El problema de la burocracia escolar
Las dificultades para sacar adelante la gesti¨®n administrativa a la vez que se atiende lo mejor posible a la diversidad de nuestras aulas es uno de los grandes requerimientos de la mejora profesional docente
Cada vez, a mi alrededor veo a m¨¢s profesorado atenazado por la llamada burocracia escolar. Es muy com¨²n la idea de que muchas veces se dedica en la ense?anza m¨¢s tiempo a rellenar informes, actas, memorias, seguimientos o cumplimentar tablas interminables con ¨ªtems sobre la evoluci¨®n del alumnado que a planificar clases. Se puede mirar hacia otro lado, pero esto es as¨ª: el trabajo administrativo del docente es cada vez m¨¢s copioso y enrevesado.
Uno, cuando se imagina la escuela ideal, se imagina espacios comunitarios donde maestros y profesoras comparten muchos tiempos y espacios con su alumnado. Puestos a so?ar, tejemos en nuestra imaginaci¨®n rincones donde entran y salen a observar e interactuar profesionales de otros sectores afines o cercanos, para compartir experiencias, aportar o simplemente enriquecerse. Pero, cuando despertamos, observamos que la realidad es diferente: la burocracia ha engullido la escuela y la ha terminado por convertir en un dique de contenci¨®n de muchos de los problemas que suceden fuera, sin que apenas quede tiempo para lo esencial: el contacto directo con nuestros chicos y chicas.
Ahora, cualquier profesional de la educaci¨®n puede ser concebido como aquella figura ¡°p¨¢lidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria¡±, tal y como Herman Melville inmortaliz¨® a Bartleby, el escribiente del cuento del mismo nombre: las dificultades para sacar adelante la gesti¨®n de la burocracia a la vez que se atiende lo mejor posible a la diversidad de nuestras aulas es uno de los grandes requerimientos de la mejora profesional docente, muy relacionado con la calidad del trabajo desempe?ado.
Pero la burocracia en la escuela no afecta a todos por igual: el volumen de trabajo de gesti¨®n documental es mucho mayor en aquellos profesores que ocupan cargos (tutor¨ªas, jefaturas de departamento, coordinadores de programas o proyectos, etc.) que en los que no. Se multiplica, adem¨¢s, exponencialmente en orientadores y equipos directivos, que deben aparcar las acciones encaminadas al liderazgo pedag¨®gico para atender un sinf¨ªn de requerimientos relacionados con el control de los procesos en los que un centro est¨¢ inmerso cada a?o. Es tambi¨¦n m¨¢s ingente la carga de burocracia en los centros de titularidad p¨²blica frente a los privados, ya que est¨¢n m¨¢s acuciados por la amalgama de acciones que se derivan de las leyes relativas al funcionamiento de las administraciones. No olvidemos que la mayor¨ªa de los docentes son empleados p¨²blicos.
A pesar de todo ello, no voy a negar que es muy cierto esto que dice C¨¦sar Rendueles en su ensayo Contra la igualdad de oportunidades (2020), y es el punto de partida de esta delicada cuesti¨®n de la sobrecarga burocr¨¢tica: ¡°Un efecto habitual de la flexibilizaci¨®n antiburocr¨¢tica no es la libertad sino la arbitrariedad. Por eso, cuando los nazis ascendieron al poder destruyeron a toda velocidad el entramado burocr¨¢tico de la administraci¨®n alemana para someterla a la discrecionalidad carism¨¢tica¡±. Un centro escolar con escasa burocracia, casi nula y que se tilde por ello de revolucionario, puede caer en decisiones unilaterales y en un entramado en donde la facilidad para vulnerar derechos y deberes crezca. De hecho los centros con un liderazgo muy democr¨¢tico suelen tener abundante burocracia, y al rev¨¦s.
El fil¨®sofo Daniel Innerarity, en su ¨²ltimo ensayo La libertad democr¨¢tica (2023), dice lo siguiente: ¡°La pol¨ªtica no tiene los medios ni para designar a los mejores ni para hacernos sustancialmente mejores, pero s¨ª para configurar unas instituciones que dificulten ciertas pr¨¢cticas est¨²pidas y posibiliten unas interacciones que nos hagan colectivamente m¨¢s inteligentes sin necesidad de que seamos demasiado listos¡±. Porque, al final, creo que se trata de eso: de prescindir de aquellas formas de proceder que lastran la primac¨ªa de esas interacciones humanas que nos hacen m¨¢s inteligentes, sin que por ello la instituci¨®n escolar pierda transparencia ni eficacia.
