¡®Sputnik¡¯, Murakami, Formentera
La historia del primer sat¨¦lite artificial se entremezcla con una novela del autor japon¨¦s le¨ªda en la isla balear
Tengo una querencia especial por el Sputnik 1, el primer sat¨¦lite artificial de nuestro planeta, por una raz¨®n tan peregrina como que fue puesto en ¨®rbita el mismo d¨ªa que nac¨ª yo. S¨ª, lo s¨¦, es una visi¨®n tozudamente ptolemaica poner en el centro lo tuyo, y sin embargo siempre he pensado que de alguna manera ha de marcarte haber nacido a la vez que esa estrella errante lanzada por los sovi¨¦ticos: como Lee Marvin bajo la suya. Estos d¨ªas est¨¢ m¨¢s de moda hablar de Oumuamua, el raro cometa que atraves¨® nuestro sistema solar y que el astrof¨ªsico Avi Loeb, con una imaginaci¨®n digna de Cita con Rama, ha considerado que podr¨ªa ser el primer signo de vida inteligente m¨¢s all¨¢ de la Tierra. De hecho, lo del Sputnik 1, el trastito lanzado por la URSS el 4 de octubre de 1957 y cuyo nombre significa ¡°compa?ero de viaje¡±, queda como anticuado: vieja chatarra de la carrera espacial (realmente, unir tu destino a algo as¨ª tiene sus pegas, por las comparaciones). Pero su ascenso al cielo desde Kazajist¨¢n justo cuando mi madre pugnaba para que yo no naciera del todo en el Seat 1500 de la familia camino de la barcelonesa Cl¨ªnica Adriano fue un momento se?ero. ¡°Comienza la era espacial¡±, ¡°El hombre en el umbral del espacio¡±, ¡°Russia launch man¡¯s first moon¡±, ¡°Soviet fires earth satellite into space¡±, son algunas de las headlines que dedicaron al suceso los peri¨®dicos de todo el mundo, la mayor¨ªa en portada y a cinco columnas (Pravda, como no ten¨ªa competencia, lo hizo al d¨ªa siguiente, aunque aprovech¨® para aleccionar que ¡°el trabajo libre y serio del pueblo de la nueva sociedad socialista har¨¢ realidad los sue?os m¨¢s audaces de la humanidad¡±).
El Sputnik, lanzado en un cohete R-7, conmocion¨® al mundo, sobre todo a los Estados Unidos, que vieron tragando saliva c¨®mo la URSS con su ¡°luna roja¡± se les adelantaba inesperadamente, en lo que pod¨ªa suponer una ventaja militar decisiva en plena Guerra Fr¨ªa. Los estadounidenses lo ve¨ªan pasar por su cielo (cada 96 minutos) con la natural aprensi¨®n de esos tensos tiempos. Se lleg¨® a considerar que era como un nuevo Pearl Harbour. Lyndon B. Johnson, a la saz¨®n l¨ªder de la mayor¨ªa en el Senado, advirti¨® sobre los sovi¨¦ticos, que desde 1949 ya eran potencia nuclear: ¡°Pronto nos lanzar¨¢n bombas desde el espacio igual que los ni?os lanzan piedras a los coches desde el puente de una autopista¡±. ?Que vienen los rusos!, pero desde arriba, no en submarino como en la peli.
