Instituciones | Perder el miedo, vencer la desconfianza
Espa?a est¨¢ atrapada en un c¨ªrculo vicioso de ciudadanos que desconf¨ªan de sus gobernantes y gobernantes que desconf¨ªan de sus ciudadanos, empresas y administraciones
De la pompa de la Casa Real al jab¨®n de la residencia de ancianos, nuestras instituciones p¨²blicas gozan de mala prensa. Viene de lejos. En concreto, de 2009. Hasta entonces, los espa?oles ten¨ªamos m¨¢s confianza en las instituciones que la media europea. A partir de la crisis financiera, ca¨ªmos en un pozo, del que la econom¨ªa emergi¨® moment¨¢neamente, pero la psique nacional no.
Y la pandemia ha echado sal sobre nuestras heridas colectivas: una pol¨ªtica nacional crispada, un Estado auton¨®mico descoordinado y unas Administraciones asfixiadas por los recortes y osificadas por el burocratismo procedimental. El virus ha dejado al descubierto el fuselaje de nuestro sector p¨²blico, r¨ªgido y lento en la gesti¨®n de los datos y la gobernanza interadministrativa, escu¨¢lido y precipitado en el dise?o estrat¨¦gico, como ha quedado palpable en la incapacidad para crear redes efectivas de rastreadores o en la vuelta al colegio, con los responsables pol¨ªticos pas¨¢ndose la patata caliente entre reproches.
Necesitamos reformar el proceso de toma de decisiones p¨²blicas. No es un problema de un nivel de gobierno o de un color pol¨ªtico. Lo que explica nuestros malos resultados no es que nos gobierne una coalici¨®n PSOE-UP muy escorada a la izquierda o que en las comunidades aut¨®nomas more un PP neoliberal apoyado en Vox. El virus no entiende de ideolog¨ªas, pero s¨ª de la capacidad de las Administraciones. No es un problema de qui¨¦n, sino de c¨®mo se nos gobierna.
No precisamos una autoridad firme. Una de las lecturas m¨¢s desencaminadas de la crisis es que los Gobiernos m¨¢s autoritarios la han gestionado mejor. Incluso la OMS cay¨® rendida a la eficacia del pu?o de hierro, calificando el confinamiento de la provincia china de Hubei como ¡°un nuevo est¨¢ndar en la respuesta a una pandemia¡±. Tanto analistas juiciosos como oportunistas insensatos han subrayado que los excesivos controles, garant¨ªas y niveles administrativos de las democracias ¡ªsobre todo las federales como la nuestra¡ª son un impedimento para la versatilidad y diligencia que exige una crisis sociosanitaria sin precedentes. Y es cierto que las democracias son m¨¢s lentas que las dictaduras para imponer medidas que restringen las libertades de los ciudadanos, pero cuando las adoptan son m¨¢s efectivas. Ha habido federalismos ca¨®ticos, como el norteamericano o el brasile?o, pero tambi¨¦n ejemplares, como el alem¨¢n.
Como apunta el polit¨®logo Francis Fukuyama, lo que distingue las mejores de las peores reacciones gubernamentales a la covid-19 no es la calidad de la democracia, sino de la Administraci¨®n. Aquellos pa¨ªses que han navegado mejor en la tormenta cuentan con sectores p¨²blicos ¨¢giles, adaptativos, proactivos, abiertos a la participaci¨®n ciudadana y la colaboraci¨®n con las empresas; y, muy importante, transparentes. Y si hay algo dif¨ªcil para un Gobierno en medio de una cat¨¢strofe es ser transparente. Lo tentador es esconder la gravedad de la situaci¨®n, vender falsas expectativas, no revelar los nombres del comit¨¦ asesor para la pandemia o de las empresas contratadas. A corto plazo, la opacidad produce m¨¢s r¨¦ditos que la transparencia: dar las explicaciones pertinentes puede herir la sensibilidad de muchos votantes. Pero, como recuerda el acad¨¦mico de la Universidad de Yonsei Jae Moon tras analizar la exitosa experiencia coreana, si el Gobierno decide ser franco y actuar con la m¨¢xima transparencia, al cabo de un tiempo la ciudadan¨ªa lo entiende y la confianza en las instituciones crece.
Es lo que ha ocurrido en gran parte de la Europa Occidental. A pesar de haber tenido que pagar un alto precio por la imposici¨®n de limitaciones a la movilidad y la congelaci¨®n de la econom¨ªa, los estudios indican un mayor apoyo ciudadano al sistema democr¨¢tico y a sus respectivos Gobiernos. Pero donde los Ejecutivos han priorizado la popularidad miope sobre la dura verdad, los ciudadanos han acabado desconfiando de las instituciones una vez descubierto el enga?o. El paradigma ser¨ªa Trump intentando abrir la econom¨ªa en Semana Santa, aunque la expansi¨®n del coronavirus se estuviera acelerando, porque ser¨ªa ¡°excelente tener las iglesias llenas¡±.
