No quiero robots, quiero camareros con derecho a equivocarse
En cada peque?o acto de humanidad cabe la posibilidad del error, del fallo, del tropiezo, pero tambi¨¦n la posibilidad de que lo mejor de la humanidad se manifieste
Me pregunto si es posible la bondad en un escenario en el que no exista tambi¨¦n la maldad. ?C¨®mo se puede decir de alguien que es bueno si su acci¨®n amable, su intenci¨®n dulce, o su dosis de cuidado adicional en cualquiera que sea su tarea, aquello que nos empuja a tildarlo de ¡°bueno¡±, no es fruto de la decisi¨®n libre, personal e ¨ªntima; si no se da en un escenario en el que hacer todo lo contrario sea posible?
Me pregunto si el calor en el coraz¨®n, esa chispa diminuta de alivio, ese ¨ªntimo y silencioso reconciliarse con la humanidad que se enciende como una sonrisa invisible al o¨ªr, detr¨¢s de la cortinilla sonora del tintinear de las campanillas que cuelgan del techo en la entrada de ese bar, un ¡°?ser¨¢ lo de siempre?¡±, se dar¨ªa, si nos sirvieran ¡°lo de siempre¡± sin preguntar. Simplemente, porque el robot nunca se equivoca, s¨®lo porque el robot tiene en su disco duro, al lado de tu nombre, junto a un escaneo de tu huella digital o de tu iris, una l¨ªnea de c¨®digo donde dice: cortado largo de caf¨¦, en vaso de cristal, con la leche muy caliente. Sin az¨²car.
Este pasado marzo se celebr¨® en Barcelona el Sal¨®n Alimentaria 2024, la feria que Alimentaria & Hostelco, la plataforma de negocios internacional l¨ªder en alimentaci¨®n, bebidas, food service y equipamiento hostelero, celebra cada dos a?os. Se juntaron 3.200 expositores de m¨¢s de 60 pa¨ªses en los 100.000 metros cuadrados del recinto.
Una de las sensaciones de esta edici¨®n fueron los robots, llamados a ser el futuro del sector de la restauraci¨®n, la soluci¨®n definitiva a los problemas de falta de personal. En el espacio Robot Solutions se present¨® el primer robot humanoide, un ser equipado con inteligencia artificial que interacciona y mantiene conversaciones de voz con los clientes, los acompa?a a la mesa, gestiona listas de espera, y navega de manera aut¨®noma por la sala evitando obst¨¢culos. Le llamaremos Juan. Juan no s¨®lo hace eso, sino que no coge bajas, nunca cuestiona las decisiones de sus superiores, y nunca se equivoca con tu caf¨¦.
En el noticiero del mediod¨ªa de la televisi¨®n p¨²blica catalana, en horario de m¨¢xima audiencia, vimos a Juan caerse de bruces en directo ante las c¨¢maras. Las redes sociales ya hicieron sangre del asunto. La guasa dur¨® d¨ªas.
Pero la escena tambi¨¦n fue algo triste. Por el pobre Juan, quiz¨¢s, pero sobre todo por la mera existencia de Juan, por la cantidad de millones que hay invertidos en ¨¦l y en proyectos parecidos al suyo; millones que son la plasmaci¨®n m¨¢s clara y elocuente posible de c¨®mo una parte del sector hostelero cree firmemente que la humanidad en el trabajador es una lacra, un estorbo, un problema a solucionar.
No soy una ludita al estilo de los artesanos ingleses del siglo XIX. No tengo inter¨¦s alguno en llamar a la turba a destruir m¨¢quinas en la plaza p¨²blica. Bienvenidos sean los avances tecnol¨®gicos ¡ªsin el t¨²rmix hoy ser¨ªa imposible llegar a los 80 comiendo mahonesa en la ensaladilla sin padecer tendinitis cr¨®nica. Lo que me pasa es que yo no quiero mi caf¨¦ siempre perfecto, como no quiero que me regalen flores solo porque toca. No quiero un regalo. Quiero sentir que importo. Prefiero mil veces un ni?o extendiendo las manos mostrando con los ojos muy abiertos y una exclamaci¨®n de ¡°?mira!¡± un montoncito de piedras brillantes, que un anillo por contrato. Quiero que el camarero me sirva a m¨ª, por error, el cortado del cliente de la mesa de al lado, y ver c¨®mo titubea, quiz¨¢s, cuando se lo indico, y quiero poder preguntarle si es su primer d¨ªa, porque no le hab¨ªa visto antes en ese bar al que voy a menudo, y que me diga que s¨ª. Y quiero poder decirle que enhorabuena por el curro nuevo, que tranquilo, que no se preocupe, que todos hemos tenido primeros d¨ªas, y que ya ma?ana, si eso, saldr¨¢ mejor.
No quiero que un dron me traiga la comida a casa, quiero que si un d¨ªa, en plena calle, se me rompe el asa de la bolsa donde llevo los limones, el se?or que viene detr¨¢s de m¨ª se r¨ªa, se agache junto a m¨ª y me eche una mano a recogerlos, sin tener necesidad de hacerlo, pudiendo pasar de largo. Quiero o¨ªr a lo lejos un ¡°?salud!¡±, de una desconocida si estornudo en el quiosco. No quiero que me salgan siempre los macarrones con chorizo y bechamel perfectos, quiero poder decir una vez de cada diez ¡°hoy s¨ª. Hoy los he clavado¡±; y eso es imposible sin las ocho veces que me salen bien, pero no tanto, y sin la vez que se me agarran a la sart¨¦n o se me secan porque me despisto. No quiero renunciar a darme cuenta de que la camarera ha ido a la peluquer¨ªa, y dec¨ªrselo, y que me diga, ¡°?verdad que me sienta bien?, ni a que el chaval que empez¨® hace un par de meses hoy me deje dos chocolatinas en el platito del caf¨¦, a escondidas de su jefe, porque es lunes, y los lunes, ya se sabe, ?qui¨¦n no necesita un empujoncito extra?
Lo mejor de Cheers no era lo bien tiradas que estaban las ca?as. Lo mejor del Central Perk no era lo eficientemente que Rachel serv¨ªa todos y cada uno de los caf¨¦s. En cada peque?o acto de humanidad cabe la posibilidad del error, del fallo, del tropiezo; y de la mala fe, del embauque, de la triqui?uela, de la dejadez, s¨ª, pero tambi¨¦n la posibilidad de que lo mejor de la humanidad se manifieste. Eliminar la humanidad de la ecuaci¨®n es la ¨²nica forma definitiva de eliminar la posibilidad de que la bondad suceda.
Me importan m¨¢s las personas que los bares. Casualmente, los bares que m¨¢s me gustan, y que est¨¢n siempre a reventar de clientes, son los que m¨¢s humanidad rezuman.
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