Benditos monstruos
Todav¨ªa nos resulta dif¨ªcil convivir con la diferencia, reconocer su belleza y fortaleza, su variedad fabulosa y festiva
El miedo nos asfixia, nos ciega, ofusca y paraliza la mente. A primera vista, resulta inexplicable nuestro apetito por las historias de terror. Nace de un deseo contradictorio: ante el umbral de una temida y excitante revelaci¨®n, nos estremecemos de curiosidad y turbaci¨®n. Cuando nos asusta una pel¨ªcula, nos tapamos los ojos, pero abrimos rendijas entre los dedos para espiar lo espeluznante. Deseamos conocer lo secreto y a la vez intuimos el peligro. En el temblor de los cuentos late la sombra del monstruo.
Dos mujeres fueron pioneras de la novela de terror moderna: la espa?ola Mar¨ªa de Zayas y la inglesa Mary Shelley, que hibrid¨® oscuros relatos g¨®ticos del pasado con la naciente ciencia ficci¨®n. De forma fulgurante, lo siniestro irrumpi¨® en la amansada realidad cotidiana, territorio familiar para las escritoras, excluidas durante siglos de la vida p¨²blica, centinelas del hogar, de sus rutinas y ruinas. Quiz¨¢ por eso fue durante d¨¦cadas un g¨¦nero tachado de infantil y menospreciado. Cuando Mary invent¨® a su criatura m¨¢s famosa en 1816, ya infring¨ªa los c¨®digos de su ¨¦poca al vivir con el poeta Percy B. Shelley y tener hijos sin casarse. Los prejuicios sociales afectaron a las ventas del libro y la autora fue condenada al ostracismo. Como afirma su bi¨®grafa Charlotte Gordon: ¡°A principios del siglo XIX, las mujeres artistas eran monstruosas por definici¨®n¡±.
La mirada de Mary Shelley hacia su protagonista es siempre compasiva. Aunque popularmente lo llamamos Frankenstein, en la novela carece de nombre propio, m¨¢s all¨¢ de demonio, miserable o desgraciado. Rechazado por su creador, Victor Frankenstein, representa la orfandad y el anhelo de compa?¨ªa, en un eco de la infancia solitaria de la propia escritora. Huyendo del laboratorio de Ingolstadt donde despert¨® a la vida, encuentra cobijo en el cobertizo de una granja. A fuerza de observar a escondidas a los habitantes de la casa, aprende a hablar, leer y escribir. Aunque conoce la carne, elige ser vegetariano. Lector ¨¢vido, devora libros de Plutarco y Goethe. Se vuelve culto, sagaz y sensible, pero tambi¨¦n consciente del espanto que provoca su aspecto. La parte m¨¢s conmovedora de la novela relata c¨®mo la sociedad defrauda al monstruo. Al verlo, todos se horrorizan y lo expulsan a golpes. Incluso cuando salva la vida a una ni?a, el padre dispara contra ¨¦l. Sus intentos por aproximarse a los seres humanos terminan de forma violenta y cruel.
En la pel¨ªcula Frankenstein, cl¨¢sico dirigido por James Whale, una multitud enfurecida, empu?ando antorchas y ansiedades, tortura al desgraciado en el bosque. Conscientemente, la sobrecogedora escena evoca los linchamientos de negros en Estados Unidos. Whale, abiertamente homosexual en aquellos a?os treinta, se identific¨® no con la horda de furiosos ciudadanos sino con la v¨ªctima, injustamente atacada por ser extra?a e ins¨®lita. En El esp¨ªritu de la colmena, del maestro V¨ªctor Erice, otra ni?a descubre que el aut¨¦ntico peligro procede de esos adultos de mirada inclemente, no del monstruo acorralado.
La palabra ¡°monstruo¡± comparte ra¨ªz con el lat¨ªn monstrare, ¡°se?alar con el dedo¡±, ese ¨ªndice apuntando hacia lo diferente, hacia aquello que invade nuestros arraigados mapas de la realidad. Por tanto, es el dedo que apunta y rechaza el que crea al monstruo. En cambio, ¡°normal¡± proviene de norma, el nombre latino de la escuadra, un instrumento de carpinter¨ªa destinado a fabricar objetos en serie, todos iguales. El ser imaginado por Mary Shelley encarna lo contrario: pieles cosidas y ¨®rganos entretejidos, un cuerpo m¨²ltiple que nac¨ªa a una nueva vida.
La literatura de terror alude a una pulsi¨®n humana muy primitiva, ancestral, com¨²n a todos los individuos: el temor al distinto. En palabras de H. P. Lovecraft: ¡°La emoci¨®n m¨¢s antigua y m¨¢s intensa de la humanidad es el miedo, y el m¨¢s antiguo y m¨¢s intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido¡±. Todav¨ªa nos resulta dif¨ªcil convivir alegremente con la diferencia, reconocer su belleza y fortaleza, su variedad fabulosa y festiva. Los presuntos monstruos nos invitan a inventar otras reglas de juego: no es casualidad que diversi¨®n provenga de diversidad.
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