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De la ¡°a¡± de aplausos a la ¡°v¡± de virus, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s disecciona las palabras que trajo la covid-19

El 30 de enero de 2020, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud emit¨ªa la temida alerta: el coronavirus ya era una amenaza global. El escritor rememora estos dos a?os, desde las sesiones virtuales con el psicoanalista hasta la vacuna y m¨¢s all¨¢

Ilustraci¨®n.
Ilustraci¨®n.Pablo Delcan
Juan Jos¨¦ Mill¨¢s

Aplausos

Visto lo visto, algunos y algunas (d¨¦ficits del gen¨¦rico) deber¨ªan haberse cortado las manos de aplaudir porque eran las mismas con las que ven¨ªan firmando (y siguen) las privatizaciones y despidos que dejaron la sanidad p¨²blica hecha unos zorros. Fue hermosa, en cualquier caso, mientras dur¨®, aquella conversi¨®n de los balcones y ventanas en palcos de un teatro desde los que festej¨¢bamos la lucha contra la muerte. Aquel ¡°muera la muerte¡± colectivo en el pa¨ªs de Mill¨¢n Astray parec¨ªa una luz, era una fiesta de ocho a ocho y cinco de la tarde, una celebraci¨®n (dentro del abatimiento general, se entiende). Recuerdo a los m¨¦dicos y a las m¨¦dicas, a los enfermeros y a las enfermeras, saludando al respetable desde las puertas de los hospitales con sus bolsas de pl¨¢stico de la basura por toda protecci¨®n contra un virus del que entonces apenas se sab¨ªa nada. Los hab¨ªamos enviado al frente sin casco ni pertrechos y ah¨ª estaban, jug¨¢ndosela, con la modestia que caracteriza a los grandes. Un amigo m¨ªo, cuyas ventanas dan a un patio interior, aplaud¨ªa hacia dentro, claro, como el que habla para s¨ª mismo, el caso era no permanecer ajeno al rito de la tribu. Est¨¢bamos, por una vez, derechas e izquierdas, creyentes y ateos, ricos y pobres, en el mismo lado de la historia. Daba la impresi¨®n de que jam¨¢s nadie utilizar¨ªa el virus como arma pol¨ªtica. Pero la alegr¨ªa dura poco en la casa de los pobres. Los mismos que en su d¨ªa votaron a favor del estado de alarma y del confinamiento llevar¨ªan luego al Gobierno a los tribunales por cumplir lo acordado. Se sale peor del cainismo (y del cinismo) que de la hero¨ªna.

Bicicleta est¨¢tica

La bicicleta est¨¢tica llevaba 9 o 10 a?os en casa, ni me acuerdo. Me la hab¨ªan tra¨ªdo los Reyes y yo la hab¨ªa colocado ingenuamente cerca de mi mesa de trabajo, con la idea loca de hacer un poco de cardio entre p¨¢rrafo y p¨¢rrafo. El prop¨®sito dur¨® tres meses. Luego, el aparato, pese a no cambiar de lugar, se fue invisibilizando de forma progresiva. Dej¨¦ de verlo, aunque me obligaba a dar un rodeo para llegar al escritorio. Se convirti¨® en uno de esos cacharros dom¨¦sticos que dejan de usarse, pero de los que no nos desprendemos un poco por el s¨ªndrome de Di¨®genes y un poco porque no sabemos d¨®nde queda el punto limpio m¨¢s cercano. El caso es que a los tres o cuatro d¨ªas del encierro la volv¨ª a ver. Se manifest¨® como una revelaci¨®n lis¨¦rgica y result¨® ser un objeto bell¨ªsimo, una m¨¢quina poderos¨ªsima, una escultura interactiva y ergon¨®mica adaptada a mi estatura, a mis formas, a mi necesidad perentoria de ejercicio f¨ªsico. Lo bueno es que tras la bicicleta est¨¢tica se fueron revelando otros objetos como el cepillo de dientes el¨¦ctrico, olvidado en un rinc¨®n del cuarto de ba?o. Funcionaba todav¨ªa y llegaba a los lugares m¨¢s escondidos de la dentadura, que es la parte m¨¢s visible de la calavera. Gracias a la forzosa reclusi¨®n me descubr¨ª a m¨ª mismo y redescubr¨ª mi casa, con la que estrech¨¦ unos lazos perdidos. As¨ª, en el fondo de uno de los armarios de la cocina, hall¨¦ una cortadora el¨¦ctrica de embutidos, lo que me permiti¨® comprar la cecina en tacos que part¨ªa en l¨¢minas fin¨ªsimas, satinadas por la grasa sutil que tanto gusto da a la vista y luego al paladar. Rescat¨¦ asimismo una sart¨¦n, tambi¨¦n el¨¦ctrica, con la que en otro tiempo hab¨ªa hecho unas paellas estupendas y con la que no me relacionaba, por razones incomprensibles, desde hac¨ªa seis o siete a?os.

