Que no mueran m¨¢s chicas pobres para que las ricas aborten en secreto
Este 8 de agosto se vota en el Senado argentino la legalizaci¨®n del aborto, un momento hist¨®rico para acabar con las muertes por intervenciones clandestinas, el estigma y la desigualdad en el acceso
Las chicas de clase media sab¨ªamos d¨®nde estaban los hoteles tristes para abortar con dinero en efectivo, conoc¨ªamos el nombre del m¨¦dico y d¨®nde llamar para pedir cita. ?bamos muy asustadas y sal¨ªamos m¨¢s desamparadas, pero reconoc¨ªamos el privilegio: las chicas pobres se mor¨ªan desangradas o con infecciones generalizadas en las urgencias de las maternidades p¨²blicas despu¨¦s de intentarlo con agujas de tejer o manojos de perejil, asesoradas por una prima o alguna partera con poca pericia.
Eran los tiernos a?os ochenta y noventa, y, al menos en estos asuntos, Argentina era tan desoladora como la Rumania de Ceausescu que se pintaba en 4 meses, 3 semanas, 2 d¨ªas, aquella pel¨ªcula imprescindible de Cristian Mungiu. Esa Bucarest de esos hoteles tristes en los que los ginec¨®logos hac¨ªan cash podr¨ªa haber sido cualquier rinc¨®n de cualquier ciudad argentina. Todav¨ªa hay huecos que lo son un poco, aquellos en los que, a la desesperada, organizaciones llamadas provida se sacan de la manga argumentos peregrinos; sobre todo ahora, cuando la Ley de Interrupci¨®n Legal del Embarazo est¨¢ por fin a punto de ser aprobada. Ma?ana, 8 de agosto, pasa por el Senado.
El conflicto pod¨ªa deberse a un preservativo roto en una noche de juerga universitaria o pod¨ªa ser uno de esos casos que se contaban a toneladas en las villas miseria, ni?as o adolescentes violadas por su t¨ªo o su vecino. La diferencia era abismal e importaba, s¨ª, pero la cuesti¨®n es que todas est¨¢bamos decididas a no ser madres de esa manera ni en ese momento. Y tambi¨¦n est¨¢bamos condenadas a la clandestinidad, y a la culpa, en condiciones muy diferentes, dependiendo del dinero que pudi¨¦ramos destinar al aborto.
Llamemos "ella" a la mujer de esta historia.
Ella tuvo que hacerse un an¨¢lisis de orina en un laboratorio de an¨¢lisis cl¨ªnicos con la primera falta (a¨²n no hab¨ªa tests de farmacia). A escondidas, el trauma segu¨ªa construy¨¦ndose. A la cl¨ªnica clandestina en la zona m¨¢s pija del centro de su ciudad la acompa?¨® una amiga, en horario de clases de la facultad, para evitar las preguntas familiares. Ella no quiso la compa?¨ªa su novio, la prueba del pecado, porque a partir de ese momento, todo es pecado y ella cargar¨¢ esa m¨¢cula para siempre, m¨¢s all¨¢ de cualquier religi¨®n. ?l, compungido, se qued¨® todo el tiempo en una cafeter¨ªa a pocos metros de la cl¨ªnica pirata, esperando el permiso de ella para acercarse.
Antes de entrar al quir¨®fano, a ella le dieron una habitaci¨®n de hotel con una cama individual. A los diez minutos, entr¨® la enfermera y le pidi¨® el dinero. Su amiga le acerc¨® los billetes. En medio de la oscuridad real o imaginaria de los pasillos, ella vio aparecer al ginec¨®logo robusto y cojo. La parte del quir¨®fano ya casi no puede describirla porque todo fue angustia ba?ada por chorros de luz de los tubos fluorescentes. El proceso fue r¨¢pido pero muy humillante, no hubo ninguna contenci¨®n profesional, ni pizca de cari?o o consuelo. Las piernas abiertas, sangrando. Aquello doli¨® y hubo que pasar el posoperatorio como si nada, sin baja en el trabajo ni ausencias en la facultad ni cara de dolor en casa.?
Un par¨¦ntesis. Unos a?os m¨¢s tarde, el ginec¨®logo robusto y cojo que interven¨ªa en las condiciones que pod¨ªa (o que su af¨¢n de r¨¦dito le permit¨ªa), result¨® procesado por la muerte de una paciente. Ella ley¨® la noticia, estremecida y muda. Muda.
Ella pertenece a la generaci¨®n de las hermanas menores de los desaparecidos de la dictadura (entre el 1976 y 1983), que est¨¢n viviendo los albores de una primavera constitucional y, sin embargo, aceptan en silencio el hecho de que el aborto sea un crimen que se paga con la c¨¢rcel. Poco despu¨¦s de su propia incursi¨®n en el crimen, ella acompa?¨® a una amiga de la infancia a practicarse un aborto a una consulta instalada en el garaje de una casa unifamiliar de barrio. Otra compa?era de facultad pidi¨® una recomendaci¨®n o la nueva direcci¨®n del ginec¨®logo cojo (porque ellos mudan sus consultas a menudo, claro).
