El pueblo de Angola que se resiste a morir de malaria
La falta de recursos, de conocimiento y de prevenci¨®n dificultan el diagn¨®stico de la enfermedad que es la principal causa de muerte en el pa¨ªs
Manuso lleva una camiseta de rayas casi dos tallas m¨¢s grandes que la suya. Juega con otros ni?os junto a varias chabolas, delante de un establo de vacas al raso de la localidad angole?a de Cubal. Todos est¨¢n descalzos, las bo?igas est¨¢n frescas. Son las cinco de la tarde de un domingo y distintos tonos de rojos atraen un anochecer que no se alumbrar¨¢ con farolas. No hay luz el¨¦ctrica, ni agua, ni saneamiento. En un momento, el chico se aleja del grupo desorientado sin que nadie se percate. Solo Sof¨ªa Rodrigues, una m¨¦dica que trabaja en un hospital cercano, lo ve casualmente y al pasarle la mano por la frente comprueba que Manuso tiene fiebre por lo que le pide a la abuela, que se acerca a ellos, que lo lleve al centro m¨¦dico. "Ojal¨¢ sea malaria", susurra Rodrigues en un pa¨ªs donde el diagn¨®stico de la enfermedad es una tarea ¨ªmproba. La doctora espera que sea malaria porque as¨ª al menos sabr¨¢n qu¨¦ le ocurre, aunque se trate de la principal causa de muerte en el pa¨ªs.
La abuela, que comenta a la sanitaria que el chico estaba bien y que solo el d¨ªa anterior le hab¨ªa dolido la barriga, le plantea si se puede llevar al menor al centro el pr¨®ximo d¨ªa. La doctora dice que tiene que ser hoy, en esta oscura noche, mientras lo pone en pie. Pero Manuso se cae al suelo otra vez, como si la camiseta dos tallas m¨¢s grandes pesara lo que pesa un barco. "Ojal¨¢ sea malaria", insiste la doctora, que termina acarreando en sus brazos al peque?o, de unos cinco a?os, hasta el hospital Nossa Senhora da Paz durante un kil¨®metro de distancia sin luna, con los perros ladrando y la abuela detr¨¢s. En el ¨²ltimo a?o, el pa¨ªs africano ha registrado cuatro millones de casos y 15.000 muertes por esta enfermedad, seg¨²n los datos del Gobierno recogidos por Angola Press. La falta de recursos, de conocimiento y de prevenci¨®n convierten en una odisea su diagn¨®stico y tratamiento.
En el hospital no quedan test r¨¢pidos y el laboratorio est¨¢ cerrado por lo que hay que esperar al d¨ªa siguiente para tener m¨¢s informaci¨®n. Ya en el centro, Rodrigues agarra por los brazos a Manuso para que no se tire de la camilla mientras el ni?o vomita saliva. ¡°Con estos s¨ªntomas puede ser tambi¨¦n una intoxicaci¨®n¡±, expresa Marcos Ib¨¢?ez, un m¨¦dico voluntario que se ha cruzado por el camino. Al menos, la mucosa roja de los ojos indica que no tiene anemia, y tras inyectarle Diazepam, los m¨¦dicos deciden iniciar el tratamiento contra la malaria y darle a su vez antibi¨®ticos por si fuera una meningitis bacteriana. Pero el hospital, que forma parte de la red p¨²blica, no tiene en ese momento los f¨¢rmacos, y la abuela, con una camiseta amarilla en la que se lee lo contrario que en su cara Strong (fuerte), dice que no tiene dinero.
La malaria es la principal causa de muerte en el pa¨ªs, seg¨²n la OMS
En la sala de al lado, Ver¨®nica, una ni?a de siete a?os, tirita envuelta en una tela de hojas verdes y marrones. Mejor¨® y ha vuelto a empeorar. Ahora, adem¨¢s de malaria, es probable que tenga otra infecci¨®n. Dos camas m¨¢s all¨¢, duerme un ni?o de cinco a?os que ingres¨® por fiebre, dolor abdominal y v¨®mitos. Cuando el test dijo que no era malaria, los doctores suspendieron la medicaci¨®n. Puede ser tuberculosis. En la siguiente cama, otro ni?o de la misma edad aguarda con su padre. Diagn¨®stico: malaria. En otra sala, su hermano, de dos a?os, aguarda con su madre. Tambi¨¦n malaria.