Cansancio pand¨¦mico

Agotamiento f¨ªsico y ps¨ªquico caracterizado por la alternancia de estados de irritabilidad y de postraci¨®n desde los que mandar¨ªamos todo a la mierda. Afectan tanto al individuo como al grupo. La naci¨®n, en su calidad de individuo colectivo, tampoco est¨¢ libre de sufrirlos. O sea, que no nos toquen mucho las narices.

Confinamiento

Llamamos as¨ª al periodo comprendido entre el 15 de marzo y el 21 de junio de 2020 durante el que los espa?oles permanecimos encerrados en nuestros domicilios amparados (es un modo de hablar) por el estado de alarma decretado por el Gobierno de la naci¨®n el 14 de marzo.

Tres meses largos de reclusi¨®n, en fin. Se dice en una frase, pero se ejecuta d¨ªa a d¨ªa, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, caf¨¦ a caf¨¦. Golpe a golpe, verso a verso, por decirlo cantado.

Estaba permitido realizar breves salidas para hacer la compra, para pasear al perro, para no volverse loco, en fin, pero lo cierto es que la poblaci¨®n cumpli¨® con una disciplina que, observada desde la distancia, provoca una admiraci¨®n sin l¨ªmites.

Hablamos de ni?os y ni?as encerrados, de abuelos encerrados, de personas de mediana edad encerradas, de animales dom¨¦sticos encerrados, de drogadictos encerrados, de claustrof¨®bicos encerrados, de bipolares y psic¨®ticos encerrados, de sue?os encerrados tambi¨¦n, pues los sue?os no respiraban, no se oxigenaban, no se ventilaban con la periodicidad que les es propia y se descompon¨ªan en el cuarto de estar.

Las personas j¨®venes y de mediana edad que ten¨ªan trabajo teletrabajaban, las m¨¢s de las veces en pisos peque?os, rodeados de una prole que se sub¨ªa por las paredes, de un c¨®nyuge incapaz de poner orden, de un gato que, visto el desconcierto reinante, se afilaba las u?as en la tapicer¨ªa del sill¨®n de orejas de la abuela. A los perversos les hac¨ªa gracia reunirse telem¨¢ticamente con sus empleados permaneciendo desnudos de la cintura para abajo, con los genitales ocultos por el tablero de la mesa sobre la que reposaba el ordenador. Algunos se masturbaban seriamente sin cambiar de expresi¨®n mientras hablaban de presupuestos o de planes de venta o de previsiones de crecimiento. Como dec¨ªa aquel personaje de House of Cards, ¡°todo en la vida va de sexo menos el sexo, que va de poder¡±.

Fueron duros aquellos noventa y pico d¨ªas, m¨¢s sorprendentemente duros ahora, observados desde la perspectiva que proporciona el tiempo, que en el momento de pasarlos. Hay horrores que llegan a la mente con efectos retroactivos, y este ha sido uno de ellos.

Claro que no todo era horror. Hubo quien descubri¨® su bicicleta est¨¢tica o su freidora, como ha quedado dicho, pero tambi¨¦n quien descubri¨® su sexualidad, quien descubri¨® a sus hijos, a su esposa, a su marido, al h¨¢mster que llevaba un a?o dando vueltas en la rueda de la jaula aparcada en la habitaci¨®n de los ni?os. Un h¨¢mster dando vueltas de manera obstinada y absurda en una prisi¨®n de palmo y medio de ancho por uno de largo es un espect¨¢culo biol¨®gico alucinante. Un primo lejano, con el que habl¨¦ mucho durante esos d¨ªas por tel¨¦fono, me dijo que a veces se levantaba a las cuatro de la madrugada y se acercaba clandestinamente a ver al animal.

