El hombre que trabaja para evitar el fin de nuestra especie desde el Jard¨ªn Bot¨¢nico de Nueva York
Mauricio Diazgranados, bi¨®logo que ha sobrevivido a balazos, encuentros con grupos armados y una explosi¨®n, trabaja para que todas las investigaciones del Jard¨ªn eviten el fin de nuestra especie
Diazgranados ha publicado un video donde le llueve una cagada de p¨¢jaros. Le ha ca¨ªdo en la cara y, tras un gru?ido, sonr¨ªe como si saludara lo impredecible. Es el gesto de quien busca el origen de las especies y encuentra el origen de su risa. Hay algo de eso en el alma de un bot¨¢nico, alguien a quien las plantas protegen contra la incesante cagada de la especie humana. Tres meses despu¨¦s de ese atentado de gaviotas, un cazatalentos insisti¨® en llamarlo. Llevaba siete a?os en Londres, en el Real Jard¨ªn Bot¨¢nico de Kew, donde buscaba en plantas y hongos soluciones a problemas sociales. Ten¨ªa un sill¨®n de futuro, una novia dise?adora con quien no conversaba sobre el color verde y unas treinta plantas en su apartamento, entre ellas su predilecta, un cactus cola de mono. Hoy es el director cient¨ªfico del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Nueva York, el mayor epicentro de investigaci¨®n de plantas y hongos del mundo. Es la primera vez que eligen a uno de la misma regi¨®n que gran parte de sus m¨¢s distinguidas colecciones tropicales. Mauricio Diazgranados, un doctor en biolog¨ªa nacido en Colombia, el segundo pa¨ªs con m¨¢s diversidad de especies, es tambi¨¦n un sobreviviente. Va a cumplir cincuenta a?os, y a espaldas de su silla, por la pared de cristal de su oficina, asoma la belleza protectora de un olmo.
Un mill¨®n de plantas vivas rodean al cient¨ªfico.
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Cuando vuelve a su apartamento de un piso treinta y nueve en el Upper East Side, el cient¨ªfico se quita el traje y la corbata que disimulan cinco cicatrices de bala en su cuerpo. En la d¨¦cada de los noventa, entre los diecisiete y los veinticinco a?os, Diazgranados sobrevivi¨® a varios episodios en Colombia. 1. En Turbo, un caser¨ªo de Antioquia al lado del r¨ªo Atrato, en el Golfo de Urab¨¢, ¨¦l y otros estudiantes de biolog¨ªa oyen un tiroteo. Una bala de paramilitares hiere al novio de su hermana, un alumno de biolog¨ªa marina que muere desangrado en brazos de ella. 2. Dos hombres y dos mujeres voluntarios de guardabosques en el Parque Nacional Sumapaz son retenidos por guerrilleros de las FARC, quienes los acusan de ser informantes del Ej¨¦rcito y empiezan a acosar a las chicas. Diazgranados, uno de los voluntarios, ha estudiado fotograf¨ªas de esas monta?as y, de memoria, con una temperatura bajo cero, sin linternas ni equipaje, toda una noche, escapan monta?a arriba. 3. En compa?¨ªa de un colega, retira dinero de un banco en Bogot¨¢ y lo guarda en un bolsillo interior de su chaqueta. Afuera, unos delincuentes le disparan tres balas a quemarropa. Dos en las piernas, una en el pecho. Hoy, un cuarto de siglo despu¨¦s, a veces le molesta la rodilla. Una de las balas sigue all¨ª.
