C¨®mo los tertulianos suplantaron a los intelectuales
En sus intervenciones hab¨ªa algo de provocaci¨®n. Nos mostraban la realidad desde nuevas perspectivas. ?Por qu¨¦ han desaparecido las mentes m¨¢s brillantes del debate p¨²blico?
Con los intelectuales ocurre lo mismo que con la socialdemocracia: no puede hablarse de ellos sin mentar su muerte, su crisis o su lamentable estado. De hecho, les va incluso considerablemente peor que a aquella, que al menos consigue ganar algunas elecciones de vez en cuando. El final de los intelectuales se lleva cacareando desde hace unos 40 a?os y siguen sin levantar cabeza. A pesar de todo, el t¨¦rmino sobrevive, pero desprovisto ya del aura que sol¨ªa acompa?arlo. En Espa?a sigue utiliz¨¢ndose para referirse a los miembros de algunas profesiones ¡ªacad¨¦micos, artistas, literatos o actores¡ª. Como cuando, por ejemplo, aparecen esos pomposos titulares donde se anuncia su pronunciamiento sobre alguna cuesti¨®n de actualidad. ¡°Un grupo de intelectuales¡± dice esto o aquello y firman el manifiesto toda una ristra de personas pertenecientes a estas profesiones mencionadas. Pero la popularidad de algunos de ellos ¡ªpensemos en los casos recientes de Richard Gere o Javier Bardem con la crisis de los refugiados del Open Arms¡ª no los convierte sin m¨¢s en ¡°intelectuales¡±; son personas populares que hacen p¨²blico su loable compromiso pol¨ªtico. Punto.
El intelectual cl¨¢sico, el ¡°verdadero¡±, es aquel o aquella cuya opini¨®n cobraba una especial importancia porque estaba respaldada por el extraordinario prestigio que se hab¨ªa ganado en el campo en el que sobresal¨ªa, generalmente en el pensamiento, la ciencia o la literatura. Sus opiniones merec¨ªan m¨¢s atenci¨®n porque se supone que estaban fundadas sobre mejores argumentos. No era lo mismo lo que dec¨ªa un profesor cualquiera de una universidad italiana que lo que sal¨ªa de la pluma de un Bobbio o un Umberto Eco. Su capacidad para ser le¨ªdos o escuchados con atenci¨®n ha sido siempre mayor que la de cualquier otro mortal. Pero, ?ojo!, su excelencia en un determinado campo del saber no les otorgaba por s¨ª misma un salvoconducto para obtener mayor influencia. Un buen ejemplo a este respecto, como nos recuerda Richard Rorty, es el caso de Heidegger, ¡°el mejor fil¨®sofo del siglo XX y a la vez un facha (redneck) de la Selva Negra¡±. Casos de estos abundan, como cuando Foucault se pronunci¨® con entusiasmo a favor del ayatol¨¢ Jomeini, o cuando, ya m¨¢s cercanos en el tiempo, comienzan a desbarrar los Chomsky o Zizek. El buen juicio pol¨ªtico, como dec¨ªa Hannah Arendt, no est¨¢ necesariamente asociado a la capacidad intelectual o al ¨¦xito acad¨¦mico.
De todas formas, y esto tambi¨¦n forma parte del perfil del intelectual, en sus intervenciones siempre hab¨ªa algo de provocaci¨®n, no se limitaban al sano ejercicio de la cr¨ªtica sin m¨¢s; nos desvelaban nuevas y originales perspectivas sobre la realidad y nos enfrentaban a nuestras propias contradicciones. Quiz¨¢ por eso mismo muchos de ellos oficiaban como ¡°sacerdotes impecables¡± (como los llamaba el te¨®rico pol¨ªtico Rafael del ?guila), siempre del lado de la ¨¦tica de la convicci¨®n y ajenos a la inevitable naturaleza dilem¨¢tica de la mayor¨ªa de las decisiones pol¨ªticas. Su rol no era el de facilitar la decisi¨®n al gobernante, sino el de sacudir las conciencias, aunque a veces, como en el caso de Sartre, les perdiera su partidismo, justo lo contrario de lo que nos encontr¨¢bamos en Camus u Orwell, cuya autonom¨ªa de pensamiento era marca de la casa.