¡ª?Ad¨®nde pretender¨¢ ir dentro de esa rueda que no avanza? ¡ªme preguntaba.

¡ªAl mismo sitio que nosotros sobre la bicicleta est¨¢tica ¡ªle respond¨ªa yo.

Mi primo lejano, que es un poco budista, manten¨ªa que deb¨ªa de haber en la perseverancia del rat¨®n una b¨²squeda de car¨¢cter espiritual, inaccesible a nuestra sensibilidad de personas cisg¨¦nero, blancas, de clase media y atrapadas en la visi¨®n de un mundo binario y neoliberal.

Hubo gente, en fin, que descubri¨® que ten¨ªa una vida all¨¢ donde pasaba la noche, una vida que hab¨ªa dejado de percibir como se deja de percibir, por falta de uso, la licuadora que con tanto alborozo se recibi¨® en su d¨ªa porque convert¨ªa los s¨®lidos, como la zanahoria, en l¨ªquidos repletos de vitaminas esenciales para la vista, adem¨¢s de para el cabello y la piel y para el sistema inmunol¨®gico.

Hubo gente que descubri¨® que se quer¨ªa.

Hubo gente que descubri¨® que se detestaba.

Hubo chicas que tuvieron la primera regla.

Hubo mucho onanismo y mucha eyaculaci¨®n precoz y numerosas poluciones nocturnas.

Hubo nacimientos casi clandestinos.

Hubo enterramientos llevados a cabo en la soledad m¨¢s absoluta.

Hubo muertes a¨²n sin contabilizar. En palabras de una responsable sanitaria en la que ahora no caigo, ¡°la gente mor¨ªa fuera del sistema¡±.

Morir fuera del sistema, cuando se ha vivido disciplinadamente dentro, constituye una de las formas de destierro m¨¢s crueles que quepa imaginar.

Hubo fiebre, tanta que a veces se transmit¨ªa a los objetos dom¨¦sticos. Ten¨ªan fiebre los cuadernos de caligraf¨ªa de los ni?os, las plumas estilogr¨¢ficas de los padres, la pastilla de jab¨®n del lavabo y hasta las croquetas congeladas daban la impresi¨®n, al sacarlas de su envoltura, de tener unas d¨¦cimas.

Hubo miedo, bastante. Sabemos de individuos que se quemaron la piel por el abuso del gel hidroalcoh¨®lico y de gente que dejaba las bolsas de la compra durante 24 horas en la terraza, a la intemperie, no fuera a ser que. Sabemos de padres y madres de familia que se desnudaban antes de entrar en casa y dejaban la ropa sucia a la puerta, para que se descontaminara durante la noche.

Yo pensaba con frecuencia en las ratas. Las imaginaba en las alcantarillas con el o¨ªdo atento a los movimientos del exterior. ?Qu¨¦ ocurr¨ªa en las ciudades que ya no se escuchaba el ruido de los coches, de los autobuses, de las carreras de los ni?os? Las ratas ignoran la existencia de los s¨¢bados y los domingos, pero son muy listas y est¨¢n organizadas en familias, como nosotros, y deben de disponer de un calendario biol¨®gico, deben de tener interiorizado el ritmo de nuestros d¨ªas laborables y festivos. ?Por qu¨¦, de s¨²bito, todos eran festivos?

Cuando yo sal¨ªa a comprar piezas enteras de cecina con las que dar sentido a la cortadora de embutidos reci¨¦n redescubierta, procuraba pisar fuerte sobre la acera, para que las ratas me oyeran y renunciaran a la idea de abandonar su dimensi¨®n. Cada uno en su casa y Dios en la de todos. La pandemia no habr¨ªa sucedido si el virus no hubiera saltado de su h¨¢bitat al nuestro.

En cuanto a los p¨¢jaros, estimulados tambi¨¦n por el silencio urbano, y dada la proximidad de la primavera, que coincide con el cortejo, debieron de follar como locos. Solo una cosa siguen sin comprender, pobres: el alboroto provocado por los aplausos que, desde los balcones, brind¨¢bamos al personal sanitario a la ca¨ªda de la tarde. Tal vez los interpretaron como la felicitaci¨®n de los humanos a sus haza?as ven¨¦reas. Loco mundo.