Diazgranados naci¨® en un pa¨ªs que exige la costumbre de sobrevivir. ¡°Somos simplemente personas que estudiamos plantas¡±, dice tan literal como ir¨®nico. Una de las primeras veces que sali¨® al campo, cuando aprendi¨® a colectar plantas, fue cuando su maestro David Rivera, un bi¨®logo que al escuchar el canto de las aves sab¨ªa qu¨¦ plantas hab¨ªa a su alrededor, ¡°un gran int¨¦rprete de se?ales inadvertidas para los seres humanos¡±, trabajaba su investigaci¨®n doctoral en unos p¨¢ramos detr¨¢s de Bogot¨¢ y, en el cerro de enfrente, a menos de un kil¨®metro, un helic¨®ptero del Ej¨¦rcito combat¨ªa a la guerrilla. ¡°Cada vez que un helic¨®ptero volaba encima de nosotros, ten¨ªamos que escondernos en los arbustos para que no nos confundieran y dispararan¡±. En cualquier lugar del mundo, un bi¨®logo corre m¨¢s peligros que una cagada de p¨¢jaros. Resbalar a un abismo, enfermarse de un virus, envenenarse con un plaguicida, extraviarse en la selva, ser mordido por serpientes. En la Colombia de los a?os noventa, donde Diazgranados creci¨®, estudiar biolog¨ªa significaba, adem¨¢s, atravesar un territorio ocupado por guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, delincuentes y Ej¨¦rcito. Explorar el campo era encontrarse con ellos. Pedir permiso. Pagar extorsiones a cambio de seguridad. Ser secuestrado o retenido. A sus treinta a?os, cuando ense?aba bot¨¢nica en la Universidad Javeriana, Diazgranados sali¨® a un trabajo de campo con tres estudiantes, un gu¨ªa y un perro. Sub¨ªan a un p¨¢ramo en la zona de Garagoa, un municipio en el departamento de Boyac¨¢, donde operaban las FARC. ¡°Solo me recuerdo volando hacia atr¨¢s y cayendo sobre una cama de helechos¡±. El bi¨®logo cre¨ªa haber pisado una mina. ¡°Nos hab¨ªan disparado un cohete desde la monta?a del frente¡±. Un ¨¢rbol absorbi¨® la onda explosiva y los salv¨®. ¡°Todo es mejor de lo que uno piensa cuando recuerda que podr¨ªa estar muerto¡±, dice hoy el sobreviviente.
No cree en Dios, pero cree que haber hecho el servicio militar le salv¨® la vida. Hijo de un ingeniero y de una artista romana, con antepasados que pelearon por la independencia de Colombia y la unificaci¨®n de Italia, Diazgranados ten¨ªa diecisiete a?os, era vegetariano y practicaba la meditaci¨®n. ¡°Mentalmente, como que no cuadraba en el Ej¨¦rcito. Pero ten¨ªa un fusil al hombro, cuatro granadas en la cintura, cuchillos y hab¨ªa recibido el entrenamiento m¨¢s duro posible¡±. El bot¨¢nico lo recuerda como un experimento f¨ªsico y mental de resistencia extrema en un Ej¨¦rcito que combat¨ªa a guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes. ¡°Nos toc¨® la ¨¦poca de las bombas de Pablo Escobar¡±, recuerda, ¡°y ten¨ªamos que atender esos incidentes¡±. Lo hab¨ªan entrenado con una crueldad suficiente para no delatar. Sin advertirlo el rigor militar le fraguar¨ªa un car¨¢cter para sobrevivir en h¨¢bitats amenazados. Hoy agradece ese entrenamiento como un anestesiado antes de una cirug¨ªa.
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Diazgranados no act¨²a como un secretario de las Naciones Unidas de las plantas. Se ha puesto en marcha sin declamaciones para resolver problemas sociales desde la investigaci¨®n biol¨®gica. Ha decidido que sus reuniones de trabajo entre dos personas no duren m¨¢s de quince minutos. Ha decidido conversar con todas las comunidades ¡ªind¨ªgenas, cient¨ªficas, religiosas¡ª para recuperar la abundancia, la diversidad y la resistencia de las especies bot¨¢nicas. Ha decidido pelear desde sus actos microsc¨®picos contra la bomba clim¨¢tica y a favor de la seguridad alimentaria y la calidad del aire que respiramos. ¡°Una clave para entender qu¨¦ ocurre en nuestra cabeza es que, cuando est¨¢s llegando a casa, sabes que vas a tener que abrir la puerta y no tienes lista la llave. Yo siempre la tengo lista¡±. Diazgranados es un recaudador de mil¨¦simas de segundo que ir¨¢ convirtiendo en d¨ªas; un bi¨®logo hasta el cuello. A veces viste una corbata azul con dise?os de margaritas, cal¨¦ndulas, dientes de le¨®n. Son aster¨¢ceas, una familia de treinta mil especies de plantas con flor, entre ellas los frailejones, una especie tropical de la que es el mayor experto en el mundo. Otras veces luce una corbata verde de tiranosaurios rex. Bellas y bestias en sus corbatas son un gui?o. ¡°Por m¨¢s invencibles y hermosos que parezcamos, somos ef¨ªmeros¡±, dice una autoridad en sobrevivencia.