El elevado n¨²mero de pacientes en este hospital y, sobre todo, de menores de cinco a?os, puso en alerta a la doctora Eva Gil, m¨¦dica de la Unidad de Medicina Tropical del Vall d¡¯Hebr¨®n de Barcelona, que tiene un convenio con este hospital angole?o. La hip¨®tesis que manej¨® Gil en un estudio sobre el terreno fue que la tendencia global de disminuci¨®n de casos y muertes en el mundo no se cumpl¨ªa en este municipio. De los 2.077 diagn¨®sticos durante dos a?os ¨Cdesde septiembre de 2014 a agosto de 2016¨C en los dos hospitales de la zona, la mayor¨ªa correspondieron a menores de cinco a?os. El 60% necesit¨® ingresos hospitalarios y el 7% de las personas enfermas fallecieron. Los datos obtenidos no confirmaron la hip¨®tesis.
Efectivamente, la incidencia de la malaria no hab¨ªa aumentado, pero la investigaci¨®n s¨ª puso en evidencia la parad¨®jica falta de conocimiento de una enfermedad que es end¨¦mica en la zona: el 50% de la poblaci¨®n sabe que se produce por la picadura de un mosquito y el 77% que produce fiebre alta, aunque m¨¢s de un 15% desconoce los s¨ªntomas. La mitad de la poblaci¨®n es consciente de que los mosquiteros son una forma de prevenirla y el 70% tiene estas redes en casa, pero solo el 46% asegura que duerme bajo ellas. El conocimiento est¨¢ relacionado con el nivel de estudios, seg¨²n el mismo informe.
"Quiero un libro de la malaria", grita Ezequiel, un ni?o de unos seis a?os a Israel Molina, director del Programa de Salud Internacional del Instituto Catal¨¢n de la Salud, que ha viajado a Cubal estos d¨ªas para participar en unas jornadas cient¨ªficas sobre enfermedades desatendidas. El menor acaba de participar en una actividad dirigida a los colegios para explicar qu¨¦ es la malaria, c¨®mo se contagia y c¨®mo se puede prevenir. Los estudiantes han dibujado qu¨¦ han entendido y Alberto Gomas, de la escuela Il¨ªdio Machado, ha ganado el concurso con la ilustraci¨®n de un hombre tumbado en una cama cubierto por un mosquitero al que solo se le ven la cabeza y los pies. Higinio, un enfermero, ha preferido cantar en directo un rap: ¡°Stop a mal¨¢ria, evite o paludismo. Use o mosquiteiro quando vai para casa¡±, silabea el estribillo.
Cada prueba cuesta unas 2.000 'kwanzas', unos 11 euros. La familia a lo mejor tendr¨ªa que vender una vaca para pagar el diagn¨®stico y el tratamiento
Tras prometerle el libro, Molina se agacha al suelo y dibuja sobre la tierra, con su dedo, una curva alta. Por debajo, garabatea un zigzag, como las l¨ªneas de un electrocardiograma. "Esto es lo que pasa en el barrio de Kasseque. Cuando en los dem¨¢s distritos el ¨ªndice de malaria desciende al comenzar la ¨¦poca seca, all¨ª hay un pico alt¨ªsimo¡±, explica el director del programa reproduciendo otra de las conclusiones del estudio realizado por la doctora Gil. Al d¨ªa siguiente, la investigadora y Molina salen a buscar las causas de la malaria.
En busca de la malaria
¡°De aqu¨ª para all¨¢ hay malaria, y de este lado para el otro no¡±, concluye con un discurso emp¨ªrico irrefutable una mujer con una canasta sobre la cabeza. Cuando se?ala de aqu¨ª para all¨¢ indica un lugar donde hay dos lagos, y en la otra direcci¨®n, no hay agua. La mujer, que vende gomillas del pelo, calcetines, bragas, sujetadores y linternas, est¨¢ cerca de una balsa de agua estancada con basura, una construcci¨®n que, seg¨²n Gil, no exist¨ªa antes de la realizaci¨®n del estudio y que puede contribuir a ese pico de incidencia en el barrio.