Escritura

Escritores dotados para la rentabilizaci¨®n de la vida cotidiana llevaron desde el primer d¨ªa del confinamiento un diario que pretend¨ªa emular al famoso Diario del a?o de la peste, de Daniel Defoe. S¨®lo que lo de Defoe no fue un diario, sino una novela que imitaba las maneras de este g¨¦nero literario que cuando es bueno es bueno y cuando es malo es malo. Le ocurre lo que a la poes¨ªa en la que, antes de incurrir, deber¨ªas saber que, si no eres Shakespeare, no eres nadie. La virtud de la novela no es ya que acepta el t¨¦rmino medio, sino que lo necesita para progresar adecuadamente. Lo dec¨ªa muy bien Juan Garc¨ªa Hortelano: ¡°Para ser novelista no es absolutamente necesario ser tonto, pero ayuda bastante¡±.

?Qu¨¦ m¨¢s?

Ah¨ª va, si os parece poco, otro t¨¦rmino:

Gin-tonic

Antes de la pandemia, yo sol¨ªa quedar con un amigo dos veces al mes, al caer la tarde, para tomar un gin-tonic y conversar. El gin-tonic era un acelerador de la pl¨¢tica, una enzima de la amistad, dir¨ªamos. No vamos a negar las virtudes estimulantes de la ginebra, pero estaba tambi¨¦n la est¨¦tica de la gran copa de bal¨®n; el detalle ecol¨®gico de la raja de pepino; la belleza inquietante de las bayas oscuras del enebro, que se colocaban a veces en forma de puntos suspensivos sobre la superficie del combinado; las gotas de agua fr¨ªa producidas por la condensaci¨®n del aire en el cristal del recipiente; el tintineo de los hielos especialmente secos, que no aguaban la mezcla; y estaba la visi¨®n de la calle, pues sol¨ªamos encontrarnos en una terraza cubierta desde la que se apreciaba el fluir de los autom¨®viles con sus conductores o conductoras, cuyos variados perfiles ve¨ªamos pasar de forma breve por delante de nuestras vidas detenidas.

No quisimos, al decretarse el confinamiento, interrumpir aquel rito tan saludable y enriquecedor, as¨ª que decidimos continuarlo a trav¨¦s de Skype, cada uno desde su mesa de trabajo. A eso de las siete menos cuarto de la tarde, yo empezaba a preparar mi gin-tonic para tenerlo listo a las siete en punto, la hora de la cita. Nos parec¨ªa asombroso el funcionamiento de la tecnolog¨ªa. Ah¨ª est¨¢bamos los dos, chocando nuestras copas contra la pantalla del ordenador, dispuestos a comentar nuestras ¨²ltimas lecturas, a intercambiar incertidumbres, a callar por pudor las cosas que los amigos callan por pudor.

Pero la conversaci¨®n no flu¨ªa. Se produc¨ªan silencios involuntarios que nos aprest¨¢bamos a disimular con una especie de poliesp¨¢n verbal, con material de relleno. Poliestireno gramatical expandido, en fin. Cuando nos desped¨ªamos, yo estaba agotado por el esfuerzo, supongo que mi amigo tambi¨¦n. Poco a poco, fuimos distanciando los encuentros hasta que descubrimos que la conversaci¨®n telef¨®nica resultaba m¨¢s eficaz que la telem¨¢tica del mismo modo que la radio, para determinadas coberturas, funciona mejor que la televisi¨®n.

Grasas

Los tres meses del confinamiento se tradujeron, entre otras cosas, en una p¨¦rdida de masa muscular y en un aumento del porcentaje de grasa corporal de los espa?oles. Est¨¢ por hacer el c¨®mputo global tanto de la p¨¦rdida de aquella como del aumento de esta. Pero en 47 millones de cuerpos cabe mucha p¨¦rdida y mucho aumento. A ver si lo calculan.

