Todo pasa, salvo el pasado
Los intentos de revisar la historia conducen la mayor¨ªa de las veces a la censura, pero otras son pertinentes
Dicen los expertos que los museos tienen la obligaci¨®n de reescribir la historia, es decir, de revisarla cient¨ªficamente, como muestra el "descolonizado" museo de ?frica de Bruselas, reci¨¦n inaugurado tras un lustro de reformas para expiar el relato oficial urdido sobre los abusos del poder blanco. Pero pretender corregir hasta el ¨²ltimo detalle del pasado supone a veces incurrir en un galimat¨ªas jur¨ªdico, administrativo y pol¨ªtico, cuando no directamente en la censura.
Qu¨¦ gran paradoja resulta de enfrentar la protecci¨®n de datos y el derecho al olvido con la memoria hist¨®rica, como ha demostrado el episodio del borrado del nombre del notario de uno de los consejos de guerra a los que fue sometido el poeta Miguel Hern¨¢ndez, frente a la continuada exhumaci¨®n de restos de fosas comunes (mientras sigue pendiente el traslado de los del dictador Franco). En ambas pretensiones, la de olvidar y la de recordar, se entrecruzan lo legal y lo leg¨ªtimo, y en la horquilla de motivaciones de cada uno ha lugar para la reparaci¨®n moral, la justicia con min¨²sculas o el consuelo postrero del tiempo como definitivo fundido a negro. El ¨²nico pero: que la prevalencia del olvido sobre la memoria inclina la ecuaci¨®n hacia la censura, como han advertido los expertos contrarios al borrado administrativo del dato sin mediar auto judicial.
No solo hay intentos de revisionismo en la interpretaci¨®n contempor¨¢nea del relato de la Guerra Civil espa?ola: en los ¨²ltimos a?os, las antiguas dictaduras comunistas del Este han ca¨ªdo en un v¨®rtice alrededor de la memoria como reverso inquietante de la identidad. Hay discusiones en Rusia, cuya historia oficial queda mermada al cuestionarse los cr¨ªmenes estalinistas; con la rehabilitaci¨®n de figuras negras del pasado reciente en Hungr¨ªa o la relectura del Holocausto en Polonia. Es un magma de reacciones viscerales a episodios hist¨®ricos atragantados, como lo fue en parte el cierre en falso de la Transici¨®n espa?ola al cubrir con un manto de silencio miles de cunetas-osarios.
Por eso la precisi¨®n que denota el lifting al que ha sido sometido el museo de ?frica contrasta con los intentos espurios, como la ultracorrecci¨®n pol¨ªtica, la leyenda negra como terreno abonado para las fake news, los meros ajustes de cuentas o la apropiaci¨®n excluyente y pro parte del sufrimiento. Una mezcla explosiva que solo aviva la llama identitaria.
Tal vez por eso solo el arte pueda atravesar indemne esta ci¨¦naga que a menudo es el pasado. En La carga, una pel¨ªcula nada complaciente, el joven cineasta serbio Ognjen Glavonic regurgita el tab¨² de las fosas comunes en la guerra de Kosovo mientras el discurso oficial calla en Belgrado, por lo que su ficci¨®n no solo es veros¨ªmil, sino tambi¨¦n real. Porque fabulado o hiriente, ¡°todo pasa, salvo el pasado¡±, reza el lema del museo africano de Bruselas.
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