El gladiador solitario
Desde el d¨ªa de su elecci¨®n, cuando fue bautizado por Il Manifesto como "el pastor alem¨¢n", Joseph Ratzinger ha sido atacado, vilipendiado y criticado con sa?a. Quiz¨¢ como ning¨²n otro Papa en el pasado. En estos cinco a?os, los medios le han atribuido errores y torpezas. Confi¨® al gran ocultador Dar¨ªo Castrill¨®n Hoyos la gesti¨®n del regreso a Roma de los cism¨¢ticos tradicionalistas lefebvrianos (uno de ellos, para colmo, negacionista recalcitrante). Se mostr¨® arrogante con musulmanes y jud¨ªos (aunque luego le falt¨® s¨®lo ponerse de rodillas para pedir perd¨®n); actu¨® quiz¨¢ con una pizca de provocadora frivolidad cient¨ªfica al condenar los preservativos en su primer viaje a ?frica; ha sido en exceso celoso con las cuestiones del rito y se ha mostrado poco o nada aperturista al incorporar a la curia romana a rancios y notorios reaccionarios como el primado de Espa?a.
Dicho esto, en los ¨²ltimos meses, cuando el esc¨¢ndalo de la ocultaci¨®n de la pederastia clerical ha generado la peor crisis de la Iglesia cat¨®lica en d¨¦cadas, Ratzinger ha dado lo mejor de s¨ª mismo y ha liderado, con un coraje y una ferocidad de gladiador solitario, impropios en un hombre de 83 a?os al que muchos reprueban por ser demasiado intelectual, la denuncia de una jerarqu¨ªa corrupta, inmoral y podrida, y la purificaci¨®n de una Iglesia "pecadora".
Y lo ha hecho, como ayer en el vuelo a Lisboa, hablando claro, aparcando la cl¨¢sica ambig¨¹edad del lenguaje vatican¨¦s, y utilizando conceptos y palabras cercanos a la gente normal: "aterrador", "verg¨¹enza", "justicia", "v¨ªctimas", "fracaso", "verdad", "transparencia", "dolor", "delitos".
No se trata de una transformaci¨®n repentina. Una cosa es que Ratzinger sea ideol¨®gicamente un conservador -o un ortodoxo, si se quiere- y otra muy distinta que sea un tipo deshonesto. Y esa es, precisamente, la lucha que lleva a?os fraguando en el c¨ªrculo del poder vaticano: reaccionarios manifiestamente corruptos (moral y econ¨®micamente), asociados a grupos de enorme poder como los Legionarios, el Opus, Comuni¨®n y Liberaci¨®n, la masoner¨ªa (lo que en el Vaticano se llama la mermelada de los negocios romanos) contra los honestos, los cristianos de base lejanos de la curia que tratan de salvar la instituci¨®n apelando a la espiritualidad, el trabajo y la honradez.
Para entenderlo f¨¢cil: hay s¨®lo dos equipos: en uno est¨¢ Ratzinger con una docena escasa de cardenales y obispos y su desbordado jefe de prensa, Federico Lombardi. En el otro est¨¢n Castrill¨®n, otros prelados latinoamericanos y la curia wojtyliana que durante d¨¦cadas protegi¨® de forma s¨®rdida a Marcial Maciel y otros pederastas (Sodano, Somalo, Dwizisz, Silvestrini...). Las declaraciones de ayer, improvisadas pero muy poco, dan un giro copernicano a esa larga guerra. Ratzinger parec¨ªa estar avisando a los creyentes a trav¨¦s de los periodistas: no cre¨¢is que The New York Times, EL PA?S, Le Monde o Suddeutsche Zeitung son mis enemigos. Los peores enemigos est¨¢n en casa, y fueron alentados por mi personalista antecesor, Juan Pablo II, tan inmodesto como para pensar que el secreto de F¨¢tima se encarnaba en su atentado y no en la Iglesia universal. Ahora, lo ¨²nico que le falta decir a Ratzinger para culminar su proceso de autopurificaci¨®n es esto: "Pido perd¨®n porque fui 25 a?os el jefe de la inquisici¨®n y no me dejaron limpiar la casa". Conociendo c¨®mo se las gasta el pastor alem¨¢n, no ser¨ªa raro que lo diga cualquier d¨ªa. La piedra de toque ser¨¢ la canonizaci¨®n de Wojtyla. Si la frena, significar¨¢ que ha sobrevivido a los lobos. Y que la reforma benedictina puede finalmente empezar.
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