No cree en el apocalipsis: cree en un Jard¨ªn Bot¨¢nico cuyas investigaciones usen inteligencia artificial, drones y an¨¢lisis de ADN in situ para acelerar la identificaci¨®n y el descubrimiento de especies. Cree en nuestro derecho natural de admirar un lugar verde. Cree que podemos evitar el fin de la especie humana. ¡°Conseguir un futuro en el que hayamos estabilizado los niveles de gases de efecto invernadero en la atm¨®sfera, en el que hayamos detenido la degradaci¨®n de la biodiversidad y estemos en v¨ªas de recuperar ecosistemas aut¨®ctonos¡±. A pesar de lo institucional de su discurso, de sus pergaminos acad¨¦micos y de ir a trabajar en traje y corbata, basta mirar c¨®mo camina para empezar a confiar en ¨¦l. Algunos m¨¦dicos intuyen de qu¨¦ padecemos con solo vernos caminar. Hay en su andar un sentido de urgencia lejos de toda hipocondr¨ªa moral, ese malestar de sentir culpa por hechos que no podemos evitar. Se percibe que hace yoga cada vez que se acuclilla a buscar plantas en el herbario, cuando sube y baja escaleras para encaminarse a reuniones o cuando se inclina para explicar el cap¨ªtulo de una flor. Diazgranados tiene un andar vehemente, misionero, prote¨ªnico. No acude a su oficina con la angustia de un funcionario que est¨¢ llegando tarde. Camina como si marchara al para¨ªso. El para¨ªso est¨¢ el Bronx.
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Diazgranados es un clarividente vegetal que combate nuestra ceguera ante las plantas. ¡°Hay unas cuatrocientas mil especies en el mundo. Yo me sabr¨¦ cuatro o cinco mil¡±, dice como si tuviese una deuda con el universo. El bi¨®logo se ocupa solo de las colecciones cient¨ªficas de un jard¨ªn que es un museo de plantas en un kil¨®metro cuadrado. ¡°Podemos prescindir de los animales, pero no de las plantas¡±, dice el bot¨¢nico, quien se ha pedido una hamburguesa vegetariana en el restaurante del Jard¨ªn. ¡°Nos vestimos con plantas, construimos nuestras viviendas con plantas, estamos sentados sobre plantas y estamos almorzando plantas. Y si nos sentimos mal, buscamos plantas para curarnos¡±. Y, con todo, dice ¨¦l, sufrimos de una incapacidad de fijarnos en ellas y m¨¢s a¨²n de reconocerlas, de la soberbia de creer que son inferiores a los animales y al ser humano, de la estupidez de ignorarlas a pesar de que morir¨ªamos sin ellas. Ignoramos la bot¨¢nica humilde de la mala hierba en su anarquismo y obstinaci¨®n, en su resistencia y rebeld¨ªa, en su crecer dondequiera. Ignoramos que los hongos no son plantas sino un reino aparte con un carisma extraterrestre, ¡°unos organismos que lideran circuitos de descomposici¨®n y reciclaje en la naturaleza¡±, un reino olvidado. Dice Emanuele Coccia que, apenas mencionamos a las plantas, su nombre se nos escapa. ¡°La filosof¨ªa las ha desatendido desde siempre, m¨¢s por desprecio que por distracci¨®n¡±. El fil¨®sofo, un ex alumno de una escuela agr¨ªcola en Italia, es m¨¢s radical. Dice que nuestro mundo es un hecho vegetal antes que animal. Que las plantas ser¨ªan mejor explicadas por la cosmolog¨ªa que por la bot¨¢nica.
Ning¨²n bot¨¢nico nos despierta una saludable idolatr¨ªa. Tras el fin de Los Beatles, George Harrison se volvi¨® jardinero. ?Por qu¨¦ no tenemos m¨¢s amigos bi¨®logos? ?Hay un canal de TV que se llame Plant Planet? ?Qui¨¦n busca a un bot¨¢nico con la desesperaci¨®n que buscamos a un m¨¦dico o a un bombero? ?Alguien pregunta si hay un bot¨¢nico en el avi¨®n? ?Por qu¨¦ las ni?as no juegan con peluches de plantas? En One Hundred and One Botanists, Duane Isely llama la atenci¨®n sobre c¨®mo incluso los expertos en Darwin, el bi¨®logo m¨¢s popular de la historia, a pesar de que publicara media docena de libros sobre plantas, rara vez se ocuparon de ¨¦l como bot¨¢nico. En 1931, Janaki Ammal, una cient¨ªfica experta en ca?a de az¨²car y berenjenas, con investigaciones en geograf¨ªa y gen¨¦tica vegetal, fue la primera mujer india en los Estados Unidos en obtener un PhD en bot¨¢nica, una bi¨®loga de campo que ser¨ªa la primera mujer en una expedici¨®n cient¨ªfica a Nepal, y una pionera contra la deforestaci¨®n y las plantas aut¨®ctonas amenazadas. ?Cu¨¢nta gente del pa¨ªs m¨¢s poblado de la tierra sabe de ella? Hoy una magnolia y una rosa llevan su nombre.
