Maor¨ªes de ojos azules y palabras castellanas: la huella de la nave espa?ola que naufrag¨® en la Polinesia antes de su descubrimiento oficial
El ensayo ¡®La carabela San Lesmes. El viaje m¨¢s ¨¦pico de la historia¡¯ reconstruye el rastro arqueol¨®gico, ling¨¹¨ªstico y gen¨¦tico que dej¨® en el Pac¨ªfico una embarcaci¨®n espa?ola del siglo XVI que nunca regres¨®
Todo comenz¨® en 1929 en el lejan¨ªsimo atol¨®n Amanu (15.200 kil¨®metros en l¨ªnea recta desde Espa?a), perteneciente al archipi¨¦lago Tuamotu, en lo que ahora es la Polinesia francesa. El capit¨¢n Fran?ois Herv¨¦ ten¨ªa la misi¨®n de confeccionar un mapa de todos islotes, ¨ªnsulas y arrecifes que jalonaban aquella parte del Pac¨ªfico, ya que solo se conservaban algunas cartas n¨¢uticas del siglo XVIII. As¨ª que tom¨® una goleta de motor y, acompa?ado por un jefe isle?o, emprendi¨® su viaje cartogr¨¢fico. Polinesio y franc¨¦s pasaron las horas charlando hasta que el aborigen le relat¨® para su sorpresa que, ¡°ocho generaciones atr¨¢s, un barco de blancos hab¨ªa naufragado y toda su tripulaci¨®n hab¨ªa sido devorada¡±. En el extremo noroeste de la isla, entre los corales, a¨²n eran visibles cuatro ca?ones de los infortunados marinos. Y all¨ª se fueron ambos. Junto a las armas navales de hierro varadas del siglo XVI, distinguieron tambi¨¦n una pila de piedras que no eran propias de Tuamotu. Herv¨¦ subi¨® a bordo de su peque?a embarcaci¨®n uno de los pesados ca?ones, adem¨¢s de algunas de aquellas piedras redondas. El franc¨¦s se hab¨ªa topado con los vestigios de una de las traves¨ªas m¨¢s apasionantes y misteriosas de la historia de la humanidad, la que reconstruye Luis Gorrochategui en el ensayo La carabela San Lesmes. El viaje m¨¢s ¨¦pico de la historia (Editorial cr¨ªtica, 2022), que relata el hundimiento de la San Lesmes en Polinesia y c¨®mo doscientos a?os despu¨¦s navegantes espa?oles, ingleses, franceses y holandeses descubrieron con asombro que numerosos habitantes de aquella zona presentaban un aspecto ¡°t¨ªpicamente europeo¡±. Algunos, incluso, eran rubios, pelirrojos y de ojos azules, a los perros les llamaban ¡°peros¡±, y a las patatas, ¡°patakas¡±. Era la fascinante huella que dej¨® aquel naufragio.
En julio de 1525, el barrio coru?¨¦s de Pescader¨ªa, junto al puerto, se preparaba para despedir a una flota compuesta por cuatro naos, dos carabelas y un patache. Su misi¨®n consist¨ªa en llegar a las lejanas y peligrosas Molucas y conseguir establecer el comercio de especias ¨Dhasta ese momento en manos portuguesas¨D con Espa?a. Al frente de las naves, Carlos I dispuso a los mejores marinos de la Corona. La Santa Mar¨ªa de la Victoria (360 toneladas) ser¨ªa capitaneada por Garc¨ªa Jofr¨¦ de Loa¨ªsa; la Sancti Espiritus, por Juan Sebasti¨¢n Elcano, el capit¨¢n que encabez¨® la primera vuelta al mundo tres a?os antes; la Anunciada, por Pedro de Vera; la San Gabriel, por Rodrigo de Acu?a; la Santa Mar¨ªa del Peral, por Manrique de N¨¢jera, y la San Lesmes por Francisco de Hoces. El patache, el m¨¢s peque?o de los intr¨¦pidos barcos, lo dirigir¨ªa el cu?ado de Elcano, Santiago de Guevara. Todo estaba calculado hasta el m¨¢s m¨ªnimo detalle, todo menos la fuerza de las traicioneras corrientes y tormentas, las que llevaron a los 60 marinos de la San Lesmes a perder el rastro azul y blanco, en mitad del inmenso oc¨¦ano, de sus compa?eros de aventura.
El barco encall¨®, finalmente, en la punta noroeste del atol¨®n Amanu, y aunque los da?os no fueron muy graves, tuvieron que deshacerse del peso de los ca?ones (m¨¢s de dos toneladas) y de las piedras del lastre a la espera de que subiera la marea. ¡°A medio camino entre Chile y las islas Molucas, igual de lejos de Australia que de Per¨², de Nueva Zelanda que de M¨¦xico; pocas veces, o ninguna, un barco se encontr¨® tan solitario en el planeta: era el ¨²nico en muchos miles de kil¨®metros a la redonda¡±, escribe Gorrochategui. ?Y hacia d¨®nde fue?
