La maldici¨®n del optimista
Nuestro error consiste en estar a todas horas pendientes de lo que vendr¨¢ y no ser capaces de asentarnos en el aqu¨ª y ahora | Columna de Javier Cercas
Hace poco le¨ª en estas mismas p¨¢ginas una entrevista de Anatxu Zabalbeascoa al psiquiatra Luis Rojas Marcos en la que ¨¦ste recomendaba el optimismo como elixir de una vida buena y regalaba un titular irresistible: ¡°En Espa?a el optimismo est¨¢ mal visto. El que est¨¢ contento parece tonto¡±. S¨®lo entonces comprend¨ª el porqu¨¦ de mi p¨¦sima reputaci¨®n.
Soy un optimista. El problema es que tengo una dilatada experiencia con el optimismo y mi opini¨®n sobre ¨¦l es menos positiva que la del reputado psiquiatra; dicho de forma m¨¢s clara: no soy tan optimista sobre el optimismo como el doctor Rojas Marcos, tal vez porque soy una v¨ªctima de ¨¦l (del optimismo, no del doctor Rojas Marcos); dicho de forma m¨¢s clara todav¨ªa: me encantar¨ªa ser un pesimista, pero no hay manera. Porque lo cierto es que mi trayectoria vital de optimista recalcitrante me ha entregado una pl¨¦tora de pruebas sobre la toxicidad de esa pasi¨®n nefasta. El optimista se levanta cada ma?ana euf¨®rico, dispuesto a gozar de todas las bendiciones que, no le cabe duda, le deparar¨¢ la jornada; as¨ª que, cuando la realidad le atropella con su c¨²mulo seguro de contratiempos, el optimista, incapaz afrontarlos con entereza, los vive como calamidades y termina infaliblemente valorando la conveniencia de arrojarse al vac¨ªo desde lo alto del pin¨¢cu?lo m¨¢s alto de la Sagrada Familia (el de San Bernab¨¦). El pesimista, en cambio, se levanta cada ma?ana resignado a todas las calamidades que lo acechan, as¨ª que, cuando el curso del d¨ªa le proporciona alguna experiencia no del todo catastr¨®fica, la vive como una bendici¨®n y, dado que su pesimismo ha previsto una ampl¨ªsima gama de desastres y le ha puesto en guardia contra ellos, supera cualquier contratiempo sin despeinarse. Como soy un optimista furioso, me siento completamente identificado con Ambrose Bierce, que en el Diccionario del Diablo defini¨® de esta manera insuperable la palabra a?o: ¡°Periodo de trescientas sesenta y cinco decepciones¡±. A la inversa, siento una admiraci¨®n sin l¨ªmites por los pesimistas, cuyo lema deber¨ªan ser estos versos horacianos de Ricardo Reis, heter¨®nimo de Fernando Pessoa. ¡°Quien nada espera / cuanto le depare el d¨ªa / por poco que sea / ser¨¢ mucho¡±. Por eso sostengo que el verdadero enemigo del g¨¦nero humano no es, como proclaman pol¨ªticos, predicadores y papanatas, la desesperaci¨®n, sino la esperanza. Al menos desde Marco Aurelio, nadie ha argumentado mejor esa verdad escondida que Michel de Montaigne. En un ensayo c¨¦lebre, Montaigne argument¨® en efecto que, como carecemos de poder tanto sobre el porvenir como sobre el pasado, nuestro error m¨¢s com¨²n consiste en estar a todas horas pendientes de lo que vendr¨¢ y no ser capaces de asentarnos en el aqu¨ª y ahora, de afincarnos en ¨¦l; ¨¦sta es la causa de todas las desdichas humanas, asegura Montaigne: nuestra propensi¨®n insaciable a vivir en la esperanza del futuro y no en la realidad del presente, que es la ¨²nica realidad. En otro momento de la mencionada entrevista, Zabalbeascoa saca a colaci¨®n la teor¨ªa psiqui¨¢trica de la ¡°bipersonalidad¡±, de acuerdo con la cual las personas biling¨¹es poseen un car¨¢cter diferente seg¨²n la lengua en que hablen, y, como soy biling¨¹e (y como cualquier excusa es buena para el optimismo), padezco un ataque brutal de optimismo y por un momento me digo que quiz¨¢ haya salvaci¨®n para m¨ª, hasta que me rindo a la evidencia deprimente de que soy igual de optimista en cualquiera de mis dos lenguas y me entran unas ganas locas de hacerme el haraquiri en plaza p¨²blica. Pero, un momento, dir¨¢n ustedes, ?c¨®mo es posible que sea yo tan optimista y que, al menos en la edici¨®n digital de EL PA?S, aparezca con una cara irrefutable de funeral en la foto que acompa?a a esta columna? La respuesta es evidente, y es que, cuando empec¨¦ a escribir art¨ªculos, llevado por mi incurable optimismo, aspir¨¦ a que la gente me tomara en serio; por supuesto, fracas¨¦ (o tuve demasiado ¨¦xito, que es la peor forma de fracasar), pero ?se imaginan qu¨¦ hubiera pasado con mi reputaci¨®n si hubiera aparecido con la permanente cara de contento que Dios me dio?
En caso de duda, consulten con el doctor Rojas Marcos.
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