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El bi¨®logo es un saltimbanqui entre organismos y especies. La curiosidad cient¨ªfica de Diazgranados, como la de los saberes ind¨ªgenas, no divorcia los reinos de este mundo. Antes de ser bot¨¢nico, cuando estudiante, hab¨ªa estudiado invertebrados como moluscos, ar¨¢cnidos e insectos, sobre todo escarabajos y lib¨¦lulas; o vertebrados como aves, mam¨ªferos y peces. Por un buen tiempo se dedic¨® a la herpetolog¨ªa, el estudio de anfibios y reptiles. Un d¨ªa, tras recoger una serpiente, una Leptodeira annulata, en una expedici¨®n en las selvas de Orinoqu¨ªa, observ¨® c¨®mo su tutora la sacrificaba para estudiarla. ¡°La serpiente, luego de ser inyectada, sufri¨® terriblemente hasta morir¡±, recuerda, ¡°y me sent¨ª el m¨¢s miserable por haberla capturado¡±. El bi¨®logo, que se ha cruzado con cientas de ellas, dice nunca haber matado una. ¡°Ese d¨ªa me di cuenta de que desde mi profesi¨®n no quer¨ªa causar el sufrimiento de otras especies, y decid¨ª estudiar las plantas¡±. Cuando toma una muestra bot¨¢nica, Diazgranados pide permiso a las plantas. ?C¨®mo arrancar una flor para que vuelva a aparecer? En la universidad, le ense?aron a podar flores en diagonal.
Diazgranados dibuja en el aire una maniobra delicada.
¡°?Has pensado c¨®mo se le arranca la hoja a una planta sin que se d¨¦ cuenta?¡±.
Dice que en las culturas ind¨ªgenas se colecta plantas con ?pensamiento?, y cita un ejemplo. Una planta de la familia de las papas llamada Datura arb¨®rea es peligrosa por sus altas cantidades de escopolamina, un alcaloide que puede ser usado para adormecer hasta hacerte perder la conciencia. Uno de sus nombres comunes es borrachero, y sus hojas lucen como trompetas. ?Si te sientas cerca de la planta o debajo de ella?, dice el bot¨¢nico, ¡°podr¨ªas sentirte mal¡±. Pero la Datura arb¨®rea es tambi¨¦n una planta medicinal. Los ind¨ªgenas del Cauca la usan para combatir la fiebre. ¡°Para que sea medicinal es importante arrancar la hoja sin que la planta se d¨¦ cuenta, porque la envenena¡±. Cuando una planta se siente amenazada, produce mol¨¦culas de defensa y avisa a las compa?eras. Se lanzan se?ales qu¨ªmicas, a trav¨¦s de sus ra¨ªces y de los hongos con que convive, ¡°el Internet del bosque¡± que las une. En una amistosa simbiosis, esas mol¨¦culas se transmiten a otras plantas como un envidiable sistema de fraternidad.
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La de Diazgranados es, por decir lo menos, la historia de un chico raro y de una precoz vocaci¨®n por las plantas. ¡°Quiero ser un campesino y tener un cafetal de moras¡±, le dice a su madre antes de los cinco a?os. A los doce, devora El m¨¦dico del T¨ªbet, de Lobsang Rampa, sin saber que su autor, un ingl¨¦s fen¨®meno de ventas, nunca estuvo en el T¨ªbet. A los quince, desobedece a su padre y escapa a los p¨¢ramos como si llegara tarde a una cita. No puede esperar: ha le¨ªdo Yanonami, supervivencia en la selva, de R¨¹diger Nehberg, ¡°un alem¨¢n loco en el Amazonas¡±, y mete su evangelio en el morral. Tiene ganas de probar sus t¨¦cnicas de sobreviviente, y carga una bolsa de dormir, chocolatinas y unos zapatos rid¨ªculos para la aventura. Su instinto lo encamina hacia esa alta monta?a tropical por encima de los bosques andinos, donde reina el frailej¨®n, esa esponja con flores amarillas, una f¨¢brica de agua ambiental que nutre a millones de personas de la ciudad y a la que unos a?os despu¨¦s se dedicar¨ªa. Es la primera vez que sube solo a una monta?a. Esa aventura ¡ªdonde le caen diluvios, le aprieta el hambre y lo rescatan unos campesinos¡ª dura tres d¨ªas. Su padre, a su regreso, no lo escarmienta. El hijo es un m¨ªstico con acn¨¦ dedicado al estudio del poder del pensamiento, que lee libros de Nueva Era y piensa en volverse un monje tibetano. Hab¨ªa comenzado a aprender s¨¢nscrito. No fumaba, no beb¨ªa alcohol, se levantaba cada ma?ana a hacer meditaci¨®n y era el primero o el segundo de su clase. A los quince, su deporte favorito era el golf. ¡°Dicen que en una ronda completa de golf que demora cuatro horas y media, juegas por quince minutos y que el resto piensas en la estrategia¡±. A los diecis¨¦is, gan¨® un torneo nacional juvenil de parejas. A los diecisiete, ten¨ªa que decidir si dedicarse al golf o a estudiar biolog¨ªa, matem¨¢ticas o astrof¨ªsica. ¡°Fue cuando me atrap¨® el servicio militar obligatorio¡±. Una iron¨ªa de su adolescente vocaci¨®n por el golf es que se trata de un deporte que sobreestima el c¨¦sped. Nada m¨¢s contrario a su futuro cient¨ªfico y a la diversidad de especies que esa monoton¨ªa verde.
