Persona muy Grata
Edwards era de estilogr¨¢fica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur
La grata persona de Jorge Edwards con la elegante discreci¨®n de morir en un sue?o, durante una siesta de media tarde que es casi siempre como morir al pardear para el d¨ªa para resucitar en la conversaci¨®n nocturna o navegar las lecturas de madrugada. La grata persona de Edwards se ha ido como eco o murmullo de la musical manera con la hablaba, acariciando s¨ªlabas y entonando consonancias donde el chileno parece clonar paisajes tan ¨ªntimos de monumentales y pasajes hist¨®ricos tan gloriosos como sus dolores.
Lo vi entre estanter¨ªas de una vetusta librer¨ªa, tomando ejemplares de aqu¨ª y de all¨¢ como quien recorre el bosque de su propia memoria. Hablaba con la mirada y suger¨ªa evocaciones de cada uno de los autores inmortales que pasaban por su manos, las novelas ejemplares, los cuentos sin tiempo y todo ese rato parec¨ªa una maestr¨ªa acad¨¦mica en improvisada universidad. La elegante figura que sali¨® de la librer¨ªa como quien parte plaza, con su bast¨®n trazando el hilo de los tiempos sobre arena impalpable, debe quedar como la imagen de esta misma tarde: el escritor diplom¨¢tico que se aleja de tanto ruido para entregar sus cartas credenciales ante la Eternidad.
Jorge Edwards no merece quedar signado por su libro Persona non grata, aunque esas p¨¢ginas premonitorias consignan el desencanto que se volvi¨® contagio ante los abusos y contradicciones de la Revoluci¨®n Cubana, propensa desde entonces a la majader¨ªa de cancelar voluntades, encarcelar ideas e ideales, censurar conciencias¡ hoy que se va resulta ir¨®nicamente ilustrativa la necia sobreviviencia de totalitarismos de pacotilla ya en la isla o en la estrecha Nicaragua; peor a¨²n, hoy que se va Jorge Edwards ¡ªdeclarado no grato por la ingratitud de la cerraz¨®n¡ª persiste el pueril y descarado adoctrinamiento falaz. Y Edwards no merece que su memoria s¨®lo quede ejemplar por ese libro donde narra su desventura diplom¨¢tica en la isla verde olivo porque su obra literaria es a¨²n m¨¢s ancha y grande: autor de por lo menos dos libros entra?ables donde plasm¨® su estrecha relaci¨®n con el Poeta Pablo Neruda, no sin negar diferencias nodales con la militancia obnubilada del estalinista de Isla Negra y tiene adem¨¢s cuentos con lo que abri¨® brecha desde el principio de sus tintas y otras no pocas novelas donde destil¨® el alto oficio de enaltecer el lenguaje con la ponderad prosa, puntuaci¨®n y pausa de un caballero andante. Edwards era de estilogr¨¢fica antigua y altos vuelos, heredero del encanto que explica que no pocos chilenos son como ingleses del Cono Sur y al mismo tiempo, aunque alejado del paisaje ruralista o de tramas t¨ªpicas, se interiorizaba en el alma de sus personajes en di¨¢logos silentes, situaciones nodales de dolor o goce universal.
Lo veo alejarse con todo el altero de libros que ha perge?ado entre todos los estantes de su memoria para releer y releerse ya para siempre. Se queda un ligero brillo que iluminaba su mirada y esa discret¨ªsima sonrisa de sarcasmo y sabidur¨ªa que suelen proyectar los arc¨¢ngeles m¨¢s gratos desde la c¨²pula. Cabalga ya de noche un Premio Cervantes al encuentro de sus pares y del hombre de la triste figura que da nombre a ese m¨¢ximo galard¨®n de nuestra lengua com¨²n, afilada y tipluda estela de palabras con las que contribuy¨® a ensanchar la imaginaci¨®n y conservar la memoria de todos los que hablamos y leemos con la letra E?e¡ y ante su grat¨ªsima sombra no queda m¨¢s que escribir sincera gratitud.
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