Que no falte sopa en Navidad, aunque sea de piedras
Este relato es, traducido a mi manera, la versi¨®n de Xesco Boix, que yo escuchaba de peque?a en casete, de un cuento tradicional que tiene tantas versiones como personas la hayan contado
La arqueolog¨ªa nos ense?a que los humanos ya utiliz¨¢bamos el fuego de forma espor¨¢dica, all¨ª donde apareciese, hace m¨¢s de un mill¨®n de a?os. Hace cerca de unos 400.000 aprendimos a controlarlo, a encenderlo y apagarlo a nuestro antojo, y gracias a esto nuestras vidas se alargaron, porque pudimos nutrirnos m¨¢s y mejor cocinando, y tambi¨¦n porque esto nos permiti¨® estirar las jornadas, ara?ar unas horas extra de luz a la oscuridad, y mantenernos despiertos, calientes, vernos las caras, al fulgor de las llamas, de noche.
En ese espacio de resplandor fascinante alrededor del fuego construimos, de forma simult¨¢nea, allende el globo, all¨ª donde fuese que hubiese un grupo humano resguard¨¢ndose del fr¨ªo, consciencia de ser y de pertenecer, identidad social y cultural, compartiendo historias, creando mitos, reforzando tradiciones, estimulando la imaginaci¨®n, cocinando y contando cuentos.
?rase una vez, hace mucho tiempo ya, en un pa¨ªs muy muy lejano, una guerra. Una guerra terrible. Como todo el mundo sabe, cuando hay guerra no hay gente para trabajar la tierra, los campos arden, los animales huyen, no se siembra el trigo, no se muele el grano, no hay harina, no hay pan. Hay hambre. Y miedo.
En estas, en una ma?ana fr¨ªa, a un pueblo perdido y solitario llega, harapiento, seco, escu¨¢lido, cansado, un soldado. Muerto de hambre, se acerca a la primera casa, y llama a la puerta. Suplica un mendrugo de pan a los ojillos suspicaces que asoman por el port¨®n entreabierto, y ¨¦ste se cierra de golpe entre improperios e insultos ¡°?loco!, ?mal rayo te parta!, ?largo de aqu¨ª!, ?c¨®mo va a haber pan para ti si no hay para nadie!¡±. Casa tras casa, puerta tras puerta, entre golpes y coces, el soldado obtiene siempre la misma respuesta a su ruego, ¡°?loco!, ?fuera!¡±.
Cabizbajo, abatido, el soldado se marcha y se dispone a seguir su camino para probar suerte en la siguiente aldea cuando, ya a la salida del pueblo, da con un grupo de muchachas haciendo la colada en el r¨ªo y, a su alrededor, revoloteando, un pu?ado de ni?os. Se le enciende una sonrisa, tiene una idea, y pega un berrido entusiasta, ¡°?Ey mozas! ?Alguna ha probado alguna vez la sopa de piedras? ?Ha! ?No hay en el mundo una sopa de piedras mejor que la m¨ªa!¡±. Las mozas sueltan una risotada, pero los ni?os... ?Ay, los ni?os! Ellos dejan al instante lo que fuese que tuvieran entre manos y corren a arremolinarse junto al soldado ¡°?sopa de piedras?, ?qu¨¦ es la sopa de piedras?, ?est¨¢ rica?¡±, gritan a su alrededor. ¡°Rica, no. ?Riqu¨ªsima! Lo que pasa es que para poder hacerla necesito una olla bien grande, agua, ramitas para encender un fuego, un cuchar¨®n y un pu?ado de piedras de la mejor calidad.¡± Apenas ha terminado la frase, los ni?os salen disparados en todas direcciones para reaparecer, al cabo de unos minutos, con todo lo que el soldado ha pedido.
?l enciende el fuego, coloca la gran olla encima, la llena de agua, y se dispone a estudiar detenidamente las piedras que los peque?os han juntado. Separa diez, las limpia con mimo y las echa al agua, que ya empieza a calentarse, una a una. Los ni?os, criaturas impacientes y curiosas por naturaleza, con los ojos como platos, no pierden detalle de los movimientos ceremoniosos del soldado y preguntan ¡°?ya est¨¢ lista?, ?la podemos probar?, ?cu¨¢nto falta?¡±. ¡°Tranquilos¡±, responde ¨¦l. Con parsimonia, toma un poco del caldo con el cuchar¨®n, sopla, lo prueba y asiente. ¡°Deliciosa. Est¨¢ saliendo una sopa de piedras excelente. S¨®lo le faltar¨ªa, quiz¨¢s, una pizca de sal¡±. Una ni?a se pone en pie al instante ¡°?Mi madre tiene sal en casa!¡±, sale corriendo y vuelve con un taz¨®n lleno de sal, que echan a la olla. Al cabo de un par de minutos, el soldado prueba la sopa de nuevo ¡°Hummm deliciosa. En efecto. S¨®lo le faltar¨ªa, quiz¨¢s, una puntita de tomate¡±. Un chiquillo salta al momento: ¡°?Mi madre tiene tomate en casa!¡±, y el peque?o sale disparado y se planta en su casa a rebuscar en la despensa hasta dar con el tomate y llevarlo adonde la gran olla hierve. Las muchachas del r¨ªo, que observan la escena en silencio desde la distancia, van entendiendo de qu¨¦ va el juego. Uno tras otro, los ni?os peque?os, que siempre han sido criaturas proclives a participar de lo extraordinario, van trayendo ingredientes y los van echando a la olla, que hierve, imparable. Unas hojas de col, unos tronchos de lechuga, un par de patatas, un hueso de jam¨®n, una bola de sebo, un pu?ado de garbanzos secos. ?Hasta hay quien aparece con una pata de pollo!
Tras cuatro horas de cocci¨®n, esa olla llena de agua, piedras y cosas emana un aroma que hac¨ªa a?os que nadie hab¨ªa olido en el pueblo. El soldado se pone en pie, anuncia que la sopa est¨¢ lista y manda a los ni?os a ir puerta por puerta, por todo el pueblo, llamando a la gente, instando a todo el mundo a coger platos, cuencos, vasijas, tarros, cucharas y cuchillos, y a servirse sopa, de la que hay para todos.
Este relato es, traducido a mi manera, la versi¨®n de Xesco Boix, que yo escuchaba de peque?a en casete, de un cuento tradicional que tiene tantas versiones como personas la hayan contado. Su primera aparici¨®n escrita se titulaba Soupe au Caillou y fue publicada por una periodista francesa, Madame du Noyer, el 1720. En ingl¨¦s se public¨® por primera vez en una revista en 1806, desde donde salt¨® r¨¢pidamente a Am¨¦rica dos a?os despu¨¦s. Seg¨²n la versi¨®n portuguesa, los hechos tienen lugar en los alrededores de Almeirim. La misma historia se conoce como Sopa de clavos en los pa¨ªses escandinavos. En Rusia, Gachas de hacha. Hoy la historia es de ustedes.
Porque es Navidad, me he permitido la licencia de contarles un cuento, como si estuvi¨¦ramos alrededor de un fuego, como para recordar qui¨¦nes somos. Aunque s¨®lo sea porque es Navidad, que no falte sopa para nadie.
Feliz Navidad.
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