La vieja Jerusal¨¦n, sobre la moto
Entre herm¨¦ticas fronteras, la etapa israel¨ª del Grand Tour del Mediterr¨¢neo regala sorpresas como un recorrido por las callejuelas de la Ciudad Vieja de Jerusal¨¦n ?sin bajarse de la moto!
En Israel la seguridad fronteriza est¨¢ en manos de ni?os armados. Los j¨®venes est¨¢n obligados a realizar el servicio militar pero su aspecto algo fofo delata que aman m¨¢s la comida basura que el sionismo. Perder¨¢n su guerra si se siguen ablandando. Aguardo sobre un puentecito de metal. La espera se prolonga, bajo de la moto y tomo un par de fotograf¨ªas. Tres muchachos vestidos con pantalones kakis, gorras de b¨¦isbol y M16 se acercan.
- ?Qu¨¦ est¨¢s fotografiando?- pregunta un mozalbete rubicundo pasado de peso.
Muestro la pantalla de la c¨¢mara para que revise las im¨¢genes y contesto.
-El r¨ªo.
Son s¨®lo ni?os aparentando dureza, pero sus armas no son una broma. Su pol¨ªtica es asumir riesgos cero y eso puede resultar peligroso.
- ?El r¨ªo?- se extra?a? ?Por qu¨¦?
- Porque es el Jord¨¢n.
El asfalto es de irreprochable factura; hay muchos coches nuevos, largos atascos y conductores impacientes. Ni una sola matr¨ªcula extranjera. Se suceden las peque?as poblaciones de feo urbanismo occidental. Son como cualquier suburbio europeo con sus restaurantes de comida r¨¢pida y sus paseantes ociosos.
Piedra, ¨¢rbol, mar y carne
Pregunto en un par de ocasiones por la direcci¨®n correcta. Un tipo maduro me mira con una mezcla de hostilidad y estupor. No sabe ingl¨¦s y no le gustan los extra?os. Es un inmigrante ruso. La oleada de jud¨ªos eslavos ha sido enorme. Pronto han alcanzado peso pol¨ªtico. Conservadores a ultranza, son de los que m¨¢s vehementemente se oponen a cualquier cesi¨®n con los palestinos. La primigenia generaci¨®n europea que fund¨® un Estado bajo los axiomas del laborismo intelectual ha quedado diluida en un magma multi¨¦tnico propiciado por la pol¨ªtica del Gran Israel como casa abierta para cualquier jud¨ªo del planeta. Esta masiva emigraci¨®n tiene m¨¢s que ver con causas econ¨®micas que religiosas.
Pero la religi¨®n est¨¢ aqu¨ª. Es piedra, ¨¢rbol, mar y carne. El mapa que recorro lo dibuj¨® la Biblia hace miles de a?os. Sospecho que hasta el m¨¢s descre¨ªdo tambi¨¦n se ver¨ªa sacudido de alg¨²n modo por las reminiscencias sagradas que brotan de las se?ales viarias, como la que indica que por fin he llegado a Nazareth. Las monjas del albergue me advierten de los ladronzuelos nocturnos. La naci¨®n de fronteras m¨¢s herm¨¦ticas y medidas de seguridad extremas tiene un problema de peque?a delincuencia com¨²n. No hay Leviat¨¢n perfecto.
En moto por la vieja Jerusal¨¦n
Cayendo casi en picado a trav¨¦s de una ancha autopista, aterrizo en la urbe del gran conflicto, Jerusal¨¦n. Busco la ciudad vieja, repartida en cuatro barrios. El jud¨ªo, el cristiano, el armenio y el musulm¨¢n. Multitud de turistas recorren las angostas callejuelas encerradas dentro de la muralla. Da la impresi¨®n de que no cabe un alma m¨¢s. Recorro la V¨ªa Dolorosa y me meto en los estrech¨ªsimos corredores del Cuarto Musulm¨¢n. Es incre¨ªble que nadie proteste. La muchedumbre se aparta sumisamente al paso de la moto, que a duras penas avanza sobre los gastados adoquines.
Cada cierto tiempo veo patrullas de uniformes verde oliva recorriendo el laberinto con los subfusiles en ristre. Soldados muy j¨®venes, armamento norteamericano, indiferencia generalizada. El desfile tiene algo de comedia, de representaci¨®n teatral asumida por todos. Hasta que un d¨ªa muere alguien, el argumento de la protesta se repite y semanas despu¨¦s se retorna a la rutina de una tensa convivencia.
Larga fila de peregrinos aguarda para entrar en el reducid¨ªsimo cub¨ªculo funerario del Santo Sepulcro. Un monje joven y de despreocupada actitud, casi irreverente, cuida de que el ganado no se desmande y salga pronto de la cripta. Todo est¨¢ forrado de pan de oro y refulge de dorada fe. Entramos agachando la cabeza. El espacio es diminuto. El ambiente sobrecoge por su densidad religiosa. Han sido miles de almas las que han penetrado aqu¨ª con devoci¨®n sincera.
