Las patatas sabor jam¨®n no existen
Una vaca puede pasar toda su vida comiendo pienso sin acumular ning¨²n tipo de conocimiento acerca de ¨¦l, igual que mi vecino se ha pasado la vida gozando de la misma marca de calamares a la romana congelados
Propongamos a mi cu?ado escoger entre un paquete de donettes nevados y una caldereta de langosta. Muy probablemente elegir¨¢ los donettes. ?Significa esto que los bollos son mejores que el guiso? Seguramente, no. En realidad, su elecci¨®n nos da poca o ninguna informaci¨®n acerca de la calidad de las opciones disponibles, y nos habla m¨¢s bien de c¨®mo es el criterio de quien valora. Lo mismo pasar¨ªa con un ni?o al que le di¨¦semos a elegir entre una bolsa de patatas onduladas sabor jam¨®n y un plato de jud¨ªas verdes hervidas en su punto, ali?adas con un chorrito del mejor aceite de oliva virgen extra y un toque crujiente de sal en cristales.
Si trasladamos estos ejemplos un poco llevados al extremo al plano general, en ¨¦poca estival, donde clientes de todo tipo, clase y condici¨®n viajan de un lado para otro y eligen y valoran restaurantes y platos de todo tipo por el mundo, nos encontraremos con una masa ingente de opiniones y juicios distintos, una multitud de paladares aderezados y sesgados cada uno de ellos de acuerdo a sus propias experiencias, preferencias, filias, fobias, bolsillos y adicciones, dispuestos, casi siempre y sin tapujos, a afirmar con contundencia ¡°esto es bueno y esto no lo es¡±, ¡°esto merece cinco estrellas, esto otro, una¡±, alegremente; todos ellos convencid¨ªsimos de tener las gafas limpias y la imparcialidad de su lado.
Es curios¨ªsimo, porque con esto de las opiniones nos encontramos ante un problema filos¨®fico m¨¢s antiguo que el hambre y que a¨²n no ha sido resuelto de forma categ¨®rica y definitiva: desde Arist¨®teles y Plat¨®n, barriendo toda la Historia de la Filosof¨ªa, el viejo debate entre verdad y opini¨®n sigue vivo. No hemos resuelto la distancia entre realidad y percepci¨®n, no sabemos si lo que percibimos en el paladar son, en efecto, patatas sabor jam¨®n o las sombras proyectadas por algo incognoscible contra una pared, deformadas por nuestras emociones y recuerdos, por nuestra formaci¨®n y cultura, o por el entorno mismo en el que las sentimos. Nadie puede saber si algo est¨¢ rico porque nos gusta o si nos gusta porque est¨¢ rico.
Conocemos la multitud de formas que tiene el cerebro para enga?arnos, sabemos que prefiere la eficacia y la rapidez a la verdad, y que tiende a descartar informaci¨®n y a simplificar en base a nuestras creencias previas. Somos incapaces de afirmar no s¨®lo que sea posible abstraernos de los sesgos que deforman nuestra manera de ver el mundo, sino que exista una realidad objetiva, real, al otro lado de nuestras percepciones.
?Qui¨¦n puede afirmar con certeza no estar dormido y so?ando?, ?qui¨¦n est¨¢ seguro de estar limpio de sesgos?, ?qui¨¦n sabe si el ¡°sabor jam¨®n¡± no son solo est¨ªmulos el¨¦ctricos enviados por un ordenador a nuestro enc¨¦falo? ?Tanto Matrix como Calder¨®n de la Barca, como Francis Bacon opinaban que la vida es s¨®lo un sue?o! Y esa met¨¢fora sigue viva.
En mi opini¨®n, ?oh, la paradoja!, una opini¨®n no es m¨¢s que una piedra en el lecho de un r¨ªo, en la que me apoyo hoy para leer el mundo y avanzar hasta el ma?ana. Y lo curioso de las piedras, como de las opiniones, es que no se mueven, son la radiograf¨ªa de un instante, la cristalizaci¨®n del criterio de quien observa en ese momento concreto, y una vez usadas para avanzar, inevitablemente quedan atr¨¢s y se convierten en camino hacia el pasado. Una opini¨®n que es m¨¢s que un kleenex es un obst¨¢culo. Eso es as¨ª, o nunca aprender¨ªamos nada.
¡°La experiencia tiene que servir para algo¡± dir¨¢n algunos, ¡°haber comido muchas veces un plato te tiene que dar cierto criterio a la hora de juzgar si est¨¢ bien o no¡±, y yo me digo que una vaca puede pasar toda su vida comiendo pienso sin acumular ning¨²n tipo de conocimiento acerca de ¨¦l; como mi vecino se ha pasado la vida gozando de la misma marca de calamares a la romana congelados que le daba para cenar su madre de peque?o, y que hoy, cincuenta a?os m¨¢s tarde, no los conoce m¨¢s que el primer d¨ªa, ni a ellos, ni a los calamares como especie, ni al fabuloso mundo de los rebozados, y sentencia, mi vecino, sin rubor, que los calamares rebozados caseros que sirven por ah¨ª no valen nada. ?Tiene raz¨®n? Pues probablemente una mezcla de s¨ª y de no, porque tiene sus motivos para pensar c¨®mo piensa, y porque quiz¨¢ hay sabidur¨ªa en poner la felicidad, el placer y la memoria por delante de la raz¨®n fr¨ªa, que la vida son cuatro d¨ªas. Lo que encuentro verdaderamente apasionante de esta situaci¨®n es su capacidad de provocar preguntas en m¨ª.
Cuando, de vez en cuando, consigo escaparme del d¨ªa a d¨ªa y encontrarme con mi hermana para cenar fuera, la escena siempre termina igual: el camarero explica la carta de postres, Anna pregunta si el flan es casero, ¨¦l responde orgulloso que s¨ª, que ¡°desde luego¡±, y ella se decanta por el helado. Para Anna, el flan llamado a reinar por encima de todos los flanes posibles es el Chino Mandar¨ªn que ven¨ªa en sobrecitos azules y que nos hac¨ªa t¨ªa Margarita cuando ¨¦ramos peque?as. La alternativa m¨¢s cercana a ese sabor de su memoria son la textura fina y el dulzor excesivo de los flanes de supermercado. Los dem¨¢s no le gustan.
Cada d¨ªa que pasa estoy m¨¢s convencida de que un restaurante pr¨®spero no es m¨¢s que un pacto entre comensales y restauradores que comparten las mismas filias y desviaciones. Un baile de enfermos donde cada comensal psic¨®pata puede encontrar una orquesta que toque al son de su misma enfermedad, y bailar. La vida me ense?a que la ¨²nica forma razonable de tomarse una opini¨®n es a la ligera, incluyendo ¡ªsobre todo¡ª la propia.
?A m¨ª me har¨ªa inmensamente feliz que en este mundo existieran de verdad las patatas sabor jam¨®n!
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.