Un gran f¨ªsico como cualquier otro
De la mente de Hawking han salido algunas de las teor¨ªas m¨¢s impactantes sobre la relatividad general y los agujeros negros
Tal vez el aspecto m¨¢s sorprendente de la personalidad de Stephen Hawking era lo poco que le importaba su enfermedad. Durante el medio siglo largo que convivi¨® con ella, se empe?¨® en llevar una vida normal ¨Cdentro de lo normal que pueda ser la vida de un f¨ªsico te¨®rico¡ª y lo m¨¢s chocante es que lo consigui¨® en una gran medida. Lo primero que hac¨ªa al despertar cada ma?ana era zamparse medio kilo de chuletas de cordero, ignoro si por prescripci¨®n m¨¦dica, y largarse a su laboratorio de Cambridge sin preocuparse lo m¨¢s m¨ªnimo por el considerable enredo log¨ªstico que ello supon¨ªa.
Como cualquier cient¨ªfico, pasaba el d¨ªa leyendo los papers (art¨ªculos t¨¦cnicos) reci¨¦n publicados por sus colegas y competidores en el ¨¢rea, atendiendo a su correo electr¨®nico, ejerciendo como tutor de sus estudiantes de doctorado e investigadores posdoctorales y, sobre todo, escribiendo ecuaciones en su ordenador de alta tecnolog¨ªa. De esas f¨®rmulas emanadas de su mente extraordinaria han salido algunas de las teor¨ªas m¨¢s impactantes sobre su ¨¢rea de estudio, la relatividad general y los agujeros negros. Un f¨ªsico te¨®rico como tantos.
Debe haber algo especial en la fisiolog¨ªa de la sonrisa y de la risa, porque a pesar de que la enfermedad hab¨ªa desconectado su cerebro de casi todos los m¨²sculos de su cuerpo ¨Cla principal excepci¨®n era el famoso dedo ¨ªndice que le permit¨ªa manejar el ordenador¡ª, Hawking se re¨ªa cuando algo le hac¨ªa gracia. Sin emitir carcajadas ni sonido alguno, pero abriendo la boca en una sonrisa amplia que daba gloria verla. Y una de sus pasiones favoritas, aparte de la m¨²sica, era reunirse con amigos en casa al acabar el trabajo diario. All¨ª se cenaba, se beb¨ªa vino con generosidad brit¨¢nica y se re¨ªa, sobre todo se re¨ªa.
Sus lectores conoc¨ªan muy bien su agudo sentido del humor. Por ejemplo, cuando trataba del efecto relativista de la dilataci¨®n temporal, Hawking explicaba que un pasajero que diera la vuelta al mundo en un avi¨®n envejecer¨ªa unas fracciones de segundo menos que sus amigos que se hubieran quedado en tierra. ¡°Naturalmente¡±, a?ad¨ªa, "este efecto rejuvenecedor quedar¨ªa anulado con creces por la comida que sirven en los aviones¡±. Tambi¨¦n era conocida su ley de Hawking sobre la edici¨®n divulgativa: ¡°Cada ecuaci¨®n que introduces en un libro reduce las ventas a la mitad¡±. Y, por supuesto, nunca se separ¨® del mu?eco que representaba su aparici¨®n en Los Simpson, que se ocupaba un lugar prominente en su despacho de Cambridge.
Es probable que parte del p¨²blico haya tenido dudas sobre su honradez intelectual, sobre si Hawking se ha aprovechado de su condici¨®n neurol¨®gica para vender su imagen, sobre si su persistente y entusiasta producci¨®n divulgadora, incluso su activismo p¨²blico, han hecho un bien o un mal a la ciencia. Son dudas comprensibles, pero seguramente injustas. Hawking no es distinto de otros grandes cient¨ªficos ¨Cde Galileo a Einstein y m¨¢s ac¨¢¡ª en su convicci¨®n de que la ciencia debe salir de los laboratorios y alcanzar a un p¨²blico m¨¢s general que los c¨ªrculos especializados. Dif¨ªcilmente esto puede haber hecho ning¨²n da?o a la ciencia, m¨¢s bien todo lo contrario.
Y, aunque es cierto que el f¨ªsico aprovech¨® su fama mundial para hacer activismo cient¨ªfico, las causas que apoy¨® as¨ª fueron siempre bien nobles, como presionar por el desarme nuclear y advertir de los graves riesgos que supone para la humanidad la irracionalidad medioambiental que est¨¢ calentando el planeta y contaminando sus tierras y sus oc¨¦anos, para resaltar la fragilidad de nuestro mundo y la conveniencia de empezar a explorar las posibilidades de colonizar otros en el futuro. Lo dicho, un gran f¨ªsico como cualquier otro.
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