En 1968, el investigador australiano Robert Langdon escribi¨® el art¨ªculo ?Habitaron los europeos el Pac¨ªfico Este en el siglo XVI?, donde lanz¨® por primera vez la hip¨®tesis de que la tripulaci¨®n de la San Lesmes sobreviviera. Y procrease... Se supone que atracaron en alguna de las miles de islas del Pac¨ªfico. Solo la arqueolog¨ªa y la gen¨¦tica pod¨ªan desvelar cu¨¢les. ¡°Podr¨ªamos pensar que, aunque la tripulaci¨®n del San Lesmes hubiese tenido descendencia, los genes tra¨ªdos de Europa se habr¨ªan diluido en la gran piscina gen¨¦tica de la Polinesia. Sin embargo, no ser¨ªa as¨ª debido a varios factores. Uno de ellos, la escasa poblaci¨®n que ten¨ªan esas islas, y otro que se relaciona directamente con las leyes de Mendel. Si los nietos se reproducen entre s¨ª, podemos encontrar bisnietos con rasgos europeos¡±, explica el escritor gallego.
En 1769, el marino ingl¨¦s James Cook alcanz¨® Tahit¨ª. Descubri¨® que los abor¨ªgenes presentaban marcadas y diferentes tonalidades de piel: la raza dominante ¡°era alta y blanca¡±, tanto como los propios ingleses, y ¡°algunas mujeres eran, de hecho, pr¨¢cticamente como las europeas¡±, dejar¨¢ escrito Cook. En 1772, una misi¨®n espa?ola encabezada por Domingo de Bonechea y Andonaegui lleg¨® tambi¨¦n al archipi¨¦lago Tuamotu, el mismo donde se pierde el rastro del San Lesmes. El padre Amich, uno de los integrantes de la expedici¨®n, apunt¨® en su cuaderno: ¡°En dos ocasiones vinieron a bordo de la fragata dos naturales muy blancos, con el pelo rubio, las barbas y las cejas rubias y los ojos azules: el cacique de Tallarabu, donde estaba surta [atracada] la fragata, era muy blanco y muy roxo, sin embargo, de estar quemado del sol¡±. Solo hac¨ªa cinco a?os que Tahit¨ª hab¨ªa sido descubierta oficialmente por los europeos, por lo que estas personas no pod¨ªan ser descendientes de los ¨²ltimos en llegar.
Gorrochategui desgrana en su ensayo las numerosas islas pac¨ªficas por las que la gen¨¦tica europea se fue extendiendo a lo largo de generaciones y las huellas arqueol¨®gicas que tambi¨¦n dejaron los espa?oles del siglo XVI, como un cuenco de granito negro hallado en 1788, venerado y escondido por los abor¨ªgenes, que fue enviado a Madrid y que se expone en el Museo Arqueol¨®gico Nacional. Los polinesios desconoc¨ªan el hierro para poder tallarlo. Sin herramientas met¨¢licas, es literalmente imposible trabajarlo, como se ha demostrado en diversos estudios cient¨ªficos. El arque¨®logo australiano Bolton Corney escribi¨® en 1912: ¡°Uno se siente tentado a suponer que partes de la herrer¨ªa o el lat¨®n de alg¨²n barco desconocido pudieron haber llegado en una fecha remota y haber sido adaptados como cinceles: es posible que los nativos hayan llegado a la posesi¨®n de cuchillos de acero o cinceles ya forjados¡±. En definitiva, su hip¨®tesis se?ala que cuando los polinesios se quedaron sin las herramientas del San Lesmes ¨Dterminar¨ªan rotas o melladas¨D, dejaron de tallar este tipo de recipientes.
Gorrochategui tambi¨¦n repasa otros hallazgos, como un casco espa?ol en Nueva Zelanda ¨Dse supone que descubierta por los anglos¨D, lugares para almacenar cereales que se asemejan a los h¨®rreos gallegos y asturianos, el sorprendente manejo de las matem¨¢ticas con el sistema decimal y varias palabras maor¨ªes que se parecen a las castellanas. ¡°Pero¡± significa perro, ¡°kaipuke¡± se traduce por buque y ¡°pataka¡± recuerda a la patata espa?ola o a la pataca gallega.
Dice Gorrochategui que queda mucho por estudiar del enigm¨¢tico viaje, que el misterio sigue ah¨ª y que cuando en 1972 se hizo una investigaci¨®n gen¨¦tica de los habitantes de la isla de Pascua (Chile), a 3.400 kil¨®metros del atol¨®n de Amanu, pero en el mismo oc¨¦ano, se hallaron dos alelos (A29 y B12) ¡°que tienden a ser heredados juntos y que solo se han encontrado en europeos cauc¨¢sicos¡±. Langdon viaj¨® a la isla de Pascua en 1977 y conoci¨® a un anciana que a¨²n se acordaba de Pakomio Maor¨ª, muerto entre 1908 y 1909, y lo describi¨® como fuerte, pelirrojo y de ojos azules. Tuvo dos mujeres y 40 nietos, frecuentemente de clara apariencia europea. ¡°Entre ellos, Nicol¨¢s Pakomio, uno de los pascuences en los que se encontraron genes de ascendencia europea y, m¨¢s espec¨ªficamente, vasca¡±. Y termina: ¡°?Ser¨ªa posible que Ortu?o de Alango, el piloto de Portugalete; el marinero Juan de Arratr¨¢n, de Bilbao; el grumete Sancho de Turcios o Juan de Bol¨ªvar, aunque era cl¨¦rigo, todos muertos hace la friolera de cuatro siglos, formasen parte del ¨¢rbol geneal¨®gico de Nicol¨¢s Pakomio? Qui¨¦n lo sabe¡±.
Babelia
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