En las charlas casi adolescentes de estas mujeres se col¨® siempre la historia amenazante de una infecci¨®n mal atendida con tal o cual partero y el cargo de conciencia eterno con esa noci¨®n de la vida impuesta. En cada una de esas chicas creci¨® el remordimiento de tantos a?os de educaci¨®n culp¨®gena bien fortificada gracias a las deplorables pr¨¢cticas clandestinas. Era dif¨ªcil discutir abiertamente este asunto: incluso en el ¨¢mbito de la militancia de izquierda el aborto se escond¨ªa, como palabra y como derecho.
¡°La lucha por la secularizaci¨®n es la lucha por el derecho¡±, explic¨® la jurista argentina A¨ªda Kemelmajer hace unos d¨ªas ante el Senado, la c¨¢mara que ma?ana 8 de agosto tendr¨¢ que convertir en ley la interrupci¨®n voluntaria del embarazo hasta la semana 14, que ya cuenta con la aprobaci¨®n de la C¨¢mara de los Diputados desde el pasado junio. En la calle, la campa?a por el aborto legal, seguro y gratuito compensa en voz alta todas esas d¨¦cadas de mancha muda.
La amiga que abort¨® en aquel garaje opt¨® a?os despu¨¦s por integrar activamente un grupo antiabortista. Ella le pregunt¨® por qu¨¦: ¡°Porque me arrepent¨ª¡±. Sin embargo, a todas nos sucede ese remordimiento y no pensamos que una soluci¨®n general al tema del embarazo no deseado sea siempre llevarlo a t¨¦rmino. ?Qu¨¦ hay de la mujer obligada a ser una m¨¢quina de reproducci¨®n antes que persona?
El estr¨¦s postraum¨¢tico ya parece venir unido en esta maquinaria moral perfecta que se nos construye como mujeres. Lidiaremos para siempre, m¨¢s o menos calladas, con estos momentos de dolorosas decisiones, aunque nos manifestemos en la calle contra la criminalizaci¨®n de nuestros actos de autonom¨ªa. Y si tras un aborto decidimos ser madres el sufrimiento por aquel episodio se volver¨¢ aun m¨¢s intenso. Cr¨¦annos: no es necesario someternos al castigo de la ilegalidad.
Las hijas de las secuestradas de los militares genocidas se convirtieron en mujeres, son las nietas de las Madres de Plaza de Mayo, compran tests de embarazo en la farmacia cuando a ellas o a sus hijas se les rompe el preservativo. Si ahora, en 2018, no pueden llevar el embarazo adelante, tienen que conseguir el tel¨¦fono de alguien que no tendr¨¢ nombre propio y que les devolver¨¢ la llamada desde un n¨²mero sin registrar.
Abortar est¨¢ penado con c¨¢rcel y es punible tambi¨¦n ayudar a alguien a hacerlo. Mujeres bravas de asociaciones solidarias les devolver¨¢n la llamada desde un n¨²mero an¨®nimo y les dar¨¢n las indicaciones sobre la p¨ªldora a comprar, sus efectos y c¨®mo sobrellevar los s¨ªntomas de un aborto qu¨ªmico. No pueden dejarse ver ni estar presentes. Ellas, unas y otras ¡ªlas que lo tuvieron que experimentar antes, las que lo sufren despu¨¦s, las que tiemblan y tienen el dinero ahorrado por las dudas¡ª acumulan desolaci¨®n y m¨¢s estigma. Las ni?as m¨¢s pobres de los barrios que hoy son mucho m¨¢s pobres mueren cada d¨ªa en los dispensarios rurales y en las salas de espera de los hospitales. Las cifras son apabullantes. Hace 20 a?os, un m¨¦dico de referencia como Ren¨¦ Favaloro lo expres¨® gr¨¢ficamente: ¡°Los ricos defienden el aborto ilegal para mantener el secreto. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto (¡) Con el aborto legal no habr¨¢ m¨¢s ni menos abortos, habr¨¢ menos madres muertas. El resto es educar, no legislar¡±.
La realidad social del aborto y su clandestinidad forzosa no resuelven el asunto de las vidas en gestaci¨®n, pero s¨ª ¡°condena a las mujeres sin recursos que, en muchos casos, son ni?as abusadas¡±, explicaba la reputada jurista Kemelmajer, con aplomo, sin la emoci¨®n de los discursos encendidos de hace algo m¨¢s de un mes en la C¨¢mara de Diputados. Se han dado todos los pasos, con paciencia. Quiz¨¢ demasiada.
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