Su rol no era el de facilitar la decisi¨®n al gobernante, sino el de sacudir conciencias
A algunos les gustaba la sobrerreacci¨®n, la exageraci¨®n o, como en el caso de Foucault, ¡°destruir las evidencias y las universalidades, mostrar en las inercias y restricciones del presente los puntos d¨¦biles, las aperturas, las l¨ªneas de fuerza¡±. M¨¢s modesta, pero por ello no menos eficaz, nos parece la posici¨®n de Habermas, para quien el atributo fundamental del intelectual es el ¡°olfato vanguardista para las relevancias¡±. Para ¨¦l, el punto fundamental es ¡°detectar temas importantes, presentar tesis f¨¦rtiles y ampliar el espectro de las cuestiones relevantes con el fin de mejorar el deplorable nivel de los debates p¨²blicos¡±. Puede que en este juego entre razonabilidad y provocaci¨®n estuviese la clave que hac¨ªa que su acci¨®n p¨²blica fuera m¨¢s o menos escuchada y seguida, m¨¢s o menos respetada.
Aparece el experto
Poco a poco, sin embargo, su reinado en el espacio p¨²blico fue sustituido por el de los expertos. La nueva complejidad de una pol¨ªtica cada vez m¨¢s tecnocr¨¢tica hizo que nuestra comprensi¨®n de lo que acontec¨ªa requiriera del continuo recurso a especialistas de distinto pelaje. Los grandes discursos de la tutela filos¨®fico-moral del intelectual cl¨¢sico dieron paso as¨ª al ¡°an¨¢lisis experto¡±. Este complementaba m¨¢s eficazmente las noticias del d¨ªa a d¨ªa que las posibles reflexiones del sabio. El mundo acad¨¦mico, adem¨¢s, pronto dej¨® de ofrecer generalistas y propici¨® ¨²nicamente la especializaci¨®n. Por otro lado, ya iban quedando cada vez menos de los intelectuales hist¨®ricos, que estaban siendo suplidos tambi¨¦n por los que los anglosajones llaman public intellectuals, que opinan a partir de su especialidad y su prestigio, como Francis Fukuyama, Steven Pinker, Yuval Noah Harari, ?Niall Ferguson¡, y que tienen en com¨²n el estar casi siempre bajo el foco p¨²blico. Muchos de ellos ¡ªno necesariamente los aqu¨ª mencionados¡ª poseen, como se?ala Daniel W. Drezner en The Ideas Industry, un acceso privilegiado al ¡°mercado de las ideas¡±, que no est¨¢ exento de mediaciones y donde grandes intereses econ¨®micos desempe?an tambi¨¦n su papel a la hora de promocionar unas u otras reflexiones. Eso del intelectual cl¨¢sico de ¡°decir la verdad al poder¡± se tornar¨ªa as¨ª en lo contrario: son los poderes f¨¢cticos los que tratan de definir cu¨¢l es la verdad busc¨¢ndose los portavoces adecuados, ya sean pensadores o think tanks.
Intelectuales y pol¨ªtica posverdad
El caso es que, al entrar en esta fase de pol¨ªtica posverdad, ya no hay forma de imponer ¡°verdades¡± que valgan. Vengan de los intelectuales, los expertos o los public intellectuals. No en vano, todos ellos pertenecen a una ¨¦lite y eso les coloca ya a priori bajo sospecha. A menos, claro, que defiendan las posiciones que nos importan. La actual vituperaci¨®n de las ¨¦lites se ha extendido tambi¨¦n a quienes ten¨ªan la funci¨®n de orientarnos. Ortega se equivocaba. Ha habido que esperar a la expansi¨®n de las redes sociales para que se produjera la aut¨¦ntica rebeli¨®n de las masas, aunque ahora hayan cobrado la forma de enjambres virtuales. Detr¨¢s de esto se encuentra, desde luego, el proceso de desintermediaci¨®n, que ha roto con el monopolio de los medios tradicionales para ejercer su tutela sobre la opini¨®n p¨²blica. O la posibilidad potencial de acceso directo a conocimientos que hasta ahora solo eran accesibles para un grupo de iniciados. O el predominio de los afectos sobre la cognici¨®n ¡ª¡°solo me parece convincente lo que encaja con mis sentimientos¡±¡ª. O la enorme polarizaci¨®n pol¨ªtica que se nutre de un consumo tribalizado de la informaci¨®n y la discusi¨®n (las famosas c¨¢maras de eco). O la desaparici¨®n de la deliberaci¨®n detr¨¢s de lo meramente expresivo.
