Nostalgia del racionamiento
Estamos acaparando bienes y servicios esenciales a los que millones de personas no tendr¨¢n acceso en el futuro
La ca¨ªda del muro de Berl¨ªn pill¨® a David Hasselhoff, protagonista de la serie El coche fant¨¢stico, promocionando su primer disco. La Nochevieja de 1989 fue el primer cantante estadounidense que actu¨® en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA). Lo hizo subido a una gr¨²a suspendida sobre el Muro, desde donde interpret¨® en playback una canci¨®n titulada Looking for Freedom (buscando la libertad). No a todos los berlineses les impresionaron las habilidades vocales pregrabadas de Hasselhoff. En un v¨ªdeo de la televisi¨®n alemana se aprecia c¨®mo al menos dos personas le lanzan bengalas que pasan a cent¨ªmetros de su cabeza. Es una escena que encarna a la perfecci¨®n las debilidades de la interpretaci¨®n dominante de la unificaci¨®n alemana, que viene a ser una reformulaci¨®n del lema de los Teletubbies: ¡°?Abrazo grande!¡±.
El escritor Heiner M¨¹ller denunci¨® insistentemente esos relatos de la reunificaci¨®n que cancelaban una experiencia hist¨®rica compleja que implicaba a millones de personas. Cualquier dem¨®crata deber¨ªa condenar la dictadura estalinista, pero la reprobaci¨®n no es lo ¨²nico que se puede decir sobre la vida en el Este. En especial, la ca¨ªda del Muro signific¨® la demonizaci¨®n del vocabulario pol¨ªtico relacionado con la planificaci¨®n econ¨®mica. En la era salvaje de la globalizaci¨®n, el mensaje era n¨ªtido: los estalinistas racionaban, los dem¨®cratas no. La centralizaci¨®n, se dec¨ªa, llevaba a un c¨ªrculo vicioso de escasez y despilfarro; la competencia mercantil, a la abundancia para todos.
Ser¨ªa absurdo infravalorar las debilidades sist¨¦micas de las econom¨ªas sovi¨¦ticas, pero no siempre ni necesariamente ten¨ªan que ver con la centralizaci¨®n. Como ha se?alado ?scar Carpintero, la mayor¨ªa de los bienes sujetos a planificaci¨®n en el Este se produc¨ªan aut¨®nomamente en empresas regionales, con un alto grado de delegaci¨®n. Las econom¨ªas de Polonia, Checoslovaquia y Hungr¨ªa estaban tan monopolizadas como la de Estados Unidos. En 1990, las 100 mayores compa?¨ªas checoslovacas reun¨ªan el 26% del empleo; en Estados Unidos era el 24%. Ning¨²n s¨¢trapa sovi¨¦tico so?¨® jam¨¢s con el nivel de monopolio de nuestra industria del autom¨®vil, con el grado de planificaci¨®n e integraci¨®n vertical de Amazon o Walmart.
Pero, sobre todo, el capitalismo ha arrojado a la humanidad a una dram¨¢tica crisis de escasez de energ¨ªa, minerales, suelos f¨¦rtiles y recursos necesarios para la vida. Nos negamos a reconocerlo por una mezcla de miop¨ªa y ego¨ªsmo: har¨ªan falta tres mundos y medio para generalizar las pautas de consumo de los espa?oles. Eso significa que estamos acaparando bienes y servicios esenciales a los que millones de personas ¡ªtal vez nosotros mismos¡ª no tendr¨¢n acceso en el futuro. Somos estraperlistas hist¨®ricos enredados en su propio timo piramidal. Los supermercados capitalistas est¨¢n tan desabastecidos como los sovi¨¦ticos: no lo vemos porque vivimos instalados en el saqueo ecol¨®gico.
Algunos estudios se?alan que la arena com¨²n se est¨¢ convirtiendo en una materia prima cada vez m¨¢s escasa y cara. En pa¨ªses como la India han aparecido mafias violentas dedicadas al tr¨¢fico de arena. Es s¨®lo un anticipo pintoresco de una pauta que se volver¨¢ recurrente. Cada vez m¨¢s bienes y servicios hoy abundantes en Occidente ¡ªcomo los viajes en avi¨®n, la calefacci¨®n o la carne¡ª se volver¨¢n inaccesibles para la mayor¨ªa. La cuesti¨®n es si el reparto de esos recursos escasos se producir¨¢ a trav¨¦s del mercado, de forma que unos pocos los acaparar¨¢n; si dar¨¢ lugar a una dictadura burocr¨¢tica, como en la RDA, o si somos capaces de imaginar una forma de planificaci¨®n justa, igualitaria y sostenible.
Seg¨²n Selina Todd, cuando en 1949 los laboristas brit¨¢nicos retiraron los controles sobre los alimentos y el combustible creados durante la II Guerra Mundial, se enfrentaron a una oleada de indignaci¨®n. La mayor¨ªa de la gente exig¨ªa que se mantuviera el racionamiento porque tem¨ªan que, en caso contrario, aumentar¨ªan las desigualdades, como efectivamente ocurri¨®. Es una lecci¨®n valiosa. Necesitamos cartillas de racionamiento medioambientales que aseguren que, entre otras muchas cosas, la energ¨ªa, el transporte o los alimentos se reparten seg¨²n criterios democr¨¢ticos basados en las necesidades sociales. La alternativa es un escenario dist¨®pico de ecofascismo y guerra.
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