Y si los ciudadanos desconf¨ªan de las autoridades, las autoridades desconf¨ªan de los ciudadanos. Espa?a ha sido un caso extremo. En cada ¨¢mbito de decisi¨®n se ha minimizado el margen de autonom¨ªa de los espa?oles y espa?olas para adoptar sus propias medidas de precauci¨®n frente al virus. En muchos pa¨ªses se ha confinado a la poblaci¨®n en sus casas durante las peores semanas de la pandemia para evitar el colapso de los servicios sanitarios. Pero en pocos Estados, como m¨ªnimo democr¨¢ticos, se ha recluido a la gente de forma tan severa en sus hogares, impidiendo salir a hacer ejercicio o sacar a pasear a los ni?os (aunque s¨ª a los perros, lo que gener¨® un lucrativo mercado de segunda mano de mascotas). Y la nueva normalidad se ha traducido en nuevas normas: de las franjas horarias en funci¨®n de la edad para caminar por la calle y las tasas de ocupaci¨®n de cines, bares y terrazas en las primeras semanas al uso obligatorio de mascarilla aunque est¨¦s en medio del bosque.
Cap¨ªtulo aparte merece la reapertura de nuestras escuelas, tras haber batido el r¨¦cord mundial de cierre de los centros educativos, con enormes da?os para ni?os y familias, sobre todo las m¨¢s vulnerables. Otras naciones han hecho recomendaciones gen¨¦ricas a los colegios, aderezadas con unas pocas medidas comunes. Han confiado en que directores, profesores y padres actuar¨ªan con responsabilidad. Aqu¨ª no. Hemos impuesto una lista de reglas detalladas, muchas de dudosa eficacia y de altos costes, como tomar la temperatura de los ni?os, testeos indiscriminados a los profesores o bajar la ratio a 20 alumnos por aula ¡ªlo que obliga a menudo a mezclar a ni?os de cursos distintos que, l¨®gicamente, intentar¨¢n interactuar con sus amigos de siempre a la m¨ªnima ocasi¨®n¡ª. ?No ser¨ªa m¨¢s sensato adaptar las normas a las vicisitudes de cada centro? Ciertamente, algunas regulaciones parecen tener una finalidad m¨¢s psicol¨®gica que epidemiol¨®gica. Pero, aun asumiendo que funcionen, ?por qu¨¦ imponerlas en lugar de dejarlo al buen criterio de los padres y los equipos directivos de los centros?
Los Gobiernos tambi¨¦n desconf¨ªan de quienes trabajan para ellos, ya sean los gestores p¨²blicos o los funcionarios rasos. Uno de los grandes mitos de Espa?a es que es un pa¨ªs descentralizado. No es cierto. En pocos pa¨ªses de nuestro entorno el poder est¨¢ m¨¢s centralizado, a veces en el Ejecutivo nacional y otras en el auton¨®mico, pero el resultado es el mismo: nuestros legislativos, a diferencia de otras democracias donde son el sacrosanto lugar en el que se deciden los presupuestos y las grandes pol¨ªticas, carecen de recursos y son meros palmeros de sus Gobiernos; y las Administraciones p¨²blicas no son agencias aut¨®nomas con capacidad para generar propuestas, sino brazos ejecutores de la voluntad del ministro o consejero de turno, permeables a la presi¨®n pol¨ªtica y batidas por asesores y cargos de confianza en busca de lealtad al pol¨ªtico. La covid-19 se puede escapar al ojo del Sauron pol¨ªtico, pero los traidores no.
El Estado auton¨®mico no ha descentralizado Espa?a, sino creado 17 nuevas centralizaciones. Si cabe, nuestras autonom¨ªas est¨¢n m¨¢s centralizadas que la Administraci¨®n General del Estado, donde, como m¨ªnimo, el peso hist¨®rico de los cuerpos de funcionarios ha impedido la politizaci¨®n vergonzosa que vemos las comunidades aut¨®nomas. Urge desmontar esta asfixiante concentraci¨®n de poder pol¨ªtico en Espa?a en unas pocas manos, las de los Ejecutivos nacionales y auton¨®micos, y en particular las de sus presidentes, porque, para m¨¢s inri, nuestros Gobiernos son enormemente presidencialistas.
Espa?a est¨¢ atrapada en un c¨ªrculo vicioso de ciudadanos que desconf¨ªan de sus gobernantes y gobernantes que desconf¨ªan de sus ciudadanos, empresas y Administraciones. Para romperlo, necesitamos una doble acci¨®n. Por un lado, debemos reformar las instituciones para repartir el poder de forma m¨¢s equitativa entre legislativo y ejecutivo y, sobre todo, entre este y las miles de unidades administrativas, centros educativos y sanitarios y dem¨¢s organismos p¨²blicos que ahora carecen de autonom¨ªa y flexibilidad para actuar.
Por otro, los ciudadanos tenemos que moderar nuestras expectativas sobre lo que el sector p¨²blico puede hacer. En comparaci¨®n con alemanes, brit¨¢nicos o escandinavos, los espa?oles y espa?olas queremos m¨¢s que el Gobierno nos solucione los problemas cotidianos. Y en la pandemia hemos girado los ojos particularmente expectantes hacia las autoridades, como si estas pudieran acabar con el virus. Y no pueden, por muy eficientes que sean.
Debemos aprender a gestionar mejor la inseguridad vital, ya sea de una crisis sanitaria o econ¨®mica. Es nuestra mayor debilidad colectiva. Las encuestas indican que, en contraste con los habitantes de otras sociedades avanzadas, los espa?oles priorizamos evitar la incertidumbre a toda costa. Esto nos lleva a abrazar cualquier regulaci¨®n, laboral o sociosanitaria, que nos d¨¦ una (falsa) seguridad.
Si deseamos Gobiernos m¨¢s valientes, tenemos que dejar de tener tanto miedo.
V¨ªctor Lapuente es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas.
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