Gil y Molina avanzan hacia el foco de humedad entre unas casas de adobe, una de ellas en venta, y un peque?o huerto cubierto por un mosquitero. Detr¨¢s, dos ni?as juegan con unas mu?ecas fabricadas con botellines de cerveza y unos cuantos cabellos postizos. Desde aquel paisaje sin tiempo solo se ve una laguna. De lejos parece agua limpia, sana, una acuarela de marismas, pero de cerca, los mosquitos se arremolinan en las hierbas enfangadas. Dos ni?os pescan con un mosquitero como si fuera una red y una mujer lava y tiende la ropa.
¡°?Todo bien?¡±, se oye desde la ventanilla a medio subir, a medio bajar, de un todoterreno militar. Comentan en los alrededores que un cocodrilo mat¨® en octubre a una mujer donde se aproxima una manada de vacas que comienzan a beber y a defecar en la misma agua donde los ni?os pescan y la mujer lava la ropa. ¡°?De esta agua no se puede beber?¡±, preguntan un hombre y una mujer con una menor en brazos y otra a punto de nacer. A juzgar por el desconocimiento extra¨ªdo del estudio, no parece que sea una pregunta ret¨®rica. "No, no se puede beber", responde contundente Molina, que les ofrece su agua embotellada.
Y no solo la malaria marca la salud en la zona, la ausencia de una buena alimentaci¨®n y h¨¢bitos saludables tambi¨¦n hace estragos. ¡°Kasseque libre de defecaci¨®n al aire libre¡±, avisa un cartel delante de un colegio en el que varias enfermeras miden la desnutrici¨®n. Ajustan unas tiras de papel con marcas verdes, naranjas y rojas en el brazo de una menor como si fueran pulseras. El de la ni?a se queda en el naranja, lo que indica que debe alimentarse mejor. "?Qu¨¦ le da de comer?", pregunta una enfermera a la madre, que responde que funge, una pasta de ma¨ªz deshidratada. La sanitaria le aconseja que le d¨¦ patatas con cacahuetes.
En busca de los medicamentos
La misma noche que ingres¨® Manuso, los m¨¦dicos que lo atendieron salieron a buscar los medicamentos contra la malaria y la meningitis con el dinero que aport¨® una voluntaria que andaba cerca. A dos kil¨®metros del hospital, la luz de una pulcra farmacia se abre en la oscuridad. En una pared, un p¨®ster detalla las partes del cuerpo humano y al lado, una publicidad de gel ¨ªntimo para mujeres, otra de crema para hemorroides y una m¨¢s de un compuesto vitam¨ªnico. El doctor Ib¨¢?ez y la doctora Rodrigues muestran la receta al dependiente, que saca los medicamentos de un cuarto trasero. Marca el precio en una calculadora con teclas grandes y luego los introduce de uno en uno en una bolsa de pl¨¢stico. El hombre gira la calculadora y la muestra a modo de ticket: 2.550 kwanzas, unos 13 euros.
Manuso est¨¢ adormilado. Un enfermero suministra las dosis correspondientes a trav¨¦s de una v¨ªa. La abuela les da las gracias y los m¨¦dicos se van hasta el d¨ªa siguiente, cuando habr¨¢ que hacerle un estudio. Seg¨²n los doctores, las familias desisten en numerosas ocasiones ante la inconcreci¨®n del diagn¨®stico y el consecuente gasto en pruebas, que a veces ayudan y otras veces no. Una radiograf¨ªa cuesta unas 2.000 kwanzas, unos 11 euros. Las familias tendr¨ªan que vender, por ejemplo, una vaca, unas 50.000 kwanzas, unos 270 euros. Y puede que el enfermo se salve o puede que no. A la ma?ana siguiente, cuando los doctores acuden a la habitaci¨®n, la cama de Manuso est¨¢ vac¨ªa. Sin diagn¨®stico y sin medicinas, la abuela se lo llev¨® a casa, a la chabola. Junto al establo de vacas al raso.
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