Ser ¡®ranger¡¯ en Liberia, una profesi¨®n de riesgo
Los agentes forestales de la segunda selva tropical m¨¢s grande del oeste de ?frica protegen miles de hect¨¢reas de los furtivos armados con un solo coche y una decena de voluntarios por menos de 150 euros al mes
Augustine Nimely tiene 46 a?os, tres marcas de tiza blanca en la frente y el recuerdo de un disparo que nunca olvidar¨¢. A finales de 2019 patrullaba bajo los ¨¢rboles del Parque Nacional de Sapo, el m¨¢s importante de Liberia, como un d¨ªa m¨¢s. Era una ma?ana cualquiera. Tanto, que no recuerda la fecha en la que su vida estuvo a punto de terminar. Un ruido le hizo levantar la cabeza. No muy lejos hab¨ªa un cazador. Le grit¨®. Antes de obtener respuesta, ?pum! Un disparo lejano estuvo a punto de acertarle en el cuerpo, (des)protegido por el mono verde y la boina negra del uniforme de ranger o agente especial. Ni casco, ni chaleco, ni arma. Nada. En una acci¨®n que pocos de sus compa?eros estar¨ªan dispuestos a realizar, corri¨® hacia su atacante. Le redujo, le arrebato la pistola y logr¨® detenerle. Se jug¨® la vida por su trabajo. Se jug¨® la vida por menos de 150 euros.
Como ¨¦l, otros 63 agentes forestales protegen la segunda selva tropical m¨¢s grande del oeste de ?frica. Elefantes, hipop¨®tamos pigmeos o chimpanc¨¦s occidentales son algunas de las rarezas que se pueden encontrar en el primer ¨¢rea protegida de Liberia. En total, m¨¢s de 125 especies de mam¨ªferos y casi 600 de p¨¢jaros habitan en los 1.800 kil¨®metros cuadrados de este entorno creado en 1983. En cuanto a fauna, son n¨²meros similares a los que se pueden encontrar en Espa?a, pa¨ªs con mayor biodiversidad del continente europeo. Y eso, a pesar de que Sapo es un terreno sin terminar de explorar cient¨ªficamente. En 2008, por ejemplo, vieron por primera vez a los hipop¨®tamos con unas c¨¢maras t¨¦rmicas.
De todos los agentes, tan solo tres son mujeres. En 2017, Elizabeth W. Sanwan abri¨® el camino. Como el resto, ejerci¨® primero de voluntaria durante un largo per¨ªodo. En su caso, 12 a?os como cocinera en el parque, hasta que, por fin, pudo enfundarse el mono verde con el parche de la bandera de Liberia en el brazo derecho y el de la Autoridad para el Desarrollo Forestal (FDA, por sus siglas en ingl¨¦s) en el izquierdo.
Accede a hablar con gusto, recoloc¨¢ndose la boina para que sobresalgan unos mechones rojos antes de la foto. Es una soldado orgullosa y trabaja con las cinco comunidades asignadas a su zona del parque. ¡°Estoy contenta, no me averg¨¹enzo. Ahora puedo pagar el colegio a mis hijos¡±, comenta. Para ella defender ¡°su¡± naturaleza es un honor tan solo manchado por la falta de personal, de entrenamiento y el bajo salario. Ella naci¨® y se cas¨® aqu¨ª. Es una m¨¢s. No necesita memorizar el discurso de los benefactores europeos por un pu?ado de d¨®lares. Ella lo siente: ¡°Este es nuestro patrimonio y beneficiar¨¢ a nuestros hijos. Si hacemos da?o al bosque, la siguiente generaci¨®n sufrir¨¢¡±, dice antes de enumerar los diferentes castigos: "La multa por entrar al parque son 250 d¨®lares. Si no tienes dinero, vas a la c¨¢rcel tres meses. Si matas un elefante o un bebe hipop¨®tamo, pagas 5.000. Si no los tienes, seis a?os a la c¨¢rcel. Solo pido a la gente que deje en paz el bosque".
La mayor¨ªa de los furtivos lo hacen para comer, pero otros tantos buscan vender las presas en centenares de mercados del pa¨ªs
En lo que va de a?o, los rangers de Sapo, junto con la polic¨ªa, han logrado detener a cuatro personas. El curso anterior, fueron siete en total los furtivos arrestados. Cifra escasa comparada con periodos anteriores. Todos tienen en el recuerdo una fecha fat¨ªdica: abril de 2017. El 27 de aquel mes varios individuos atacaron con escopetas y machetes a dos agentes forestales hasta quitarles la vida. Esta vez la caza no era para comer, sino para vengar a los 20 furtivos que hab¨ªan sido detenidos poco antes.