eps 2366 vocabulario millas
Pablo Delcan

Inmunidad de grupo

A m¨ª me gusta m¨¢s ¡°inmunidad de reba?o¡±, porque no tengo nada contra las ovejas, ni contra la biolog¨ªa, ni contra el gregarismo, ni contra la mansedumbre en general. No soy m¨¢s d¨®cil porque la lucha de clases me hizo as¨ª y opino, con Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, que ¡°un hombre solo, una mujer, as¨ª contados de uno en uno, son como polvo, no son nada, no son nada¡±. La inmunidad de reba?o se alcanza cuando una parte interesante de la poblaci¨®n deviene invulnerable al contagio, bien sea porque ya se ha infectado, bien por la acci¨®n de la vacuna. Al calor de ese grupo, se encuentra a salvo el no inmunizado debido a que la cadena epidemiol¨®gica se ha roto. Si logr¨¢ramos reproducir este fen¨®meno bioestad¨ªstico en la pandemia de la desigualdad, otro gallo nos cantara. No habr¨ªa pobreza, aunque hubiera gente sin dinero.

Lecturas

Del mismo modo que redescubr¨ª la bicicleta est¨¢tica, un d¨ªa, tambi¨¦n durante el confinamiento, me di cuenta de que ten¨ªa en casa multitud de libros que hab¨ªa dejado de ver como los peces dejan de ver el agua. Hurgando perezosamente entre ellos, hall¨¦ una antigua novela de Patricia Highsmith, El diario de Edith, que cre¨ªa perdida y en cuya lectura volv¨ª a engolfarme como si fuera la primera vez.

Mascarilla

Las autoridades negaron al principio su eficacia (quiz¨¢ porque no hab¨ªa bastantes) y las hicieron luego obligatorias incluso para el exterior (quiz¨¢ porque hab¨ªa demasiadas).

Netflix

Alcanz¨® durante el confinamiento la categor¨ªa de plataforma digital por antonomasia, signifique lo que signifique antonomasia.

Ni?os

Cuando salieron por primera vez a la calle, tras los noventa y pico d¨ªas de encierro, miraban a un lado y otro con una expresi¨®n de extra?eza que estremec¨ªa un poco a sus mayores. Al cruzarse con gente de su edad, se arrimaban t¨ªmidamente al cuerpo de los padres, como para protegerse de algo, no sabemos de qu¨¦. Estaban p¨¢lidos por la falta de luz y cost¨® un poco trabajo que echaran a correr porque hab¨ªan pedido fuerza y habilidades motoras durante el reposo obligado, y porque el mundo les resultaba ahora demasiado ancho, tal vez demasiado ajeno. La infancia, en conjunto, hab¨ªa devenido agoraf¨®bica.

Nueva normalidad

Aliteraci¨®n instaurada para dar nombre a la etapa de convivencia con el virus tras el fin del encierro.

Respirador

Aparato sofisticado, heredero de los antiguos ¡°pulmones de acero¡±, que obliga a respirar, aunque el cuerpo se niegue. Resulta indispensable para el tratamiento de los casos graves de neumon¨ªa bilateral provocados por la covid. Estuvieron muy cotizados en los primeros d¨ªas de la pandemia debido a que la demanda superaba con creces a la oferta. De ah¨ª que se recurriera al ¡°triaje¡± (tantas veces negado por las autoridades sanitarias), protocolo consistente en la selecci¨®n de enfermos que se lleva a cabo en las emergencias sanitarias. En otras palabras, cuando en una urgencia pulmonar coincid¨ªan, frente a un ¨²nico respirador, un se?or de 80 a?os y otro de 40, el de 80 ced¨ªa cort¨¦smente el respirador al de 40. Si hab¨ªa suerte y sobreviv¨ªan los dos, el de 40 ced¨ªa luego su asiento del metro al de 80. Hay personas a las que el t¨¦rmino ¡°triaje¡± les suena a galicismo y prefieren denominarlo ¡°cribado¡±, que a m¨ª me parece m¨¢s crudo, no s¨¦, m¨¢s cruel, menos piadoso.

Salud mental

Est¨¢n por evaluar los efectos que la covid ha provocado sobre el estado de ¨¢nimo de la poblaci¨®n, que no son menores a primera vista (estados de ansiedad, de angustia, insomnio, rumiaciones, ideas obsesivas¡­). Dado que vivimos en sociedades en las que solo existe lo que se puede cuantificar, y dado que la locura se resiste a ser medida, cabe la duda razonable de que lleguemos a conocerlos alg¨²n d¨ªa.

