Terrenales
Sin humildad, el yo ocupa todo el espacio disponible y solo ve al pr¨®jimo como objeto o como enemigo
En tu adolescencia, te diagnosticaron timidez aguda. A tu alrededor, escuchabas la receta triunfal de aquellos j¨®venes sobradamente preparados: tienes que saber venderte. Te empujaban a practicar el arte del curr¨ªculo inflado, la seguridad arrolladora, la pose fingida de ¨¦xito. Estamos en la selva, esconde tu fragilidad, disfr¨¢zala de insolencia. Frente al error, arrogancia. Comernos el mundo, pero nunca tragarnos nuestras propias palabras. As¨ª nos impulsan a hacer de la necedad virtud.
De esos peligros no nos salva el orgullo, sino un c¨®ctel burbujeante de humor y humildad. La antigua palabra latina humilis deriva de humus, ¡°tierra¡±. Significaba estar abajo, en un pelda?o inferior del escalaf¨®n, sin privilegios ni pedigr¨ª. No haber nacido arriba, arrogantes. El cristianismo dignific¨® el concepto, y en su imaginario se convirti¨® en la virtud opuesta a la soberbia: ¡°Bienaventurados los humildes, pues ellos heredar¨¢n la tierra¡±. El cielo estar¨¢, despu¨¦s de todo, entre el barro. No olvidemos que el humus o mantillo, en t¨¦rminos geol¨®gicos, es la capa que enriquece la naturaleza, la fertiliza y la hace crecer. La humildad tambi¨¦n puede ser f¨¦rtil, como conciencia de la propia ignorancia, de nuestros desastres, tropiezos y tonter¨ªas, como apertura a aprender. Las limitaciones nos hacen humanos ¡ªotra palabra de la misma familia¡ª. Nada germina en piedra s¨®lida, mientras la tierra fr¨¢gil alimenta el cultivo y la cultura.
En Indiana Jones y la ¨²ltima cruzada, el arque¨®logo m¨¢s carism¨¢tico triunfa porque sabe que no es oro todo lo que reluce. Su misi¨®n consiste en encontrar el Grial antes que los nazis, para evitar que Hitler alcance gracias a ¨¦l la vida eterna. Tras superar pruebas y trampas, llega al escondite donde un espectral caballero de la Primera Cruzada custodia el c¨¢liz sagrado, escondido entre muchas copas falsas. Indy no se deja tentar por las orfebrer¨ªas suntuosas, incrustadas de joyas. Toma en sus manos la m¨¢s modesta y susurra: ¡°Es la copa de un carpintero¡±. ¡°Has elegido sabiamente¡±, concluye el achacoso guerrero.
El fil¨®sofo S¨®crates, adalid del conocimiento dialogante, sol¨ªa derrotar a sus adversarios atribuy¨¦ndose un perfil bajo. Se presentaba como el m¨¢s ignorante; iba descalzo a todas partes y bromeaba sobre su may¨²scula fealdad; siendo maestro se comportaba como un disc¨ªpulo. Era alguien que ten¨ªa las dudas muy claras. Astutamente, prefer¨ªa reconocer sus errores antes de que otros los exagerasen. Cre¨ªa que el proceso de aprender desaf¨ªa a la vanidad, que no se detiene a pensar porque est¨¢ ocupada en alardear.
Tambi¨¦n en los relatos folcl¨®ricos y en los mitos acaban triunfando, tras un largo camino de aventuras y formaci¨®n, las criaturas repudiadas. Los h¨¦roes al principio sufren burlas y desprecio, los llaman Bobo, Mudito, Cenicienta, Iv¨¢n el Tonto o Patito Feo. Las historias protagonizadas por el personaje m¨¢s joven y en apariencia m¨¢s inepto ofrecen al ni?o ¡ªque se siente torpe frente al complejo mundo adulto¡ª alivio a sus miedos, consuelo y esperanza.
Nuestros tiempos narcisistas nos bombardean con nuevos cuentos de hadas, una invasi¨®n del pensamiento positivo que, en las redes y en la publicidad, lanza al aire la purpurina de sus esl¨®ganes. Eres perfecta como eres. Porque t¨² lo vales. Empod¨¦rate. La felicidad es cuesti¨®n de actitud. En su sagaz ensayo El murmullo, Bel¨¦n Gopegui disecciona la autoayuda como g¨¦nero de ficci¨®n que gira en torno al yo investido de una autoestima desafiante, obviando las causas del malestar y sin enfrentarse nunca al abuso de poder. Propone como ant¨ªdoto la confabulaci¨®n, ¡°ponerse de acuerdo con otras personas, recurriendo a narraciones compartidas, unirse para no dominar, aplastar o dejar caer a personas iguales o en peor situaci¨®n¡±. Sin humildad, el yo ocupa todo el espacio disponible y solo ve al pr¨®jimo como objeto o como enemigo. Se conoce el car¨¢cter de alguien observando c¨®mo trata en el d¨ªa a d¨ªa a la gente corriente, a quienes no son poderosos y no pueden favorecerle. Para ponernos en el lugar de otros, la vanidad debe bajarse del pedestal. Como escribi¨® C. S. Lewis, no es humilde quien piensa de s¨ª mismo que es poca cosa, sino quien piensa poco en s¨ª mismo.
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