Al otro lado del muro
Bethelem, Bel¨¦n. La Iglesia de la Natividad est¨¢ en Cisjordania. El lado oriental de Jerusal¨¦n est¨¢ enclavado en la zona controlada por la Autoridad Nacional Palestina. El muro parece estar en todas partes. ?D¨®nde hay una entrada apta para veh¨ªculos? Un taxista de rasgos ¨¢rabes se?ala una direcci¨®n. Enfilo la carretera y nos metemos en un t¨²nel. Al salir al exterior, veo una indicaci¨®n. Poco despu¨¦s encuentro un cartel amarillo en el que se advierte de la prohibici¨®n para los israel¨ªes de penetrar en los Territorios Palestinos.
Encuentro una calle polvorienta y un control de carretera. Pero estos uniformados no son soldados hebreos. Sus AK 47, de origen ruso o quiz¨¢ chino, los delatan como milicianos de Al Fatah. Examinan mi pasaporte y me advierten de que no puedo entrar con la moto. "No es seguro".
Discuto. Les digo que necesito ir a la Iglesia de la Natividad. No es que sea un insensato, pero no me creo la excusa aducida. Ellos tampoco. Uno sonr¨ªe y me ense?a su tel¨¦fono m¨®vil. Es una foto suya montado en una Suzuki deportiva. Es lo de siempre. Las motos. El v¨ªnculo sagrado. Ya somos amigos. Me dejan pasar. Recorro la humilde poblaci¨®n y llego a una gran plaza tomada por vendedores de imaginer¨ªa cristiana. Turistas a montones. ?D¨®nde est¨¢n los problemas de seguridad? Viendo como un taxi descarga un grupo de occidentales, imagino que tales objeciones no eran m¨¢s que una t¨¦cnica disuasoria para que los extranjeros usen los servicios de los pocos taxistas palestinos autorizados a cruzar de un lado a otro.
Escapar hacia el mar
Salir de Cisjordania resulta asombrosamente f¨¢cil. Cojo de nuevo la carretera principal que pasa por debajo del muro. Al salir del t¨²nel nos topamos con un control militar. Se parece a un peaje de autopista. Reduzco la marcha, pero los soldados nos hacen gestos de que prosigamos. Una chica con galones me dice que mi moto es "very cute", o sea, una monada.
Lo que quiz¨¢ no resulte tan f¨¢cil es salir de Oriente Medio habiendo estado en Israel. Ni Libia ni Siria admiten tr¨¢nsito con un pasaporte manchado por el sello del Estado de Sat¨¢n. Hay soluciones a ese inconveniente, pero para evitarme l¨ªos he decidido escapar por mar hacia Chipre. En Haifa encuentro Rosenfeld Shipping. La compa?¨ªa vende plazas en un barco carguero.
El precio es escandalosamente caro debido a los altos seguros que pagan todos los barcos que atracan en Israel. Mientras espero a embarcar, coincido con unos cuantos mochileros que usan la misma v¨ªa de escape de Israel. Habiendo visitado este pa¨ªs ser¨¢ imposible entrar despu¨¦s en la mayor¨ªa de pa¨ªses musulmanes. Por eso est¨¢ permitido pedir el estampillado fuera del pasaporte. Pero esta precauci¨®n a veces no basta. Siempre hay quien comete errores involuntarios como la falta de higiene. En la cola de embarque encuentro a un suizo que hab¨ªa conocido d¨ªas a tras.
- No lo entiendo- se queja- tengo el pasaporte limpio pero los aduaneros sirios me han rechazado.
Le agarro del hombro.
- Tal vez- le digo con firme suavidad- aquel d¨ªa hubieras debido dejar para lavar esta camiseta de I love Jerusal¨¦n que no te quitas desde hace semanas.
Miquel Silvestre (Denia, 1968) es autor del libro 'Un mill¨®n de piedras' (Barataria).
GU?A
DOCUMENTACI?N PERSONAL
Israel: Pasaporte, no es necesario visado.
DOCUMENTACI?N VEH?CULOS
Israel: Documentaci¨®n espa?ola, carn¨¦ de conducir internacional y seguro carta verde.
Desde Jordania solo hay dos pasos abiertos para veh¨ªculos, al norte y al sur del Puente Rey Hussein entre Amman y Jerusal¨¦n, que solo es apto para peatones.
DORMIR
Convento de las Hermanas de Nazareth (junto a de la Bas¨ªlica de la Anunciaci¨®n). Limpio y tranquilo. Precio: 40 euros.
Hebrom Hostel (Aqabat Etkia 8, Ciudad vieja, Jerusal¨¦n). B¨¢sico, barato y c¨¦ntrico.
INFORMACI?N
Naviera Rosenfeld. www.rosenfeld.net
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