El artefacto, como recuerda Ricardo Artola en La carrera espacial (Alianza, 2019), era una esfera de aluminio bru?ido de 84 kilos (en comparaci¨®n, yo pes¨¦ tres) y 58 cent¨ªmetros de di¨¢metro, con cuatro finas y largas antenas y dos emisores de radio que emit¨ªan sonidos regularmente: bip-bip-bip. El equivalente de mi madre en el Sputnik fue el ¡°dise?ador jefe¡± (siempre se le nombraba as¨ª) Sergei Korolev, que recogi¨® la tradici¨®n, por llamarla de alguna manera, de la coheter¨ªa nazi, de la misma manera que lo hizo EE UU con ese genio del pragmatismo y la recolocaci¨®n que era Wernher von Braun, que pas¨® de lanzar cohetes sobre Londres para alegr¨ªa de Hitler a enviarlos a la Luna (y poner all¨ª, con el Apolo 11, el primer hombre, en 1969). Pero eso fue despu¨¦s; entonces, cuando nac¨ªamos Sputnik y yo, los estadounidenses iban retrasados. Trataron de lanzar su propio primer sat¨¦lite, el Vanguard, peque?ito, de poco m¨¢s de un kilo, dos meses despu¨¦s, pero a los pocos metros de altura, se par¨® el motor del cohete y cay¨® ignominiosamente. Se lo bautiz¨® con sorna como Kaputnik. Todos los triunfos se los iban anotando los sovi¨¦ticos: el primer animal en ¨®rbita (la perrita Laika, en el Sputnik 2, un mes despu¨¦s), el primer ser humano (Yuri Gagarin, mi ¨ªdolo cosmonauta), la primera mujer (Valentina Tereshkova, que era paracaidista)¡ Luego llegaron la primera tripulaci¨®n, el primer paseo espacial, la primera estaci¨®n espacial, la primera c¨¢psula no tripulada en la superficie lunar, el primer veh¨ªculo explorador¡
Tambi¨¦n enviaron los sovi¨¦ticos el primer negro, el cubano Arnaldo Tamayo-M¨¦ndez, como recuerda el astrof¨ªsico (negro) Neil DeGrasse Tyson, considerado el sucesor de Carl Sagan, en sus sugerentes Cr¨®nicas del espacio (Paid¨®s, 2016). Cuando lo entrevist¨¦ hace unos a?os, Tyson, que tiene un gran sentido del humor, me se?al¨® que los primeros mam¨ªferos en ¨®rbita fueron, por orden, ¡°perro, cobaya, rat¨®n, hombre ruso, chimpanc¨¦ y hombre americano¡±. Tambi¨¦n me dio la mejor descripci¨®n posible de lo que es en realidad Venus: si pusi¨¦ramos una pizza cruda en el alf¨¦izar de una ventana en el planeta se hornear¨ªa en 9 segundos (est¨¢n all¨ª a 480?). Por cierto, en cuanto a lo de la vida inteligente extraterrestre, DeGrasse Tyson reflexiona que nuestro mayor miedo es que los alien¨ªgenas nos trataran como los tratar¨ªamos nosotros. O sea que nos esclavicen o nos metan en un zoo.
En fin, todo esto del Sputnik ¡ªv¨¦ase el seminal Red Moon Rising, de Matthew Brzezinski (Bloomsbury, 2007)¡ª viene a que he pasado unos d¨ªas de asueto en Formentera y he aprovechado para leerme Sputnik, mi amor (Tusquets, 2002), de Haruki Murakami, pensando que deb¨ªa salir el Sputnik y qui¨¦n sabe a lo mejor hasta yo (de hecho hay en el libro una frase que ni pintada: ¡°Si se inventara un coche que funcionase con bromas est¨²pidas, t¨² llegar¨ªas bastante lejos¡±). Pero lo del t¨ªtulo proviene de la simp¨¢tica confusi¨®n que tiene My?, uno de los tres personajes protagonistas (ella, la joven Sumire, que la ama, y el narrador, K, que ama a Sumire) de Sputnik con beatnik, y que lleva a Sumire a llamar a My? ¡°Sputnik, mi amor¡±. Claro que eso no es del todo cierto, lo de que el Sputnik sea s¨®lo un error, y Murakami en realidad aprovecha a fondo la met¨¢fora del sat¨¦lite, convertido en aut¨¦ntico leitmotiv de la novela, para hablar del amor, el desamor (ni el narrador ni Sumire son correspondidos) y la soledad.
Formentera estaba estupenda, muy poca gente (aunque se llenar¨¢ este fin de semana con la Media Marat¨®n), pero todo ya abierto, el d¨ªa largo y sin los calores de verano; el agua fr¨ªa, por eso. Pocas noticias: el Sol y Luna, el restaurante de Migjorn de los inconfundibles manteles de hule a cuadros, lo llevar¨¢ a partir de ahora la familia Mart¨ª; un nuevo camarero muy simp¨¢tico, Amador, andaluz, se ha sumado a la familia colombiana del Pelayo; la Librer¨ªa Tur Ferrer, de Sant Francesc, pasa a llamarse Librer¨ªa Tur, a secas, pero la encantadora perrita Dol?a y su due?o siguen ah¨ª; en el techo del bar del Rafalet se ha instalado una gaviota de Audouin que tiene fritos a los camareros porque a la que alguien se descuida se le lleva el pan con cosas¡ Leer en la isla Sputnik, mi amor ha sido una experiencia muy especial, m¨¢s a¨²n porque en la novela sale una innominada isla griega (m¨¢s cercana y mediterr¨¢nea obviamente que Tokio) en la que se desarrollan los acontecimientos centrales de la trama, y a la que el narrador se lleva dos novelas de Joseph Conrad, por cierto.
