La Francia fea es la Francia real
El Gobierno quiere adecentar las zonas comerciales y sus alrededores. No ser¨¢ f¨¢cil. Los novelistas ya han convertido estas zonas en paisaje y personaje literario
Es la Francia que no se parece a Francia. O al menos, no se parece a imagen de Francia que tenemos en la cabeza. Llegas en coche a una zona comercial, con su inmenso aparcamiento y sus hipermercados, o te sientas en el McDonald¡¯s y piensas: ¡°Estoy en Francia, pero podr¨ªa estar en cualquier otro lugar¡±.
Porque este paisaje ¡ªel de las zonas comerciales e industriales en las periferias urbanas¡ª puede encontrarse hoy en Francia, pero tambi¨¦n en Espa?a o en Estados Unidos y en tantos otros pa¨ªses occidentales. No es la Francia de la baguet y la torre Eiffel. Ni la del pueblecito con su campanario, su coqueto Ayuntamiento, su caf¨¦ de la esquina, su charcuter¨ªa con productos de la tierra y su monumento a los muertos de la I Guerra Mundial. La Francia fea, la llaman, y el Gobierno franc¨¦s quiere adecentarla.
En septiembre, Bercy ¡ªel superministerio de Econom¨ªa, Finanzas y Soberan¨ªa Industrial y Digital¡ª present¨® un plan para embellecer las zonas comerciales y hacerlas m¨¢s respetuosas con el medio ambiente y m¨¢s humanas. M¨¢s bellas, tambi¨¦n.
Los objetivos son loables. Las posibilidades de alcanzarlo son escasas. La Francia fea est¨¢ demasiado arraigada para desaparecer. Ya lo vislumbr¨® Flaubert a mediados del siglo XIX: ¡°El industrialismo ha desarrollado lo feo en proporciones gigantescas¡±. Si la gran literatura refleja, en cada ¨¦poca, el alma de un pa¨ªs, hoy la Francia fea es un aut¨¦ntico paisaje, y hasta un personaje literario.
Lo recordaba, en EL PA?S, la periodista Carla Mascia, quien explicaba c¨®mo, en la obra de la nobel Annie Ernaux, las zonas comerciales parec¨ªan como el espacio donde ¡°se moldean los inconscientes¡±, ¡°nacen los pensamientos¡±, ¡°las emociones¡±, ¡°los recuerdos¡±. Son los barrios de casas adosadas y unifamiliares donde viven m¨¢s de la mitad de franceses, las grandes superficies donde todav¨ªa son m¨¢s los que acuden a hacer las compras, en vez del centro del pueblo o la ciudad. Si se juntasen las 1.500 zonas comerciales de Francia, sumar¨ªan una extensi¨®n equivalente a cinco veces la de Par¨ªs. Una meg¨¢polis o un peque?o pa¨ªs.
Y, como toda naci¨®n, esta imaginaria Rep¨²blica de la Francia fea tiene sus bardos. Uno es Annie Ernaux. El otro es Michel Houellebecq. En la novela Serotonina design¨® la que podr¨ªa ser su capital: Niort, ¡°una de las ciudades m¨¢s feas que haya podido ver¡±. En Niort se indignaron. Houellebecq lo hab¨ªa teorizado antes, en el ensayo Aproximaciones al desconcierto, donde propugnaba una literatura que ¡°hurgue en la basura¡± y ¡°lama las heridas de la infelicidad¡±. A?ad¨ªa: ¡°Una poes¨ªa parad¨®jica de la angustia y la opresi¨®n ha podido nacer en medio de los hipermercados y los edificios de oficinas¡±.
Una imagen hiperreal
Podr¨ªa creerse que hablamos de no-lugares, de aquel ¡°que se ofrece a la individualidad solitaria, a lo pasajero, a lo provisional y a lo ef¨ªmero¡±, como escribi¨® el antrop¨®logo Marc Aug¨¦ en su cl¨¢sico ensayo No-lugares.
Pero no son no-lugares. O no solo. Son lugares. Y vaya lugares. Todas las veces que, al salir de Par¨ªs para hacer un reportaje, encontr¨¢ndome en una de estas periferias indistintas, sin saber ya si estaba en el sur o en el norte, el este o el oeste, porque todo se ha vuelto indistinto, observando a los franceses con su carrito de la compra en el h¨ªper o en familia en el restaurante de comida r¨¢pida, en todas estas excursiones a la Francia fea no he podido dejar de pensar que no hay mejor observatorio para desentra?ar el misterio franc¨¦s. Quiz¨¢ jam¨¢s llegue a ser una Francia bella, pero es una Francia bien real. Hiperreal.
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