas, arregl¨¢ndose el cabello con sus peines de n¨¢car y sus espejos de plata, vuelven a cantar.
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