Sputnik¡ ¡°Sumire amaba la resonancia de esa palabra (¡) El sat¨¦lite artificial atravesando en silencio la oscuridad del espacio¡±. Explica la joven: ¡°A veces me siento muy desamparada. La p¨¦rdida del lazo de la fuerza de gravedad, la sensaci¨®n de estar flotando sola por el negro espacio, a la deriva. Sin saber siquiera ad¨®nde te diriges¡±. ¡°?Como un Sputnik peque?ito que se hubiera extraviado?¡±, le pregunta su amigo, el narrador. ¡°Tal vez¡±. Y en otro pasaje My? se?ala: ¡°Sputnik, compa?ero de viaje, ?por qu¨¦ pondr¨ªan los rusos un nombre tan raro a un sat¨¦lite artificial? No era m¨¢s que un infeliz trozo de metal que daba una vuelta tras otra, completamente solo, alrededor de la Tierra¡±. Y m¨¢s adelante redondea la imagen como s¨ªmil del amor contrariado: ¡°No ¨¦ramos m¨¢s que dos solitarios pedazos de metal trazando su propia ¨®rbita. Desde lejos parec¨ªan bellos como estrellas fugaces. En realidad, s¨®lo ¨¦ramos prisioneras sin destino encerradas cada una en su propia c¨¢psula. Cuando las ¨®rbitas de los dos sat¨¦lites se cruzaban casualmente, nos encontr¨¢bamos. Pero s¨®lo duraba un instante. Momentos despu¨¦s volv¨ªamos a estar inmersas en la soledad m¨¢s absoluta. Y alg¨²n d¨ªa arder¨ªamos y quedar¨ªamos reducidas a nada¡±. El narrador complementa: ¡°En la vida de las personas hay una cosa especial que s¨®lo puede tenerse en una ¨¦poca especial. Es como una peque?a llama. Las personas precavidas y con suerte la preservan con todo cuidado, la hacen crecer, la llevan como una antorcha que ilumine sus vidas. Pero una vez se pierde, esa llama no puede volver a recuperarse jam¨¢s¡±. Sputnik¡ Im¨¢genes de vidas que se cruzan fugazmente, amores que nacen y desaparecen, sat¨¦lites que surcan el espacio, caen y arden.
Por una de esas casualidades que Jung denominaba sincronicidad, justo cuando escrib¨ªa estas l¨ªneas ha ca¨ªdo en mis manos otro libro, Ret¨¦n el beso, del psicoanalista y ensayista Massimo Recalcati (Anagrama, 2023) y con el famoso cuadro El beso, de Francesco Hayez, en la portada (no confundir con el Beso Beach de Formentera). Son siete ¡°lecciones breves sobre el amor¡± que dibujan la trayectoria (la ¨®rbita, dir¨ªamos) de una relaci¨®n amorosa desde el inicio al final y que, en su pen¨²ltimo cap¨ªtulo, Separaciones, cuestionan precisamente si es mejor ¡°durar que arder¡±. Es decir: ¡°?No ser¨ªa mejor arder sin perseguir in¨²tilmente la ilusi¨®n de durar?¡±. Durar y arder, sostiene Recalcati citando a Barthes, se excluyen: si un amor arde, no dura, y si dura, no arde. Sputnik¡ Para acabar con la enamorada Sumire: ¡°Este amor me conducir¨¢ a alg¨²n sitio. Tal vez me lleve a un mundo especial que jam¨¢s he conocido. A un lugar lleno de peligros, quiz¨¢. Donde se esconda algo que me inflija una herida profunda, mortal. Tal vez pierda todo lo que poseo. Pero ya no puedo volver atr¨¢s. S¨®lo puedo abandonarme a la corriente que discurre ante mis ojos. Aunque me consuma entre las llamas, aunque desaparezca para siempre¡±.
Tras orbitar la Tierra 1.440 veces en 92 d¨ªas, el Sputnik 1 se inciner¨® en la reentrada en la atm¨®sfera el 4 de enero de 1958.
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