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Una de las preguntas que menos sabemos responder es cu¨¢l es el nombre de una planta. Diazgranados es un ameno propagandista de nombres cient¨ªficos. Antes de ser bot¨¢nico, fue gu¨ªa de caminantes. ¡°He sido m¨¢s tiempo caminante de lo que he sido bi¨®logo¡±. Siempre le preguntan qu¨¦ sucede cuando se pierde. ¡°Cuando estoy en la selva o en las monta?as, yo no dir¨ªa que me pierdo¡±, dice, ¡°ni dir¨ªa que me extrav¨ªo¡±. Perderse supone desamparo. ¡°Lo ¨²nico que experimento ¡ªa?ade¡ª es que me queda un camino m¨¢s largo¡±. Prefiere la iron¨ªa de estar a la deriva. ¡°La naturaleza te va llevando. La naturaleza es dejarse llevar¡±, sentencia. ¡°Solo cuando llegas a lugares remotos es cuando encuentras lo que nadie m¨¢s ha visto¡±. No quer¨ªa que lo confundieran con un promotor de salud deportiva: quer¨ªa que la gente volviera de una caminata conociendo m¨¢s de la naturaleza. Se le ocurri¨® entonces que, en cada caminata, la gente no se llamara por sus nombres propios sino por nombres cient¨ªficos. Los repart¨ªa entre sus caminantes y les ped¨ªa coloc¨¢rselos en sus ropas. Pod¨ªas ser Pernettya prostrata (morti?o cimarr¨®n) o Nasturtium officinale (berro). Nadie pod¨ªa usar su nombre verdadero, y al final de cada excursi¨®n deb¨ªan dibujar la planta que hab¨ªan sido.
Fue en el Herbario de la Universidad de Cambridge donde supo que Espeletia a¨²n era un enigma mayor, y que su mayor estudioso hab¨ªa sido Jos¨¦ Cuatrecases. El lugar para saber con precisi¨®n cu¨¢l es el nombre de una planta es el herbario del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Nueva York, una colecci¨®n cient¨ªfica con m¨¢s de siete millones de plantas secas, que, a primera vista, lucen como una manualidad infantil. ¡°Asimilar los nombres de los organismos puede ser como intentar seguir a los personajes de una novela rusa ¡ªdice Keith Seifert en El reino oculto de los hongos¡ª. Acabamos confundidos sobre qui¨¦n ama a qui¨¦n y qui¨¦n mata a qui¨¦n¡±. Diazgranados nos evita confusiones con el frailej¨®n. Dice que los primeros espa?oles que atravesaron los p¨¢ramos cre¨ªan ver siluetas de frailes marchando en la niebla, y de all¨ª el nombre. Que, durante la Real Expedici¨®n Bot¨¢nica del Nuevo Reino de Granada, agradecieron su ayuda econ¨®mica al virrey Jos¨¦ Manuel de Ezpeleta con el nombre cient¨ªfico de una planta y la llamaron Espeletia. Que en los juegos de aprendizaje con sus caminantes, Diazgranados se hac¨ªa llamar Espeletia grandiflora.