Greta Thunberg consigue m¨¢s atenci¨®n que el fil¨®sofo Bruno Latour, gran experto en cambio clim¨¢tico
El resultado de todo esto es una p¨¦rdida generalizada de auctoritas por parte de instituciones, grupos o personas que hasta entonces cumpl¨ªan esa funci¨®n orientadora de la que antes habl¨¢bamos. Y entre ellos se encuentran, c¨®mo no, los intelectuales. Porque haberlos haylos, solo que su influencia cada vez es menor en esta sociedad que se proyecta sobre un escenario cada vez m¨¢s fragmentado y est¨¢ dominada por una fr¨ªa econom¨ªa de la atenci¨®n. Se atiende a quien m¨¢s ruido hace, no a quienes aportan mejores argumentos; o al m¨¢s feo y provocador, como Michel Houellebecq, que siempre es entrevistado con fruici¨®n; o a quienes se valen de novedosas estrategias en defensa de una determinada causa. No es de extra?ar as¨ª que la ecologista adolescente Greta Thunberg haya conseguido captar mucha m¨¢s atenci¨®n que cualquiera de los escritos de Bruno Latour, el fil¨®sofo que m¨¢s y mejor se ha venido ocupando del desastre clim¨¢tico.
La tertulianizaci¨®n de la opini¨®n
No podemos olvidar, sin embargo, que la democracia ha tenido siempre una peculiar relaci¨®n con la verdad. La democracia es el gobierno de la opini¨®n, no el de los fil¨®sofos plat¨®nicos o el de los cient¨ªficos. Y aunque aquellos siempre podr¨¢n ilustrarnos, al final decide la opini¨®n mayoritaria, que no tiene por qu¨¦ ser la m¨¢s fundada en raz¨®n. Por eso mismo los te¨®ricos de la democracia han abogado por la necesidad de someter las diferentes opiniones a la prueba de la deliberaci¨®n p¨²blica. Y aqu¨ª es donde son bienvenidos los intelectuales, los que nos alertan sobre dimensiones de la realidad que a veces se nos escapan. El problema es que la mayor¨ªa de ellos se han dejado llevar por la polarizaci¨®n y se han adscrito a alguna de las partes de esta nueva pol¨ªtica de facciones irreconciliables. Con ello pasan de ser intelectuales a convertirse en ide¨®logos, en racionalizadores de unas u otras opiniones. El pensamiento aut¨®nomo se desvanece o pierde su resonancia detr¨¢s del ruido de las redes. Otros se empecinan en disquisiciones pedantes digeribles solo para quienes est¨¢n bien anclados en la cada vez m¨¢s minoritaria subcultura human¨ªstica.
Con todo, tengo para m¨ª que los que han dado la puntilla a los intelectuales han sido, curiosamente, los tertulianos, si es que podemos generalizar entre tan amplio y variado grupo. Por la propia din¨¢mica del invento, el fugaz y casi improvisado an¨¢lisis ¡ªel ¡°pensamiento r¨¢pido¡±¡ª y el fomento del contraste de pareceres, el mensaje que se transmite es que todo es opinable. Y sin hacer grandes esfuerzos. Incluso en aquellos temas que requerir¨ªan el recurso al conocimiento experto. ?Qui¨¦nes son, pues, estos intelectuales ¡ªo expertos¡ª que se atreven a imponernos una ¨²nica visi¨®n de la realidad cuando yo ya tengo la de los ¡°m¨ªos¡±? No es de extra?ar, pues, que se est¨¦ abandonando a los otrora ¡°sacerdotes impecables¡± para seguir acr¨ªticamente a l¨ªderes populistas implacables. La raz¨®n argumentativa se va supliendo poco a poco por la cacofon¨ªa de opiniones sin sustento o el refuerzo emocional de las nuevas consignas. S¨ª, me temo que el final de los intelectuales tiene todos los visos de ser una profec¨ªa autocumplida
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