Propaganda y ¡®fact checking¡¯
Algunos episodios informativos dan lugar a una espiral de interpretaciones por culpa de la desinformaci¨®n, una amenaza creciente y el mejor combustible para hacer arder las redes (y las urnas)
¡°Aqu¨ª los peri¨®dicos llegan muy tarde y, aunque cuentan muchas noticias, no todas se pueden creer. Por ejemplo, dec¨ªan ayer que nuestros cosacos hab¨ªan prendido a Napole¨®n, pero comprender¨¢s lo poco que me creo estas cosas¡±. La cita pertenece a los Relatos de Sebastopol (1855), de Lev Tolst¨®i, escritos durante el sitio de la ciudad crimea, y sirve para constatar que la desinformaci¨®n es m¨¢s antigua que el mundo y, desde luego, que la influencia de un Putin o un Trump cualesquiera en la fragua de las mal llamadas fake news.
No hace falta remontarse al siglo XIX para hallar ejemplos de ¡°hechos alternativos¡± anteriores a la aparici¨®n de estos taumaturgos de la opini¨®n p¨²blica: la existencia de armas de destrucci¨®n masiva en Irak en 2003; la atribuci¨®n a ETA de la autor¨ªa del 11-M; la imagen del cormor¨¢n rebozado en petr¨®leo en la guerra del Golfo de 1991. En febrero, el incendio de un cami¨®n con ayuda humanitaria para Venezuela gener¨® una controversia que a¨²n perdura.
Antes se la llamaba propaganda, y era el contendiente invisible de cualquier guerra. Ahora el campo de batalla son las urnas, las audiencias, las apetencias de los usuarios, ese palabro que ha sustituido al m¨¢s republicano y noble ¡°ciudadanos¡±. Se entiende pues la preocupaci¨®n de las instituciones: la UE acaba de lanzar un sistema de alerta r¨¢pida contra la desinformaci¨®n, como Espa?a, mientras Facebook, en la picota, refuerza las normas sobre mensajes pol¨ªticos en v¨ªsperas de las elecciones indias.
Los algoritmos dominan nuestra existencia. Pero adem¨¢s de blindar la Red no estar¨ªa mal resistirse a su influencia llamando ¡ªprimer paso para exorcizar cualquier demonio¡ª a las cosas por su nombre: las fake news son supercher¨ªas que calan como agua de mayo en una realidad fragmentada ¡ªleemos tuits en vez de art¨ªculos; vemos series, m¨¢s que largometrajes; vivimos a golpe de app- y empa?an la comprensi¨®n del mundo.
La confusi¨®n reinante, que obliga a un catenaccio informativo para desentra?ar la realidad, propicia la creaci¨®n de plataformas de fact checking, muy oportunas si eso mismo, la verificaci¨®n de datos, no fuera el ADN del periodismo; negocio incipiente, es tambi¨¦n una paradoja autorreferencial. Y, como todo hoy ¡ªy en tiempo de los sofistas: nada nuevo bajo el sol¡ª, puede leerse del derecho y del rev¨¦s. Sirva el ejemplo del cami¨®n incendiado en la frontera de Venezuela: tras la atribuci¨®n inicial del hecho a las fuerzas chavistas, una verificaci¨®n del New York Times concluy¨® que fue un accidente provocado por un partidario de Guaid¨®, y a esta sucedi¨® otra de France Presse, desmontando la anterior. Ante la ofensiva agitprop, hasta el fact checking puede quedarse en test de verosimilitud, esa cualidad que permite hacer pasar por verdadera la ficci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.