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James Boyer, un doctor en paleobot¨¢nica, no deja de asombrarse de que, en sus primeras visitas al Jard¨ªn Bot¨¢nico de Nueva York, hay ni?os que no se han dado cuenta de que las plantas est¨¢n vivas. ¡°Pero no tienen cara¡±, le cuestionan. ¡°No tienen ojos¡±, insisten. Es el asombro de quien ha estudiado plantas que tienen millones de a?os. El asombro de quien sabe que a¨²n tratamos al ser humano como el centro del universo. Boyer, un experto en plantas f¨®siles, es vicepresidente del Jard¨ªn Bot¨¢nico en Educaci¨®n infantil, el programa de clases bot¨¢nicas m¨¢s grande del mundo con cursos que llegan a unas trescientas mil personas por temporada. Lo contrataron para instruir cada a?o a tres mil profesores en cultura vegetal. La escuela se llama Academia comestible, un nombre que abre el apetito. Es un edificio de aulas con un invernadero de ense?anza, paneles solares y techo verde. Van desde alumnos de secundaria que aprenden tecnolog¨ªa e infraestructura ecol¨®gicas hasta ni?os de escuela que aprenden el ciclo de vida de las plantas, t¨¦cnicas de jardiner¨ªa en equipo o a propagar cultivos en un invernadero. No son cocineros ni horticultores quienes la dirigen. Son educadores con carisma para reconciliarnos con la tierra.
Frente a la Academia comestible, vecina de un jard¨ªn africano, Diazgranados act¨²a como si nos invitara a su fiesta y presentara a su familia. Es una zona dedicada a plantas alimenticias tropicales. El cient¨ªfico pasea frente a plantas de amaranto, tabaco, yuca, tomate, ca?a de az¨²car, achiote, palma de coco, cilantro, aj¨ªes y un ¨¢rbol del pan, abundante en la dieta caribe?a. ¡°Tratamos de llegar a m¨¢s gente a trav¨¦s de plantas comestibles ¡ªdice el estratega¡ª. Es una ruta para romper con el paradigma de la ceguera bot¨¢nica¡±. Los educadores de la Academia comestible dan lecciones de cultivo, cocina y nutrici¨®n a ni?os que vienen de una cultura diet¨¦tica de comer br¨®coli o a los acostumbrados a las papas fritas. A pesar de vivir a media hora de Central Park, un espacio tres veces mayor que el Jard¨ªn Bot¨¢nico, los chicos y chicas del Bronx no suelen tener trato con plantas ni cultivos. ¡°Han visto una zanahoria en su plato, esa cosa naranja, pero nunca una bajo tierra¡±, dice Boyer. ¡°Hay gente que ha nacido en Estados Unidos y nunca ha visto un ¨¢rbol de papaya¡±, dice como algo triste. Hay gente que ha nacido en el planeta Tierra y nunca ver¨¢ el mar o un pez luci¨¦rnaga. Ni un hongo matsutake. Ni una orqu¨ªdea tigre. Ni una mariposa atlas. Tampoco una manzana caer de un ¨¢rbol.
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Una de las batallas m¨¢s ¨ªntimas de Diazgranados es contra el absurdo del hambre. Ha ocupado gran parte de su tiempo en investigaciones sobre vegetales y hongos alimenticios. Es el autor principal del Listado global de las plantas ¨²tiles del mundo, un formidable trabajo de colecci¨®n que se encuentra en la red. Tambi¨¦n del Cat¨¢logo de Plantas ¨²tiles de Colombia, un libro de m¨¢s de mil p¨¢ginas suficiente como para asegurar la nutrici¨®n de un pa¨ªs entero. ¡°Hay tant¨ªsimas plantas menospreciadas¡±, dice, y cita por ejemplo a la curuba, una granadilla muy com¨²n en su pa¨ªs de la que se venden cinco especies a pesar de tener casi cien aptas para comer. Diazgranados incluye hongos en su dieta diaria. Tiene de d¨®nde escoger. Es uno de los autores del Cat¨¢logo de Fungi de Colombia, que por ahora nombra unas siete mil especies. ¡°Hablamos de flora y fauna. ?Y la funga?¡±, dice Diazgranados sin encogerse de hombros. ¡°Un chocolate sabe a chocolate gracias a un hongo que fermenta la semilla del cacao¡±. Lo mismo el vino, la cerveza, el queso. Sin hongos no existir¨¢n los bosques ni la penicilina. Tampoco podr¨ªamos tomar caf¨¦. Hay un poder subterr¨¢neo que los vuelve medicinales, en otros casos venenosos, o sustitutos de carne, controladores de plagas, recicladores de contaminaci¨®n, cosm¨¦ticos, zapatos, protectores solares. El organismo m¨¢s grande del mundo no es una ballena azul: es un hongo de dos mil quinientos a?os que habita el subsuelo de un bosque del estado de Oregon, y mide nueve kil¨®metros cuadrados.