Admitamos que nuestro sistema educativo no siempre interact¨²a para ser eficaz, y es ah¨ª donde radica otro de los grandes dilemas de esta cuesti¨®n. A falta de un proceso de evaluaci¨®n institucional serio y que detecte las fisuras existentes, nos hemos enfrascado en la generaci¨®n c¨ªclica de nuevos documentos, en una mara?a interminable que se transforma curso tras curso. Se deja de lado el fomento de acciones para reflexionar con calma sobre la cultura profesional que ata?e al docente en otros marcos diferentes a los habituales. No hay conversaci¨®n educativa en los centros porque tampoco hay lugar ni tiempo para ello en un desempe?o que precisa cada vez de m¨¢s horas delante de un ordenador. Con la alta dependencia de las m¨¢quinas, no hay respiro para pensar sobre el beneficio o el perjuicio de trabajar desde casa para preparar clases e informes, ni sobre si los momentos de los que disponemos en f¨ªsico para compartir experiencias son de calidad o son s¨®lo un tr¨¢mite m¨¢s.
Lo cuenta con su trazo certero Remedios Zafra en el libro El informe (2024): ¡°en la necesidad de un ordenador para trabajar radica el eslab¨®n que enlaza las identidades ¡®sujeto que trabaja¡¯y ¡®sujeto sin tiempos¡¯¡±. Flexibilizar nuestro proceder seg¨²n las identidades que tenemos en el aula, innovar, experimentar, investigar o contrastar en nuestros claustros: ?es eso posible para unos profesionales convertidos en ¡°sujetos sin tiempos¡±? ?Es compatible la automatizaci¨®n de este ¡°sujeto que trabaja¡± interminablemente con la tan ansiada autonom¨ªa pedag¨®gica que refuerza la ¨²ltima reforma educativa?
Aunque nadie haya logrado ponerle el cascabel al gato en el problema de la burocracia escolar, se me ocurre que todo atisbo de soluci¨®n pasa, primero, por hacer un estudio en profundidad impulsado por las administraciones p¨²blicas de las horas que dedican docentes y equipos directivos a las tareas administrativas. No hay nada en ese sentido, m¨¢s all¨¢ de las estad¨ªsticas que por ejemplo arrojan estudios muestrales como TALIS, de la OCDE, cuyas conclusiones tampoco son alentadoras. Una vez hecho este an¨¢lisis ¡ªsi llega a darse el consenso preciso¡ª, urge acordar unas instrucciones claras sobre aquellas acciones burocr¨¢ticas que vienen exigidas por las leyes y cu¨¢les no, valorando la necesidad y eficacia de estas ¨²ltimas para ver si podr¨ªan suprimirse.
Asimismo, los documentos institucionales de cada centro deben recoger de forma clara el reparto de tareas y funciones que son estrictamente necesarias. No podemos prescindir de los reglamentos, normas y protocolos marcados por el ordenamiento jur¨ªdico, pero tampoco pueden dejar de estar en nuestra hoja de ruta los principios de racionalizaci¨®n y econom¨ªa que tienen que regir el funcionamiento de las escuelas de titularidad p¨²blica. Sin esto ¨²ltimo, vamos a seguir sin norte, chocando contra un muro si pretendemos reforzar la verdadera auctoritas profesional del docente: un trabajador reflexivo y sist¨¦mico, lo m¨¢s comunitario posible, que es capaz de proponer y crear sin que se sienta asfixiado por una continua ola de requerimientos.
Me quedo, para terminar, con la ¨²ltima de las hip¨®tesis que lanza Marina Garc¨¦s en Nueva ilustraci¨®n radical (2017), cuando habla de las necesarias ¡°condiciones del tiempo vivible¡±. La calidad deseable pasa mucho por la b¨²squeda del equilibrio, por crear lugares habitados por el humanismo, por encontrar ese nuevo sentido de la temporalidad del que habla Garc¨¦s: un sentido que, bajo las inevitables exigencias, no nos esclavice, que reinvente los enfoques pedag¨®gicos y ponga sobre la mesa la posibilidad de volver sobre el problema de la burocracia escolar para revisarlo desde una perspectiva sensata, rec¨ªproca y cercana.
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