¡°Por esto pedimos ir armados¡±, explica Nimely tras hacer de traductor entre los visitantes del parque y los representantes de Jalay Town. Annika Hillers, directora nacional de la Wild Chimpanzee Foundation, trabaja con la poblaci¨®n, los rangers y las fuerzas del orden en diferentes ¨¢mbitos. Y recalca el enorme paso que supone para Sapo tener guardas, no como sucede en otros espacios protegidos. Sostiene, tambi¨¦n, que los agentes no reciben armas por falta de formaci¨®n y financiaci¨®n: ¡°Patrullando se encuentran con situaciones de peligro y personas armadas cometiendo delitos, sin embargo, creo importante la idea de que, junta, la gente es m¨¢s fuerte. Por eso la polic¨ªa y la FDA tienen que trabajar de la mano. Pasar¨¢ mucho tiempo hasta que la FDA tenga capacidad de entrenar y armar a los rangers¡±.
La caza, un problema local
A diferencia de otros pa¨ªses como Botsuana, Zimbabue o Tanzania, en Liberia apenas hay caza extranjera. Lejos del estereotipo de hombre blanco, entrado en a?os y con un rifle de precisi¨®n, en Sapo son las comunidades que viven en el interior o cercan¨ªas al bosque las que matan animales. Y lo hacen por supervivencia. Este espacio protegido est¨¢ en el condado de Sinoe, en el que apenas hay oportunidades. Mucho menos en las peque?as aldeas sin recursos alejadas de Greenville, la capital, por unas deficientes carreteras tan solo accesibles para los todoterrenos en temporada seca o motos de abril a octubre.
La mayor¨ªa de los furtivos lo hacen para comer, afirman las autoridades, pero otros tantos buscan vender las presas en centenares de mercados del pa¨ªs. No es dif¨ªcil encontrar carne de especies protegidas o pangolines y monos vivos a la venta. Con algo de dinero, todo se puede conseguir en Liberia. Junior Karmah formaba parte del primer grupo hasta hace dos a?os, cuando fue sorprendido por los agentes forestales. Aquel d¨ªa, manifiesta, prometi¨® no volver a hacerlo y se convirti¨® en el primer excazador reconvertido en voluntario. Sostiene que lo hac¨ªa por la falta de empleo en el pueblo y cree que, si hubiera oportunidades como la que tiene ¨¦l ahora, muchos dejar¨ªan de hacerlo: ¡°Ahora voy con ellos a patrullar. Me protegen. No tengo un salario, pero me dan algo para comer¡±, dice en un murmullo.
Pistolas y vecinos
Burton Musa, jefe del parque, cuenta que, al finalizar la guerra en 2003, llegaron cerca de 18.000 personas en busca de oro. Adem¨¢s de la explotaci¨®n del bosque para encontrar el preciado metal, aumentaron la caza para subsistir. Despu¨¦s de expulsiones masivas en diferentes a?os, la FDA asegura que desde 2018 el parque est¨¢ libre de campamentos mineros. Pero Musa mantiene su petici¨®n de ¡°m¨¢s hombres y mejor entrenados¡± para terminar con los furtivos. ¡°La mayor¨ªa de ellos ¡ªdice lleno de resignaci¨®n sobre sus subalternos¡ª no saben c¨®mo arrestar o proteger la escena de un crimen¡±.
Nimely insiste en que las armas podr¨ªan usarse como medida disuasoria, aunque arguye que la situaci¨®n es compleja. M¨¢s a¨²n en un pa¨ªs con largos a?os de conflicto civil frescos en la memoria. Para ¨¦l, que empez¨® a finales de los noventa como voluntario, m¨¢s all¨¢ de las muertes de sus compa?eros, lo m¨¢s duro es enfrentarse a sus propios vecinos. En Jalay Town, por ejemplo, son poco m¨¢s de 500 habitantes. ¡°Yo entiendo a los cazadores, aqu¨ª nadie tiene trabajo¡±, suspira. Modelos como el de Karmah sirven a los rangers de Sapo para mostrar a los j¨®venes que hay otro camino. Tal vez uno que requiera m¨¢s esfuerzo, pero que beneficie al resto de la comunidad. El mismo camino que tom¨® Augustine Nimely hace unos meses, cuando no dud¨® en arriesgar su vida y saltar encima de aquel furtivo.
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