A modo de paradoja, Diazgranados calcula que la mayor¨ªa de bot¨¢nicos del mundo no son vegetarianos, pero se acuerda del ¨²ltimo pedazo de carne que comi¨®. ¡°Una carne de lomo asado preparada por mam¨¢¡±. Ten¨ªa quince a?os y viv¨ªa en Buenos Aires. ¡°Decid¨ª ser vegetariano en el centro mundial de la carne¡±, sonr¨ªe. ¡°Me encantan las contradicciones¡±. Si no es vegano, es porque no cree que el consumo de l¨¢cteos y huevos sea tan da?ino como el de carne. El jefe cient¨ªfico del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Nueva York ha sustituido la prote¨ªna animal con la de quesos, huevos y granos. Cree que comer plantas y botar sus semillas es un sacrilegio. Hab¨ªa inaugurado la primera maceta de su anterior departamento en Londres con una pepa de aguacate. ¡°No hay nada m¨¢s emocionante ¡ªdice¡ª que comerse una ensalada hecha por uno mismo desde la semilla¡±. La primera planta en su departamento en Nueva York es una albahaca.
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Todos los lunes el Centro M¨¦dico de Veteranos de Kingsbridge, en el Bronx, env¨ªa pacientes al Jard¨ªn Bot¨¢nico. ¡°Algunos iban esc¨¦pticos a su cita del Jard¨ªn ¡ªdice James Boyer¡ª porque hacer terapia con plantas les parec¨ªa rid¨ªculo¡±. Boyer ha sido testigo de c¨®mo algunos veteranos de Vietnam y Afganist¨¢n han reducido sus niveles de dolor f¨ªsico con una sola sesi¨®n de terapia hort¨ªcola. Curar con plantas no es una superstici¨®n. Nelson Mandela, quien estuvo preso veintisiete a?os, un tercio de su vida, cultiv¨® hortalizas para todos los presidiarios de la isla de Sud¨¢frica donde estuvo encerrado. Meter las manos en la tierra es m¨¢s que un programa contra la angustia. Visitar un Jard¨ªn Bot¨¢nico podr¨ªa ser un breve acto de liberaci¨®n. ¡°Estoy en prisi¨®n, pero mis plantas son libres¡±, escribi¨® Mandela en su autobiograf¨ªa.
En sus cartas desde la c¨¢rcel, Rosa Luxemburgo, una revolucionaria que pas¨® tres a?os en una prisi¨®n en Polonia, es interjectiva y jubilosa. ¡°A veces tengo la sensaci¨®n de que en realidad no soy una persona, sino un p¨¢jaro u otro animal con forma humana¡±, escribi¨® a Sophie Liebknecht desde el encierro. ¡°Interiormente siento que, en un trocito de jard¨ªn (como aqu¨ª) o en el campo, rodeada de abejorros y de hierba, estoy mucho m¨¢s a gusto que en un congreso del partido¡±. Es 1917, y Luxemburgo, que se llamaba Rosa, no resbala en la santurroner¨ªa. ¡°Y no porque yo encuentre en la naturaleza, como tantos pol¨ªticos arruinados interiormente, un refugio, un descanso. Al contrario, tambi¨¦n en la naturaleza encuentro continuamente muchas crueldades¡±. Luego de salvar a un escarabajo de ser engullido por una multitud de hormigas, Luxemburgo descubri¨® que le faltaban dos patas y que quiz¨¢s no le hizo un favor al salvarlo.
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Diazgranados se declara un escorpio incognoscible. ¡°Nunca podr¨¢s llegar al fondo de un escorpi¨®n ¡ªdice como un caballero del zodiaco¡ª Siempre estar¨¢s rozando la superficie¡±. Ten¨ªa cuarenta a?os y era investigador del Smithsonian, bajo la direcci¨®n de Vicki Funk, su madre cient¨ªfica, cuando recibi¨® una urgente llamada telef¨®nica. Luis Olmedo, presidente del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Bogot¨¢, quer¨ªa hablar con ¨¦l. ¡°Fuimos al sur de la ciudad, a los barrios m¨¢s pobres¡±, recuerda. Olmedo le dijo que sab¨ªa que era un cient¨ªfico de primera y que publicaba sus art¨ªculos en revistas prestigiosas, pero que eso no importaba: necesitaba que sus conocimientos ayudaran a la gente que acababan de ver. ¡°No puedes hacer ciencia solo para publicar art¨ªculos y obtener subvenciones ¡ªse dijo a s¨ª mismo Diazgranados¡ª. Hay que resolver problemas¡±. Dej¨® su puesto en el Smithsonian y sus estatus de nueve a?os en Estados Unidos para ser director cient¨ªfico del Jard¨ªn Bot¨¢nico de Bogot¨¢. Hoy, una d¨¦cada despu¨¦s, en Nueva York, insiste en que es hora de actuar. Piensa en c¨®mo invadir con naturaleza la ciudad. Piensa en la miner¨ªa ilegal. Piensa en la esclavitud del tr¨¢fico humano en plantaciones ilegales. Piensa en los disidentes del proceso de paz en Colombia. ¡°Y en medio de todo eso ¡ªse rega?a¡ª, uno recogiendo flores¡±. Una enorme tragedia social convive con una diminuta comunidad de expertos hablando sobre diversidad de especies. Diazgranados no lloriquea: insiste en explorar qu¨¦ especies buscar para una industria digna de plantas medicinales, o en familias que cultiven especies arom¨¢ticas para una industria de perfumes dispuesta a pagar. ¡°?Qui¨¦n puede ayudar? Se llaman bot¨¢nicos¡±, dice, como hundi¨¦ndose el ¨ªndice en la cicatriz de su estern¨®n.
