Donde Alejandro Magno consult¨® al or¨¢culo
Montes b¨ªblicos, barrios de adobe y el oasis donde el rey macedonio pregunt¨® si ser¨ªa el amo del mundo. Claroscuros en la s¨¦tima etapa del 'Grand Tour 'del Mediterr¨¢neo al cruzar Egipto
El ¨²nico modo de llegar a Egipto desde Jordania es en un barco que, partiendo de Aqaba, cruza el Mar Rojo hasta Nuweiba. Supone un monopolio abusivo, alimentado artificialmente. Los dos pa¨ªses tienen fronteras abiertas con Israel. Por carretera, la distancia resultar¨ªa rid¨ªcula. Sin embargo, este obligado tr¨¢nsito mar¨ªtimo se convierte en un inc¨®modo y lento cuello de botella.
En el barco hay una peque?a multitud de ¨¢rabes ancianos y mujeres embozadas como sombras. La partida se demora inexplicablemente. Esperamos, esperamos, esperamos. Incluso cuando el paquebote atraca hemos de esperar durante horas. Probablemente, de quien depende el desembarco est¨¢ tomando t¨¦ o fumando un cigarrillo o hablando con los amigos. La multitud se amontona en pasillos y bodega, pero nadie protesta. Est¨¢n curtidos en una paciencia de siglos.
La aduana es poco m¨¢s que un barrac¨®n. Para introducir la moto he de declarar su importaci¨®n, asegurarla y matricularla con placas egipcias. S¨¦ de viajeros que han esperado durante d¨ªas en tan pobres instalaciones para cumplir con estos tr¨¢mites. Sin embargo, tengo suerte. He sido adoptado por el club de propietarios de Harley Davidson de El Cairo, a quienes encontr¨¦ en Aqaba. Ricos e influyentes, consiguen hacerme pasar en hora y media.
Sombras de biquini bajo vestidos playeros
Pen¨ªnsula del Sina¨ª. Enormes paredes de piedra roja se alzan a lo largo de las dos costas enfrentadas. Encuentro un verd¨ªsimo campo de golf injertado en el reseco desierto. Sol¨ªcitos empleados sonr¨ªen desde dentro de impecables uniformes caquis. Matutinos golfistas circulan en carritos el¨¦ctricos. Sus mujeres exhiben la sombra del biquini bajo tenues vestidos playeros. Es un para¨ªso de felicidad y palmeras hasta que llego a la linde de la carretera. El coche de la polic¨ªa armada y un astroso pick up cargado de tipos ce?udos y profusos de barbas me recuerdan que estoy en Oriente Medio.
Abundan los controles policiales. Nacionalidad, procedencia, destino. En el interior de la b¨ªblica pen¨ªnsula se halla el Monasterio de Santa Catarina, construido en el siglo VI por orden del Emperador Justiniano a los pies del Monte Sina¨ª para albergar y proteger la zarza que ardiera sin quemarse. La tradici¨®n cuenta que Mahoma obtuvo refugio entre sus muros cuando era perseguido por sus enemigos, eso salv¨® el monasterio durante la posterior invasi¨®n ¨¢rabe.
El horizonte se encrespa. Con el sol de frente, las crestas afiladas que veo a lo lejos aparecen envueltas entre una bruma opalina. El camino se convierte en un laberinto entre pe?ascos. Las lomas est¨¢n surcadas por estratos casi verticales. Las tensiones tect¨®nicas que sufrieron fueron brutales. Su brusca elevaci¨®n es fruto de alg¨²n tipo de ira s¨ªsmica que no he visto en ning¨²n otro lugar.
T¨²nicas, 'kefiyas' y piedras al motorista
Camiones desvencijados, cabras fam¨¦licas, palmerales, gentes m¨ªseras vestidas con t¨²nica y kefiya. Los ni?os tiran piedras al motorista. Nadie los reprende. Aparece la otra costa al atardecer. Barcos de carga flotando en un mar calmo. Aqu¨ª no hay resorts. Solo f¨¢bricas y refiner¨ªas que escupen humo al sol moribundo que se refugia tras el Golfo de Suez.
En 1869 se inaugur¨® el Canal, la obra de ingenier¨ªa m¨¢s formidable desde las pir¨¢mides. Lo que empez¨® como una empresa lun¨¢tica del ingeniero Lesseps, terminar¨ªa alterando para siempre las rutas comerciales entre el ¨¦ste y el oeste. Un t¨²nel permite el paso de veh¨ªculos rodados. Al salir al exterior, estoy de nuevo en ?frica.
