Mirar para otro lado
Lastrada por los intereses particulares de sus miembros y el unilateralismo rampante de alguno de ellos, la ONU asiste con impotencia a la tragedia de Yemen o la anarqu¨ªa de Libia, un escenario inquietante donde acaba de ser desautorizada por Washington

La conmemoraci¨®n del 25? aniversario del genocidio de Ruanda es buena ocasi¨®n para recordar la figura del general Rom¨¦o Dallaire, a la saz¨®n jefe de la misi¨®n de la ONU en el pa¨ªs africano, y extrapolar su discurso a la irresoluci¨®n de conflictos actuales. El militar canadiense clam¨® en el desierto durante meses, informando sin ¨¦xito de la tragedia al Consejo de Seguridad y por extensi¨®n a Occidente, cuyos programas de ayuda al desarrollo hab¨ªan contribuido a armar hasta los dientes a los genocidas con material suministrado por Francia y machetes chinos a granel.
Dallaire enton¨® en 1997 un vibrante mea culpa para denunciar la inacci¨®n de la comunidad internacional, una mampara de intereses econ¨®micos y parcelas de influencia como la de Par¨ªs en Kigali por mor de la francophonie, esa forma de neocolonialismo suave. Compareci¨® en televisi¨®n en uniforme, cuajado de estrellas, despu¨¦s de que su jefe, Kofi Annan, le impidiese declarar ante el Senado belga por la muerte de diez soldados de esa nacionalidad, y se declar¨® culpable de esas muertes, del asesinato de trabajadores humanitarios, del ¨¦xodo de dos millones de refugiados y del asesinato de un mill¨®n de ruandeses, no sin subrayar ¡°la apat¨ªa y el absoluto desinter¨¦s de la comunidad internacional¡±. ¡°Nosotros inform¨¢bamos a diario, y el mundo segu¨ªa mirando sin actuar¡±, dijo. Fue ¡ªpareci¨® serlo, al menos¡ª un punto de inflexi¨®n para la ONU y el papel de sus cascos azules.
Cifras al margen ¡ªel balance de muertos que se maneja habitualmente es de 800.000 en cien d¨ªas, a un ritmo de 333,3 asesinatos por hora, cinco vidas y media por minuto¡ª, el genocidio ruand¨¦s lo protagonizaron los verdugos, pero tambi¨¦n, por omisi¨®n, espectadores lo suficientemente ajenos ¡ªo demasiado interesados¡ª para permitir un exterminio de civiles que, salvando las distancias, recuerda al de Yemen hoy. A finales de a?o, esta guerra se habr¨¢ cobrado 102.000 vidas, m¨¢s otras 131.000 por el hambre, las enfermedades y el colapso de las infraestructuras sanitarias. Lo vaticinaba esta semana un informe de la misma ONU cuya credibilidad, malherida en Ruanda, acab¨® de rematar la ignominia de Srebrenica. Pero, como subray¨® Dellaire, la factura del horror no habr¨ªa que pas¨¢rsela tanto a la organizaci¨®n como a los Estados que la componen, y a sus conspicuos intereses, incluido el negocio de las armas: el caso saud¨ª en Yemen es palmario.
La comunidad internacional parece no aprender de sus errores. Tras la adopci¨®n en 2005 de una norma que evitase carnicer¨ªas como las de Ruanda y Bosnia, la denominada ¡°responsabilidad de proteger¡±, la catastr¨®fica intervenci¨®n internacional en Libia en 2011 a?adi¨® otro cors¨¦ a la incapacidad de Naciones Unidas para abordar avisperos como los de Siria y Yemen. La reedici¨®n del caos libio, en el que Washington ha vuelto a ningunear notoriamente a la ONU, demuestra la necesidad de superar las diferencias y abordar los casos en los que la cooperaci¨®n internacional es a¨²n factible.
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