Teletrabajo

V¨¦ase Confinamiento.

Terapia

Al sustituir, durante el confinamiento, mis sesiones presenciales por las telem¨¢ticas, sent¨ª lo mismo que al cambiar el gin-tonic anal¨®gico por el virtual. La cosa no marchaba. Adem¨¢s, yo trabajo tumbado, de modo que el cara a cara me pon¨ªa violento.

¡ªEsto no va ¡ªle dije a mi psicoanalista¡ª. Necesito el div¨¢n.

¡ª?Qu¨¦ ventajas le encuentra? ¡ªpregunt¨® ella.

Lo pens¨¦ un poco y deduje que cuando me hallaba en el div¨¢n, bocarriba y con las manos generalmente cruzadas sobre el pecho, me hac¨ªa la ilusi¨®n de ser un muerto hablante. Y desde la muerte establec¨ªa asociaciones con m¨¢s facilidad que desde la vida. Aquel descubrimiento, y todo lo que se desvel¨® a trav¨¦s de ¨¦l en las siguientes sesiones, convirti¨® la terapia telem¨¢tica en una experiencia verdaderamente productiva. Pero fue un descanso regresar a los encuentros de cuerpo presente, aunque los hac¨ªamos con mascarilla, yo con la quir¨²rgica y la terapeuta con la FFP2. Si he decirlo todo, me molestaba un poco el exceso de protecci¨®n de ella, como si yo fuera un agente especialmente infeccioso. Pero nunca se lo reproch¨¦: quiz¨¢ estaba en lo cierto.

Vacuna

Hay muchas personas, yo entre ellas, en contra de utilizar met¨¢foras de car¨¢cter b¨¦lico para aludir a la lucha contra las enfermedades. Pero cuando las comparaciones funcionan, funcionan, y la vacuna parece ideada por un genio de la estrategia militar. Se trata de una especie de caballo de Troya rar¨ªsimo que introduces conscientemente en la fortaleza de tu cuerpo para que el enemigo disminuido que sale de su vientre despierte al amigo que sestea en tu sistema inmunol¨®gico. El cerco de Troya duraba casi 10 a?os cuando a los griegos se le ocurri¨® la ingeniosa idea del animal de madera. Las primeras vacunas contra la covid estuvieron listas a los 12 meses de su aparici¨®n. Un r¨¦cord que ha evitado m¨¢s v¨ªctimas mortales de las que podamos imaginar. Recordemos el espect¨¢culo medieval de agon¨ªa y muerte con el que los bomberos se encontraron al entrar en algunas residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid en la primavera de 2020. La vacuna constituy¨® un triunfo de la ciencia, en fin, evocador de aquella haza?a b¨¦lica de la Antig¨¹edad cl¨¢sica.

Virus

Lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n durante los primeros d¨ªas de la pandemia fue el descubrimiento de que el virus no fuera un ser vivo. Me lo dijo un m¨¦dico en el transcurso de una cena de amigos.

¡ªLa condici¨®n de ¡°ser vivo¡± ¡ªa?adi¨®¡ª incluye la capacidad de reproducirse por s¨ª mismo de la que el virus carece. De ah¨ª que utilice nuestras c¨¦lulas.

Me pareci¨® contradictorio que se multiplicara tanto sin vivir, pero tambi¨¦n los videntes, en nuestra tradici¨®n, son ciegos; tambi¨¦n el matrimonio nos libera al tiempo de atarnos; tambi¨¦n los hijos nos hacen felices, aunque nos quitan el sue?o; tambi¨¦n adquirimos la facultad de morir en el momento mismo de nacer; tambi¨¦n nos enamoramos de quien no nos conviene; tambi¨¦n nos gustan las comidas que nos dan ardor de est¨®mago y los alcoholes que nos dan dolor de cabeza; tambi¨¦n nos hipnotiza la visi¨®n del precipicio fatal; tambi¨¦n muchos fracasan al triunfar, etc¨¦tera. El virus no vive, en fin, pero se las arregla de alg¨²n modo para matar.

Y en esa guerra (perd¨®n, una vez m¨¢s, por la alusi¨®n de car¨¢cter b¨¦lico) seguimos.

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Sobre la firma

Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, adem¨¢s del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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