El Cairo. Enorme, congestionada, envuelta en una neblina toxica que arrasa la garganta. Sucia, atiborrada de gente, basura y coches. La construcci¨®n de la urbe fue racional, bien acabada, con calles largas, avenidas, aceras... pero luego se ha abandonado a su suerte. Las tiendas de lujo se yerguen inmaculadas sobre la inmundicia. Al amanecer, menesterosos limpian coches deportivos. Aparcados de cualquier modo, los m¨¢s pobres lavan los millones de los ricos. La densa espuma que queda en el asfalto es el residuo que deja la cotidiana ceremonia.
El oasis del or¨¢culo
Sahara Oriental. Desierto absoluto. Desierto blanco, casi glauco. Hay que conseguir un permiso policial para adentrarse en ¨¦l. Cargo con gasolina suplementaria y me sumerjo en el mar de dunas. Muchas horas despu¨¦s llego a Siwa. El oasis del or¨¢culo a muy pocos kil¨®metros de la frontera con Libia. Hasta aqu¨ª lleg¨® Alejandro Magno a preguntar si ser¨ªa amo del mundo. M¨¢s all¨¢, solo hay minas antipersona. Siwa es otro agujero negro. F¨¢cil quedarse aqu¨ª para siempre. Su v¨¦rtice es el restaurante Abduz. Desde su terraza se ve el mundo pasar.
Recorro el barrio de adobe, desecho casi por completo. La ciudadela parece un recortable encomendado a un epil¨¦ptico en pleno ataque. Situada en un mont¨ªculo deleznable, los muros construidos de arena apelmazada se han abierto, derrumbado, inclinado, rajado y resquebrajado hasta lo inveros¨ªmil. Contra el azul empastado de este cielo protector, ofrece la silueta de una corona de rey loco. Su enemigo fue la lluvia. La inusual lluvia que cay¨® durante tres d¨ªas seguidos y aneg¨® un castillo de arena sin playa ni mar.
Hay algo oscuro en tanta tranquilidad. Las mujeres de Siwa viven bajo un buzo. Intuyen el mundo detr¨¢s de una tela negra. Esto no es Afganist¨¢n, esto es el moderno Egipto, un pa¨ªs que se supone prooccidental. Siwa tambi¨¦n es abundoso en occidentales. No son como los turistas de tour operador que van en manada a Giza, Luxor o Aswan, estos son los viajeros (y viajeras) guays, los que gustan de vivir lo autentico y sentirse inmersos en el universo local que visitan, como si no les zahiera la conciencia perezosear en una comunidad donde los derechos humanos son sistem¨¢ticamente violados en cada gesto cotidiano.
Vi¨¦ndoles tan felices y relajados en el caf¨¦ Abduz, encaramados en las ruinas del templo del Or¨¢culo o languideciendo entre las espigadas palmeras del oasis, parece como si esas airadas protestas contra la desigualdad fueran solo para cuando est¨¢n en Europa y hay que defenderlas v¨ªa e-mail.
Miquel Silvestre (Denia, 1968) es autor del libro 'Un mill¨®n de piedras' (Barataria).
GU?A
DOCUMENTACI?N
? Personal: pasaporte y visado que se obtiene en frontera por 15 d¨®lares.
? Veh¨ªculo. Carne du pasaje y 550 libras por importaci¨®n, 60 por un seguro de 15 d¨ªas y 120 por las placas (un d¨®lar son 5, 5 libras).
? Ferry Aqaba: 12 dinares sirios (tasa de salida), m¨¢s 55 d¨®lares por moto y 50 d¨®lares por pasajero.
En Egipto algunos los importes se dan en d¨®lares porque las tasas se pagan en dicha moneda.
DORMIR
? Hotel Tiba Pyramids (Calle El Harm 33, Giza).
? Hotel Havana (Calle Syria 26, El Mohandesseen, El Cairo). www.havanahotelcairo.com
COMER
? Restaurante Christo (Calle Haram 10, El Haram, Giza). Telf.: + 2 02 33763582. Fabulosa terraza con vistas a las pir¨¢mides.
? Hotel Siwa Garden (Calle Ayn Al Arais, Siwa). Telf.: Tel¨¦fono: +2 046 4602801. Gran jard¨ªn y confortables habitaciones. www.siwagardens.com
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