Richard Serra: un acontecimiento en Bilbao
El fallecido escultor estadounidense mantuvo una estrecha relaci¨®n art¨ªstica y personal con la ciudad desde antes de su desembarco en el Museo Guggenheim
Acostumbrados como estamos desde la inauguraci¨®n del Museo Guggenheim de Bilbao al paseo de alfombra roja de personalidades del arte internacional por la ciudad, cuesta imaginarse un tiempo en el que la llegada de alguien como Richard Serra supusiera un acontecimiento que se podr¨ªa describir casi como pol¨ªtico.
Serra hab¨ªa llegado a Bilbao en 1983 de la mano de Carmen Gim¨¦nez como participante en la exposici¨®n en el Museo de Bellas Artes 5 Arquitectos, 5 Escultores, de la cual ella era comisaria. Aunque todav¨ªa no muy conocido por el gran p¨²blico, Serra era ya un referente para muchos de los artistas bilba¨ªnos, por lo que algunos decidimos no desaprovechar la oportunidad de mantener una conversaci¨®n con el escultor, a la que accedi¨® entusiastamente, y que acab¨® public¨¢ndose con forma de entrevista.
Animados por el car¨¢cter colaborativo de Serra, que se mostraba fascinado por una ciudad en la que el museo conviv¨ªa con los astilleros, con sus gr¨²as y pesadas maquinarias, en medio de una gran conflictividad social, y tambi¨¦n sorprendido por que en un lugar del que sab¨ªa tan poco se supiera tanto de su trabajo, concertamos la posibilidad de un encuentro con los estudiantes en la Facultad de Bellas Artes. Al llegar, nos sorprendieron lo des¨¦rticos que estaban los m¨²ltiples patios del edificio, normalmente llenos de estudiantes. Por un momento tem¨ª lo peor, pens¨¦ que los avisos a los profesores no hab¨ªan tenido efecto y que nos encontrar¨ªamos en un lugar medio vac¨ªo. La sorpresa fue grande al comprobar que el sal¨®n estaba abarrotado, que la facultad en pleno se encontraba reunida en aquel lugar. El ¨¦xito del encuentro fue total, era la primera vez que una figura de la categor¨ªa de Serra participaba en la Facultad Bellas Artes en un evento semejante y todo el mundo estaba satisfecho por una experiencia que el escultor siempre reivindic¨® al hablar de su relaci¨®n con la ciudad.
A la salida not¨¦ que a Serra le rondaba algo por la cabeza, de repente me dijo: ¡°?Habr¨ªa alguna manera de saber m¨¢s acerca de la obra del autor de esa obra que me has ense?ado antes?¡±. Como est¨¢bamos en ese momento junto a la biblioteca, le mostr¨¦ el libro Oteiza. 1933-68, que hab¨ªa editado Juan Daniel Fullaondo. Con fruici¨®n fue observando Serra las reproducciones de las obras de Oteiza mientras comentaba una y otra vez: ¡°?C¨®mo es posible que no conozca yo a este artista?¡±.
Aquella visita de Serra a Bilbao tuvo unas repercusiones directas e indirectas, por lo menos en dos aspectos: por un lado, afianz¨® la confianza de un grupo de j¨®venes artistas, al tomar partido por ellos en la batalla que entonces manten¨ªan con las instituciones art¨ªsticas, especialmente con el Museo de Bellas Artes. La otra cuesti¨®n que suscit¨® su visita fue el renovado reconocimiento de la figura de Jorge Oteiza. Su obra, a comienzos de los ochenta, se encontraba en una de sus horas m¨¢s bajas, muy oscurecida por el mito del artista prof¨¦tico y protest¨®n. Para el escaso grupo de artistas que reivindic¨¢bamos en aquellos momentos la relevancia internacional de su escultura, que alguien como Serra, de manera totalmente intuitiva e inmediata, fuera capaz de percibir su importancia hasta el punto de considerarlo un precedente del minimalismo, constituy¨® un gran espaldarazo.
Una d¨¦cada despu¨¦s, volver¨ªa Richard Serra a Bilbao de la misma mano, la de Carmen Gim¨¦nez, para realizar su obra Snake en el entonces todav¨ªa en construcci¨®n Museo Guggenheim, dise?ado por Frank Gehry, tambi¨¦n presente en aquella exposici¨®n de Bilbao, y unos a?os despu¨¦s se instalar¨ªa el conjunto de esculturas The Matter of Time, afianz¨¢ndose as¨ª la estrecha relaci¨®n del escultor con la ciudad; una relaci¨®n que hab¨ªa comenzado, no obstante, aquel marzo de 1983.
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