Anatom¨ªa de la quema
La tecnolog¨ªa engulle nuestras vidas como un engranaje voraz, una maquinaria que se alimenta de nuestro tiempo | Columna de Irene Vallejo
Deprisa, deprisa. Un caballo al galope puede superar los l¨ªmites de su organismo. Si lo fuerzas, ir¨¢ m¨¢s aprisa de lo que su coraz¨®n es capaz de resistir. En los hip¨®dromos, los purasangres de las carreras no se detienen, antes caen fulminados, muertos por la velocidad. ¡°Fatiga¡± en lat¨ªn significaba ¡°estar a punto de estallar¡±; en origen, el t¨¦rmino se aplicaba a los caballos, adiestrados por sus jinetes para cabalgar hasta reventar. Aquella fatiga se volvi¨® contra nosotros y los seres humanos hemos heredado la prohibici¨®n de frenar el cansancio galopante.
El frenes¨ª de la vida exhausta no es un invento moderno. Hace 20 siglos, Plutarco vislumbraba ya las jornadas interminables y las maratonianas extraescolares de nuestros ni?os: ¡°Algunos padres, esforz¨¢ndose para que los hijos sean los primeros r¨¢pidamente en todo, les imponen unos trabajos excesivos, con los cuales caen desfallecidos¡±. Las plantas crecen ¡ªnos dice¡ª cuando las regamos con moderaci¨®n, pero se ahogan con mucha agua. As¨ª, tambi¨¦n los hijos necesitan treguas en sus tareas: sin el descanso languidecer¨¢n la energ¨ªa y la ilusi¨®n. Como escribe el historiador griego, las cuerdas de los arcos y las liras deben aflojarse para recuperar despu¨¦s su tensi¨®n.
En nuestro mundo interconectado, la ansiedad por las tareas excesivas ha invadido todas las esferas de la vida. El desgaste ¡ªt¨¦cnicamente conocido como s¨ªndrome del burnout¡ª puede afectar a casi todos, pero ciertos rasgos del car¨¢cter nos vuelven m¨¢s vulnerables: las personas m¨¢s implicadas ¡ªvocacionales, sensibles y eficientes, es decir, verdaderos l¨¢tigos para s¨ª mismas¡ª tienen m¨¢s posibilidades de sufrir esta implosi¨®n extenuante. El perfeccionismo causa sus desperfectos. Cuando el cansancio cala hasta los huesos, se convierte en enfermedad. Indiferentes y maquinales, cometemos errores que deberemos arreglar a fuerza de m¨¢s esfuerzo. Aunque resulte parad¨®jico, para avanzar es preciso saber parar.
Las m¨¢quinas, nacidas para relevarnos en las tareas m¨¢s duras, han acentuado ¡ªinesperadamente¡ª nuestra condici¨®n exhausta. En Tiempos modernos, de Charlie Chaplin, los seres humanos son mudos y solo las tecnolog¨ªas toman la palabra. Charlot es sometido a un p¨¦rfido artefacto concebido para alimentar a los operarios mientras contin¨²an rindiendo bajo la divisa: ¡°Elimine la hora del descanso, ya no la necesitar¨¢¡±. Mientras el conmovedor vagabundo se fuma un indolente pitillo en los lavabos de la f¨¢brica, el directivo aparece en un enorme monitor para ordenarle que regrese a la cadena de montaje. Aunque la pel¨ªcula se estren¨® en 1936, retrata con lucidez nuestro presente plagado de videoconferencias, aplicaciones de seguimiento de trabajadores y m¨®viles al asalto. Noventa a?os despu¨¦s, aquella escena del ba?o resulta menos dist¨®pica que en su ¨¦poca. Hoy la tecnolog¨ªa engulle nuestras vidas como un engranaje voraz, una maquinaria can¨ªbal que se alimenta de nuestro tiempo.
En los felices a?os veinte, el cineasta alem¨¢n Fritz Lang ya hab¨ªa denunciado el oscuro y cruel subsuelo que sosten¨ªa la aparente prosperidad. En el subterr¨¢neo de Metr¨®polis, la ciudad perfecta, hay una enorme m¨¢quina industrial que, llevada al l¨ªmite, se transforma en un monstruo b¨ªblico ¡ªMoloch¡ª y termina engullendo a los agotados trabajadores con sus fauces de fuego. Seg¨²n la tradici¨®n rab¨ªnica, Moloch era una estatua de bronce en cuyo interior ard¨ªa una hoguera perpetua a la que arrojaban v¨ªctimas en sacrificio. Simb¨®licamente, Lang profetiz¨® nuestro actual burnout, que significa precisamente estar quemado.
Las tecnolog¨ªas port¨¢tiles nos sujetan y nos atrapan en sus redes de asfixia. No logramos relajarnos porque su omnipresencia ha invadido incluso nuestros espacios de pausa. La vida transcurre con el latido y el ritmo de la m¨¢quina, hasta borrar la antigua frontera entre lo profesional y lo personal. Aunque hace falta ser muy fuertes para vivir tan cansados, seguimos en carrera, como caballos con el coraz¨®n desbocado. En estos tiempos galopantes, cuando cuesta tanto esfuerzo descansar, la intimidad y la siesta se han convertido en gestos de resistencia: cierra los ojos y ver¨¢s.
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