Un bot¨¢nico es un admirador infinito. En el Jard¨ªn del Bronx, cuando pasea por el invernadero de plantas del desierto, Diazgranados estira su cuello para admirar un Platycerium alcicorne, un helecho africano del Jur¨¢sico que cuelga de una enredadera como un meteorito con hojas que parecen cuernos de alce. No es un m¨ªstico solitario: comanda un equipo cient¨ªfico de m¨¢s de cien personas que buscan soluciones a problemas sociales con ¨¦l, entre ellos, Eric Sanderson, el mayor experto en la historia natural de Nueva York. ¡°Podemos entender c¨®mo era la ciudad en el pasado, y predecir c¨®mo va a ser la naturaleza en el futuro¡±. El Jard¨ªn reverdece Nueva York con un programa que han llamado Nature Your City, y quiere expandirlo a otras ciudades del mundo. Recupera especies que antes crec¨ªan en las riberas del R¨ªo Bronx, como la juncia de l¨²pulo, un amortiguador contra inundaciones. Se re¨²ne con la FAO para expandir su investigaci¨®n sobre plantas y hongos comestibles. Organiza con la fundaci¨®n Rockefeller un taller sobre La tabla peri¨®dica de los alimentos, una base de datos que es un mapa mundial del contenido molecular de nuestras comidas, en un mundo donde una de cada cinco muertes es consecuencia de nuestra dieta, y donde destruimos la selva con el fin sembrar soja para alimentar a pollos y cerdos. El bot¨¢nico contrata a nuevos curadores en seguridad alimentaria, restauraci¨®n ecol¨®gica y plantas medicinales. Uno de ellos, Brad Oberle, un investigador orientado a la acci¨®n contra la bomba clim¨¢tica, est¨¢ demostrando que ser¨ªa mejor sembrar plantas comestibles como heliconias, unos pl¨¢tanos que capturan carbono m¨¢s r¨¢pido que los ¨¢rboles. El Jard¨ªn investiga qu¨¦ genes hay detr¨¢s de las adaptaciones de unas plantas a ambientes singularmente extremos para poder transferirlos a otras y que resistan condiciones de sequ¨ªa. Explora c¨®mo restaurar corredores ecol¨®gicos para acercarnos a monta?as y humedales, y permitir que atraviesen la ciudad m¨¢s p¨¢jaros, mam¨ªferos e insectos. M¨¢s a¨²n: dise?a unas plataformas de democracia ecol¨®gica que permitan a la gente crear escenas de lo que les gustar¨ªa ver en la ciudad.
Diazgranados salta del clarividente al utopista. ¡°Sue?o con sembrar una planta en la cabeza de cada persona¡±. Quiere en la suya una ceiba, un ¨¢rbol que crece r¨¢pido y simboliza bondad, grandeza y perpetuidad. ¡°Se siembran ceibas en plazas que, con el tiempo, se convierten en centros de reuni¨®n del pueblo¡±. Alguien que trabaja durante a?os en el Jard¨ªn lo define como un conversador sin jerarqu¨ªas: ¡°Saluda a todos. Sabe que la pol¨ªtica se hace no solo con los de arriba sino con quienes acompa?an a los de arriba¡±. Recuerda haberlo visto en su primera semana conversando en castellano con una guardia de seguridad. Hoy Diazgranados lleva unos zapatos entre el color arcilla y el vino, y debe marcharse a una junta, aunque lo suyo es que las plantas re¨²nan a la gente como el girasol atrae a las polillas. ¡°Mi misi¨®n es ayudar a devolver la biodiversidad hacia las afueras, acercar las plantas y los hongos a la sociedad¡±, dice el estratega. ¡°Romper la ceguera bot¨¢nica y micol¨®gica. Emanar biodiversidad en todos los frentes¡±. Una emboscada de plantas. La alegr¨ªa marcial de un soldado que nos trae un ramo de flores.
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